EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 31 de julio de 2022

La invasion Rusa a Ucrania: una pespectiva

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Ilya Matveev es un socialista ruso, economista político y miembro del colectivo editorial de Posl

La invasión de Rusia a Ucrania: una perspectiva antiimperialista

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Fuentes: NUSO

Ilya Matveev es un socialista ruso, economista político y miembro del colectivo editorial de Posle, una nueva revista rusa posicionada contra la guerra.

En esta entrevista analiza los antecedentes de la invasión de Ucrania, el impacto de las sanciones a Rusia y las razones por las que la izquierda internacional debe comprender la realidad del imperialismo ruso y dejar de justificar la invasión

-Muy pocos predijeron que Rusia invadiría Ucrania en la escala en la que lo hizo el 24 de febrero pasado, pero muchos se apresuraron a dar explicaciones sobre las razones por las que Vladímir Putin actuó de ese modo. ¿Cómo explica usted la invasión y la guerra actual?

La noticia de que Rusia había invadido Ucrania el 24 de febrero me dejó completamente conmocionado y desmoralizado. Sin embargo, no me sorprendió del todo porque la posibilidad de que esta invasión pudiera producirse siempre estuvo ahí. La masa de tropas rusas estacionada a lo largo de la frontera ucraniana —casi 200.000 soldados durante más de un año— evidenciaba esa posibilidad. Diría, en ese sentido, que la invasión estaba prevista desde marzo-abril de 2021. Algunos analistas dijeron que la acumulación de tropas en la frontera ucraniana era una especie de farol de Putin, pero el farol no es el estilo de Putin. Según sus principios, si haces alarde de fuerza debes estar preparado para usarla. Así que desde el momento en que Putin reunió a 200.000 soldados en la frontera ucraniana, estaba claro que estaba dispuesto a invadir.

En segundo lugar, tenemos que entender este conflicto desde una perspectiva de más largo plazo. Ya había una guerra entre Rusia y Ucrania antes de la invasión. Si abres la página de Wikipedia sobre la guerra ruso-ucraniana, se refiere a 2014 como el punto de partida de la guerra, cuando Rusia anexionó Crimea. Creo que eso tiene sentido. La guerra en sí puede remontarse al prolongado conflicto que comenzó hace ocho años, cuando Rusia empezó a apoyar a los separatistas en el este de Ucrania y anexionó Crimea. En este sentido, la invasión de febrero es solo la más reciente fase de la guerra. Es verdad que la fase anterior fue a menor escala, pero estamos hablando de no menos de 10.000 soldados rusos que participaron en esa primera fase de la guerra rusa contra Ucrania.

La última fase de la guerra entra en la lógica de este conflicto que comenzó en 2014. Se cruzó un umbral con la anexión de Crimea. Es importante entender esto y separar la historia de Rusia y Ucrania antes y después de esta anexión. Antes, Ucrania había firmado el Memorándum de Budapest en 1994, por el que entregaba sus armas nucleares a Rusia a cambio de garantías de seguridad de que Rusia no atacaría a Ucrania. Putin pisoteó esas garantías al entrar en guerra con Ucrania y ocupar partes del país en 2014-15. Fue entonces cuando comenzó la guerra. Desde ese momento, con la concentración de tropas, se hizo posible una invasión a gran escala. Posible, pero yo diría que no inevitable: lanzar esta invasión fue, en última instancia, una decisión de Putin.

-Muchos analistas afirman que la anexión de Crimea se debió principalmente a preocupaciones de seguridad por parte de Rusia. Algunos sostienen que el motivo principal fue el temor a perder el acceso a su base naval en el Mar Negro, mientras que otros sostienen que la preocupación central de Rusia era el expansionismo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). ¿Es cierto que las acciones de Rusia en Ucrania desde 2014 fueron impulsadas principalmente por esas preocupaciones de seguridad?

No está del todo claro por qué Rusia anexionó Crimea o por qué invadió en febrero. No conocemos con total certeza las razones de Putin. Pero podemos hacer una conjetura. Los dirigentes rusos vieron que Ucrania se estaba alejando de forma decisiva de la esfera de influencia de Rusia y que se estaba alineando con Occidente. Para el Kremlin, una Ucrania independiente de Rusia, en la que las decisiones clave no se toman en Moscú y que se alinea con Occidente, es inaceptable.

Desde el levantamiento de Maidan en 2014, Ucrania ha ido avanzando en esta línea. Desde ese momento, el Kremlin ha demostrado estar dispuesto a hacer todo lo que sea necesario para someter a Ucrania y obligarla a volver a su esfera de influencia. La anexión de Crimea fue probablemente dictada específicamente por el miedo de Rusia a perder su flota del Mar Negro y su base naval en Sebastopol. Para algunas izquierdas, esto sirve de justificación para la anexión de Rusia. Pero, ¿se puede justificar realmente este tipo de agresión preventiva?

Rusia está ahora en proceso de anexar más territorios de un país soberano. Este tipo de agresión preventiva no es un comportamiento normal. Y, claramente, no es aceptable y ni justificable. El problema con el discurso oficial ruso es que trata de fusionar la seguridad rusa con los intereses imperialistas rusos. Siempre hablan de seguridad. Sostienen que Ucrania, de alguna manera, es una amenaza existencial para Rusia. Sin embargo, es Rusia quien comenzó la guerra contra Ucrania, y si esta guerra no es una amenaza existencial –con todo el Occidente contra Rusia– debido a las armas nucleares que posee Rusia, entonces ¿cómo puede representar una amenaza existencial el hecho de que Ucrania se aleje de la esfera de influencia de Rusia? Está claro que una situación así sería mucho más benigna que la guerra que tenemos ahora.

El Kremlin eligió ir a la guerra. Incluso ahora, Rusia se siente lo suficientemente segura como para seguir la guerra, aun con los países occidentales suministrando armas a Ucrania. En mi opinión, esto no tiene que ver con la seguridad, sino con los intereses imperialistas y la ideología imperial que caracteriza al régimen ruso. Tiene una visión imperial hacia el espacio postsoviético y, específicamente, hacia Ucrania. No puede tolerar que Ucrania sea un país soberano. Eso es lo esencial.

-Usted afirma que Ucrania quería acercase a Occidente. Si observamos la trayectoria de Rusia a principios de este siglo, vemos que también tenía el mismo propósito. Sin embargo, en aparente contradicción con esta situación, hemos visto que Rusia no teme enfrentarse directamente a Occidente, tanto en Ucrania como en Siria y otros países, quizás como ningún otro país lo ha hecho. ¿Cómo explica esta contradicción de la Rusia del siglo XXI?

Estoy completamente de acuerdo en que es una paradoja y es difícil de explicar utilizando las teorías existentes del imperialismo. No hay una explicación preparada para este tipo de situación. Pero si nos remontamos a Lenin y Trotsky, un concepto que podemos utilizar para entender mejor a Rusia es el de desarrollo desigual y combinado.

Como parte del sistema capitalista global, podemos ver características del desarrollo desigual y combinado en Rusia. Si nos remontamos a más de 100 años, el antiguo imperio zarista ruso era económicamente débil, pero tenía un ejército desproporcionadamente grande y una influencia igualmente desproporcionada en la política mundial. Rusia se ha caracterizado por esta extraña combinación de debilidad económica y fuerza militar durante mucho tiempo.

En la actualidad, yo diría que Rusia no es un país «normal». Por un lado, tiene a sus oligarcas y su clase dirigente –como cualquier otro país capitalista–, y es evidente que esa clase preferiría unas relaciones mucho más amistosas con el Occidente. Al mismo tiempo, tiene un ejército desproporcionadamente grande que heredó de la Unión Soviética. En términos numéricos es el segundo ejército más grande del mundo, aunque su actuación en Ucrania ha demostrado que mucha gente sobrestimó la fuerza militar de Rusia. Al mismo tiempo, la cultura estratégica soviética ha sido heredada por el régimen ruso.

