Cambio de modelo productivo
Energía comunitaria
19/06/2019 | E. Cantos
La energía se puede definir como la capacidad que tiene la materia de producir trabajo en forma de movimiento, luz, calor, sonido, etc. Sin energía no hay movimiento y sin movimiento no hay vida. Por ello, si hay algo de lo que no podemos prescindir, eso es la energía.
Habitualmente, al hablar de energía pensamos inmediatamente en la carta que nos llega mensualmente con el recibo de la luz, el cuál llueva, truene o relampaguee, no para de crecer. Sin embargo, la energía se encuentra en muchos más aspectos de nuestra vida de los que imaginamos. Por eso cuando hablamos de suministro de energía, ésta abarca tanto la que consumimos en forma de electricidad, como los combustibles que consumen los coches o los alimentos que ingerimos.
Según la ley de conservación de la energía, ésta ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y ahí está el quid de la cuestión, que no todas las formas en que se transforma la energía son aprovechables para nuestro uso. Hay determinadas formas bajo las cuales podemos almacenarla, ya sea en forma de energía química de los alimentos o los combustibles, la energía potencial eléctrica de las baterías o la energía potencial gravitatoria empleada en las centrales hidráulicas. Pero hay otras formas como la electricidad, el calor o el ruido, bajo las cuales o la aprovechamos de manera inmediata o se disipa aumentando la temperatura del universo. Por ello, el problema de la energía ya no es sólo obtenerla, sino conseguir almacenarla para hacer uso de ella cuando sea necesario.
En nuestro sistema, que es y será el planeta Tierra (al menos para la mayoría de la población que no hayamos conseguido ahorrar lo suficiente para escapar del Antropoceno), la energía que empleamos procede fundamentalmente de la irradiación que desprenden las continuas explosiones que tienen lugar en el Sol. Esta energía puede ser utilizada directamente a través de las células fotovoltaicas o bien indirectamente a través del viento, las corrientes marinas o los combustibles fósiles.
La gran ventaja de los combustibles fósiles es precisamente que podemos controlar cuando hacer uso de la energía química que almacenan a través de su combustión. Son el Just in time de la energía. No obstante, sus grandes problemas son, por una parte, que se trata de un recurso finito y por tanto su disponibilidad es limitada en el tiempo, de hecho, en el caso del petróleo podría haberse alcanzado ya el Peak Oil (máxima cantidad extraída al día); y por otra parte, que uno de los productos de la combustión es el CO2, el principal gas responsable del efecto invernadero y por tanto del cambio climático. Estos son los motivos fundamentales por los que desde hace algunas décadas comenzaran a entrar en escena las energías renovables, aunque sin la fuerza con la que la pervivencia de los ecosistemas requería.
Desgraciadamente, vivimos en una sociedad de mercado donde la economía y el desarrollo tecnológico no siguen la lógica de satisfacer las necesidades humanas, si no que la lógica que impera es la de satisfacer ese ente invisible que se denomina mercado y que todo lo fagocita. Si hasta la fecha no se han destinado los recursos y la inversión que requería el gran desafío al que nos enfrentamos nuestra especie y otras tantas (más de 1 millón de especies van a extinguirse en la próxima década según la IPBES[1]), es porque el mercado imponía su ley. El hecho de que la energía fósil fuese más barata y además uno de los principales nichos del beneficio económico a cargo de unas pocas multinacionales con demasiado poder, ha ralentizado, cuando no dinamitado, el desarrollo de las energías renovables.
La disrupción de las renovables
Sin embargo, puede que sea la propia dinámica del mercado y no la necesidad de cambio que exige nuestra supervivencia, la que provoque que el cambio de producción y consumo energético se produzca de una manera disruptiva en los próximos años tal y como anunciaba Tony Seba en la entrevista de Iñaki Gabilondo[2]. La clave de esta disrupción podríamos encontrarla en la siguiente gráfica sobre la evolución experimentada en el precio del kWh de las distintas energías renovables[3]:
En esta gráfica se observa como en la última década los costes de las renovables han disminuido en general, y de una forma espectacular en el caso de la fotovoltaica. De hecho, los costes de los módulos fotovoltaicos han caído un 80% en el último lustro [4]. Esta reducción drástica de los costes supone un cambio profundo en la estructura del sector de la energía que obliga a las grandes compañías a participar en el proceso o quedar fuera de juego como le sucediera a Nokia tras la disrupción de los SmartPhones. Es posible que de aquí a una década el sector, que ya de por sí es oligopolístico, sufra una concentración de capital aún mayor entre las empresas que mejor consigan adaptarse al cambio de escenario.
