Gran reconocimiento en Monterrey a Fernando Benítez
Elena Poniatowska
▲ Fernando Benítez en su casa, el 13 de octubre de 1998.Foto La Jornada
N
ingún escritor mexicano ha recibido el extraordinario homenaje que la Fundación Ildefonso Vázquez Santos y sus promotores, Jorge y Leonor Vázquez González le rinden a Fernando Benítez en Monterrey. Al comprar toda su obra e instalarla en un magnífico museo, resguardan no sólo los manuscritos de Los indios de México, sino las cartas que le dirigieron Carlos Fuentes, Octavio Paz, Vicente Rojo –al que consideraba su hijo–, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Arnaldo Orfila Reynal, José Luis Cuevas, Jaime García Terrés y muchos más intelectuales que alguna vez publicó en su México en la Cultura, suplemento dominical del extinto periódico Novedades.
Uno de los actos que más impacta de la trayectoria de Benítez fue la salida de Novedades de todos sus colaboradores (al que más recuerdo es a Francisco Piña). El suplemento no sólo era cultural, defendía las mejores causas: la de los campesinos yucatecos, como hizo Benítez en
Ki: el drama de un pueblo y una planta, y la denuncia en 1962 de Carlos Fuentes y Víctor Flores Olea del asesinato del líder Rubén Jaramillo, su esposa embarazada Epifania y sus tres hijos durante el sexenio del presidente López Mateos. También es memorable su entusiasmo, al lado de Julieta Campos y Enrique González Pedrero, por la Revolución Cubana de 1959 que por poco levanta en armas a los intelectuales mexicanos cardenistas
Desde su primer número, México en la Cultura cantó a la vida creativa y científica de México. Gracias a su influencia, varios periódicos añadieron un suplemento cultural a su edición dominguera. Para Benítez, el problema esencial de México no era seguir repartiendo la tierra, sino reconocer a los hombres que con su pensamiento y creatividad engrandecen a México y se dedicó a reconocerlos y rendirles homenaje.
Es muy grande lo que hace la Fundación Dr. Idelfonso Vázquez Santos AC de Monterrey, con Jorge y Leonor Vázquez González a la cabeza, por un intelectual mexicano al proteger y honrar el acervo de Fernando Benítez. Benítez convirtió cada presentación de libro, cada exposición, cada estreno teatral en un acontecimiento cultural que nadie podía perder. Con su México en la Cultura, Benítez lanzó a Carlos Fuentes, quien –en agradecimiento– le dedicó su novela de 783 páginas Terra Nostra. También apoyó a José Luis Cuevas y se hizo gran amigo y vecino de Juan Rulfo, quien a diferencia suya, tenía pocos libros. El suplemento más libre y creativo de los años 50 y 60 fue el de Fernando Benítez.
En el tercer piso del diario Novedades, lo más vital era la oficina de Benítez los miércoles a las 12 del día. Lúdico, generoso, echó a andar a pintores, críticos de arte, artistas, bailarines, jóvenes poetas. Para él, Carlos Fuentes y José Luis Cuevas eran dioses del Olimpo. Elegante y parrandero no había ningún indicio de que años más tarde se volcaría en miles de páginas en la defensa de los indios de México y compartiría su tristeza y su abandono. Era tan vanidoso que al encontrarlo en la calle de Madero con un traje cortado por el sastre Camp de Suñer y preguntarle para qué llevaba paraguas a pleno sol respondía:
¿El paraguas? Es sólo para subrayar mi elegancia.
En 1968, La cultura en México,suplemento de Siempre bajo su dirección, fue el único que defendió al movimiento estudiantil y a Octavio Paz –después de la masacre del 2 de octubre– por haber renunciado a la embajada de India.
La biblioteca de Fernando Benítez, hoy resguardada en Monterrey por la fundación que dirigen Jorge y Leonor Vázquez Santos con tan amoroso cuidado, es la de un amante de la historia y de las causas sociales de México, sobre todo la de los indios a los que dedicó los últimos 40 años de su vida. A su biblioteca, Benítez añadió, entre otras cosas, 263 libretas de apuntes, 763 cartas y 64 telegramas que van de julio de 1936 a enero de 1999 enviadas por Luis Cardoza y Aragón, Julio Cortázar, Ángel Rama, Octavio Paz y Juan Soriano. Aunque siempre tuve la impresión de que Benítez no conservaba nada, porque un día lo vi aventar por la ventana un cajón lleno de artículos, resulta que guardó hasta el clip más oxidado.
Al lado del astrofísico Guillermo Haro, en el silencio nocturno del Instituto de Astronomía de Tonantzintla, observatorio y centro de investigación, defendió a Arnaldo Orfila Reynal cuando fue expulsado por orden de Gustavo Díaz Ordaz del Fondo de Cultura Económica en 1967 por haber publicado Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis. También apoyó a Toledo al protestar contra la instalación de un McDonald’s en el zócalo de Oaxaca.
¡Qué gran poder de convocatoria tenía!, exclamó en alguna ocasión Gabriel Zaid. Gracias a ese poder, Fernando Benítez pudo mantener periódicos que sin él se hubieran extinguido. Ahora mismo es difícil que subsista cualquier instancia cultural.
En Monterrey, sede de hombres que saben trabajar y se les prende el foco, se le rinde un homenaje cotidiano a Alfonso Reyes y es imposible olvidar que don Alfonso declaró antes de morir: “La vida cultural de México durante estos dos lustros podrá reconstruirse, en sus mejores aspectos, gracias al suplemento de Novedades. Cuantos en él pusimos las manos tenemos mucho que agradecerle”.
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