Esto nos muestra un extraño desequilibrio. Por un lado, hay una clase dirigente orientada a estrechar lazos con Occidente y, por otro, una élite militar, de política exterior y de seguridad nacional –junto con las propias Fuerzas Armadas— que tiene intereses divergentes de los de la clase dirigente. Puede decirse que al menos existe algún tipo de desconexión entre ambos.

Esta es la realidad que tenemos. No podemos negar la existencia del imperialismo ruso solo porque no encaja en nuestra teoría del imperialismo. Lo que tenemos que hacer es desarrollar un verdadero análisis de lo que es Rusia y de lo que hace Rusia, en lugar de intentar acomodar las acciones de Rusia en una especie de noción preconcebida del imperialismo. Tal vez deberíamos incluso actualizar nuestra teoría del imperialismo para explicar mejor la agresión de Rusia a Ucrania.

-¿Por qué insiste en la importancia de que la izquierda global entienda el fenómeno del imperialismo ruso?

Empecemos con una situación contrafáctica. Imaginemos que negamos el hecho de que Rusia es imperialista y solo vemos a los países del centro capitalista como países imperialistas. ¿Qué se derivaría de esa negación del imperialismo ruso? ¿Cómo explicaríamos la agresión rusa si negáramos el status imperialista de Rusia? Inevitablemente, acabaríamos llegando a la conclusión de que las acciones de Rusia en Ucrania no son una agresión, sino una especie de acción defensiva contra el imperialismo occidental, contra el imperialismo de Estados Unidos. Pero esto es patentemente falso, porque Rusia no se está defendiendo; ahora mismo es claro que está atacando

Hay izquierdistas que piensan exactamente esto: que Rusia es una potencia no imperialista que se defiende del imperialismo occidental y, por lo tanto, sus acciones están justificadas. Pero esto simplemente no es cierto. Lo que Rusia está intentando hacer es consolidar su influencia dentro del espacio postsoviético en la región y en Ucrania específicamente, porque Rusia no puede tolerar una Ucrania independiente de su influencia política. Es muy importante reconocer la existencia del imperialismo ruso, junto a la del imperialismo occidental, porque hacerlo nos permite ver claramente quién es el agresor y quién el agredido. Ucrania es claramente la víctima en todo esto.

Las ideas que articulan los dirigentes rusos son abiertamente imperialistas. Dicen que Ucrania no es un país real, que los ucranianos no son una nación real, que Ucrania debería formar parte de Rusia. En esencia, dicen que los ucranianos son básicamente rusos y que, por lo tanto, Rusia debería imponer su control sobre el Estado ucraniano o incluso hacer que Ucrania forme parte de Rusia. Están argumentando en favor de borrar la identidad nacional ucraniana y obligar a los ucranianos a ser rusos. ¿No es esta una clara expresión de imperialismo, al igual que la de los imperios coloniales y de lo que hizo la propia Rusia en el Cáucaso y Asia Central en el siglo XIX? Necesitamos un análisis del imperialismo ruso para diferenciar entre las ambiciones imperialistas y las luchas por la liberación nacional.

-Pero aun si aceptamos que Rusia es imperialista, está claro que no es la principal potencia imperialista del mundo en la actualidad: Estados Unidos sigue ocupando esa posición. Teniendo en cuenta esto, algunos argumentarían que cualquier debilitamiento de Rusia como resultado de una derrota en Ucrania fortalecería en última instancia al imperialismo estadounidense y que, por lo tanto, la mejor solución es un cese de fuego y algún tipo de acuerdo negociado.

Esta es una cuestión táctica, pero por supuesto que es crucial. Empecemos de nuevo con un contrafáctico: supongamos que pedimos un cese de fuego. ¿Cómo garantizaríamos este cese de fuego, incluso si, de alguna manera, Rusia estuviera de acuerdo con él? Un cese de fuego en la situación actual sólo significaría dar a Rusia tiempo para reagruparse y movilizar más fuerzas para luego reiniciar la guerra y conquistar más de Ucrania. El gobierno ruso nunca ha indicado que esté dispuesto a detener esta guerra. De hecho, hay indicios de que sigue manteniendo su objetivo maximalista de conquistar toda Ucrania, incluida Kiev. No veo ninguna prueba de que Rusia haya abandonado esos objetivos. En ese sentido, un alto el fuego solo haría el juego a los rusos y prolongaría la guerra.

En última instancia, la OTAN se verá reforzada como resultado de esta guerra; de hecho, eso ya está ocurriendo a gran escala. El problema es que el desencadenante no fue el accionar de la OTAN, sino la decisión de Putin de invadir. Argumentar que necesitamos una rendición ucraniana para debilitar a la OTAN es de una lógica muy pobre. Permitir que Rusia conquiste más territorios significaría borrar todo lo que es ucraniano en esos territorios. Si permitimos que Rusia siga anexando más y más partes de Ucrania, entonces todo lo que es ucraniano en esos territorios simplemente se borrará. No creo que Rusia tolere siquiera que se hable la lengua ucraniana en esas zonas. Hay indicios, por ejemplo, de que se está obligando a los profesores ucranianos de los territorios ocupados a estudiar ruso para integrarse en el sistema educativo del país ocupante.

Creo que la lógica expresada por parte de la izquierda internacional de que se puede luchar contra la OTAN a través de Rusia es realmente muy problemática. Esa lógica lleva a argumentar que Rusia está luchando contra la alianza atlántica, así que por lo tanto Rusia debería ganar de alguna manera para debilitarla. Pero no es la tarea de Rusia debilitar a la OTAN. Es la tarea de la izquierda occidental tratar de debilitar a la OTAN y de sustituirla por un nuevo sistema de relaciones internacionales.

Estoy de acuerdo en que la OTAN es una alianza imperialista y que, a pesar de lo que dicen, no es una alianza defensiva. Hemos visto a la OTAN pasar a la ofensiva varias veces en varios países. La OTAN es una entidad beligerante, pero no debemos luchar contra ella deseando una victoria rusa. No se trata de una especie de juego de suma cero en el que los izquierdistas occidentales deberían alentar al otro equipo, al otro campo. Esa es una lógica campista, una lógica «tanquista», que rechazo absolutamente.

Lo que las izquierdas tienen que hacer, en mi opinión, es pensar cómo podría ser una nueva arquitectura de seguridad global, pensar qué nuevo sistema de relaciones internacionales podría sustituir a la OTAN, y luchar por el poder gubernamental para hacer realidad esta nueva arquitectura de seguridad. Esa es para mi la tarea de la izquierda internacional. Por su parte, la tarea de la izquierda rusa es detener la agresión imperialista que está llevando a cabo Rusia. No hay otra opción. Es imposible que la izquierda rusa tolere o justifique de algún modo este tipo de agresión.

Decenas de miles de civiles y soldados ucranianos y rusos ya han muerto en Ucrania. Esto es una catástrofe. Esta invasión no tiene sentido, ha empeorado la situación para todos: los ucranianos, los habitantes del Donbas y también la población rusa. Es una catástrofe desde cualquier perspectiva que se mire. Lo mejor que podría ocurrir es el fin inmediato de esta guerra mediante la retirada de las tropas rusas y la vuelta, al menos, al statu quo que existía antes del 24 de febrero.

-¿Cómo han afectado las sanciones a la economía rusa?

Las sanciones no han provocado un colapso de la economía rusa. Algunos expertos esperaban que se desplomara bajo el peso de estas sanciones sin precedentes, pero no ha ocurrido así. Sin embargo, al mismo tiempo yo diría que el impacto de las sanciones a la economía rusa ha sido dramático, y que a mediano y largo plazo el impacto será completamente devastador.