Las grandes eléctricas están llevando a cabo fuertes inversiones, como es el caso de IBERDROLA, que va a instalar 10.000 MW de potencia hasta 2030[5], casi un tercio del consumo máximo total en España (los consumos máximos oscilan entre los 30.000 MW y los 40.000 MW). Pero este liderazgo no sólo es ejercido por las eléctricas, sino que la electrificación de los automóviles también está obligando a las petroleras a reubicarse en el mercado. Un ejemplo sería REPSOL, que ante la incertidumbre está diversificando las inversiones en distintas áreas eléctricas. Su principal apuesta es por el gas y la generación baja en emisiones[6], como es el caso de la compra de Viesgo[7], aunque también está apostando por la generación fotovoltaica con un megaproyecto de 210 millones de euros[8] y además a través de su filial Ibil, ya está a la cabeza del desarrollo de las electrolineras con el desarrollo de puntos de carga ultra-rápidos que consiguen que la carga de las baterías de los coches sea entre 5 y 10 minutos[9], igual que en una gasolinera convencional. Pero no sólo es Repsol la que está realizando la apuesta, también CEPSA con una inversión de 500 millones de euros para desarrollar proyectos fotovoltaicos y eólicos en España y Portugal[10], así como otras grandes petroleras como TOTAL, SHELL y BP[11].
Esta inversión de las petroleras en el ámbito de las renovables implica a su vez el descenso de la inversión en la extracción petrolera. Son sintomáticas las declaraciones de Antonio Brufau, el presidente de REPSOL en Octubre de 2018[12], en las que argumentaba que “seguir haciendo grandes inversiones en proyectos de producción de crudo a largo plazo es una decisión ilógica" pero que al mismo tiempo podemos afrontar “una crisis en el suministro de petróleo debido al recorte en la inversión de las empresas del sector tras el desplome de los precios del crudo en 2014”.
Al hilo de las declaraciones de Brufau, conviene prestar atención a la predicción de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) sobre la evolución de la producción de barriles de petróleo[13]:
En la gráfica se observa como la producción de petróleo (en sus diversas formas) descendería radicalmente si no se realizan nuevas inversiones. Este descenso es debido a que los grandes yacimientos actuales se están agotando y además su calidad es cada vez menor, lo cual implica un mayor aporte de energía en su refinamiento para obtener los distintos derivados y, por tanto, menor su competitividad ante los descensos de los costes de las renovables.
Un escenario volátil e imprevisible
No deja de ser paradójico que, de producirse la descarbonización de la energía, ésta tenga lugar por una dinámica propia del mercado y no por una acción consciente de la sociedad. Ahora bien, puestos a elegir, mejor que el mercado elija las renovables a que siga acabando con las reservas de combustibles fósiles, así al menos ganamos algo de tiempo para poder ponerle freno al cambio climático.
Nuestra supervivencia necesita que la transición se produzca lo más rápido posible, de hecho, hace décadas que se debería haber producido. El problema es que si quien ejecuta la transición es el mercado, podemos sufrir un encadenamiento de graves crisis económicas, sociales y políticas que se sumarían a las propias crisis de sobreproducción que sufre cíclicamente el capitalismo.
En las actuales condiciones impuestas por la globalización capitalista mercado y planificación son antagónicos. El mercado bajo el régimen capitalista funciona a impulsos y responde abruptamente ante desequilibrios de la oferta y la demanda, sin tener más consideraciones que la de maximizar el beneficio económico. Las crisis económicas son precisamente un mecanismo (el otro mecanismo es la guerra) del sistema para ajustar el desequilibrio existente entre la capacidad de consumo y la capacidad de producción, sin importar las víctimas humanas que dicho ajuste requiera.
