La gira europea del emperador rojo
Guillermo Almeyra
X
i Jinping, el emperador rojo chino o el octavo rey de Roma para los italianos, es la versión capitalista de los emperadores del Gran Imperio del Medio, centro del mundo y primera potencia tecnológica y comercial desde la más remota antigüedad hasta hace cuatro siglos.
Xi es presidente de la República, jefe de las Fuerzas Armadas y secretario de un Partido Comunista de 80 millones de miembros que ha remplazado a los mandarinesclásicos y tiene el monopolio de la vida política legal. Con sus 65 años podría, por consiguiente, dirigir a su país hasta 2030, fecha en la que, según las proyecciones, China se convertirá en la primera potencia tecnológica, económica y militar porque si el eje de la civilización –suponiendo que ésta sobreviva– volviese hacia a Oriente donde nació y se desarrolló antes de ir hacia Occidente, Xi Jingping tendrá 76 años, aproximadamente la edad actual de Donald Trump.
Washington se preocupa. Zbigniew Brzezinski, el teórico del militarismo agresivo de Estados Unidos, sostenía que quien controlase Eurasia y los océanos dominaría el mundo y China es ya la primera potencia en Eurasia y, mediante su red de puertos en Indonesia, Singapur, Djibouti en el Mar Rojo, el Pireo en Grecia, Trieste y Génova, desarrolla cada vez más su gran Ruta de la Seda ferroviaria y marítima, construye alianzas y un inmenso mercado y compra tierras en todos los continentes, inclui-da Europa.
China cuenta con el paso del tiempo. El PIB chino per cápita asciende hoy a casi 8 mil euros y el país tiene 106 ciudades de más de un millón de habitantes, contra 55 en Europa y 45 en Estados Unidos. Las nuevas clases medias de cerca de 600 millones de personas forman un gran mercado y comen baguettes de trigo francés, quesos, mantequilla, carne, beben vino, café y consumen productos de lujo.
A principios del siglo pasado los zares buscaban colonizar el norte chino con el Tren Transiberiano y utilizar mano de obra china para desarrollar la despoblada Siberia rusa. Ahora el zar Putin dirige una potencia que es regional, aunque aún posee armas nucleares, Rusia envejece y pierde habitantes, los siberianos van actualmente a trabajar en China y, en el dúo con el zar, Xi tiene la voz cantante.
En el mundo tripolar actual el capitalismo de Estado chino es la locomotora. La Unión Europea es sólo una gran potencia comercial y su Producto Interno Bruto per cápita llega a 39 mil euros, está dividida y en ella Alemania se acerca a la recesión técnica, Italia está al borde de una crisis, Francia se desindustrializa, Inglaterra sufre los efectos del Brexit y los países que más crecen, como Hungría o Polonia, anhelan tener inversiones y tecnología chinas.
Xi intenta con su gira aprovechar esas debilidades e hizo grandes inversiones portuarias en Italia para que sus mercancías lleguen por Trieste a toda la Europa central, Alemania y Holanda y, por Génova, a Francia, España, Portugal y el Norte de África. No quiere destruir la Unión Europea, pero sí condicionarla y separarla de Estados Unidos.
Lo está logrando, ya queFrancia le ha dado un duro golpe a la aeronáutica estadounidense y a Boeing en particular al venderle a China 300 aviones Airbus y Huawei, que encabeza mundialmente el desarrollo de la inteligencia artificial y de la nueva generación electrónica, actúa ya en el mercado europeo a pesar de las amenazas de la CIA, lo cual ha obligado a Washington a invertir 500 millones de dólares en un nuevo supercomputador para seguir compitiendo. Aunque China enfrenta el temor de un sector de las burguesías europeas, que ya en el siglo XX hablaban del
peligro amarillo, y de una parte de las clases medias racistas atemorizadas por el nacionalismo chino, muchos sectores populares esperan inversiones de Pekín para ampliar las fuentes de trabajo. Por eso pesan muy poco las protestas de Emmanuel Macron por la falta de libertades democráticas en China que, además, suenan hipócritas ante el apoyo francés a muchos dictadores africanos y al golpista Juan Guaidó y el aumento de la violencia policial y la supresión de espacios democráticos en Francia misma.
Es cierto que el capitalismo de Estado chino convive con el despotismo asiático. Pero el país tiene 790 millones de usuarios de Internet y una gran capa de científicos e intelectuales que hacen imposible una dictadura como la de Stalin o la de Mao y, además, Xi Jinping cuenta hoy con el consenso popular proveniente de la reducción enorme de la pobreza, la educación confuciana, la falta de independencia y organización de los obreros y el nacionalismo racista de los Han frente a los tibetanos y los uigures de Sinkianga, los que Xi envía a
campos de reducación. Por consiguiente, por ahora, tiene margen de maniobra. Por ahora.
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