Es imposible que Rusia se desarrolle bajo este tipo de régimen de sanciones. No puede desarrollarse en absoluto debido al colapso de las importaciones de todo tipo de bienes y servicios avanzados de Occidente, y de muchos países que no están geográficamente en el Occidente, como Japón y Corea del Sur. No poder importar esos bienes y servicios avanzados significa que Rusia no puede avanzar tecnológicamente, y que la brecha entre Rusia y el resto del mundo se ampliará con el tiempo. Rusia no puede hacer nada al respecto; la única esperanza es debilitar o poner fin a las sanciones. Por supuesto, las consecuencias de las sanciones para la población ya se están dejando sentir. Hay una crisis económica muy fuerte, una inflación creciente y un desempleo en cascada.

Rusia ya era un país pobre, así que ver las repercusiones que están teniendo las sanciones es muy desgarrador para un socialista, porque siempre abogamos por quienes están más abajo en la escala social. Por eso no puedo aplaudir estas sanciones como hacen algunos en Occidente, diciendo que le darán una lección al pueblo ruso. Hasta dos tercios de los rusos no tienen ahorros y solo pueden comprar lo que necesitan de comida y ropa. Adquirir bienes de consumo duraderos es, para ellos, extremadamente difícil. Rusia es un país pobre y ahora, además, tiene sanciones que destruirán aún más la vida de la gente trabajadora. Todo esto es muy devastador, pero, al mismo tiempo, no es posible culpar a Occidente de esto porque, en última instancia, fue la agresión de Putin la que creó esta situación. ¿Qué otra cosa podían hacer los países occidentales? ¿Simplemente permitir que Rusia continúe con su agresión? ¿Cuál era la alternativa?

Creo que habría que introducir algunas modificaciones en el régimen de sanciones. Por ejemplo, desde un punto de vista moral, Occidente debería hacer todo lo posible para permitir que las empresas médicas sigan operando en Rusia, permitir los envíos de medicamentos y continuar la cooperación en el ámbito médico, porque los enfermos no son responsables de esta guerra. La catástrofe que se está produciendo en la sanidad rusa es innecesaria, no debería estar ocurriendo. Pero en términos globales, yo diría que no había otra opción que imponer sanciones. Era inevitable. La mejor oportunidad para levantar las sanciones es detener la guerra y que Rusia retire las tropas de Ucrania.

-Las sanciones han tenido el supuesto efecto de socavar el apoyo a Putin, ¿se están produciendo grietas en la base de apoyo de Putin por hecho de la guerra?

Es muy difícil de saber porque todas las encuestas de opinión de Rusia son muy poco fiables. El nivel de represión hace que los sondeos carezcan de sentido, ya que cualquier tipo de crítica a la guerra puede suponer que te envíen a la cárcel hasta por 15 años. Imaginemos entonces que un sociólogo se acerque a alguien y le pregunte: «¿Apoya usted la guerra?», «¿Le gusta Putin?» «¿Aprueba las acciones de Rusia?», y el encuestado dice «No, no me gusta la guerra». Simplemente pensará que lo siguiente que oirá es: «Por favor, ingrese a esta patrulla policial». Por eso nos llegan encuestas de Rusia que muestran 80% de apoyo a la guerra, 90% de apoyo a Putin. No tienen mucho sentido.

La dinámica actual del país no está absolutamente clara para mí. Pero sabemos que numerosos sociólogos y antropólogos, que en lugar de realizar encuestas se limitan a hablar con la gente común, afirman no hay un verdadero entusiasmo por la guerra dentro de la sociedad rusa. La gente simplemente la acepta porque no tiene otra opción. Así que no protestan, sino que asumen la situación porque se ven obligados a hacerlo.

Este tipo de mentalidad probablemente continuará, pero creo que el impacto de las sanciones se sentirá cada vez más a lo largo de este año. En concreto, es probable que el desempleo aumente después de las vacaciones de verano, habrá cientos de miles de trabajadores más que perderán sus puestos de trabajo. Esto podría llevar a algún tipo de malestar, a ciertos focos de protesta. Creo que, a pesar de la represión, es posible que se produzcan protestas en algunas partes del país porque algunas ciudades están quedando devastadas. Hay lugares que dependen totalmente de las industrias que ahora están cerrando por la falta de importaciones. Hay pueblos enteros que dependen de fábricas que han dejado de producir porque no tienen los componentes que necesitan de Occidente. Esto ya está ocurriendo.

Creo que estas ciudades podrían convertirse en fuentes de actividad de protesta. Si esto ocurre, estas protestas deberían recibir total apoyo dentro de Rusia e internacionalmente, porque serán protestas laborales, protestas de los trabajadores. No puedo asegurar que esto vaya a pasar, pero es una posibilidad real.

Federico Fuentes es miembro del colectivo editorial de Green Left y editor de la revista LINKS International Journal of Socialist Renewal.

Fuente: https://nuso.org/articulo/la-invasion-de-rusia-a-ucrani-una-perspectiva-antiimperiali

Colombia-EU: poner fin al entrenamiento de EU en AL

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Colombia-EE.UU.

Poner fin al entrenamiento en la Escuela de las Américas

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Fuentes: Rebelión

La militarización en América Latina es una realidad que tiene muchos rostros y no sólo se refiere al aumento en la compra de material bélico.

No sólo hay que detener la compra de más armamento militar y policial sino también hay que terminar con el entrenamiento que inyecta la ideología del enemigo interno, de la Doctrina de la Seguridad Nacional, de la guerra y la represión como solución a los conflictos.

A lo anterior, sin duda, las políticas de Estado deben orientarse a trabajar para terminar con las raíces de fondo que encierran los conflictos sociales que son generados por el sistema neoliberal que es el responsable de la pobreza, de la exclusión, de la desigualdad estructural, de todo tipo de saqueo, de la destrucción de la naturaleza y de nuestros bienes comunes.

Desde Chile, y seguramente desde muchos lugares del mundo, seguimos con atención la entrega del Informe final de la Comisión de la Verdad de Colombia presidida por el sacerdote jesuita Francisco de Roux.

Es importante mencionar que dentro de los hallazgos que aparecen en el Informe Final de la Comisión de la Verdad de Colombia se establece que la relación con EE.UU. ha sido muy importante y ha incidido negativamente en el conflicto armado. Los hechos, confirman esa verdad. Colombia es uno de los lugares más peligrosos del mundo para las y los defensores de derechos humanos.

El Informe Final (1) de la Comisión de la Verdad señala textualmente que:

«Las relaciones internacionales con Estados Unidos han sido fundamentales en la construcción del modelo de seguridad imperante en Colombia hasta hoy”.

“Colombia ha aceptado el marco discursivo que ha planteado el gobierno de Estados Unidos desde la década de 1950: primero, la guerra contra el comunismo; segundo, la guerra contra las drogas, y tercero, la guerra contra el terrorismo”.

“Los modelos contrainsurgente, antidrogas y antiterrorista han resultado funcionales a una mentalidad que se ha dirigido a la guerra, no a la apertura política y democrática ni a las reformas sociales…».

El informe indica cinco aspectos centrales de esta injerencia negociada:

  • “La doctrina contrainsurgente que ha tenido como centro la construcción de la idea del enemigo interno”.
  • “La privatización de la seguridad, primero recomendando la creación de grupos paramilitares y, luego, en menor medida, con el uso de compañías militares y de seguridad privada en el marco de la cooperación binacional”.
  • “La focalización de recursos para protección de intereses económicos de compañías multinacionales”.
  • “Los recursos y prioridades claras para combatir a las guerrillas, pero escasos contra el paramilitarismo”.
  • “La materialización de la asistencia militar en formación, armamento, recursos financieros y equipamiento, acompañada de metas y resultados esperados que, en la práctica, llevaron a cometer violaciones a los derechos humanos e infracciones al DIH. Esta asistencia tuvo una escasa fiscalización, tan solo algunas rendiciones de cuentas en el Congreso estadounidense».

