Argentina. Huelga General del 29 de mayo
La clase obrera en el centro de la escena política
01/06/2019 | Eduardo Lucita
Luego de numerosos cabildeos y discusiones internas la CGT convocó a un paro nacional para el pasado miércoles 29 de mayo. Fue impulsado por los gremios del transporte y luego asumido por el conjunto de la central obrera (nuclea grandes gremios industriales, de servicios y mercantiles). A la convocatoria se sumaron el Frente Sindical para el Modelo Nacional (lo integran gremios estratégicos como Camioneros y Bancarios) y las dos fracciones en que se dividió la CTA (mayoritariamente estatales y docentes); las organizaciones de izquierda y los movimientos sociales.
La medida de fuerza no necesitaba mayores justificaciones, por el contrario hubiera sido necesaria efectivizarla muchos antes. Es el curso catastrófico de la economía lo que la impulsó. De los cuatro años de gobierno tres son recesivos, al final del período de gobierno el PBI habrá perdido no menos de 4 puntos, si se toma en cuenta el crecimiento vegetativo de la población, 1,1% anual, el producto per cápita habrá caído 8,5 puntos. La producción y el consumo se han derrumbado, los salarios y jubilaciones perdieron en promedio un 15% mientras que la inflación acumula más del 55% en los últimos 12 meses y 65% en alimentos; la desocupación está superando el 10% (se perdieron 268.000 puestos de trabajo en blanco en los últimos 12 meses) y la pobreza al 33%, aun cobrando dos salarios mínimos no se supera la línea de pobreza. La deuda pública del Estado nacional es del orden del 90% del PBI, mientras que el pago de intereses es del 3,6 puntos del producto. El Banco Central está prácticamente quebrado. Argentina está virtualmente en default, solo sostenida por el FMI que le ha otorgado el préstamo más importante de su historia, 57.000 millones de dólares. En esto fue decisivo el apoyo de la Administración Trump que frente al peligro chino apuesta al gobierno Macri en la región, frente a la incierta deriva del gobierno Bolsonaro en Brasil. Estos apoyos ya pasarán a cobrar, todos los candidatos con posibilidades en las próximas elecciones ya hablan de renegociar el acuerdo con el Fondo pero saben que este exigirá las reformas laborales y previsionales que el movimiento obrero resiste.
Con ese préstamo solo se ganó tiempo. Se evitó el default hace un año atrás, a costa de un endeudamiento inédito y de tasas de interés del 70% anual, pero ahora están los vencimientos del préstamo del Fondo y los de los bonos en manos privadas. Nadie sabe cómo se pagarán…; los próximos meses serán decisivos, como dice mi amigo y compañero Claudio Katz en un reportaje publicado recientemente en este medio.
La unidad en la acción fue el dato destacado de este paro nacional que se sintió con fuerza en todo el país, el quinto contra la política del gobierno que encabeza Mauricio Macri. Tuvo un alto acatamiento: las actividades industriales, del transporte y bancarias estuvieron totalmente paralizadas, las escuelas públicas no funcionaron y en los hospitales solo hubo las guardias de rigor. En gastronomía y comercio la adhesión fue menor. Algo clásico en la Argentina de estos años. Las calles estuvieron prácticamente desiertas y las plazas y paseos repletas de gente. Fue un paro dominguero como se dice aquí.
Tuvo un aporte adicional simbólico, nada inocente por parte de la CGT. La fecha coincidió, no casualmente, con el 50 aniversario del Cordobazo, la protesta obrera-estudiantil más potente y violenta en muchas décadas, que fue el inicio del fin de la dictadura militar de entonces y que impactó en toda América latina. El peronismo nunca pudo capitalizarla.
El paro se impuso por su propio peso: las tensiones sociales se acumulan y las bases presionan. El 30 de abril pasado ya se había convocado a un paro por el FSMN y el 4 de mayo hubo una marcha conjunta con empresarios pymes en defensa de la industria. La CGT ya no podía contenerlo y el gobierno no hizo nada para evitarlo. El objetivo: “…la rectificación de las políticas económicas que fueron erosionando la actividad productiva generando consecuencias debastadoras en el tejido social argentino”.
Una declaración formal y un objetivo claramente social, pero a nadie se le escapa que el país está entrando en la recta final del proceso electoral para las presidenciales de este año y los acuerdos políticos están a la orden del día. El paro juega también en ese entramado y presiona para que diversos dirigentes integren las listas parlamentarias del peronismo.
Al no tener continuidad en un plan de lucha, el paro actúa como válvula que descomprime pero no ayuda en nada a superar la situación. Fue un paro pasivo. La CGT no quiere saber nada con paros activos desde que en marzo de 2017 una concentración obrera les exigió que pusieran fecha a un paro nacional; ante la indefinición de los dirigentes las bases ocuparon el palco y sacaron corriendo al triunvirato de Secretarios Generales, finalmente se apoderaron del famoso atril de la central, que oportunamente fuera entregado por el General Perón. Nunca apareció. Por el contrario, el sindicalismo combativo, la izquierda y los movimientos sociales buscaron transformarlo en activo, cortando los principales accesos a la Ciudad de Buenos Aires y a las principales ciudades del país.
El día después todo parece haber vuelto a la normalidad. La CGT lo da por superado, el gobierno lo descalificó primero y ahora busca ignorarlo, el proceso electoral, que ingresa en tiempo de definiciones vuelve a ocupar las preocupaciones políticas. Sin embargo, no puede ocultarse que el paro demostró una vez más la centralidad del trabajo en la sociedad capitalista, por un momento los trabajadores/as recuperaron el centro de la escena política demostrando que su potencialidad está latente.
