Trump, émulo de Hitler
Por: Atilio Borón
Los acontecimientos de estos últimos días en Venezuela corroboran, por enésima vez pero ahora con total descaro, la intención de Washington de apoderarse de aquel país estableciendo allí un protectorado neocolonial a cualquier precio. La rueda de prensa de John Bolton del 30 de abril es prueba fehaciente de lo que decimos. Mentiroso serial, actuó y habló con absoluto desprecio por la Carta de las Naciones Unidas que establece claramente el principio de la autodeterminación de las naciones y condena toda tentativa de someter una de ellas a la voluntad de otra.
Lo que dijo ese cobarde hampón de opereta -de quien se puede decir lo que Jorge Luis Borges dijera de los militares argentinos: “No oyó en su vida silbar una sola bala”- reposa sobre una premisa excluyente: “Maduro debe irse” y Juan Guaidó, que según Washington es el presidente legítimo de Venezuela, debe asumir sus funciones cuanto antes.
Según este turbio consejero de Seguridad Nacional de Donald Trump, los días de Maduro están contados y apenas se sostiene en el poder gracias a una constelación de fuerzas internacionales completamente ajenas al juego democrático y a la voluntad de la ciudadanía venezolana.
En su exposición este despreciable supremacista señaló a los tres actores que según él sostienen a Maduro: las tropas cubanas, unas 22 o 25 000 y que son las que realmente controlan a las Fuerzas Armadas Bolivarianas, transformando a los médicos cubanos en tropa de combate; los colectivos, esas “pandillas de matones en motocicleta”, también ellos creación de La Habana y “otras fuerzas externas” que, poco más adelante, sugeriría que entre ellas sobresale Rusia.
“Nosotros necesitamos” -dijo en su declaración inicial antes de las preguntas- “una Venezuela gobernada por su pueblo y no por fuerzas externas, y eso es lo que estamos buscando”.
En su intervención Bolton mencionó once veces a Cuba o “los cubanos”, algo absolutamente inusual y que revela que el objetivo de esta escalada de agresiones y de intervencionismo trasciende la patria de Bolívar y Chávez y tiene objetivos múltiples que incluyen a la isla rebelde y Nicaragua, explícitamente fulminadas como “la troika de las tiranías” en las Américas.
El presidente Trump, dijo Bolton, “quiere ver una transferencia de poder pacífica de Maduro a Guaidó” sin más dilaciones. Quienes apoyen a Maduro, y muy particularmente los que no son venezolanos, deben saber que “todas las opciones están sobre la mesa.” Al día siguiente Mike Pompeo, otro hampón -que por su apellido y hasta por su apariencia física parece un sobreviviente de la banda de Al Capone- que para vergüenza de EE.UU. funge como Secretario de Estado avanzó en su ataque a otro de los “factores externos”, Rusia.
Esto motivó la contundente respuesta de la Cancillería de ese país que le recordó que “la injerencia de Washington en los asuntos de Venezuela es una violación flagrante del derecho internacional…. Esta influencia destructiva no tiene nada que ver con la democracia”.
Su mente crecientemente ofuscada por sus palabras hizo que Bolton tornara cada vez más frecuentes sus ataques a Cuba. Los colectivos supuestamente creados por los cubanos fueron mencionados cinco veces en la rueda de prensa, y también dijo otro disparate mayúsculo: que el general Padrino López y el Estado Mayor de las FAB reportan a La Habana y que es desde allí donde reciben las órdenes para actuar.
Rusia también fue objeto de críticas y comentó que se le había advertido al impertérrito Vladimir Putin que su involucramiento con el “régimen” venezolano era motivo de enorme preocupación en Estados Unidos. Ya mencionamos la respuesta del gobierno ruso a esta sarta de dislates.
De lo anterior se infiere que estamos aproximándonos a una situación decisiva para el futuro de las luchas emancipatorias en América Latina y el Caribe. No solo Venezuela sino Cuba y también Nicaragua están bajo la mira y son ya un objetivo militar de Estados Unidos. La complicidad de los “demócratas” de la región con este intento de apoderarse de Venezuela es repugnante, como también lo es el silencio cómplice y cobarde de los gobiernos europeos, vasallos indignos de un Calígula desquiciado y su entorno de fanáticos criminales dispuestos a lo que sea.
Mienten impúdicamente y a sabiendas, pero mentir y difamar es un capítulo crucial del manual de operaciones de desestabilización que la Casa Blanca ha leído y aplicado en innumerables ocasiones. Recuérdese que hablaban del sofisticado armamento que Cuba y la URSS habían introducido en República Dominicana durante el corto gobierno de Juan Bosch. Cuando en abril de 1965 se produjo la invasión los 44 000 marines se encontraron con un ejército dominicano munido de armas obsoletas, rezagos de la Segunda Guerra Mundial, y un pueblo que los repelía con machetes, piedras y palos.