El informe referido, indica que «en este contexto se reestructuró la fuerza pública, sus integrantes recibieron entrenamiento militar en la Escuela de las Américas y en bases militares estadounidenses, se ajustaron los manuales y reglamentos militares y de policía y se desarrolló la inteligencia contrainsurgente. Así mismo, se profundizó la militarización de la Policía”.

¿Qué es la Escuela de las Américas?

Para quienes no conozcan, la Escuela de las Américas es una academia militar del Ejército de los EE.UU. y fue fundada en 1946 en Panamá. Inicialmente se le conoció como Centro de Adiestramiento Latinoamericano del Ejército de los EE.UU.

En 1963 fue que adoptó el nombre propiamente tal de Escuela de las Américas (SOA o School of Americas, en inglés).

En 1984, por los Tratados Torrijos-Carter, tuvo que abandonar Panamá y se trasladó al Fuerte Benning, en Georgia, EE.UU., donde sigue operando.

Vale recordar que el presidente panameño Jorge Illueca describió a la Escuela de las Américas como «la base más grande para la desestabilización en América Latina».

En 1996 se conocieron públicamente los manuales de entrenamiento (2) que eran utilizados en la Escuela de las Américas del Ejército de los EE.UU. sobre contrainsurgencia, operaciones psicológicas, terrorismo, entre otros.

El diario The New York Times señaló entonces que “un manual de capacitación publicado por el Pentágono recomendaba técnicas de interrogatorio como la tortura, la ejecución, el chantaje y el arresto de los familiares de los interrogados” (3).

Muchos de los peores violadores de los derechos humanos de América Latina se han formado en esta academia militar y han seguido practicando y transmitiendo a otras generaciones las lecciones militares aprendidas en los Estados Unidos.

En enero de 2001, por las protestas y la mala reputación de la Escuela de las Américas, esta pasó a llamarse Instituto de Cooperación y Seguridad del Hemisferio Occidental (WHINSEC, en sus siglas inglés).

Ese es su nombre actualmente y siguen dando entrenamiento a tropas de Colombia, de América Latina y el Caribe. Algunos piensan que se cerró pero simplemente fue un cambio de letrero, un cambio de nombre.

En octubre de 2020, SOA Watch en conjunto con FOR Peace Presence y con el Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina «Óscar Romero» (SICSAL) presentó ante la Comisión de la Verdad de Colombia, el informe titulado “Desde el Inicio y hasta el Final: Estados Unidos en el Conflicto Armado Colombiano” (4).

Colombia es, históricamente, el país número uno que hace más envíos de tropas a la Escuela de las Américas, ahora llamada WHINSEC, como también a otros centros de entrenamiento en los Estados Unidos.

Pero también, viajan instructores estadounidenses a Colombia como a diversos países del continente para dar entrenamiento militar.

Desde la fundación de la SOA, a la fecha, se calcula que más de 19.000 militares y policías colombianos han sido entrenados por la Escuela de las Américas – WHINSEC.

Entre 1999 y 2018, Estados Unidos dio capacitación militar a más de 110.000 efectivos de Colombia en diversos centros de entrenamiento militar.

El año 2021, se entrenaron 687 tropas colombianas en la SOA-WHINSEC (5).

Varios generales y militares involucrados en los casos de “falsos positivos” en Colombia han recibido entrenamiento en la Escuela de las Américas. Los que lideraron el golpe de Estado en Honduras, el 2009, contra el presidente Manuel Zelaya, fueron entrenados en la Escuela de las Américas. Los militares que participaron en el golpe de Estado, el 2019, contra Evo Morales, en Bolivia, también fueron entrenados por EE.UU. Finalmente, varios de los mercenarios colombianos que asesinaron al presidente de Haití, Jovenel Moïse, fueron entrenados en la Escuela de las Américas.

El Informe Final de la Comisión de la Verdad de Colombia recomienda, entre otros, (1):

“Al Gobierno Nacional y al Congreso de la República adoptar una nueva visión de seguridad para la construcción de paz, enmarcada en el enfoque de seguridad humana, que se centre en la protección de la vida de las personas y las comunidades sobre la base del respeto del principio de pluralismo democrático y del principio de la dignidad humana”.

“Al Gobierno Nacional y al Congreso de la República, en caso de tratados internacionales, someter los acuerdos de cooperación internacional en materia militar a procedimientos de debate público y transparente en el que participe la ciudadanía y los organismos de control según sus competencias. En particular, se deberán someter a este debate aquellos que brinden inmunidad a agentes extranjeros sobre violaciones de derechos humanos e infracciones al DIH cometidos en Colombia”.

Es importante que el nuevo gobierno de Colombia, que será presidido por Gustavo Petro, revise las políticas de defensa, de seguridad, y de “cooperación” militar que se mantienen con los EE.UU., desde la subordinación, para que se camine para la construcción de una política nacional de defensa propia a favor de la paz y el respeto de los derechos humanos.

Entre otros, se debiera terminar con los envíos de tropas colombianas a la Escuela de las Américas – WHINSEC. Seguro hay otras escuelas donde los militares y la policía de Colombia, y de todo nuestro continente, pueden ser enviados para aprender lecciones de paz, resolución no violenta de conflictos, y derechos humanos.

Finalmente, en La Esperanza, Intibucá, en Honduras, el año 2008, conocí a Berta Cáceres, una gran compañera, lideresa social, que fue asesinada el 2016. Entre sus asesinos hay algunos que fueron graduados de la Escuela de las Américas.

La conocí en el marco del II Encuentro Hemisférico Frente a la Militarización y quiero terminar con un lema acuñado en esa reunión: “Para callar las armas, hablemos los pueblos”. Es la hora de ser escuchados y de comenzar a cambiar la historia.

Ponencia presentada virtualmente al “Seminario Internacional: Desarme Integral en América Latina y el Caribe” realizado el 26 de Julio en Colombia.

Foto: Archivo de SOAWatch

Referencias:

(1) Hay Futuro si hay Verdad, Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Hallazgos y Recomendaciones.
https://www.comisiondelaverdad.co/hay-futuro-si-hay-verdad

(2) Los Manuales de la Escuela de las Américas.
https://soaw.org/wp-content/uploads/2021/01/CompilacionManualesSOA.pdf

(3) School of the Dictators, Sept. 28, 1996 The New York Times.
https://www.nytimes.com/1996/09/28/opinion/school-of-the-dictators.html

(4) Informe “Desde el Inicio y hasta el Final: Estados Unidos en el Conflicto Armado Colombiano” presentado ante la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición el 7 de octubre de 2020.
https://soaw.org/wp-content/uploads/2020/10/InformeCEV.pdf

(5) Graduados SOA
https://soaw.org/graduados-de-soa

Pablo Ruiz: SOA-Watch

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en o

Ensayo sobre Gramsci como historiador

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Entrevista a Giaime Pala sobre su libro La fuerza y el consenso: ensayo sobre Gramsci como historiador (Editorial Comares, 2021)

Gramsci: «un comunista que quería cambiar la sociedad»

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Fuentes: Rebelión [Imagen: El autor del libro, Giaime Pala. Créditos: Espai Marx]

Giaime Pala se licenció en Letras en la Università degli Studi de Cagliari (Italia) y es doctor en Historia por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona con una tesis sobre el PSUC (Teoría, práctica militante y cultura política del PSUC (1968-1977)) dirigida por Francisco Fernández Buey. Actualmente enseña Historia Contemporánea en la Universitat de Girona. Ha publicado numerosos trabajos sobre la política y la cultura catalanas del siglo XX y acerca de la historia del comunismo español. Entre sus últimos trabajos destacan: Cultura clandestina. Los intelectuales del PSUC bajo el franquismo (Comares, 2016), «Nación y revolución social. El pensamiento y la acción del joven Jordi Solé Tura» (Historia y Política, 2019), «Aperturismo en la España franquista (1950-1969)» (Historia social, 2020).

