Crisis Covid-19
Las dos salidas, positiva y negativa, de la desescalada
22/05/2020 | Francisco Letamendia
Este trabajo1/ es un resumen de un artículo publicado, junto a los de 20 pensadores/pensadoras vascos/as aparecidos en la publicación on line Pandemia eta Gu - Pandemia eta Gu, la cual está pensada para se tuviera un acceso gratuito a ella no sólo en nuestro país, sino por todos/as las interesadas en el tema. Se entra en ella con la dirección de Google pandemiaetagu.eus
La portada de la obra on line ha sido diseñada por el excelente pintor Jose Luis Zumeta, quien nos la entregó pocas horas antes de morir: ejemplo asombroso de generosidad absoluta y de calidad humana insuperable
Origen de la pandemia del coronavirus
La actual pandemia actual del coronavirus, dice Alain Badiou, no es la única de los últimos tiempos. ¿Cuál fue el punto inicial de esta nueva pandemia? Muy probablemente el mercado de la provincia de Wuhan, lleno de animales vivos en venta; a su contribuyó la difusión planetaria de China desde su punto de origen a través de los desplazamientos caóticos del mercado capitalista mundial. Los Estados intentaron frenar entonces esa difusión; pero lo hacían localmente, a pesar de que la epidemia era universal. Muchos gobernantes declararon que estábamos en guerra. Pero tenían claro que ganar la guerra no supone trastocar el orden social establecido (y aún menos la organización territorial, bajo sospecha en territorios como Catalunya y Euskalherria). Al tener que ver esta guerra con la naturaleza, son los científicos quienes adquieren un papel eminente.
Pero las deficiencias del sistema se han hecho evidentes: falta de mascarillas protectoras, insuficiencias en el internamiento de hospitales. Además, los Estados, y no sólo los neo-liberales, venían tiempo ha debilitando el aparato de salud en beneficio exclusivo del capital.
Crisis del equlibrio ecológico: Pero esta crisis no es sólo sanitaria, sino del equilibrio ecológico mundial. El año 201,5 dice Dan La Botz, se comenzó a estudiar la relación entre aceleración capitalista y cambio global, y se identificaron los cambios en los parámetros de la sostenibilidad de los seres humanos en la tierra: el cambio climático; la disminución de la diversidad biológica, la mengua y mala calidad del agua dulce, la contaminación química, la contaminación atmosférica, el agujero de la capa de ozono, la acidificación de los océanos… Se constató que se había superado el límite de sostenibilidad en cuatro parámetros: el clima, la biodiversidad, el nitrógeno, y los suelos.
Para colmo de irresponsabilidad de los entes públicos, investigadores belgas y franceses habían concluido el año 2003 que los coronavirus eran una categoría de virus muy estable, y que era posible encontrar bastante fácilmente un tratamiento válido no sólo para el SARS 1, sino también para los que vinieran después. El costo de la investigación se calculó en unos 200 o 300 millones de euros, para lo que se necesitaban subvenciones públicas; pero no las obtuvieron. Los gobiernos consideraban que la investigación sobre medicamentos era cosa de la industria farmacéutica pero ésta se dijo ¿para qué preocuparse, si al terminar la epidemia del SARS 1 no había ya clientes?
Los responsables políticos y el capitalismo neo-liberal consideraban que las leyes del mercado eran inexorables, por lo que lo arreglarían todo de forma natural. Es ahora cuando ellos, y todo el mundo, ha descubierto el enorme y trágico error en el que se basaba esa creencia.
La actual pandemia, afirma David Harvey, ha mostrado lo erróneo que es concebir la “naturaleza” como algo independiente de la cultura, la economía y la vida diaria. No hay ningún desastre totalmente natural. Los virus mutan todo el tiempo, pero las circunstancias que convierten una mutación en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas, al variar las condiciones que favorecen su rápida transmisión en los cuerpos receptores: el modo en que los seres humanos se mueven u olvidan lavarse las manos afecta a la transmisión de enfermedades.
La propagación inicial del virus parecía confinarse en efecto en China y en países asiáticos como Corea e Irán. Fue el brote italiano es que desató la primera reacción de pánico. En los Estados del mundo “civilizado” una política de austeridad basada en los recortes de impuestos y los subsidios a los ricos y las grandes empresas les habían dejado faltos de la financiación necesaria.
Las multinacionales farmacéuticas (Big Pharma) tenían poco o ningún interés en investigaciones sin ánimo de lucro de enfermedades infecciosas: su principio es “cuanto más enfermos haya, más dinero ganaremos”. En términos de justicia poética (o satánica) puede verse a l COVID 19 como una venganza de la naturaleza por los 40 años de maltrato a manos del extractivismo neoliberal.
Además, al proponerse para lograrlo los objetivos de “distanciamiento social”, y “auto-cuarentena” o (confinamiento), los gobiernos han suspendido las interacciones sociales que constituyen la mayor parte del trabajo del mundo. Poner la salud por encima de la economía ha dado lugar a un giro notable del discurso político.
Hasta ahora, se había hablado del crecimiento del PIB, de la inflación, de la tasa de interés…indicadores abstractos todos ellos de la acumulación de capital. Con la pandemia, en cambio, la atención política y mediática se ha centrado en el trabajo de las enfermeras, en el exceso de su carga laboral, en los enfermos que mueren y en los que se recuperan, en la situación de los recogedores de basura y del personal de los supermercados, en el destino de las gentes confinadas… Esto es: ahora se nos habla de los seres vivos.
Otra diferencia muy importante, señala Daniel Tanuro, es que ahora estamos hablando todo el tiempo de mujeres. La división del trabajo que eleva la tasa de precariedad del trabajo de éstas muy por encima de la de los hombres les predestina al mundo de los cuidados y los hospitales, y en él a los oficios de enfermera, cuidadora, limpiadora: esto es, a aquellos que están en contacto directo con el virus. Se ha erigido a las encargadas de los cuidados y los hospitales en las heroínas de esta pandemia, a las que aplaudimos hasta rompernos las manos a las 20 horas de cada día con una mezcla de agradecimiento y de admiración sin límites. Se unen a ello los dos mundos de la limpieza y los trabajos domésticos, donde es habitual la falta de contratación, y donde la falta de papeles de las mujeres las convierte en la primera víctima del confinamiento.
Esta pandemia es además rabiosamente moderna: se ha propagado rápidamente a lomos de las comunicaciones, sobre todo con el transporte aéreo, sirviéndose de la concentración de la humanidad en grandes ciudades (Wuhan, Nueva York, Londres, Barcelona, Madrid).
Hoy, todos los políticos se ven obligados a gestionar la pandemia; nos dicen que todos debemos unirnos bajo las autoridades para luchar contra el virus, respetando las instrucciones de seguridad, permaneciendo confinados, respetando la distancia física. Los epidemiólogos dicen que ello es necesario, y en ellos sí se puede confiar. Pero la lógica capitalista-política sigue vigilando detrás del telónel curso de los acontecimientos: hay que minimizar el impacto de la pandemia en el sector productivo, que es donde se obtienen los beneficios, por lo que se envía a trabajadores y trabajadoras a seguir produciendo en los sectores esenciales.