Para comprender la magnitud de los acontecimientos, conviene poner de relieve que los grandes cambios en términos económicos y poblaciones que sufrió la sociedad en el siglo XX fue debido al uso del petróleo como fuente de energía gracias a su alto poder calorífico. La globalización no sería efectiva sin el desarrollo del transporte marítimo y aéreo, ambos medios alimentados por derivados del petróleo. Por ello un desajuste en el suministro del petróleo puede tener consecuencias de magnitudes imprevisibles, pudiendo poner fin al sistema mundo globalizado tal y como hoy lo conocemos. No olvidemos que el fin del estado del bienestar y la ola neoliberal coincide con la crisis del petróleo de los años 70, que aunque no fue su única causa, propició el cambio de dinámica.
Como se observa en la siguiente gráfica, la evolución del precio del petróleo desde los años anteriores a la crisis del 2008 está marcada por una volatilidad en los precios que, ante la incertidumbre de los nuevos escenarios, lejos de estabilizarse muy probablemente se acentuará aún más.
Fuente: www.expansión.com
La dinámica a la que está expuesto el consumo y producción del petróleo es contradictoria. La naturaleza de las reservas de petróleo obliga a hacer continuas inversiones para seguir manteniendo (no digamos aumentando) los niveles de producción. Sin embargo, la caída en los precios en 2014, así como la expectativa de nuevas depreciaciones ante el avance del coche eléctrico y las renovables, hace que baje la inversión. Por otra parte, una caída en la producción como consecuencia de la falta de inversión, provocaría un desabastecimiento y por tanto un alza en los precios que haría que los precios subieran de nuevo. Este alza de precios podría a su vez volver a atraer nuevas inversiones que volviesen a incrementar los niveles de producción, o simplemente mantener o evitar una caída abrupta. Y si a esta dinámica le sumamos las guerras bélicas y económicas por el control de los yacimientos, tenemos un coctel explosivo.
La cuestión fundamental es que el precio y la cantidad de petróleo suministrada es clave para el desarrollo de la economía mundial y de cada uno de los países en particular. No sólo los coches se alimentan de combustibles, también los barcos y los aviones. Por cada barril de petróleo se refinan distintas cantidades de gasolina, gasóleo, diésel, queroseno y demás productos derivados, siendo mayoritarios el diésel o la gasolina en función del crudo y del tipo de refinería. Las refinerías pueden (y así lo hacen) cambiar sus operaciones de refinación para responder a los constantes cambios en el petróleo crudo y los mercados de productos, pero sólo dentro de los límites físicos determinados por las características de funcionamiento de sus refinerías y las propiedades de los petróleos crudos que procesan[14]. Por tanto, el descenso en la demanda de combustibles que provocaría una disrupción de los coches eléctricos, implicaría al mismo tiempo una disminución de la producción del combustible tanto para los barcos como los aviones, lo cual implicaría un posible desabastecimiento y una subida en sus precios.
Aun produciéndose una disrupción en los coches eléctricos, no todo el sector del transporte va a poder dar el salto hacia lo eléctrico tan rápidamente. Un avión o un buque mercante consumen mucha más cantidad de energía y requieren de mucha más autonomía que un automóvil. Por ello, aunque existen desarrollos hacia modelos híbridos o eléctricos como el buque Yara Birkeland o el avión E-Fan X de AIRBUS, su desarrollo va a requerir de mucho más tiempo. En consecuencia, el posible desabastecimiento y subida de los precios provocada por la disrupción de los coches eléctricos llevaría a su vez al encarecimiento de los portes marítimos y aéreos (cuando no a su drástica reducción), impactando en sectores como el comercio y la industria (al impactar en la logística) o el turismo, y en definitiva, impactando en el crecimiento de la economía mundial, el empleo, los salarios, la provisión de recursos básicos, etc.
Ahora bien, hay un elemento tecnológico que aún genera incertidumbre en el desarrollo de los coches eléctricos: las baterías. El primer hito era conseguir baterías que suministraran una autonomía suficiente para su uso diario, lo cual ya se ha conseguido. El segundo hito es tener la capacidad para producir tantas baterías como coches se demandan, y ahí influyen dos factores: la capacidad productiva, es decir, el número de baterías que se es capaz de producir en un período de tiempo (lo cual se arregla con inversión); y la disponibilidad de recursos, en particular del litio y del cobalto. Las reservas de estas materias son limitadas y están alcanzando precios desorbitados. Según datos del FMI, el precio del carbonato de litio aumentó en más del 30% en 2017, mientras que el cobalto ha aumentado en un 150% entre septiembre de 2016 y julio de 2018[15]. Por tanto, la disrupción o no de los coches eléctricos no está nada clara. La escasez de recursos implicaría la incapacidad para abastecer la demanda creciente de coches eléctricos, elevando tanto el precio de las baterías como de los coches en sí, lo cual supondría una pérdida de competitividad frente a los híbridos o los de gasolina.
