EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 31 de mayo de 2020

No hay fondo en el pozo llamado Brasil

No hay fondo en el pozo llamado Brasil
L
a verdad es que mi país vive días monótonos, exhaustivamente mo­nótonos. Hasta la tensión creciente que vivimos es totalmente previsible.
Sabemos todos, por ejemplo, que los exabruptos del presidente ultraderechista y desequilibrado irán superando su amenazadora agresividad. ¿Hasta cuándo?
Conocemos que la ausencia absoluta de un programa coordinado y eficaz para hacer frente a la más trágica crisis sanitaria de los pasados 120 años seguirá llevándose vidas y vidas mientras el presidente siga oponiéndose a cualquier medida lógica. Sabemos que el gobierno a la deriva está naufragando al país.
El viernes se alcanzó un total de 465 mil 166 contagiados por el Covid-19. Y se supo que 27 mil 878 vidas se perdieron para siempre. Por cuarto día seguido fueron más de mil muertos en 24 horas.
Sabemos que los números reales son muy superiores: falta testeo, faltan notificaciones confirmadas. Falta todo, esa es la verdad.
¿Y qué hace el presidente? Sigue despotricando contra las medidas de aislamiento social y exige la inmediata vuelta a la normalidad. El aprendiz de genocida insiste: quiere al pueblo en las calles.
La economía naufraga mientras Paulo Guedes, el economista mediocre cuya gloria única fue haber sido funcionario de ­Pinochet en la dictadura chilena, sigue perdido entre propuestas huecas y sinceridades abyectas (dice, por ejemplo, que el gobierno debe ayudar a las grandes empresas para más adelante ganar dinero, y que ayudar a pequeñas y medianas es perder dinero).
Nos acostumbramos, con una pasividad inexplicable y obscena, a que en plena pandemia destrozadora de vidas no haya un ministro de Salud. Hay un general activo del Ejército como interino, y su única iniciativa ha sido esparcir colegas uniformados en puestos antes ocupados por médicos, investigadores y especialistas en salud pública.
Rompiendo esa monotonía asustadora, monótonamente asustadora, la Corte Suprema de Justicia empezó a investigar el esquema que se constituyó en uno de los pilares básicos de la elección del ultraderechista desequilibrado en 2018: la difusión abrumadora por las redes sociales de noticias falsas y acusaciones sin base, y que persiste bajo su mandato.
Persiste y se extiende, con ataques y amenazas de violencia inaudita a integrantes del Congreso, de la misma corte suprema, opositores y periodistas. O convocando a marchas y manifestaciones callejeras para reivindicar un golpe militar.
La reacción de Bolsonaro ha sido explosiva. En la mañana del jueves, hablando a la prensa, vociferó un ¡se acabó, carajo! al referirse a las iniciativas de la Corte Suprema. Y el diputado Eduardo, uno de sus tres hijos homófobos que actúan en la política, fue explícito: dijo que ya no se trata de si habrá una ruptura, pero de cuándo.
La reacción de la Corte Suprema fue profundizar las investigaciones, extendiéndola a gente muy cercana a Bolsonaro. Se busca comprobar lo sabido: que en la campaña electoral hubo distribución clandestina e ilegal de millones de dólares para financiar las redes sociales, y que esa distribución persiste ahora para ofender, agredir y amenazar opositores.
El esquema involucra a Carlos, otro hijo homófobo, quien controla el llamado gabinete del odio instalado en el palacio presidencial.
Para concretar su sueño muchas veces explícito de un autogolpe que le propicie poderes absolutos, Bolsonaro necesitará apoyo entre los militares activos. Los retirados ya le aseguraron respaldo, anunciando incluso el riesgo inminente de una guerra civil. En términos prácticos y concretos, ese respaldo y nada son lo mismo.
Frente al escenario armado por el clan presidencial, ¿cuál es la reacción de los cuarteles? Puro silencio.
Se insinuó a algunos periodistas de confianza que hay cierto malestar entre las fuerzas activas. Pero de declaraciones públicas, fundamentales para exponer su posición, nada.
Por estos días, mientras en mi país vidas humanas siguen siendo llevadas por doquier, una detallada crónica distribuida por la agencia británica de noticias Reuters rehizo todo lo que ocurrió en Brasil a partir de mediados de marzo, cuando la Organización Mundial de Salud declaró la pandemia.
A aquella altura, el país tenía elaborado un programa coherente y concreto de combate y control de la situación. Y entonces el titular de la cartera, Luiz Henrique Mandetta, pasó a ser presionado para retroceder por los militares aniñados en el palacio presidencial, haciéndose cómplices de la actitud genocida de Bolsonaro.
El resto de la historia es conocido: Mandetta resistió mientras pudo, fue catapultado y todo su trabajo fue destartalado.
La destrucción voraz de mi país –el ambiente, las artes, la cultura, las ciencias, las universidades, el sistema público de salud, todo, todo– es parte de esa tenebrosa monotonía.
La única certeza es que hoy ha sido peor que ayer y que mañana será peor que hoy. El pozo al que fuimos empujados no tiene fondo.
Y nadie hace nada. ¿Hasta cuándo?

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