Giaime Pala forma parte también del consejo de redacción de la revista Segle XX. Revista catalana d’Història.

Centramos nuestra conversación en su último libro: La fuerza y el consenso. Ensayo sobre Gramsci como historiador, Granada: Editorial Comares, 2021.


Salvador López Arnal.- Abres el libro con una hermosísima carta de Gramsci a su hijo Delio de fecha indeterminada. Copio un fragmento: «Yo creo que te gusta la historia, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad, porque se refiere a los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres, a cuantos más hombres sea posible, a todos los hombres del mundo en cuanto se unen en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede no gustarte más que cualquier otra cosa». ¿Una consideración metahistórica central en Gramsci? ¿Hasta el final de sus días?

Giaime Pala.- El amor por la historia fue una constante en su vida. Lo podemos constatar desde sus cartas al padre de los años de la escuela secundaria hasta sus últimas cartas a los hijos. Y naturalmente en sus escritos (pre)carcelarios. Si bien los Cuadernos de la cárcel revelan una clara tendencia de Gramsci a la multidisciplinariedad y la transversalidad temática, hay base para decir que sus dos grandes pasiones intelectuales fueron siempre la lingüística, materia en la que tenía previsto especializarse en la universidad, y la historia. Si la pasión por la política no le hubiese alejado de la academia hacia 1915-1916, podría haberse convertido en un gran estudioso de cualquiera de estas dos materias.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué Gramsci se hizo historiador en la cárcel?

Giaime Pala.- Se hizo historiador porque comprendió que, sin un estudio de las características de la formación y el desarrollo del Estado unitario italiano, no podía descifrar los acontecimientos que él vivió en edad adulta, como el desmoronamiento de la Italia liberal, las contradicciones y la derrota del movimiento socialcomunista en la inmediata posguerra mundial y la instauración de la dictadura fascista. En la segunda mitad de los años veinte, tuvo definitivamente claro que el presente era un fruto complejo del pasado del país. Debía, pues, estudiar ese pasado, porque en él encontraría muchas de las respuestas que andaba buscando.

Salvador López Arnal.- Te cito: «Este es un libro sobre el Antonio Gramsci historiador. Un Gramsci muy poco conocido en España y en los países americanos de lengua castellana». Señalas también que no es ninguna casualidad que las notas más historiográficas de Gramsci, «para entendernos las que fueron publicadas en 1949 con el título genérico de Il Risorgimiento», no hayan sido publicadas en España ni tampoco lo es que los introductores españoles de los Cuadernos las hayan esquivado en sus monografías. ¿Descuido, ignorancia, perspectiva equivocada, se ha infravalorado su importancia? ¿Tan difícil resulta aproximarse a esta arista de la obra gramsciana?

Giaime Pala.- No es fácil analizar al Gramsci historiador, porque en los Cuadernos él realizó una interpretación de la historia contemporánea de Italia, no una síntesis. Por eso examinó solo aquellos aspectos, personajes y cuestiones que consideraba esenciales para la articulación de su razonamiento histórico. Te doy un ejemplo: en sus notas carcelarias, que eran personales, no necesitaba explicarse la expedición militar de Garibaldi al sur de Italia de 1860, que conocía bien. Lo que quería hacer era interpretar dicha expedición en el marco de un análisis histórico del proceso de unificación italiana. Y así hizo con todo lo que vendría después hasta la consolidación del fascismo. Esto supone un problema para quienes no tengan un cierto conocimiento de la historia italiana. Probablemente aquí en España se conocen, ni que sea de forma básica, las figuras de Mazzini y de Cavour. Pero, más allá de los historiadores especialistas en siglo XIX, muy pocos conocen sus trayectorias políticas y vitales. Menos todavía se sabe de otros personajes clave como Francesco Crispi, Giovanni Giolitti y Vincenzo Gioberti o de la historia italiana hasta los años veinte. Así las cosas, se entiende que los introductores de Gramsci en España, casi todos politólogos y filósofos, esquivaran las notas más históricas de Gramsci en sus trabajos. Uno de los objetivos de mi libro era poner al lector en las condiciones de entender al Gramsci historiador no solo hablando de sus notas de interpretación histórica, sino también añadiendo algunos capítulos míos que conformaran una síntesis de la historia de Italia desde la etapa napoleónica hasta 1926. Creo que era la única manera para dar a conocer al Gramsci historiador a un público no italiano.

Salvador López Arnal.- Te vuelvo a citar: «En la medida en que el lector llegue a asimilar y dominar los principales conceptos políticos gramscianos dentro de una narración centrada en hombres y dinámica históricas reales, habré cumplido con el segundo objetivo que me he trazado». Visto así, ¿no se corre el riesgo de vincular muy estrechamente categorías histórico-políticas y determinados contextos históricos limitando de este modo el alcance, la validez de esas nociones a esos momentos históricos? ¿Qué garantía tenemos que nos puedan ayudar a comprender otros contextos distintos del que surgieron?

Giaime Pala.- Uno de mis objetivos era demostrar que las principales categorías políticas gramscianas nacen de –o se apuntalan con– sus reflexiones historiográficas: desde «hegemonía», «revolución pasiva», «jacobinismo», «transformismo», «guerra de posición/guerra de maniobras» hasta «intelectual orgánico», «cuestión meridional», «conformismo social», «Estado alargado», «cesarismo», «crisis de autoridad» y «americanismo y fordismo». De manera que el libro, aun partiendo del estudio de Gramsci como historiador, quiere ser también una introducción al pensamiento de Gramsci en su conjunto. En cuanto al peligro de que sus ideas no tengan validez en la actualidad, yo partiría de una justa premisa que Manuel Sacristán señaló en su momento; a saber: que Gramsci es un clásico de la cultura y del pensamiento político contemporáneos. Como tal, es un autor que nos enseña a pensar de forma libre y honesta intelectualmente. No se trata de buscar en sus páginas ideas mecánicamente aplicables en nuestro tiempo, sino de verlo como un ejemplo de análisis político. Un clásico no es útil porque nos proporciona un vademécum político inmediatamente operativo, sino porque nos ayuda, con su pulcritud metodológica y su brillantez intelectual, a elaborar autónomamente las respuestas que necesitamos ahora. No es poco, la verdad.

Giaime Pala durante una conferencia. Créditos: Espai Marx

Salvador López Arnal.- Sostienes en el capítulo 6 que los Cuadernos se han de leer por entero para acabar de aprehender su riqueza teórica. ¿No es posible entonces una lectura parcial con garantías? ¿No es posible centrarse, por ejemplo, en el Cuaderno 11 para hacerse una idea cabal de las consideraciones gramscianas sobre ciencia y filosofía, por ejemplo?

Giaime Pala.- Sí que es posible, por lo menos para aprehender los conceptos más importantes de una forma básica. La célebre «edición temática» de los Cuadernos, enucleada a partir de los «cuadernos especiales» (los cuadernos que agrupaban y desarrollaban notas sobre un mismo tema) y preparada bajo la supervisión de Palmiro Togliatti en la segunda posguerra mundial, tenía el fin de facilitar la recepción inicial de un conjunto de materiales ciertamente complejo de desentrañar. Pero el pensamiento gramsciano tiene una fuerte vocación unitaria, en el sentido de que, directa o indirectamente, la mayoría de los 29 cuadernos están entrelazados y se remiten mutuamente. Esto es algo que Togliatti sabía y que le llevó a autorizar en 1962 la preparación de una «edición crítica» de los Cuadernos que presentara la totalidad de los cuadernos tal y como los redactó Gramsci. Esta es la edición que permite afrontar un estudio global del pensamiento gramsciano, que es la clave para emprender cualquier tipo de investigación detallada acerca de este autor. Yo mismo, para dar cuenta del Gramsci historiador, he utilizado intensamente más de la mitad de los 29 cuadernos.