Para superar su crisis de legitimidad, pues la gente ya no cree en ellos, muchos líderes se presentan en TV como señores de la guerra: la particularidad española ha consistido en la presencia uniformada de militares de alta graduación en la puesta en escena de los primeros comunicados importantes del gobierno español sobre la pandemia.
El confinamiento como medida sanitaria: los efectos políticos
Los medios de comunicación y las autoridades fomentan ahora el clima de pánico, con lo que facilitan la limitación de movimientos y la suspensión de las condiciones de vida y trabajo en muchas. Ello conduce, según Giorgio Agamben, al estado de excepción como paradigma de gobierno, con militarización de municipios y personas. Agotado el terrorismo, la epidemia es el pretexto ideal para extender esas restricciones. El miedo como instrumento de legitimación del poder tiene hondas raíces en la teoría política europea: es el miedo de los seres humanos a perder su vida, dice Hobbes, el que legitima el poder absoluto del Estado- Leviatán.
La hiper-aceleración de las relaciones sociales y las agresiones a la naturaleza habían extendido una irritación y un estrés extremo a nivel planetario no sólo entre los individuos, sino también en la naturaleza, en forma aquí de incendios colosales como el de Australia, olas de calor tórrido, huracanes imprevistos. Ha venido ahora una pandemia particularmente letal ¿nos encontraríamos ante una reacción de autodefensa de la tierra?
Para obligarnos a todos a quedarnos en casa, se nos dice (más bien se nos ordena) desconfiar de las otras personas y de nuestros propios cuerpos, evitar tocar las cosas, no abrazarnos a la gente ni estrechar sus manos. Sólo la realidad virtual es segura; el movimiento libre se reserva para las islas de los super-ricos. De ese modo, no sólo nos controlan las agencias, sino nosotros mismos.
En Italia, en los últimos 10 años, se recortaron 31 mil millones de euros del sistema de salud pública, reduciendo el personal de cuidados intensivos. En el Estado español, tras una larga década de “derecha no compasiva”, los resultados fueron espeluznantes. Respecto a la gente de edad se impuso la lógica capitalista de considerarlos una población no productiva que cargaba a la Hacienda con su peso. Se redujeron las ambulancias con médicos a bordo y las unidades móviles de reanimación, concentrándose las víctimas en las “residencias de ancianos”.
El confinamiento ha ¿abolido el trabajo con el que se quiere evitar el contagio? Sí, pero precisamente para los menos protegidos ante él, los autónomos, los temporeros, los que atienden los puestos callejeros; pero no, hasta hace muy poco, los obreros de las grandes fábricas, que han debido trabajar muchos de ellos sin mascarillas y unos al lado de otros. Todos conocemos la polémica que se ha suscitado al respecto en Euskalherria, dividiendo a derechas e izquierdas
¿El virus discrimina? No discrimina entre categorías y clases sociales, pero sí trae consigo el cierre de fronteras y el racismo; lo que refuerza la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, así como la explotación capitalista. Finalmente, no es el virus, sino nosotros, los que discriminamos, adoctrinados por el estatalismo, el racismo, la xenofobia, el machismo, y el capitalismo.
¿Guerra contra el virus?: Se habla de “la guerra contra el virus”, dice Santiago López-Petit. Pero ¿guerrear contra qué? ¿Contra un organismo del que se discute si está o no está vivo? ¿Es que se guerrea contra los huracanes, contra las tormentas y sus rayos, contra las tempestades marinas, contra las erupciones volcánicas? La amenaza que nos espera una vez que termine la fase álgida del virus es bien otra: prioridad de la producción, puesta en cuarentena de la vida social y cultural, otorgamiento de poderes especiales con creación de un Estado fuerte (en el Estado español, con probables fuertes dosis de militarismo) en nombre de las secuelas de la pandemia. Pero el que ello ocurra o no dependerá de nosotros: de los cientos de millones de seres humanos que han comprendido por fin la lógica de esa política, y que de un extremo a otro de la tierra están dispuestos a mantener su rechazo de la misma.
Se derrumba el consumismo: el turismo internacional, el cual requería inversiones masivas de infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y actos culturales, está hoy paralizado, dice David Harvey, las líneas aéreas cerca de la bancarrota, y los hoteles vacíos. Los trabajadores de la economía de los “pequeños encargos” y de otras formas de trabajo precario se quedan en la calle sin medios de sustento. Se cancelan campeonatos de fútbol, conciertos, congresos de negocios, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Los ingresos de los gobiernos locales se han ido por el agujero; cierran universidades y colegios.
El que las enfermedades infecciosas no reconozcan clases ni barreras sociales es en parte cierto; pero también un mito. Para empezar, la fuerza de trabajo que alimenta la creciente cifra de enfermos está definida en el Estado español en términos de género; en EEUU lo está por el género, además de por la raza y la etnia.
Los estratos discriminados de esta nueva “clase trabajadora” se llevan la peor parte: la de soportar el mayor riesgo del virus en su trabajo, o la de ser despedidos sin recursos, a causa del repliegue económico debido al virus. La frase “estamos todos juntos en esto” encubre situaciones siniestras: en EEUU, por ejemplo, la clase obrera, compuesta por afroamericanos, hispanos o mujeres asalariadas, se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en la ciudad, atender las tiendas de comestibles, o ir al desempleo.
A causa de la pandemia, afirma Samir Larabi, millones de trabajadores y trabajadoras han perdido sus empleos por los despidos y el cierre de centros y servicios industriales. La gran pregunta es ¿cuánto durará esto? Cuanto más dure mayor será la devaluación, y más se elevarán los niveles de desempleo, en ausencia de intervenciones masivas que irían contra la tendencia neoliberal.
En Asia oriental, Hong-Kong, Taiwán y Singapur, así como China, han controlado mejor la pandemia que en Europa. Los Estados de Asia oriental son autoritarios, dice Byhung-Chul Han, con una tradición cultural y social que les hace personas más obedientes y confiadas en las autoridades. Para enfrentarse al virus se apuesta por la vigilancia digital: confían en el Big Data como su medio primordial de defensa y de salvamento de vidas humanas. No existe conciencia crítica ante la vigilancia digital ni se exige la protección de datos. En China se ha implantado un sistema de crédito social que permite una evaluación exhaustiva de los ciudadanos, sometiendo todos los momentos del día a observación, y quitando puntos a quien cruza con el semáforo en rojo o expresa comentarios críticos sobre el régimen en las redes sociales.
Hay aquí una técnica muy eficiente de reconocimiento facial por cámaras de vigilancia que funcionan en espacios públicos, tiendas, calles, estaciones y aeropuertos. Si alguien sale de la estación de Pekín, una cámara mide su temperatura corporal; si ésta es preocupante, todos los sentados en su vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. Si alguien vulnera la cuarentena, un dron se dirige a él y le ordena volver a casa. Este sistema redefine el concepto de soberanía: es soberano quien dispone de datos.