Mintieron para crear un clima de opinión favorable al golpe contra Joao Goulart en Brasil en 1964, contra Salvador Allende en 1973, contra Maurice Bishop y el Movimiento Nueva Joya en Granada en 1983, cuando también se habló de la presencia cubana y de sofisticados armamentos cuidadosamente ocultos en casas especialmente adaptadas para tal fin. Nunca se las encontró.
Y mintieron también cuando denunciaron la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, que jamás fueron halladas. Y antes, en 1945, cuando dijeron que no había rastros de radioactividad en Hiroshima y Nagasaki luego del bombardeo atómico. Por lo tanto, el gobierno de Estados Unidos, maldición de todos los pueblos libres del mundo, miente por default.
Y ahora están mintiendo alevosamente sobre la situación en Venezuela y el papel de Cuba en ese país. Cuentan para ello con la complicidad de los medios hegemónicos, convertidos en pestilentes cloacas donde se dice cualquier cosa que pueda destruir la reputación de un enemigo del imperio. Día y noche sin parar excretan sus mentiras con indignante impunidad y con total desprecio de lo que debería ser un juramento hipocrático de periodistas (y también de académicos e intelectuales) que no puede ser otro que “decir las verdades y denunciar las mentiras”, en la sucinta enunciación hecha por Noam Chomsky.
Pero no. Las voces de tantos y tantas vestales de la república y la democracia que han acosado a cuanto gobierno progresista se haya asomado en esta parte del mundo permanecen en ignominioso silencio. Revelan de ese modo su deshonrosa condición de lenguaraces a sueldo del imperio. Desnudan que su independencia y profesionalismo no es tal y que sus palabras están fatalmente contaminadas con el sucio dinero del gánster de la Casa Blanca que quiere culminar el latrocinio que ya ha comenzado en Venezuela apropiándose de sus activos internacionales (oro en Inglaterra, la CITGO en Estados Unidos, etcétera).
Y lo mismo vale para los responsables de los organismos internacionales. ¿Qué dice el señor Antonio Gutérres, secretario general de la ONU, ante groserías como las pronunciadas por Bolton? Para ni hablar de Luis Almagro, el secretario general de la OEA, que compite cabeza a cabeza con Lenín (a) “Donald” Moreno en la torva disputa para establecer quién es el traidor y el corrupto mayor de Nuestra América. La lista sería interminable.
Cómplices todos: el periodismo “serio”, los intelectuales sofisticados y de refinados modales que hacen gala de una falsa objetividad, los domesticados académicos del mainstream, los burócratas internacionales y los gobernantes de aquí y de Europa nada dicen de una operación que cada día más se asemeja a la anexión de Austria y de los Sudetes por Hitler en 1938, ante la pasividad -y con la complicidad- de la “comunidad internacional”, eufemismo para evitar hablar de los lacayos del emperador.
Partícipes necesarios y encubridores de un crimen porque lo que ya ha ocurrido en Venezuela con las sanciones económicas, el despojo de sus riquezas en el exterior y la agresión a la vida cotidiana de venezolanas y venezolanos, privados de energía eléctrica, agua, transporte y otros bienes básicos configura un crimen de lesa humanidad.
Martí, en su deslumbrante clarividencia, denunció la adicción de la Casa Blanca al saqueo y el pillaje. Los norteamericanos, aseguraba el Apóstol, “creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro, porque lo necesitamos”.
Necesitamos el petróleo de Venezuela porque es un insumo irremplazable de nuestra maquinaria militar y cuando en el mundo no haya una gota de ese recurso, cuando nuestros enemigos se queden sin él, nosotros lo tendremos y podremos imponer nuestro dominio mundial sin contrapesos. Como lo necesitamos, será nuestro, por las buenas o por las malas. Esta y no otra es la razón excluyente por la que el noble y bravo pueblo venezolano está sufriendo la agresión del imperialismo.
En su célebre libro Hegemonía o supervivencia, Noam Chomsky sentó la tesis de que Washington tiene un proyecto de dominación mundial aún más ambicioso que el Tercer Reich de Hitler. Muchos pensaron en su momento que el gran lingüista norteamericano deliraba. Sin embargo, los hechos posteriores le dieron la razón.
Contra ese plan que hoy lideran Trump y sus compinches se enfrentan los pueblos libres de todo el mundo, con el de Venezuela en la primera línea de combate. Por consiguiente, la solidaridad internacional con su lucha es un imperativo moral inescapable para todas las mujeres y todos los hombres de buena voluntad.
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