Salvador López Arnal.- El lenguaje, los conceptos, las expresiones usadas por Gramsci en los Cuadernos, ¿son prudente camuflaje ante la censura fascista o fruto de una auténtica y sugerente revolución político-cultural en el ámbito de la tradición marxista? ¿Ambas cosas a la vez?

Giaime Pala.- Son ambas cosas a la vez, pero que hay que explicar bien este punto. El lenguaje que Gramsci utilizó en los Cuadernos no resulta fácil de utilizar porque es el lenguaje de una persona que escribía en la cárcel fascista y sobre temas de actualidad. El peligro de la censura, pues, en algunos casos le empujó a utilizar perífrasis y definiciones crípticas para referirse a determinados conceptos y personajes del presente. Pero también es cierto que, al tratarse de apuntes privados –y que por tanto no estaban pensados para una publicación–, Gramsci escribió al mismo tiempo de forma creativa, recuperando y resignificando conceptos y definiciones que encontraba en autores del pasado o incluso adoptando expresiones y léxico del enemigo. Lógicamente, él se entendía perfectamente. Nosotros, en cambio, necesitamos un cierto esfuerzo intelectual para dominar su lenguaje. Todo autor que quiera escribir sobre Gramsci ha de ser consciente de que no puede sacralizar sus palabras más importantes y que tiene que glosarlas mediante un lenguaje comprensible y actual. En fin, y para responder a tu pregunta con un ejemplo, lo importante de la palabra «hegemonía» es el razonamiento político que hay detrás, no la palabra en sí. Y el razonamiento sí que es el fruto de una sugerente renovación de la tradición marxista.


«Todo autor que quiera escribir sobre Gramsci ha de ser consciente de que no puede sacralizar sus palabras más importantes y que tiene que glosarlas mediante un lenguaje comprensible y actual.»


Salvador López Arnal.- Afirmas que Gramsci fue un gran lector, asunto nada fácil. ¿En qué se fundamenta tu aseveración? ¿En lo que podemos observar en los Cuadernos?

Giaime Pala.- Fíjate que la primera carta carcelaria Gramsci la envió a Clara Passarge, la dueña del piso donde vivía cuando fue arrestado en noviembre de 1926. Básicamente le pidió que le enviara libros que tenía en su habitación. En efecto, desde el primer momento del cautiverio, Gramsci se aferró a la lectura para no deteriorarse intelectualmente, como demuestra también la relación epistolar con su cuñada, Tatiana Schucht. Llegó a leer un libro al día utilizando las bibliotecas de los penales en los que estuvo recluso. Y, cuando su amigo (y gran economista) Piero Sraffa le abrió una cuenta en una librería de Milán, se volcó sistemáticamente en la lecturas de libros, revistas y materiales que le interesaban para su plan de trabajo. Normalmente, en España se presta atención solo a las notas teóricas que Gramsci redactó en la cárcel. Pero los Cuadernos contienen también numerosas reseñas de libro que brillan por sus agudez y capacidad de síntesis y donde Gramsci formuló reflexiones que enriquecen y a veces completan las notas más teóricas. Fue un lector extraordinario, capaz de sacar de cada lectura toda su utilidad.

Salvador López Arnal.- Para los asuntos que tratas en tu libro, ¿no tiene mucho interés el Gramsci anterior a los Cuadernos?

Giaime Pala.- Por supuesto que lo tiene. En el último capítulo del libro dedico todo un apartado a la interpretación del fascismo que Gramsci articuló en los escritos precarcelarios (1919-1926). En mi opinión, hay un punto de inflexión en 1924. Antes de ese año, Gramsci subestimó la capacidad de maniobra política del fascismo, al verlo como una guardia pretoriana de las grandes burguesías industrial y agraria y de las élites liberales espantadas por la fuerza que el movimiento obrero italiano había desplegado en el bienio 1919-1920. A partir de finales de 1924, en concomitancia con la aceleración del autoritarismo de Mussolini, empezó a ver que el fascismo no era un mero movimiento en manos de la burguesía italiana, sino que se proponía proteger esta burguesía no sin imponerle su autoridad después del declive de los partidos liberales. El fascismo, en definitiva, tenía su autonomía política. Por otra parte, en sus últimos escritos precarcelarios, como las «Tesis» que presentó en el III Congreso del Partido Comunista de Italia, celebrado en enero de 1926 en Lyon (Francia), y el ensayo Algunos temas sobre la cuestión meridional, escrito en septiembre-octubre del mismo año, Gramsci hizo sus primeras incursiones en la historia contemporánea de Italia como vía para comprender mejor el presente. Estas primeras conclusiones e intuiciones fueron luego mejoradas y ampliadas en los Cuadernos.

Salvador López Arnal.- ¿En qué sentido dices que fueron mejoradas y ampliadas?

Giaime Pala.- Por un lado, el estudio del proceso de unificación italiana que realizó en la cárcel le permitió a Gramsci perfilar mejor las características del Reino de Italia, cuya vida política fue liberal pero no democrática. Mientras pudo –es decir, hasta la Primera Guerra Mundial–, la clase dirigente liberal intentó excluir a las masas del juego político nacional haciendo un uso abundante de la represión o incluso esterilizando el potencial transformador del sufragio universal masculino (concedido solo en 1912) mediante la cooptación de los líderes del Partido Socialista Italiano en la política oficial. La Gran Guerra y la Revolución rusa de 1917 lo cambiaron todo, ya que insertaron definitivamente a las masas populares en la escena política y las radicalizaron. Las políticos liberales, elitistas y clasistas, no estaban programados para encarar esta nueva situación, perdieron su autoridad y entraron definitivamente en crisis. Para Gramsci, el fascismo fue una solución contundente y de emergencia para salir de una fase de equilibrio estático y autodestructivo entre las fuerzas liberales, que querían mantener el poder, y las fuerzas del movimiento obrero y campesino, que querían subvertirlo. Fue, en suma, un cesarismo armado que ofreció a los potentados industriales y agrarios de siempre la posibilidad de mantener su dominio social a cambio de su lealtad política al mussolinismo. No solo esto: pese a su carácter violento y totalitario, en la cárcel Gramsci vio la dictadura fascista como un sistema en cierto modo más funcional que el régimen liberal para la política de los años veinte y treinta. Me explico. Mussolini salió ganador no solo por la fuerza paramilitar de su movimiento o por la ayuda que recibió de los grandes empresarios en los primeros años veinte, sino también porque entendió dos nuevas características de la época de posguerra: la necesidad de encuadrar a los ciudadanos en un régimen reaccionario de masas que los activara políticamente (algo que, insisto, estaba fuera de la mentalidad de los liberales), y la necesidad de dar un mayor protagonismo al Estado en la economía, a través de la doctrina corporativista, después del fin de la economía tendencialmente de laissez faire de antes de la guerra. El fascismo, a diferencia de los liberales, dio respuestas a estas cuestiones ineludibles. Pero las suyas fueron respuestas equivocadas, porque la movilización autoritaria de la población no habría aguantado mucho tiempo sin una mejora de las condiciones materiales de las clases populares, y el corporativismo fascista, pese a su grandilocuente retórica interclasista, en realidad no atacaba los intereses de las elites industriales y agrarias italianas. En definitiva, el fascismo no era tan sólido como parecía en los años treinta. Gramsci estaba convencido de que el movimiento obrero italiano podía recuperarse y relanzarse.

Salvador López Arnal.- Hablando de hegemonía, ¿no hay demasiadas lecturas-interpretaciones de esta categoría gramsciana? ¿Cuál es la tuya? ¿Dirección de los aliados más dominio de los adversarios?

