EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

miércoles, 13 de marzo de 2019

Otros 19 en San Fernando

Otros 19 en San Fernando
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ay mucho de qué avergonzarse respecto de la forma en que la sociedad mexicana ha procesado la matanza de los estudiantes de Ayotzinapa. Se encuadraron los sucesos en el modelo de la represión de 1968 con calzador, aunque hayan sido bien diferentes. Luego se procedió a la memorialización de cada uno de los desaparecidos y negarnos a aceptar su probable muerte. ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
Hace unos meses me invitaron a dar una conferencia en la unidad Iztapalapa de la UAM, en el marco del cincuentenario del 68. El encuentro comenzó con un acto solemne en que se pasó lista con los nombres de los 43 desaparecidos. El auditorio estaba de pie y decía ¡Presente! después de cada nombre.
Para mí, el ritual tuvo algo de siniestro. Recordábamos a cada uno de los normalistas desaparecidos, pero no pronunciamos siquiera un nombre de decenas de muertos que aparecieron en las 18 fosas clandestinas que se hallaron en la propia Iguala cuando la Procuraduría General de la República buscaba cuerpos de estudiantes. Es como si sólo un estudiante martirizado por el Estado mereciera ser recordado.
Las noticias de feminicidios se suceden una tras otra, sin pena ni gloria. Aparecen entierros clandestinos como si nada. El 13 de febrero pasado hallaron una fosa con 69 cuerpos en Colima. No pasó nada. El día anterior, 12 de febrero, una madre de desaparecido encontró una fosa clandestina en Tamaulipas con 500 cadáveres. Nada. La noticia pasó por la opinión pública como un fantasma. ¿Alguno de esos 500 se ha hecho presente en algún acto público?
Nos importan los mitos, pero la historia es otra cosa. Esa nos interesa bastante poco. El 68 se ha sido convertido en mito. Ayotzinapa parecía repetirlo y por eso nos importó. Pero sólo por eso.
Anteayer apareció –de nuevo como breve fantasma– otra noticia. Diecinueve centroamericanos fueron levantados, secuestrados de un autobús, en las cercanías de San Fernando, Tamaulipas. Otra vez. En 2010 fueron 72 centroamericanos levantados y asesinados con una crueldad indecible. En 2011 encontraron una nueva fosa en el lugar, con 193 cuerpos de migrantes. Ninguno fue declarado presente en las conmemoraciones del 68 a las que asistí. Nadie conoce sus nombres ni sus historias. Nadie marcha con sus retratos.
En Nueva York tuve oportunidad de conocer al padre y a la madre de uno de los jóvenes que fueron asesinados en San Fernando (2010). Eran migrantes indocumentados, gente de trabajo. Ahora buscaban asilarse en Estados Unidos, y su abogada me contactó para dar testimonio sobre los riesgos que podían enfrentar si los deportaban y regresaban a El Salvador. Su historia es desgarradora. Era una pareja joven y bien parecida. Humilde e inteligente. Se habían venido a Estados Unidos a trabajar y habían dejado a su hijo en su pueblo al cuidado de sus abuelos. Cuando el chico entró a la secundaria lo empezaron a intimidar los pandilleros de las maras: o se unía a ellos, o tendría que soportar un martirio diario. De acuerdo con los abuelos, la joven pareja se decidió a traer al muchacho a Estados Unidos. Le pagaron a un coyote del lugar, y el chico emprendió el viaje. Lo levantaron en San Fernando y lo asesinaron junto a 68 compañeros, en unos actos de un sadismo imperdonable.
Me mostraron foto del chico. Era un muchacho de unos 15 años, con una cara limpia y bondadosa. Un hijo amado. A ese chico lo mataron Los Zetas sin que él les hubiera hecho ni negado nada. Así de fácil: matar es ya parte integral de una economía de derechos de piso y de paso, de carne y de drogas; de secuestro.
Hace unos días el New York Times publicó un reportaje acerca de violaciones de mujeres centroamericanas en la frontera México-Estados Unidos. El tema es un escándalo y una vergüenza. El reportaje cita una encuesta parcial realizada por Médicos Sin Fronteras, que calcula que una de cada tres mujeres centroamericanas que cruza México hacia Estados Unidos sufre un asalto sexual. Muchas de ellas son también violadas del lado texano de la frontera. Sus asaltantes no han sido siquiera identificados, desde luego que no son procesados. Ni siquiera se habla del asunto. Muchas mujeres son encerradas en casas donde son violadas en múltiples ocasiones por quienes las contrabandean. Eso es también México. Un país donde los migrantes centroamericanos van desprotegidos.
Ahora desaparecieron a otros 19. ¿Por qué? ¿Para qué? Quién sabe. Los migrantes de Centroamérica pasan por México como fantasmas. Sus nombres poco nos importan. Sus derechos humanos son también ilusorios. Su martirio es irrelevante. A veces pareciera que si no entran en la mitología de la nación, ni existen ni importan.

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