En Europa y EE UU, la pandemia profundiza la crisis del sistema que había comenzado en 2008, dice Raúl Zibechi. Las tendencias son el declive hegemónico de EEUU, el ascenso del Asia del Pacífico, el fin de la globalización neo-liberal; pero también el reforzamiento de los Estados y de su centralismo, así como el auge de la nueva derecha.
Contrariamente a la cohesión de la población china en torno al Partido Comunista y el Estado, la población de los EE UU se divide de forma irremediable ante un gobierno errático, imperialista y machista. Pero la Unión Europea está aún peor que los EEUU, de los que no ha sabido despegarse. La financiación de la economía, dependiente de una banca corrupta e ineficiente, ha hecho de la euro-zona una “economía de riesgo”, obligada a acompañar en el declive a los EE UU.
En Sudamérica sobre todo se ha desarrollado una crítica radical de las consecuencias políticas de la pandemia en los países menos desarrollados. La crítica de María Galindo se dirige sobre todo contra el confinamiento, incompatible con las condiciones de vida que rigen en la mayor parte de estos países:
-el miedo al contagio ha suscitado órdenes de confinamiento que han supuesto la supresión de todas las libertades, sin derecho a réplica.
-con los confinamientos se elimina el espacio social más dinámico y vital que es la calle. Aprovechándose del miedo, las casas de la gente se convierten en sus cárceles de encierro
-se instala el dominio de lo virtual, que obliga a pegarse a una red para comunicarse y saber del mundo
-aquí, los hospitales construidos a comienzos del siglo XX son guettos sin camas de hospital o muy escasas, donde la curación depende de cuánto dinero tienes para pagar unos medicamentos importados e impagables
-el coronavirus entra, pero no por los turistas, sino por los siervos y siervas del neo-liberalismo occidental que son los que emigrantes retornados quemantienen el país, quienes vienen a visitar a extraños a quienes llaman hijos, hermanos o padres con regalos y cuerpos infectados.
-el toque de queda prohíbe subsistir a quienes viven de trabajar de noche. En Bolivia, por ejemplo, sin industria ni puestos de trabajo, donde la gran masa sobrevive en las calles, ni una sola de las medidas proclamadas se ajusta a su modo de vida.
-La ciencia y los virólogos: Es verdad, dice Gabriel Markus, que tenemos que consultar a los virólogos; sólo ellos pueden ayudar a controlar el corona virus con el fin de salvar vidas humanas. Pero la creencia de que los expertos científicos pueden solucionar por sí mismos los problemas sociales comunes es un peligroso error cuando no va acompañada de una respuesta social más ligada a la gente de abajo que a los capitalistas y políticos que tanto han contribuido a la propagación letal de muchos de los desarrollos de la ciencia.
Además, una vez superado este virus, proseguirán crisis tal vez peores, cuya continuidad no podremos impedir; a no ser que impulsemos una gigantesca y también universal resistencia. ¿Contra qué? Contra algo que nos afecta a todos: la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento auto-exterminio del ser humano. La conciencia de ello, acompañada de la solidaridad, se ha despertado de la mano del conocimiento médico y virológico, expresándose en el apoyo agradecido al personal generoso de cuidados médicos y hospitalarios que está luchando por salvarnos a todos con riesgo de su vida, con todos los elementos en su contra. El peor de éstos ha sido el saqueamiento del bienestar, especialmente en su vertiente sanitaria, en beneficio de multinacionales, muchas de las cuales, paradoja odiosa, son precisamente las farmacéuticas.
La fortísima reacción consistente en el estado de excepción (o de alarma) y el confinamiento se debe finalmente a que el coronavirus ha atacado a los países enriquecidos; cuando se dice que “no tiene clase” es porque está afectando a la clase media mejor situada de la parte privilegiada del planeta. Con el virus, nos dice Patricia Manrique, la Europa de esta clase media ha descubierto su propia fragilidad, así como la situación del “otro”, los “condenados de la tierra” a quienes la pandemia moral les afecta inexorablemente sin posibilidad de huir de ella, aunque lo intenten.
Las dos salidas políticas del túnel: solidaridad o neo-liberalismo telemático
Podemos imaginar una salida a la situación actual: redistribución de ingresos, reducción de la jornada de trabajo, fin de la inhumanidad hacia el emigrante, aumento radical de la cuantía de las inversiones en investigación, educación, salud. Podemos salir del aislamiento con sed de solidaridad, con un gran deseo de abrazar a quienes comparten con nosotros su condición de seres humanos, Pero también podemos salir agresivos, competitivos, formando grupos tribales xenófobos que odian a cuando viene de fuera, manipulados finalmente por el poder reaccionario que viene de arriba.
Una epidemia, por no hablar de una pandemia, dice Paúl Preciado, permite extender a toda la población las medidas de “inmunización política” que habían sido aplicadas de modo violento (con el antecedente de los nazis), a los considerados “extraños. En el territorio del Estado los “extranjeros” pasan a ser vistos ahora como portadores del virus; lo mismo ocurre con los grupos llamados de riesgo por razón de su edad. Pero ahora esos prejuicios surgen de una parte de la base. Su manifestación más visible es la del chivatismo contra los infractores del confinamiento.
Las estrategias y tecnologías bio-políticas contra la COVID-19 de los países del Sur de Europa, Italia, Estado español, y Francia, consisten en medidas estrictamente disciplinarias centradas en el confinamiento domiciliario de la totalidad de la población, acompañadas del tratamiento de los casos de infección dentro de los enclaves hospitalarios clásicos De este modo, el domicilio personal no es ya sólo el lugar de encierro del cuerpo, sino el centro de la economía del tele-consumo y de la tele-producción; tiende a configurarse ahora como un espacio ciber-vigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron. Las consignas de no pocos presidentes ¿son realmente democráticas?: “Estamos en guerra, no salgan de casa, y teletrabajen, gracias a que los dispositivos de teletrabajo y telecontrol están ahora en nuestras manos”. Nuestras máquinas portátiles de telecomunicación y nuestros interiores domésticos se han convertido durante el confinamiento en el antecedente de la prisión blanda y ultra-conectada del futuro.
Pero esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad: pues es ahora más urgente que nunca poner en marcha nuevos procesos antagonistas. Éstos no pueden venir de la imposición de fronteras, sino de una nueva comprensión de la comunidad que somos todos los seres vivos del planeta, y de un nuevo equilibrio con ellos. La curación y la recuperación no pueden venir del cierre de la comunidad; sólo de un proceso de recuperación democrática y socio-política.
Al igual que el virus muta, también nosotros podemos mutar; pero no de forma forzada, sino deliberada. Los gobiernos nos llaman al encierro y al teletrabajo; pero en realidad lo hacen a la descolectivización y al telecontrol.
Utilicemos el tiempo de reflexión y la fuerza que hemos acumulado en el encierro para recuperar las tradiciones de resistencia que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí, las cuales no vendrán de los móviles y de internet.
