EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

sábado, 23 de marzo de 2019

Macron y la democracia

MACRON Y LA DEMOCRACIA
Guillermo Almeyra
Desde De Gaulle las presidencias francesas son monárquicas y el Estado es autoritario, pero hay presidentes que cuidan un poco más las apariencias y otros, como Emmanuel Macron, que creen ser una reedición de Júpiter en el Olimpo.
Por ejemplo, Emmanuel Iº dictamina que, para la ley, el antisionismo es antisemitismo y que Israel es un Estado democrático independientemente de que excluya de la ciudadana plena a los no judíos (cristianos, ateos, musulmanes) que constituyen una cuarta parte de la población y cuya proporción crece debido a su mayor natalidad y a la emigración de judíos. Ahora bien, como todos saben, el sionismo es un movimiento político-religioso fundamentalista que pretendía construir un Estado judío en Argentina, Sudáfrica o Palestina y que antes de la Segunda Guerra Mundial era rechazado por la inmensa mayoría de los judíos europeos (ver La Cuestión Judía, de Abraham León) y actualmente es considerado blasfemo por los judíos ortodoxos y resistido por millones de judíos laicos y democráticos en todos los países del mundo. Su política racista, colonialista y de apartheid, además, es condenada continuamente por la ONU.
El presidente-rey también decide que quien concurra a una manifestación en la que podrían producirse actos de violencia –independientemente de que el objetivo declarado de las manifestaciones no sea la violencia y ésta dependa de muchas cosas, entre las cuales las provocaciones policiales- es cómplice de los violentos y debe ser perseguido por la ley, “teoría” que podría llevar a condenar como cómplices a quienes van a los supermercados, donde hay gente que roba, o como cómplices a quienes concurren a un banco, que puede ser asaltado en cualquier momento (como me sucedió en Roma).
Tras comprobar que la mayoría de los choques destruían el último vagón del tren, dicen que una compañía ferroviaria decidió eliminar ese vagón final. Macron hace lo mismo pues, ante los incidentes que se producen en los centros de Burdeos o París en las manifestaciones pacíficas de los Chalecos Amarillos, decidió prohibir toda manifestación en esos centros con el resultado predecible de que los choques con la policía se producirán en los barrios populares y el agregado de que, posiblemente, serán mayores ya que podrían sumarse a la pelea con la policía los jóvenes suburbanos y las pandillas, que no van hasta ahora a las manifestaciones.
Para colmo, retornando a los años sesenta durante la guerra de Argelia y la brutal represión antiárabe en París, el napoleoncito decidió que el ejército custodie los monumentos históricos y las sedes del gobierno. ¿Qué pasará si las jubiladas y otras mujeres de los Chalecos Amarillos llaman a los soldados a fraternizar y dejar de hacer de policías y éstos fraternizan, como sucedió durante la guerra de Argelia? ¿O si un grupo de provocadores ataca a los militares?
Retaceando el derecho a manifestar y a circular libremente y elevando el nivel de la represión, Macron da así un nuevo paso a ciegas y un nuevo golpe a la democracia y empuja un poco más hacia una guerra civil dilapidando la relativa distensión lograda hasta ahora mediante concesiones de todo tipo a los Chalecos Amarillos y con un seudo Diálogo Nacional que le permitió ganar tiempo y reducir su aislamiento.
Los Chalecos Amarillos son sólo una manifestación del odio social que provoca una política que favorece sólo a la gran finanza (Macron era banquero en el Banco Rothschild) y a los grandes capitalistas y ha reducido los ingresos de los trabajadores asalariados y de los jubilados y todos los servicios. Son un síntoma, no una causa de la crisis política y social. Lo que expresan se manifestará de muchas maneras electorales o no.

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