Preocupaciones de banqueros centrales
Orlando Delgado Selley
E
l titular de la nota del New York Times resulta sorprendente:
Nuevo evangelio de banqueros centrales: impulsar empleo, salarios e inflación(25/8/14). La nota informa de lo ocurrido en la reunión anual organizada por el Banco de la Reserva Federal de Kansas City en Jackson Hole, Wyoming, que reúne a un amplio grupo de banqueros centrales, autoridades económicas y financieras con académicos para discutir temas cruciales para la banca central del momento económico.
Este año el tema fue
Reevaluando la dinámica del mercado de trabajo. Entre los principales ponentes estuvieron la gobernadora de la Reserva Federal de Estados Unidos, el presidente del Banco Central Europeo, el gobernador del Banco de Japón, el vicegobernador de Política Monetaria del Banco de Inglaterra y el gobernador del Banco de Brasil. Estos importantes participantes dejaron claro que sus instituciones están ocupadas de conseguir que aumente el empleo y los salarios, lo que implica que sus decisiones de política monetaria están orientadas por la evolución de estas variables.
Entre los asistentes a esta reunión se encontraba el gobernador del Banco de México quien, por supuesto, no coincide con esta opinión. Hace unos días, ante la insistencia del jefe de Gobierno del Distrito Federal sobre la necesidad de incrementar los salarios mínimos Carstens planteó que los salarios no debían aumentar por decreto, sino en consonancia con incrementos observados en la productividad. Nuestro banquero central parece desconocer que la experiencia mexicana de los últimos 30 años muestra que ha aumentado la productividad, en tanto que los salarios se han reducido en términos reales.
Los bancos centrales de las economías más importantes, desde hace tiempo, han reconocido que la llamada Gran Recesión iniciada en 2008, provocó que se perdieran millones de puestos de trabajo en el mundo. La recuperación no logró que se crearan empleos en la medida necesaria para regresar a las condiciones del mercado de trabajo previas. Después las cosas se complicaron cuando los gobiernos decidieron privilegiar el control de las finanzas públicas y de la deuda, de modo que la recuperación se aletargó y, en algunos casos, se presentaron síntomas recesivos nuevamente, provocando que los mercados de trabajo empeoraran.
Frente a esta situación la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra, que habían llevado sus tasas de interés a su límite inferior, es decir, a tasas prácticamente negativas, decidieron que era indispensable que esos institutos que gozaban de autonomía operativa instrumentaran medidas que estimularan la actividad económica y, con ello, la creación de empleo. Estas medidas consistieron en la compra de cantidades importantes de valores financieros en poder de los bancos privados. Tiempo después se sumaron a esta política de relajamiento cuantitativo los bancos centrales europeo y de Japón. La política monetaria dejó de definirse en términos convencionales al incorporar estas acciones.
En contraste, el Banco de México en el momento más difícil para la economía mexicana en 2009, inició un proceso de reducción de la tasa de interés que detuvo ante la posibilidad de que se presentaran presiones inflacionarias. El resultado final fue que ese año, el PIB se redujo seis puntos porcentuales. En la propia Latinoamérica otros bancos centrales fueron más audaces en la reducción de las tasas de interés, como el Banco de Chile, en tanto el banco central de Brasil apoyó medidas contracíclicas decididas por el gobierno del entonces presidente Lula.
Esta postura del banco es uno de los factores que explica el mal desempeño de la economía mexicana, que desde hace tiempo ha crecido a ritmos inferiores a los que se requieren para crear los puestos de trabajo que demandan quienes se incorporan al mercado. La mediocridad del desempeño económico tiene que ver, entre otros factores, con la incapacidad del mercado interno para funcionar como motor del crecimiento. Ello se explica por la política de contención salarial instrumentada por los gobiernos ortodoxos. Si hasta los banqueros centrales expresan su preocupación sobre el deterioro salarial, parece haber consenso sobre la urgencia de incrementarlos.
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