Todo ello provoca, según Sam Gindin, que lo que antes se consideraba “natural” puede empezar a parecerlo mucho menos. El cambio ideológico más obvio provocado por la crisis ha sido la actitud respecto a la atención médica. Se ha comprobado la incompatibilidad de pedir esta atención para todos y todas mientras se le aplican tales recortes presupuestarios que no permiten hacer frente a las necesidades; así como el sinsentido de ver la atención sanitaria como un producto a administrar con la mentalidad comercial de la rentabilidad privada. Ha llegado el momento de pensar en una visión más global de los cuidados sanitarios.
Estas medidas deberán extenderse a los inmigrantes (sin papeles) que trabajan en el campo, así como a los refugiados, obligados a abandonar sus comunidades debido a las políticas internacionales de nuestros gobiernos occidentales. El principio que regiría estas medidas sería “de cada cual según su capacidad de pago, a cada cual según sus necesidades”.
Es obvia la necesidad de antídotos para evitar pandemias como la actual: pero se ha dicho que las compañías farmacéuticas multinacionales no realizarán las inversiones necesarias sin una financiación pública masiva. Pero entonces ¿por qué no eliminar ese intermediario interesado sólo en sus beneficios, poniéndolo en manos públicas en el marco de un sistema sanitario adecuado?
La crisis sanitaria en particular ha puesto de manifiesto la necesidad del control de los centros fabriles por parte de quienes realizan el trabajo; cuestión inaplazable para protegerlos de los riesgos y sacrificios que hacen en nuestro nombre (véase un caso que nos atañe a los vascos y vascas, el catastrófico derrumbe de Zaldíbar). Los trabajadores y trabajadoras, en virtud de su conocimiento directo, pueden actuar como guardianes del interés público. Habría que ir más lejos, reclamando la formación institucional de consejos mixtos de trabajadores y trabajadoras conjuntamente con sus instituciones locales a fin de modificar los programas de reconversión que exige la nueva realidad ambiental de manera continua.
Mucha gente quiere ahora evitar nuevas pandemias que podrían ser igual o más graves que la actual, las cuales tendrán un mismo origen: la destrucción de los ecosistemas. Hay medidas concretas a tomar: abandonar la agricultura industrial, detener la desforestación, ir sustituyendo las megalópolis por ciudades más interconectadas con entornos naturales o semi-naturales. Hace falta agua limpia, a la que hoy no tienen acceso millones de personas, y utilizarla preferentemente para los seres humanos, más que para los complejos industriales.
El ecofeminismo ha tirado del hilo de los cuidados, esencial para desenmascarar las prácticas capitalistas. Ha persuadido a la gente la necesidad de dar la máxima prioridad a la salud, el bienestar y los cuidados. Durante mucho tiempo los eco-socialistas se han enfrentado con la creencia de que la lucha ecológica dificultaba el bienestar social. Pero ahora se ha producido un gran cambio al respecto: la lucha por lo social y la lucha ecológica se superponen, hermanadas con los cuidados.
Pandemia y política: centralismo de Estado vs. la nación posible
La propia gestión de la pandemia, afirma David Lazkanoiturburu, que pasa de hecho por cerrar fronteras e imponer estados de excepción, refuerza una visión imperialista en el seno de los Estados más poderosos, en perjuicio de la orientación internacionalista que está en la base de la ONU y de la OMS, aunque éstas son por sí endebles y sin potestad coercitiva alguna. La pandemia está sirviendo más bien, como lo estamos viendo en Euskal Herria, para reforzar el centralismo del Estado y de sus instituciones militares y armadas como las Fuerzas Armadas y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, lo que hace inútil toda petición de descentralización en la toma de decisiones.
Se están utilizando los aparatos coercitivos del Estado, además de para la represión de los infractores del confinamiento, en labores sanitarias, lo cual no es rechazable en principio; hay ya miembros de estos cuerpos que han perdido su vida en tal labor, quienes merecen todo el respeto. Pero la implicación de estos cuerpos en tales tareas les concede un plus de legitimidad, lo que refuerza el imaginario de la guerra ¿contra quién?, contra los infractores del estado de excepción; y lo que es peor, pues no tiene lógica alguna en esta tesitura sanitaria, contra los que rechazan la concepción de un Estado centralizado y militarizado.
Se ha venido hablando en los medios de la situación intolerable de los ultra-confinados a lo largo y ancho del mundo: campos de refugiados, y de inmigrantes rechazados en las fronteras… Pero en nuestro país conocemos un colectivo de ultra-confinados de larga duración, en algunos casos de decenios: el de los presos vascos, quienes padecen en la actual pandemia dos sufrimientos añadidos a la extrema dureza de su régimen carcelario: la opacidad sobre su auténtica situación sanitaria; y la imposibilidad de sus allegados de visitarles debida a la estrategia de alejamiento de su entorno natural, en total contradicción con los principios penitenciarios básicos.
La actual situación propicia además en la opinión pública la actitud negadora de las diversas identidades y de las diferencias nacionales existen en el interior de las fronteras del Estado, y agrava la visión negativa y estereotípica que dan los medios de algunas autoridades autonómicas (véanse las catalanas).
Se extiende sin embargo en estos niveles subestatales, como instrumento de lucha contra la crisis viral, la concepción de una nación dueña de sí misma y de sus propias decisiones, pero al mismo tiempo internacionalista y solidaria, coordinada con todos los distintos niveles de decisión, y porosa ante las nuevas e imprescindibles tareas que exige la eliminación de esta pandemia y de las que puedan venir en un futuro; pues finalmente ésta no es misión específica de ningún Estado ni de ninguna organización supra-estatal específica, sino de cuantos formamos la raza humana.
¿Qué puede ocurrir tras la desescalada de la pandemia? Podríamos vivir bajo algo que conjugue lo peor del mundo viejo, la militarización, el estatismo, el racismo institucionalizado, la marginación de las gentes humildes (pero también su xenofobia, en un mecanismo bien conocido desde los tiempos nazis), con lo peor del mundo nuevo: un generación de hombres y mujeres telematizados temerosos de todo contacto humano, moral o físico, pues todos, recluidos en muestra propia auto-cárcel, podemos ser “portadores” del virus, moral o físico.
Pero también puede salir otro mundo, el cual, utilizando a su favor los actuales disfraces anti-capitalistas de lo viejo, y apoyándose sobre todo en la ola de solidaridad humana levantada por el heroísmo, tan obligado como auténtico, de un personal sanitario mayoritariamente femenino, abogue por todas las causas que asumen el rechazo de lo inaceptable, convirtiéndolas en un sentimiento cálido de pertenecer a la común raza humana aliado a un nuevo modo de pensar la naturaleza, lo social, y lo político. Todo dependerá de nosotras y nosotros.
1/ Han sido por una ayuda indispensable para este artículo las fuentes utilizadas consistentes en la espléndida obra colectiva que es “La sopa de Wuhan, pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia”, @pabloamadeo.editor, los boletines semanales de la revista Viento Sur, en especial el de la semana 14- 20 de Abril, y algún artículo del periódico Gara.