Giaime Pala.- En el debate político actual se abusa de esta palabra. En esencia, es una categoría con la que Gramsci indicaba la capacidad de atraer y dirigir a las fuerzas potencialmente aliadas de tu proyecto político y, al mismo tiempo, de dominar o neutralizar a tus opositores. Naturalmente es un objetivo difícil de alcanzar y que no se obtiene siempre de la misma manera. Verbigracia, en el libro explico por qué Gramsci vio la acción de Cavour como ejemplo de una política hegemónica en el Ochocientos. Pero en el siglo XX las cosas habían cambiado. Máxime para un movimiento como el comunista, que había nacido al calor del ejemplo bolchevique ruso. Siguiendo algunas reflexiones autocríticas del último Lenin, Gramsci entendió que la toma del poder por parte de los bolcheviques rusos mediante la insurrección armada fue posible por el atraso de la sociedad civil rusa. Una vez atacado y derribado el Estado, que en «Oriente» (Rusia) había de entenderse solo como los órganos de gobierno y el aparato técnico y burocrático del Imperio de los Romanov, no había nada que defendiese al sistema de poder existente. En Occidente, donde las sociedades eran mucho más fuertes y mejor organizadas, este método era inviable. En este sentido, ejercer una política hegemónica en el Occidente capitalista implica que el doble objetivo de construir un bloque social de aliados y de neutralizar a los adversarios no puede conseguirse solo con la fuerza que otorgan los instrumentos clásicos de gobierno como el parlamento, la policía, la Magistratura y hasta la escuela, sino que también precisa del consenso de los ciudadanos; un consenso que se obtiene a través de una estrategia política que sepa interpretar las necesidades de tus aliados y las debilidades de tus adversarios y trabajando en los espacios de la sociedad civil como los sindicatos, los medios de comunicación, las estructuras culturales y recreativas o incluso las instituciones eclesiásticas. Una política hegemónica es aquella en la que la fuerza que da el poder se equilibra constantemente con el consenso activo de los ciudadanos. Cuando Gramsci hablaba de estas cosas pensaba sobre todo en un partido que ya estuviera en el poder y que pudiese contar con sus instrumentos. Para una fuerza que estaba en la oposición, como el movimiento obrero italiano, se trataba de hacer sobre todo una política contrahegemónica en la sociedad civil. De prepararse, en fin, para proyectar una fuerte influencia sociopolítica y cultural antes de ir al poder.


«En el debate político actual se abusa de la palabra hegemonía.»


Salvador López Arnal.- Te pregunto por otras categorías centrales de Gramsci. Por ejemplo, clases o grupos subalternos. ¿Qué era para él el sentido común de las clases subalternas?

Giaime Pala.- En los Cuadernos, Gramsci no usó los sintagmas «clase obrera» o «clases populares» para referirse a los sectores sociales humildes y explotados. Usó el sintagma «clases subalternas». Porque lo que define a estas clases no es solo su condición socioeconómica, sino también –y diría que sobre todo– su subalternidad político-cultural. Quien es subalterno no es autónomo, en el sentido de que no capaz de pertrecharse de una visión propia y coherente del mundo con la que pensar la transformación social. De modo que quien no es autónomo está destinado a ser asimilado y/o neutralizado por otros sectores sociales caracterizados por una cultura política y una formación cultural más robustas. Si las clases subalternas querían ser protagonistas, tenían que ser más autoexigentes y aumentar su preparación cultural-política, gracias también a sus vanguardias e intelectuales. Si entendemos esto, comprenderemos también su idea de «sentido común». En sus notas, Gramsci habló de «sentido común» y de «buen sentido» (buon senso), dos conceptos que en italiano no son exactamente sinónimos. El «buen sentido» es una expresión que se acerca mucho al «sentido común» al que apelan los políticos españoles supuestamente sensatos y cercanos a los sentimientos (justos) del pueblo llano. El «sentido común», en cambio, es utilizado en Italia para indicar una opinión difusa aunque no necesariamente correcta. Esta pequeña diferencia semántica ha estimulado la reflexión de no pocos críticos de la cultura, entre los cuales Gramsci, que les dio un significado peculiar. En su opinión, las clases subalternas tienen su propio «sentido común», es decir, una visión del mundo no homogénea, multiforme y derivada ‒en formas elementales y folclóricas‒ de las corrientes filosóficas de su época. Este sentido común no siempre es negativo, ya que puede convertirse incluso en un factor de movilización política (pensemos en cómo la «sabiduría popular» a veces choca con las decisiones injustas que toma un gobierno), pero es siempre insuficiente para dar vida a un cambio social auténtico. Si los subalternos querían alcanzar formas de civilización más justas y avanzadas debían superar el sentido común y elaborar una visión del mundo más sofisticada y en línea con la realidad. En definitiva, tenían que acercarse al «buen sentido», que Gramsci identificaba como una actitud filosófica (y no folclórica) ante la vida. Cae por su propio peso que el intelectual sardo veía el marxismo como la base de esta nueva actitud.

Salvador López Arnal.- ¿Qué de peculiar tiene la forma en que Gramsci entendió la relación entre la esfera económica y la esfera político-cultural y jurídica? Si los nexos, como señalas, entre ambos ámbitos tienen que estudiarse caso por caso y ser desarrollados críticamente en todo su alcance y depurados de todo residuo mecanicista y fatalista, ¿no hay entonces propiamente una teoría general sobre las relaciones entre esos ámbitos? ¿Cómo se consigue hallar un equilibrio entre el voluntarismo ingenuo y el fatalismo economicista?

Giaime Pala.- Gramsci, después de no pocas dudas, llegó a la conclusión de que había que rechazarse tanto el viejo economicismo marxista como la fe en la sola voluntad para cambiar las cosas. Creía que, cuando menos en última instancia, el factor socioeconómico era un límite difícilmente franqueable para la acción de los movimientos que se oponían al statu quo. En plata: era complicado hacer viable una alternativa anticapitalista mientras el capitalismo no agotara su capacidad de desarrollar las fuerzas productivas y de incidir en la vida social (y el estudio del incipiente fordismo americano le indicaba que el capitalismo occidental no había llegado todavía a su final, como entonces pensaba el Comintern). Esto no equivalía a decir que los movimientos anticapitalistas como el comunista no pudiesen actuar dentro de este marco. Con inteligencia, determinación y una lectura realista de cada momento político concreto, podían operar con eficacia, acumular musculatura militante, reequilibrar la correlación de fuerzas entre las clases sociales e ir ayudando a los subalternos a volverse una clase dirigente colectiva capaz de competir por el poder y de hacerse con las riendas de una sociedad.

Salvador López Arnal.- Hablas en varias ocasiones del ‘movimiento de la Historia’. ¿Qué movimiento es ese? ¿Cómo se capta ese movimiento? Para Gramsci, un líder, un movimiento político, ¿es un agente político que sabe imprimir una dirección política consistente con ese movimiento de la Historia?

Giaime Pala.- Para responder a estas preguntas, conviene partir de la premisa de que, para Gramsci, un político se vuelve protagonista y gana cuando –entre otras cosas– entiende algunas importantes características políticas y socioeconómicas de su tiempo y sabe identificar los medios para decantar las relaciones de fuerzas a su favor. Esto, claro, lo puede hacer un político de izquierdas o de derechas. El liberal conservador Cavour, por ejemplo, fue el gran ganador del proceso de unificación italiana porque entendió cómo unificar y modernizar política y económicamente Italia sin tocar los intereses de la burguesía en ascenso y de la vieja aristocracia peninsular. Europa entera se movía hacia el liberalismo y la industrialización capitalista, y Cavour supo ofrecer un proyecto de unificación que ayudaría a conseguir estos dos objetivos. Lo mismo se puede decir de Mussolini respecto a los dos puntos que te he señalado antes: la inserción de las masas en la política y la intervención del Estado en la economía. En definitiva, estos dos personajes, muy diferentes entre ellos, ganaron porque, además del uso de la fuerza, captaron algunos factores esenciales de su tiempo. Captaron, pues, el movimiento de la historia. Y se insertaron eficazmente en él. Gramsci pensaba que el movimiento comunista, desde una óptica socialmente revolucionaria, debía hacer lo mismo.

