EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

lunes, 23 de diciembre de 2019

En el año de Zapata: un simbolo

Zapata, un símbolo
C
uando trabajé en un banco, recién recibido de abogado, para asombro y quizás desaprobación de alguno de mis compañeros de entonces, bajo el cristal de mi escritorio estuvo una fotografía de Emiliano Zapata, en traje de charro y con sombrero ancho, una de las imágenes que han circulado por décadas en periódicos, libros y revistas. La efigie de Zapata es un símbolo clásico de la Revolución Mexicana. Su imagen nos lleva a recordar una sublevación popular y también es la imagen de un movimiento de cambio profundo, surgido desde el pueblo oprimido por décadas de marginación y explotación laboral; los zapatistas de 1910, 1913, 1917, son los indignados de entonces, lo fueron hasta la muerte con alevosía y traición de su jefe, en Chinameca, el 10 de abril de 1919.
Después, en mi despacho, donde he ejercido el oficio de abogado, tengo en la pequeña sala de juntas, un óleo cuyo tema es el rostro serio y la mirada taciturna del Caudillo del Sur, pintado por la artista gráfica América Gabriel; como muchos en México, admiro al personaje y también al símbolo de la Revolución; fue Zapata quien fue más allá del sufragio efectivo del maderismo, simple cambio político necesario pero insuficiente, fue quien dotó al movimiento revolucionario de un contenido social reivindicatorio, luchar por la justicia para los campesinos, peones acasillados de las haciendas porfirianas y pueblos enteros despojados de sus parcelas y sus tierras de uso colectivo.
Fue Zapata con el Plan de Ayala, con sus lemas de tierra y libertad y la tierra es de quien la trabaja el que dotó de razones profundas, raíces antiguas y populares a la rebelión extendida por todo el país. Inicié mi entendimiento del pensamiento de Emiliano Zapata y sus amigos, en el curso de derecho agrario en la Facultad de Derecho y en el texto obligatorio de don Lucio Mendieta y Núñez; aprendí que además del derecho privado y del derecho público, que más allá de que la voluntad de las partes es la suprema ley de los contratos y la división de poderes de Montesquieu, existe una rama del derecho que se origina en nuestra patria y se reconoce en la Constitución de 1917, el derecho social del que forman parte los derechos sociales que complementan a las tradicionales garantías individuales del siglo XIX.
A muchos, pero en lugar prominente a Zapata, por su valor personal y su impulso justiciero, y también por su figura de hombre de a caballo y de campo, cercano al pueblo pobre, a los peones, a los campesinos sin tierra y a las comunidades indígenas del sur; a su pensamiento, pero también a su imagen debemos el impulso de los derechos sociales de la Constitución de 1917, derecho a la educación laica, universal y gratuita, los derechos de los trabajadores y el derecho agrario que reconoce la propiedad comunal y ejidal no como una garantía individual sino como un derecho de las comunidades; todo esto hace al personaje una figura respetable que al ser objeto de una distorsión, provoca una reacción natural de rechazo e indignación.
Para pintar a Zapata, para reproducir su imagen icónica, debería de conocerse la historia de la revolución social mexicana; la ley del 6 de enero de 1915, redactada por Luis Cabrera en Veracruz; los planes de Ayala, Sierra Gorda y Texcoco pero principalmente la lucha popular con ideas y también con las armas en la mano.
Son figuras heroicas altamente valoradas por la opinión general del pueblo mexicano, las de los revolucionarios con las carrilleras cruzadas al pecho, a caballo y con el traje propio de la gente de campo, el traje de charro tan ligado al sentimiento de profundo nacionalismo que caracteriza a los mexicanos, en especial a los del centro y el sur del país.
Las ideas se abren paso al impulso de la decisión del pueblo en armas; el anhelo de justicia empuja los cambios, la conciencia de que lo injusto, el abuso, lo inequitativo, debe removerse, surge de raíces históricas de los sentimientos soterrados de pueblos enteros, hartos e indignados y debemos entender que las ideas con tan hondas raíces requieren de símbolos para sostenerse, para hacer adeptos y Zapata fue un caudillo en el tiempo y en el espacio en el que guerreó, pero también es un símbolo popular surgido en ese despertar del siglo XX, como el Che Guevara lo fue para toda América Latina en los años 50 y como Evo Morales lo es para Bolivia y otros pueblos hermanos.
Cada uno en su lugar y en su tiempo encabezaron movimientos históricos para después perdurar como imágenes de la idea y de la acción, las personas se vuelven símbolos y los símbolos deben ser respetados; a sus seguidores les molesta que sean objeto de burla, de juego insolente, de caprichos por más artísticos que sean o que parezcan. No se exigen tierra y libertad con zapatillas de tacón alto, no van con el pantalón del jinete campirano, con los botines de montar, con el revólver al cinto. La historia y los símbolos populares se respetan, deben respetarse.

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