La portada de la obra on line ha sido diseñada por el excelente pintor Jose Luis Zumeta, quien nos la entregó pocas horas antes de morir: ejemplo asombroso de generosidad absoluta y de calidad humana insuperable
Origen de la pandemia del coronavirus
La actual pandemia actual del coronavirus, dice Alain Badiou, no es la única de los últimos tiempos. ¿Cuál fue el punto inicial de esta nueva pandemia? Muy probablemente el mercado de la provincia de Wuhan, lleno de animales vivos en venta; a su contribuyó la difusión planetaria de China desde su punto de origen a través de los desplazamientos caóticos del mercado capitalista mundial. Los Estados intentaron frenar entonces esa difusión; pero lo hacían localmente, a pesar de que la epidemia era universal. Muchos gobernantes declararon que estábamos en guerra. Pero tenían claro que ganar la guerra no supone trastocar el orden social establecido (y aún menos la organización territorial, bajo sospecha en territorios como Catalunya y Euskalherria). Al tener que ver esta guerra con la naturaleza, son los científicos quienes adquieren un papel eminente.
Pero las deficiencias del sistema se han hecho evidentes: falta de mascarillas protectoras, insuficiencias en el internamiento de hospitales. Además, los Estados, y no sólo los neo-liberales, venían tiempo ha debilitando el aparato de salud en beneficio exclusivo del capital.
Crisis del equlibrio ecológico: Pero esta crisis no es sólo sanitaria, sino del equilibrio ecológico mundial. El año 201,5 dice Dan La Botz, se comenzó a estudiar la relación entre aceleración capitalista y cambio global, y se identificaron los cambios en los parámetros de la sostenibilidad de los seres humanos en la tierra: el cambio climático; la disminución de la diversidad biológica, la mengua y mala calidad del agua dulce, la contaminación química, la contaminación atmosférica, el agujero de la capa de ozono, la acidificación de los océanos… Se constató que se había superado el límite de sostenibilidad en cuatro parámetros: el clima, la biodiversidad, el nitrógeno, y los suelos.
Para colmo de irresponsabilidad de los entes públicos, investigadores belgas y franceses habían concluido el año 2003 que los coronavirus eran una categoría de virus muy estable, y que era posible encontrar bastante fácilmente un tratamiento válido no sólo para el SARS 1, sino también para los que vinieran después. El costo de la investigación se calculó en unos 200 o 300 millones de euros, para lo que se necesitaban subvenciones públicas; pero no las obtuvieron. Los gobiernos consideraban que la investigación sobre medicamentos era cosa de la industria farmacéutica pero ésta se dijo ¿para qué preocuparse, si al terminar la epidemia del SARS 1 no había ya clientes?
Los responsables políticos y el capitalismo neo-liberal consideraban que las leyes del mercado eran inexorables, por lo que lo arreglarían todo de forma natural. Es ahora cuando ellos, y todo el mundo, ha descubierto el enorme y trágico error en el que se basaba esa creencia.
La actual pandemia, afirma David Harvey, ha mostrado lo erróneo que es concebir la “naturaleza” como algo independiente de la cultura, la economía y la vida diaria. No hay ningún desastre totalmente natural. Los virus mutan todo el tiempo, pero las circunstancias que convierten una mutación en una amenaza para la vida dependen de acciones humanas, al variar las condiciones que favorecen su rápida transmisión en los cuerpos receptores: el modo en que los seres humanos se mueven u olvidan lavarse las manos afecta a la transmisión de enfermedades.
La propagación inicial del virus parecía confinarse en efecto en China y en países asiáticos como Corea e Irán. Fue el brote italiano es que desató la primera reacción de pánico. En los Estados del mundo “civilizado” una política de austeridad basada en los recortes de impuestos y los subsidios a los ricos y las grandes empresas les habían dejado faltos de la financiación necesaria.
Las multinacionales farmacéuticas (Big Pharma) tenían poco o ningún interés en investigaciones sin ánimo de lucro de enfermedades infecciosas: su principio es “cuanto más enfermos haya, más dinero ganaremos”. En términos de justicia poética (o satánica) puede verse a l COVID 19 como una venganza de la naturaleza por los 40 años de maltrato a manos del extractivismo neoliberal.
Además, al proponerse para lograrlo los objetivos de “distanciamiento social”, y “auto-cuarentena” o (confinamiento), los gobiernos han suspendido las interacciones sociales que constituyen la mayor parte del trabajo del mundo. Poner la salud por encima de la economía ha dado lugar a un giro notable del discurso político.
Hasta ahora, se había hablado del crecimiento del PIB, de la inflación, de la tasa de interés…indicadores abstractos todos ellos de la acumulación de capital. Con la pandemia, en cambio, la atención política y mediática se ha centrado en el trabajo de las enfermeras, en el exceso de su carga laboral, en los enfermos que mueren y en los que se recuperan, en la situación de los recogedores de basura y del personal de los supermercados, en el destino de las gentes confinadas… Esto es: ahora se nos habla de los seres vivos.
Otra diferencia muy importante, señala Daniel Tanuro, es que ahora estamos hablando todo el tiempo de mujeres. La división del trabajo que eleva la tasa de precariedad del trabajo de éstas muy por encima de la de los hombres les predestina al mundo de los cuidados y los hospitales, y en él a los oficios de enfermera, cuidadora, limpiadora: esto es, a aquellos que están en contacto directo con el virus. Se ha erigido a las encargadas de los cuidados y los hospitales en las heroínas de esta pandemia, a las que aplaudimos hasta rompernos las manos a las 20 horas de cada día con una mezcla de agradecimiento y de admiración sin límites. Se unen a ello los dos mundos de la limpieza y los trabajos domésticos, donde es habitual la falta de contratación, y donde la falta de papeles de las mujeres las convierte en la primera víctima del confinamiento.
Esta pandemia es además rabiosamente moderna: se ha propagado rápidamente a lomos de las comunicaciones, sobre todo con el transporte aéreo, sirviéndose de la concentración de la humanidad en grandes ciudades (Wuhan, Nueva York, Londres, Barcelona, Madrid).
Hoy, todos los políticos se ven obligados a gestionar la pandemia; nos dicen que todos debemos unirnos bajo las autoridades para luchar contra el virus, respetando las instrucciones de seguridad, permaneciendo confinados, respetando la distancia física. Los epidemiólogos dicen que ello es necesario, y en ellos sí se puede confiar. Pero la lógica capitalista-política sigue vigilando detrás del telónel curso de los acontecimientos: hay que minimizar el impacto de la pandemia en el sector productivo, que es donde se obtienen los beneficios, por lo que se envía a trabajadores y trabajadoras a seguir produciendo en los sectores esenciales.
Para superar su crisis de legitimidad, pues la gente ya no cree en ellos, muchos líderes se presentan en TV como señores de la guerra: la particularidad española ha consistido en la presencia uniformada de militares de alta graduación en la puesta en escena de los primeros comunicados importantes del gobierno español sobre la pandemia.