En resumen, estamos en un momento de cambio y de transición energética impredecible. Sabemos que las reservas de petróleo se están agotando, y que la no inversión va a provocar el desabastecimiento y una montaña rusa de precios. La tecnología eléctrica tiene visos de imponerse, la duda es cuándo y si van a poder engranar el aumento de la demanda de la electrificación y las renovables con la disminución en la producción de petróleo. Porque como no engranen, el motor va a gripar.
Los combustibles fósiles juegan un papel tan central en la economía mundial que su sustitución por otras fuentes, si no es de una forma planificada, puede generar conflictos con muchas aristas, más de las esperables. La dinámica del mercado, contraria a la planificación, se puede asimilar a una riada que baja por la calle de mayor pendiente (la de mayor beneficio), dejando todo arrasado a su paso. Esta metáfora es aplicable tanto a la transición energética como al cambio climático, pero antes de que este último dé la cara definitivamente, podemos vivir las consecuencias de una transición abrupta no planificada. Como dijo Rodrigo Rato interrogado por el caso Bankia: es el mercado amigos.
Nuestro modelo: la energía comunitaria
Tal y como se ha analizado, tanto las eléctricas como las petroleras están dedicando fuertes inversiones para liderar el sector de las renovables ante la disminución en los costes y las políticas (aún muy tenues) de lucha contra el cambio climático. Esta competencia entre tantos peces gordos puede conducir a que la sustitución de los combustibles fósiles por las renovables en la producción eléctrica, en particular por la eólica y la fotovoltaica, se produzca antes de lo esperado, lo cual es muy beneficioso ante el cambio climático.
Una vez superado ese escollo, que está por ver, reaparece nuevamente la cuestión de clase siempre omnipresente. Las grandes multinacionales están pujando fuerte para ser ellas quienes nos sigan suministrando la electricidad y por tanto quienes, desde una situación de poder, continúen con la lógica de la acumulación a base de nuestra desposesión. La diferencia es que en esta ocasión tenemos la oportunidad de tomar el control.
Para llevar a cabo la transición no necesitamos que las grandes eléctricas inviertan en grandes centrales fotovoltaicas o eólicas, muchas veces gracias a subvenciones y ayudas que proceden de nuestros propios bolsillos: una gran parte de la factura que pagamos cada mes. Tras las últimas reformas legislativas[16] ya tenemos la oportunidad de instalar los paneles solares en los tejados de nuestros edificios para el autoconsumo y gestionarlos comunitariamente. Actualmente el retorno de la inversión puede oscilar entre 6 y 13 años[17] en función de lo grande que sea la instalación y la vida útil de los paneles se sitúa en unos 30-40 años. Más allá de lo que significa tener el control de la energía en nuestras manos, resulta que es mucho más eficiente la producción en nuestros edificios de forma comunitaria que en los grandes huertos solares al evitar las pérdidas asociadas al transporte de la energía.
Nuevamente el cuello de botella para la transición energética volvemos a encontrarlo en la acumulación de la energía. Para que las instalaciones fuesen autosuficientes sería necesario instalar baterías en cada edificio, lo cual además de encarecer la instalación, implicaría una demanda imposible de abarcar por la industria y la naturaleza. Al inicio del artículo se comentaba el principio según el cual la energía que no es aprovechada se disipa aumentando la temperatura del universo. En el actual sistema, la red eléctrica funciona a modo de batería. Las energías renovables y la nuclear aportan toda la energía que son capaces de transformar, y el resto del mix se completa con las fuentes fósiles en función de la demanda. Sin embargo, en un sistema en el cuál toda la energía proviniese de fuentes renovables, no se podría ajustar la producción a la demanda, sino que habría ocasiones en las que la electricidad generada superase a la demanda, y otras en las que cuando no haya ni viento ni sol, la red no fuese capaz de satisfacer las necesidades a corto plazo. Y ante esta cuestión caben dos soluciones, poner a funcionar las energías fósiles cuando sea necesario, o disponer de energía almacenada para ser utilizada cuando fuese preciso.
