La corrupción del lenguaje
Gustavo Esteva
E
s sin duda la más grave. Pero casi no hablamos de ella.
Experimentamos el mundo según las palabras que usamos. No podemos separar el lenguaje de la condición humana. Aludir a la corrupción del lenguaje es, por tanto, hablar de un daño profundo a nuestra existencia. Denunciar, como hago aquí, que tal corrupción se ha vuelto estilo del gobierno mexicano actual, es sólo un intento modesto de llamar la atención sobre uno de los males más graves que nos agobian.
El control del lenguaje ha sido siempre instrumento de dominación. El capitalismo sólo profundizó y extendió prácticas anteriores. Tal despojo tuvo un sentido particularmente pernicioso después de la Segunda Guerra Mundial.
El lingüista alemán Uwe Poerksen documentó cómo se impuso sobre el habla vernácula la tiranía de un lenguaje modular formado por las que llama
palabras plásticas. Su estudio es fascinante pero muy deprimente. Muestra cómo se nos ha despojado de buenas y sólidas palabras, con las cuales dábamos pleno sentido a nuestras interacciones. Términos vacíos que nada significan pero están llenos de connotaciones ocupan ahora su lugar. Quien los usa cree estar diciendo algo muy importante y puede encontrar signos de aprobación en su audiencia, pero se sorprendería si un experto le explicara el significado técnico del término: nada tiene que ver con lo que cree estar diciendo.
Poerksen explica la manera en que la tiranía se estableció, cuando la ciencia se apodera de una palabra vernácula para construir una metáfora y al regresar al terreno vernáculo esa palabra pierde su significado técnico pero llega con un poder colonizador sorprendente, se vuelve de uso común y destruye la conversación, al llenarla de palabras vacías.
El lenguaje, explica Poerksen, cristaliza la conciencia y forma un mundo intermediario. Quizá no sea lo que querían los románticos, el espíritu de un pueblo, pero es claro que ese mundo intermediario institucionaliza y sanciona prácticas sociales e históricas. Según Poerksen, las palabras plásticas que estudia no son en sí mismas el mal pero enmascaran la brutalidad. “Con una palabra como ‘desarrollo’ es posible arruinar toda una región” ( Plastic Words,Pennsylvania State University, p. 7).
En el terreno minado por las palabras plásticas circula ahora la corrupción del lenguaje para disimular el despojo que patrocinan el capital y el gobierno. Se emplean palabras que aún conservan cierto prestigio, como la ciencia, para esconder bajo su manto la intención atroz.
Hace unos años se denunció la investigación que científicos estadunidenses realizaban en la Sierra Norte de Oaxaca, con recursos del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Un estudio notable documenta ahora el despojo que se prepara en la Sierra Mazateca. Bajo la máscara legítima de la espeleología, el estudio de las cuevas, las corporaciones y el gobierno pasan por encima de la voluntad de los pueblos para organizar su expoliación y el saqueo de sus tesoros. Un riguroso artículo de Saraí Piña y Federico Valdés documenta cómo “grandes proyectos extranjeros están explorando las extensas y profundas cuevas de la región mazateca… con falta de ética, simulación y poca transparencia” (https://bit.ly/2KkX3sz).
Pueden multiplicarse ejemplos de este tipo, en que el gobierno y los científicos son cómplices del saqueo corporativo. Mucho más grave es el uso de términos como
desarrollo. Con esa sombrilla el gobierno prepara acciones que arruinarán a regiones enteras, como advirtió Poerksen.
El lenguaje político, decía Orwell,
está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdaderas y que el asesinato sea respetable. La mentira como forma de gobernar se extiende cada día, como ilustra bien el señor Trump. En México, el mejor ejemplo es la palabra
consulta. Se pretende legitimar decisiones que enfrentan inmensa resistencia con encuestas de opinión que se presentan como consultas ciudadanas. Las convocatorias a
consultasa pueblos indígenas son ejemplo trumpiano: enuncian en la primera parte su derecho a la consulta previa, libre e informada, y describen en la segunda cómo se le violará. El ejercicio no es previo –la decisión ya se tomó, como el gobierno reconoce–, ni libre –se practica con manipulaciones– y tampoco es informado: es tan engañoso como insuficiente.
Se adopta así el modelo Orbán de gobernar, cuando la consulta ciudadana se presenta como
democracia directapara disimular la tiranía húngara, denunciada por la Comisión Europea de Derechos Humanos y celebrada por el señor Trump.
Por nuestro propio bien, para aliviar la pobreza y cuidar la naturaleza, dice el gobierno, debemos aceptar atrocidades como el Corredor Transístmico o el Tren Maya. Pocos despojos son más graves que la corrupción del lenguaje, cuando las palabras se usan para manipular y dar apariencia democrática a un ejercicio tiránico.
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