El confinamiento como medida sanitaria: los efectos políticos
Los medios de comunicación y las autoridades fomentan ahora el clima de pánico, con lo que facilitan la limitación de movimientos y la suspensión de las condiciones de vida y trabajo en muchas. Ello conduce, según Giorgio Agamben, al estado de excepción como paradigma de gobierno, con militarización de municipios y personas. Agotado el terrorismo, la epidemia es el pretexto ideal para extender esas restricciones. El miedo como instrumento de legitimación del poder tiene hondas raíces en la teoría política europea: es el miedo de los seres humanos a perder su vida, dice Hobbes, el que legitima el poder absoluto del Estado- Leviatán.
La hiper-aceleración de las relaciones sociales y las agresiones a la naturaleza habían extendido una irritación y un estrés extremo a nivel planetario no sólo entre los individuos, sino también en la naturaleza, en forma aquí de incendios colosales como el de Australia, olas de calor tórrido, huracanes imprevistos. Ha venido ahora una pandemia particularmente letal ¿nos encontraríamos ante una reacción de autodefensa de la tierra?
Para obligarnos a todos a quedarnos en casa, se nos dice (más bien se nos ordena) desconfiar de las otras personas y de nuestros propios cuerpos, evitar tocar las cosas, no abrazarnos a la gente ni estrechar sus manos. Sólo la realidad virtual es segura; el movimiento libre se reserva para las islas de los super-ricos. De ese modo, no sólo nos controlan las agencias, sino nosotros mismos.
En Italia, en los últimos 10 años, se recortaron 31 mil millones de euros del sistema de salud pública, reduciendo el personal de cuidados intensivos. En el Estado español, tras una larga década de “derecha no compasiva”, los resultados fueron espeluznantes. Respecto a la gente de edad se impuso la lógica capitalista de considerarlos una población no productiva que cargaba a la Hacienda con su peso. Se redujeron las ambulancias con médicos a bordo y las unidades móviles de reanimación, concentrándose las víctimas en las “residencias de ancianos”.
El confinamiento ha ¿abolido el trabajo con el que se quiere evitar el contagio? Sí, pero precisamente para los menos protegidos ante él, los autónomos, los temporeros, los que atienden los puestos callejeros; pero no, hasta hace muy poco, los obreros de las grandes fábricas, que han debido trabajar muchos de ellos sin mascarillas y unos al lado de otros. Todos conocemos la polémica que se ha suscitado al respecto en Euskalherria, dividiendo a derechas e izquierdas
¿El virus discrimina? No discrimina entre categorías y clases sociales, pero sí trae consigo el cierre de fronteras y el racismo; lo que refuerza la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, así como la explotación capitalista. Finalmente, no es el virus, sino nosotros, los que discriminamos, adoctrinados por el estatalismo, el racismo, la xenofobia, el machismo, y el capitalismo.
¿Guerra contra el virus?: Se habla de “la guerra contra el virus”, dice Santiago López-Petit. Pero ¿guerrear contra qué? ¿Contra un organismo del que se discute si está o no está vivo? ¿Es que se guerrea contra los huracanes, contra las tormentas y sus rayos, contra las tempestades marinas, contra las erupciones volcánicas? La amenaza que nos espera una vez que termine la fase álgida del virus es bien otra: prioridad de la producción, puesta en cuarentena de la vida social y cultural, otorgamiento de poderes especiales con creación de un Estado fuerte (en el Estado español, con probables fuertes dosis de militarismo) en nombre de las secuelas de la pandemia. Pero el que ello ocurra o no dependerá de nosotros: de los cientos de millones de seres humanos que han comprendido por fin la lógica de esa política, y que de un extremo a otro de la tierra están dispuestos a mantener su rechazo de la misma.
Se derrumba el consumismo: el turismo internacional, el cual requería inversiones masivas de infraestructuras en aeropuertos y aerolíneas, hoteles y restaurantes, parques temáticos y actos culturales, está hoy paralizado, dice David Harvey, las líneas aéreas cerca de la bancarrota, y los hoteles vacíos. Los trabajadores de la economía de los “pequeños encargos” y de otras formas de trabajo precario se quedan en la calle sin medios de sustento. Se cancelan campeonatos de fútbol, conciertos, congresos de negocios, y hasta reuniones políticas con fines electorales. Los ingresos de los gobiernos locales se han ido por el agujero; cierran universidades y colegios.
El que las enfermedades infecciosas no reconozcan clases ni barreras sociales es en parte cierto; pero también un mito. Para empezar, la fuerza de trabajo que alimenta la creciente cifra de enfermos está definida en el Estado español en términos de género; en EEUU lo está por el género, además de por la raza y la etnia.
Los estratos discriminados de esta nueva “clase trabajadora” se llevan la peor parte: la de soportar el mayor riesgo del virus en su trabajo, o la de ser despedidos sin recursos, a causa del repliegue económico debido al virus. La frase “estamos todos juntos en esto” encubre situaciones siniestras: en EEUU, por ejemplo, la clase obrera, compuesta por afroamericanos, hispanos o mujeres asalariadas, se enfrenta al desagradable dilema de contaminarse en la ciudad, atender las tiendas de comestibles, o ir al desempleo.
A causa de la pandemia, afirma Samir Larabi, millones de trabajadores y trabajadoras han perdido sus empleos por los despidos y el cierre de centros y servicios industriales. La gran pregunta es ¿cuánto durará esto? Cuanto más dure mayor será la devaluación, y más se elevarán los niveles de desempleo, en ausencia de intervenciones masivas que irían contra la tendencia neoliberal.
En Asia oriental, Hong-Kong, Taiwán y Singapur, así como China, han controlado mejor la pandemia que en Europa. Los Estados de Asia oriental son autoritarios, dice Byhung-Chul Han, con una tradición cultural y social que les hace personas más obedientes y confiadas en las autoridades. Para enfrentarse al virus se apuesta por la vigilancia digital: confían en el Big Data como su medio primordial de defensa y de salvamento de vidas humanas. No existe conciencia crítica ante la vigilancia digital ni se exige la protección de datos. En China se ha implantado un sistema de crédito social que permite una evaluación exhaustiva de los ciudadanos, sometiendo todos los momentos del día a observación, y quitando puntos a quien cruza con el semáforo en rojo o expresa comentarios críticos sobre el régimen en las redes sociales.
Hay aquí una técnica muy eficiente de reconocimiento facial por cámaras de vigilancia que funcionan en espacios públicos, tiendas, calles, estaciones y aeropuertos. Si alguien sale de la estación de Pekín, una cámara mide su temperatura corporal; si ésta es preocupante, todos los sentados en su vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. Si alguien vulnera la cuarentena, un dron se dirige a él y le ordena volver a casa. Este sistema redefine el concepto de soberanía: es soberano quien dispone de datos.