Salvador López Arnal.- Revolución pasiva es otra de las categorías gramscianas. ¿No es una contradicción en sus términos? ¿Qué fue para Gramsci una revolución pasiva?

Giaime Pala.- Gramsci tenía una concepción dinámica de la historia y de la política. Las transformaciones económicas que generaba el capitalismo y la intensidad de la lucha política contemporánea impedían que pudiese haber «restauraciones» o que se pudiese mantener un status quo determinado de manera fija. Las sociedades, quiérase o no, evolucionan y se transforman. Otra cosa es el carácter del cambio y quien lo gobierna. Por «revolución pasiva» Gramsci entendía una suerte de modernización conservadora que garantizaba el mantenimiento de las jerarquías sociales y de las relaciones de dominación a través de la puesta al día de la cultura política y del sistema de gobierno que rigen a una nación. Dicho de otro modo: las clases dominantes, lejos de ser «conservadoras», cambian el sistema, lo vuelven más moderno y hasta acogen algunas importantes exigencias de sus opositores con el fin de mantenerse en el poder. El cambio, si es realizado de manera inteligente, puede servir a los intereses establecidos. Volvamos a Cavour y a Mussolini. Como ya he dicho, la revolución de Cavour modernizó la península, e impuso una cultura liberal ciertamente superior respecto del absolutismo de los estados dinásticos preunitarios. Pero su revolución política fue «pasiva» en tanto que no tocó los intereses materiales de la burguesía y de la aristocracia del país, y porque no democratizó el nuevo Reino de Italia (como querían Mazzini y Garibaldi). El suyo fue un cambio positivo para Italia, pero no fue el más positivo de los cambios que entonces se podían dar. Mutatis mutandi, pasó lo mismo con el fascismo, cuya intuición de implicar a las masas en la política y al Estado en la economía lo volvía un régimen más apto que el liberal para la política de posguerra. Desde un punto de vista técnico, Gramsci creía que el fascismo supuso un cierto progreso en la manera de hacer política en Italia. Pero era un progreso insuficiente y obviamente negativo porque era antidemocrático y violento. Su revolución era «pasiva» porque movilizaba a las masas pero no las volvía protagonistas de la vida nacional, y porque su visión económica del Estado no era eficiente ni justa socialmente. Italia necesitaba mucho más. Necesitaba un sistema que resaltara de verdad el papel de las masas en la vida política así como el potencial transformador del sector público en la economía. Esta era para él una «revolución activa», es decir, el socialismo.

Salvador López Arnal.- ¿Qué era para el revolucionario sardo un intelectual orgánico? ¿Cuándo un intelectual no era orgánico? ¿Qué relación cree Gramsci que debe establecerse entre los intelectuales y las clases subalternas?

Giaime Pala.- Mucha gente cree que, en Gramsci, «intelectual orgánico» es sinónimo de intelectual militante de partido. Pero no es así. De entrada porque un intelectual orgánico gramsciano no es necesariamente un hombre de cultura tradicional. Y en segundo lugar, porque la «organicidad» de un intelectual no es respecto de un partido, sino de una clase social. En este sentido, Gramsci entendía el intelectual orgánico como una figura que está ligada al mundo de la producción, y que por tanto es un producto de la clase social en la cual se ha formado o, en todo caso, a la que proporciona unas mayores conciencia y operatividad con sus saberes profesionales o pericia política. Por poner un ejemplo de los Cuadernos de la cárcel, un intelectual orgánico era un empresario inteligente como Henry Ford, cuya propuesta de modelo productivo, el «fordismo», implicaba a su vez una determinada visión de la sociedad centrada en la nueva burguesía industrial. Ford era tanto una expresión como un sujeto impulsor de esta clase social. Hablando de España, y siguiendo las indicaciones gramscianas, podríamos ver como intelectuales orgánicos a un Enric Prat de la Riba, en tanto que ofreció un programa sociopolítico original y fecundo para la burguesía industrial catalana de inicios del siglo XX, o incluso a un Marcelino Camacho en lo que se refiere al relanzamiento de la clase obrera durante el franquismo.

Salvador López Arnal.- Cuando Gramsci habla de jacobinismo, ¿de qué está hablando exactamente? ¿Cuál es su concepto de jacobinismo?

Giaime Pala.- Los jacobinos históricos franceses encarnaban, para él, un modelo político que unía la férrea voluntad de transformar las cosas con un programa político atento a la situación real de su país. Vamos, una especie de leninistas ante litteram. Durante un cierto tiempo, los secuaces de Robespierre supieron atraer y conducir a la burguesía francesa hacia sus posiciones y dotaron al proceso revolucionario de una oportuna hegemonía urbana, porque convencieron a los habitantes del campo de que, sin la guía de la burguesía de París, no se habrían liberado del control de la aristocracia rentista. Si bien al fin fueron derrotados en 1794, los jacobinos sentaron las bases del moderno Estado-nación francés. La culpa de los republicanos de Mazzini en el Risorgimento no fue el haber perdido el pulso con los liberales de Cavour –algo que, conectándome con lo que he dicho antes respecto de la importancia de la esfera económica, era inevitable– sino no haber tenido una práctica política «jacobina»: su ideología era confusa, carecían de un buen programa y dieron la espalda a las masas campesinas de la península. Con estos elementos, podrían haber obtenido al menos una posición más favorable para negociar un Estado unitario menos inicuo y clasista como el que finalmente se creó en 1861. Lo mismo se podía decir del Partido Socialista Italiano de la primera décadas del siglo XX.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué Gramsci tiene tanta influencia y consideración en el mundo universitario norteamericano, a costa, en ocasiones, de obviar su vinculación al comunismo político?

Giaime Pala.- Porque en Estados Unidos es visto más bien como un marxista culturalista, y por ende fácilmente adoptable por los investigadores del ámbito de los Estudios Culturales, que en ese país tienen mucha influencia. Pero Gramsci no exageraba la importancia del hecho cultural en política. Repito: era bien consciente de la necesidad de encontrar un equilibrio político entre la esfera económica y la esfera político-cultural. Tratarle como un marxista culturalista obvia el hecho de que su pensamiento había de tener una incidencia política palpable. Gramsci hizo crítica cultural, ciertamente. Y la hizo bien. Pero ante todo fue un comunista que quería cambiar su sociedad. No hay que olvidarlo.


«Tratar a Gramsci como un marxista culturalista obvia el hecho de que su pensamiento había de tener una incidencia política palpable. Gramsci hizo crítica cultural y la hizo bien. Pero ante todo fue un comunista que quería cambiar su sociedad.»


Salvador López Arnal.- ¿Cuál es actualmente la situación de los estudios gramscianos en nuestro país?

Giaime Pala.- Es prometedora. La reciente creación de la Asociación Española de Estudios Gramscianos (Madrid) y de la Associació d’Estudis Gramscians de Catalunya (Barcelona) representa un paso importante de cara a relanzar el estudio de este autor en España. Y en este momento se están elaborando diferentes tesis doctorales sobre él. Creo que vamos a discutir mucho sobre este autor en los próximos años.

Salvador López Arnal.- ¿Quieres añadir algo más?

Giaime Pala.- Te agradezco la entrevista. Y la aprovecho para recordar la figura de mi director de tesis de doctorado, Francisco Fernández Buey, que, entre otras facetas intelectuales, fue uno de los mayores «gramsciólogos» españoles y autor de libros que deberían ser de lectura obligada para los que quieran aproximarse a Gramsci.

Salvador López Arnal.- No me queda otra suscribir tu comentario. Gracias por tiempo y por tu amabilidad.


Enlace a un fragmento del libro: https://www.comares.com/media/comares/files/toc-122117.pdf

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