Recordemos que la energía puede almacenarse en forma de potencial eléctrico, que sería el caso de las baterías, o bien en forma de potencial gravitatorio, que sería el modelo empleado en “Gorona del Viento” en la isla de El Hierro. Los objetos, por el simple hecho de tener altura tienen energía (gracias a la fuerza gravitatoria), de forma que al dejarlas caer, esa energía se transforma en velocidad que a su vez es empleada para mover una turbina. Este sería el principio de las centrales hidroeléctricas. En “Gorona del Viento” la energía sobrante de la generación eólica es empleada para subir agua desde un embalse a baja altura a otro embalse situado en altura. Así, cuando no son capaces de cubrir la demanda con la generación eólica, dejan caer el agua desde el embalse en altura al embalse a baja altura y aprovechan el salto para hacer funcionar la central hidroeléctrica. Pues bien, en el caso de Andalucía y gran parte de la península, resulta que tenemos mucho sol, tenemos mucho viento, y además tenemos una gran cantidad de embalses que se podrían emplear para acumular la energía. Y si con los embalses no fuese suficiente, otro método podría ser mediante depósitos sumergidos a gran profundidad en el mar, en los que el almacenamiento estaría basado en el peso de la columna de agua. Y, por último, sólo en caso de extrema necesidad en los que se acumulasen varios días sin sol y sin viento, tendríamos que echar mano de los combustibles fósiles, siempre después de probar otras alternativas.
Por tanto, en el ámbito del consumo eléctrico estamos en un momento precioso para democratizar la energía. El modelo de producción comunitaria y los sistemas públicos de almacenamiento podrían cubrir nuestras necesidades energéticas con independencia de otras regiones del mundo y a coste cero en muy pocos años una vez se recuperase la inversión. A modo de ilustración, la inversión necesaria para que una ciudad como Cádiz fuese autosuficiente energéticamente (energía gratis para 30-40 años) es de unos 200 millones de euros, menos de la mitad del coste del nuevo puente… Es curioso como lo que en valores de mercado sería un decrecimiento de la economía (al sacar una actividad muy importante de la economía), en valores de uso significaría el acceso universal a la energía. ¿Qué hace falta para lograrlo? Impulsar la financiación pública, empresas municipales de energía como la de Cádiz, cooperativas como Som Energía, y una ardua tarea de concienciación e iniciativa comunitaria. No es poco, pero tampoco es pedir la luna.
En el ámbito del transporte, al menos el local y el interurbano, el salto a lo eléctrico se produciría sin los inconvenientes planteados anteriormente de las baterías simplemente cambiando el modelo. Si en lugar de un transporte basado en el uso individual del coche, lo basamos en un uso comunitario y en el transporte público como explicaba en el reciente artículo “Transporte Público-Comunitario”[18], no nos encontraríamos con el problema de abastecimiento de baterías al requerir un número infinitamente menor de automóviles. Lo que suceda con el transporte aéreo y marítimo ya no está en nuestras manos al tratarse de sectores muy globalizados y que requieren mayor tiempo para adaptarse a los cambios, pero si los peores augurios para la globalización se produjesen, habría que afrontarlos igualmente cambiando el modelo económico hacia una economía de los valores de uso y no de los valores de cambio. Si las dinámicas analizadas no consiguen engranar, la crisis del sistema sería tal, que el cambio revolucionario pasaría de ser considerado una locura a ser considerada la única salida a la crisis civilizatoria.
En este momento de la partida, lo que está en juego no es sólo que la transición energética se produzca, que también, lo que está en juego es que la transición sea democrática en sentido pleno. Lo que está en juego es si la energía va a seguir en manos de las grandes multinacionales o si por el contrario vamos a tener soberanía energética. El otro mundo que consigamos construir dependerá en gran medida del acceso a la energía. Ese acceso a la energía tiene que ser democrático y sostenible con el ciclo de la vida. Un nuevo New Deal Verde que no ponga coto al derroche y lo que implique sea un aumento de la extracción de recursos finitos no será más que una patada hacia delante. Si no reducimos los niveles de consumo vía otro modelo de organización social que racionalice y optimice su uso, más tarde o más temprano, la curva de crecimiento exponencial encontrará su saturación. El planeta no nos va a dar muchas más oportunidades, por los pueblos y la humanidad, aprovechémosla.
18/06/2019
E. Cantos es ingeniero aeronáutico
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