En Europa y EE UU, la pandemia profundiza la crisis del sistema que había comenzado en 2008, dice Raúl Zibechi. Las tendencias son el declive hegemónico de EEUU, el ascenso del Asia del Pacífico, el fin de la globalización neo-liberal; pero también el reforzamiento de los Estados y de su centralismo, así como el auge de la nueva derecha.
Contrariamente a la cohesión de la población china en torno al Partido Comunista y el Estado, la población de los EE UU se divide de forma irremediable ante un gobierno errático, imperialista y machista. Pero la Unión Europea está aún peor que los EEUU, de los que no ha sabido despegarse. La financiación de la economía, dependiente de una banca corrupta e ineficiente, ha hecho de la euro-zona una “economía de riesgo”, obligada a acompañar en el declive a los EE UU.
En Sudamérica sobre todo se ha desarrollado una crítica radical de las consecuencias políticas de la pandemia en los países menos desarrollados. La crítica de María Galindo se dirige sobre todo contra el confinamiento, incompatible con las condiciones de vida que rigen en la mayor parte de estos países:
-el miedo al contagio ha suscitado órdenes de confinamiento que han supuesto la supresión de todas las libertades, sin derecho a réplica.
-con los confinamientos se elimina el espacio social más dinámico y vital que es la calle. Aprovechándose del miedo, las casas de la gente se convierten en sus cárceles de encierro
-se instala el dominio de lo virtual, que obliga a pegarse a una red para comunicarse y saber del mundo
-aquí, los hospitales construidos a comienzos del siglo XX son guettos sin camas de hospital o muy escasas, donde la curación depende de cuánto dinero tienes para pagar unos medicamentos importados e impagables
-el coronavirus entra, pero no por los turistas, sino por los siervos y siervas del neo-liberalismo occidental que son los que emigrantes retornados quemantienen el país, quienes vienen a visitar a extraños a quienes llaman hijos, hermanos o padres con regalos y cuerpos infectados.
-el toque de queda prohíbe subsistir a quienes viven de trabajar de noche. En Bolivia, por ejemplo, sin industria ni puestos de trabajo, donde la gran masa sobrevive en las calles, ni una sola de las medidas proclamadas se ajusta a su modo de vida.
-La ciencia y los virólogos: Es verdad, dice Gabriel Markus, que tenemos que consultar a los virólogos; sólo ellos pueden ayudar a controlar el corona virus con el fin de salvar vidas humanas. Pero la creencia de que los expertos científicos pueden solucionar por sí mismos los problemas sociales comunes es un peligroso error cuando no va acompañada de una respuesta social más ligada a la gente de abajo que a los capitalistas y políticos que tanto han contribuido a la propagación letal de muchos de los desarrollos de la ciencia.
Además, una vez superado este virus, proseguirán crisis tal vez peores, cuya continuidad no podremos impedir; a no ser que impulsemos una gigantesca y también universal resistencia. ¿Contra qué? Contra algo que nos afecta a todos: la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento auto-exterminio del ser humano. La conciencia de ello, acompañada de la solidaridad, se ha despertado de la mano del conocimiento médico y virológico, expresándose en el apoyo agradecido al personal generoso de cuidados médicos y hospitalarios que está luchando por salvarnos a todos con riesgo de su vida, con todos los elementos en su contra. El peor de éstos ha sido el saqueamiento del bienestar, especialmente en su vertiente sanitaria, en beneficio de multinacionales, muchas de las cuales, paradoja odiosa, son precisamente las farmacéuticas.
La fortísima reacción consistente en el estado de excepción (o de alarma) y el confinamiento se debe finalmente a que el coronavirus ha atacado a los países enriquecidos; cuando se dice que “no tiene clase” es porque está afectando a la clase media mejor situada de la parte privilegiada del planeta. Con el virus, nos dice Patricia Manrique, la Europa de esta clase media ha descubierto su propia fragilidad, así como la situación del “otro”, los “condenados de la tierra” a quienes la pandemia moral les afecta inexorablemente sin posibilidad de huir de ella, aunque lo intenten.
Las dos salidas políticas del túnel: solidaridad o neo-liberalismo telemático
Podemos imaginar una salida a la situación actual: redistribución de ingresos, reducción de la jornada de trabajo, fin de la inhumanidad hacia el emigrante, aumento radical de la cuantía de las inversiones en investigación, educación, salud. Podemos salir del aislamiento con sed de solidaridad, con un gran deseo de abrazar a quienes comparten con nosotros su condición de seres humanos, Pero también podemos salir agresivos, competitivos, formando grupos tribales xenófobos que odian a cuando viene de fuera, manipulados finalmente por el poder reaccionario que viene de arriba.
Una epidemia, por no hablar de una pandemia, dice Paúl Preciado, permite extender a toda la población las medidas de “inmunización política” que habían sido aplicadas de modo violento (con el antecedente de los nazis), a los considerados “extraños. En el territorio del Estado los “extranjeros” pasan a ser vistos ahora como portadores del virus; lo mismo ocurre con los grupos llamados de riesgo por razón de su edad. Pero ahora esos prejuicios surgen de una parte de la base. Su manifestación más visible es la del chivatismo contra los infractores del confinamiento.
Las estrategias y tecnologías bio-políticas contra la COVID-19 de los países del Sur de Europa, Italia, Estado español, y Francia, consisten en medidas estrictamente disciplinarias centradas en el confinamiento domiciliario de la totalidad de la población, acompañadas del tratamiento de los casos de infección dentro de los enclaves hospitalarios clásicos De este modo, el domicilio personal no es ya sólo el lugar de encierro del cuerpo, sino el centro de la economía del tele-consumo y de la tele-producción; tiende a configurarse ahora como un espacio ciber-vigilado, un lugar identificable en un mapa google, una casilla reconocible por un dron. Las consignas de no pocos presidentes ¿son realmente democráticas?: “Estamos en guerra, no salgan de casa, y teletrabajen, gracias a que los dispositivos de teletrabajo y telecontrol están ahora en nuestras manos”. Nuestras máquinas portátiles de telecomunicación y nuestros interiores domésticos se han convertido durante el confinamiento en el antecedente de la prisión blanda y ultra-conectada del futuro.
Pero esto puede ser una mala noticia o una gran oportunidad: pues es ahora más urgente que nunca poner en marcha nuevos procesos antagonistas. Éstos no pueden venir de la imposición de fronteras, sino de una nueva comprensión de la comunidad que somos todos los seres vivos del planeta, y de un nuevo equilibrio con ellos. La curación y la recuperación no pueden venir del cierre de la comunidad; sólo de un proceso de recuperación democrática y socio-política.
Al igual que el virus muta, también nosotros podemos mutar; pero no de forma forzada, sino deliberada. Los gobiernos nos llaman al encierro y al teletrabajo; pero en realidad lo hacen a la descolectivización y al telecontrol.
Utilicemos el tiempo de reflexión y la fuerza que hemos acumulado en el encierro para recuperar las tradiciones de resistencia que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí, las cuales no vendrán de los móviles y de internet.