En la vitalidad de la clase obrera, del movimiento feminista que ya tiene dimensión de masas y de los derechos humanos que se muestran inclaudicables frente a todo intento de reconciliación, está la fuerza social para enfrentar la crisis por venir.
31/05/2019
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-
La medida de fuerza no necesitaba mayores justificaciones, por el contrario hubiera sido necesaria efectivizarla muchos antes. Es el curso catastrófico de la economía lo que la impulsó. De los cuatro años de gobierno tres son recesivos, al final del período de gobierno el PBI habrá perdido no menos de 4 puntos, si se toma en cuenta el crecimiento vegetativo de la población, 1,1% anual, el producto per cápita habrá caído 8,5 puntos. La producción y el consumo se han derrumbado, los salarios y jubilaciones perdieron en promedio un 15% mientras que la inflación acumula más del 55% en los últimos 12 meses y 65% en alimentos; la desocupación está superando el 10% (se perdieron 268.000 puestos de trabajo en blanco en los últimos 12 meses) y la pobreza al 33%, aun cobrando dos salarios mínimos no se supera la línea de pobreza. La deuda pública del Estado nacional es del orden del 90% del PBI, mientras que el pago de intereses es del 3,6 puntos del producto. El Banco Central está prácticamente quebrado. Argentina está virtualmente en default, solo sostenida por el FMI que le ha otorgado el préstamo más importante de su historia, 57.000 millones de dólares. En esto fue decisivo el apoyo de la Administración Trump que frente al peligro chino apuesta al gobierno Macri en la región, frente a la incierta deriva del gobierno Bolsonaro en Brasil. Estos apoyos ya pasarán a cobrar, todos los candidatos con posibilidades en las próximas elecciones ya hablan de renegociar el acuerdo con el Fondo pero saben que este exigirá las reformas laborales y previsionales que el movimiento obrero resiste.
Con ese préstamo solo se ganó tiempo. Se evitó el default hace un año atrás, a costa de un endeudamiento inédito y de tasas de interés del 70% anual, pero ahora están los vencimientos del préstamo del Fondo y los de los bonos en manos privadas. Nadie sabe cómo se pagarán…; los próximos meses serán decisivos, como dice mi amigo y compañero Claudio Katz en un reportaje publicado recientemente en este medio.
La unidad en la acción fue el dato destacado de este paro nacional que se sintió con fuerza en todo el país, el quinto contra la política del gobierno que encabeza Mauricio Macri. Tuvo un alto acatamiento: las actividades industriales, del transporte y bancarias estuvieron totalmente paralizadas, las escuelas públicas no funcionaron y en los hospitales solo hubo las guardias de rigor. En gastronomía y comercio la adhesión fue menor. Algo clásico en la Argentina de estos años. Las calles estuvieron prácticamente desiertas y las plazas y paseos repletas de gente. Fue un paro dominguero como se dice aquí.
Tuvo un aporte adicional simbólico, nada inocente por parte de la CGT. La fecha coincidió, no casualmente, con el 50 aniversario del Cordobazo, la protesta obrera-estudiantil más potente y violenta en muchas décadas, que fue el inicio del fin de la dictadura militar de entonces y que impactó en toda América latina. El peronismo nunca pudo capitalizarla.
El paro se impuso por su propio peso: las tensiones sociales se acumulan y las bases presionan. El 30 de abril pasado ya se había convocado a un paro por el FSMN y el 4 de mayo hubo una marcha conjunta con empresarios pymes en defensa de la industria. La CGT ya no podía contenerlo y el gobierno no hizo nada para evitarlo. El objetivo: “…la rectificación de las políticas económicas que fueron erosionando la actividad productiva generando consecuencias debastadoras en el tejido social argentino”.
Una declaración formal y un objetivo claramente social, pero a nadie se le escapa que el país está entrando en la recta final del proceso electoral para las presidenciales de este año y los acuerdos políticos están a la orden del día. El paro juega también en ese entramado y presiona para que diversos dirigentes integren las listas parlamentarias del peronismo.
Al no tener continuidad en un plan de lucha, el paro actúa como válvula que descomprime pero no ayuda en nada a superar la situación. Fue un paro pasivo. La CGT no quiere saber nada con paros activos desde que en marzo de 2017 una concentración obrera les exigió que pusieran fecha a un paro nacional; ante la indefinición de los dirigentes las bases ocuparon el palco y sacaron corriendo al triunvirato de Secretarios Generales, finalmente se apoderaron del famoso atril de la central, que oportunamente fuera entregado por el General Perón. Nunca apareció. Por el contrario, el sindicalismo combativo, la izquierda y los movimientos sociales buscaron transformarlo en activo, cortando los principales accesos a la Ciudad de Buenos Aires y a las principales ciudades del país.
El día después todo parece haber vuelto a la normalidad. La CGT lo da por superado, el gobierno lo descalificó primero y ahora busca ignorarlo, el proceso electoral, que ingresa en tiempo de definiciones vuelve a ocupar las preocupaciones políticas. Sin embargo, no puede ocultarse que el paro demostró una vez más la centralidad del trabajo en la sociedad capitalista, por un momento los trabajadores/as recuperaron el centro de la escena política demostrando que su potencialidad está latente.
En la vitalidad de la clase obrera, del movimiento feminista que ya tiene dimensión de masas y de los derechos humanos que se muestran inclaudicables frente a todo intento de reconciliación, está la fuerza social para enfrentar la crisis por venir.
31/05/2019
Eduardo Lucita es integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda-
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