Todo ello provoca, según Sam Gindin, que lo que antes se consideraba “natural” puede empezar a parecerlo mucho menos. El cambio ideológico más obvio provocado por la crisis ha sido la actitud respecto a la atención médica. Se ha comprobado la incompatibilidad de pedir esta atención para todos y todas mientras se le aplican tales recortes presupuestarios que no permiten hacer frente a las necesidades; así como el sinsentido de ver la atención sanitaria como un producto a administrar con la mentalidad comercial de la rentabilidad privada. Ha llegado el momento de pensar en una visión más global de los cuidados sanitarios.
Estas medidas deberán extenderse a los inmigrantes (sin papeles) que trabajan en el campo, así como a los refugiados, obligados a abandonar sus comunidades debido a las políticas internacionales de nuestros gobiernos occidentales. El principio que regiría estas medidas sería “de cada cual según su capacidad de pago, a cada cual según sus necesidades”.
Es obvia la necesidad de antídotos para evitar pandemias como la actual: pero se ha dicho que las compañías farmacéuticas multinacionales no realizarán las inversiones necesarias sin una financiación pública masiva. Pero entonces ¿por qué no eliminar ese intermediario interesado sólo en sus beneficios, poniéndolo en manos públicas en el marco de un sistema sanitario adecuado?
La crisis sanitaria en particular ha puesto de manifiesto la necesidad del control de los centros fabriles por parte de quienes realizan el trabajo; cuestión inaplazable para protegerlos de los riesgos y sacrificios que hacen en nuestro nombre (véase un caso que nos atañe a los vascos y vascas, el catastrófico derrumbe de Zaldíbar). Los trabajadores y trabajadoras, en virtud de su conocimiento directo, pueden actuar como guardianes del interés público. Habría que ir más lejos, reclamando la formación institucional de consejos mixtos de trabajadores y trabajadoras conjuntamente con sus instituciones locales a fin de modificar los programas de reconversión que exige la nueva realidad ambiental de manera continua.
Mucha gente quiere ahora evitar nuevas pandemias que podrían ser igual o más graves que la actual, las cuales tendrán un mismo origen: la destrucción de los ecosistemas. Hay medidas concretas a tomar: abandonar la agricultura industrial, detener la desforestación, ir sustituyendo las megalópolis por ciudades más interconectadas con entornos naturales o semi-naturales. Hace falta agua limpia, a la que hoy no tienen acceso millones de personas, y utilizarla preferentemente para los seres humanos, más que para los complejos industriales.
El ecofeminismo ha tirado del hilo de los cuidados, esencial para desenmascarar las prácticas capitalistas. Ha persuadido a la gente la necesidad de dar la máxima prioridad a la salud, el bienestar y los cuidados. Durante mucho tiempo los eco-socialistas se han enfrentado con la creencia de que la lucha ecológica dificultaba el bienestar social. Pero ahora se ha producido un gran cambio al respecto: la lucha por lo social y la lucha ecológica se superponen, hermanadas con los cuidados.
Pandemia y política: centralismo de Estado vs. la nación posible
La propia gestión de la pandemia, afirma David Lazkanoiturburu, que pasa de hecho por cerrar fronteras e imponer estados de excepción, refuerza una visión imperialista en el seno de los Estados más poderosos, en perjuicio de la orientación internacionalista que está en la base de la ONU y de la OMS, aunque éstas son por sí endebles y sin potestad coercitiva alguna. La pandemia está sirviendo más bien, como lo estamos viendo en Euskal Herria, para reforzar el centralismo del Estado y de sus instituciones militares y armadas como las Fuerzas Armadas y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, lo que hace inútil toda petición de descentralización en la toma de decisiones.
Se están utilizando los aparatos coercitivos del Estado, además de para la represión de los infractores del confinamiento, en labores sanitarias, lo cual no es rechazable en principio; hay ya miembros de estos cuerpos que han perdido su vida en tal labor, quienes merecen todo el respeto. Pero la implicación de estos cuerpos en tales tareas les concede un plus de legitimidad, lo que refuerza el imaginario de la guerra ¿contra quién?, contra los infractores del estado de excepción; y lo que es peor, pues no tiene lógica alguna en esta tesitura sanitaria, contra los que rechazan la concepción de un Estado centralizado y militarizado.
Se ha venido hablando en los medios de la situación intolerable de los ultra-confinados a lo largo y ancho del mundo: campos de refugiados, y de inmigrantes rechazados en las fronteras… Pero en nuestro país conocemos un colectivo de ultra-confinados de larga duración, en algunos casos de decenios: el de los presos vascos, quienes padecen en la actual pandemia dos sufrimientos añadidos a la extrema dureza de su régimen carcelario: la opacidad sobre su auténtica situación sanitaria; y la imposibilidad de sus allegados de visitarles debida a la estrategia de alejamiento de su entorno natural, en total contradicción con los principios penitenciarios básicos.
La actual situación propicia además en la opinión pública la actitud negadora de las diversas identidades y de las diferencias nacionales existen en el interior de las fronteras del Estado, y agrava la visión negativa y estereotípica que dan los medios de algunas autoridades autonómicas (véanse las catalanas).
Se extiende sin embargo en estos niveles subestatales, como instrumento de lucha contra la crisis viral, la concepción de una nación dueña de sí misma y de sus propias decisiones, pero al mismo tiempo internacionalista y solidaria, coordinada con todos los distintos niveles de decisión, y porosa ante las nuevas e imprescindibles tareas que exige la eliminación de esta pandemia y de las que puedan venir en un futuro; pues finalmente ésta no es misión específica de ningún Estado ni de ninguna organización supra-estatal específica, sino de cuantos formamos la raza humana.
¿Qué puede ocurrir tras la desescalada de la pandemia? Podríamos vivir bajo algo que conjugue lo peor del mundo viejo, la militarización, el estatismo, el racismo institucionalizado, la marginación de las gentes humildes (pero también su xenofobia, en un mecanismo bien conocido desde los tiempos nazis), con lo peor del mundo nuevo: un generación de hombres y mujeres telematizados temerosos de todo contacto humano, moral o físico, pues todos, recluidos en muestra propia auto-cárcel, podemos ser “portadores” del virus, moral o físico.
Pero también puede salir otro mundo, el cual, utilizando a su favor los actuales disfraces anti-capitalistas de lo viejo, y apoyándose sobre todo en la ola de solidaridad humana levantada por el heroísmo, tan obligado como auténtico, de un personal sanitario mayoritariamente femenino, abogue por todas las causas que asumen el rechazo de lo inaceptable, convirtiéndolas en un sentimiento cálido de pertenecer a la común raza humana aliado a un nuevo modo de pensar la naturaleza, lo social, y lo político. Todo dependerá de nosotras y nosotros.
1/ Han sido por una ayuda indispensable para este artículo las fuentes utilizadas consistentes en la espléndida obra colectiva que es “La sopa de Wuhan, pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia”, @pabloamadeo.editor, los boletines semanales de la revista Viento Sur, en especial el de la semana 14- 20 de Abril, y algún artículo del periódico Gara.
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