Rubén Jaramillo: a 50 años de su muerte
Tanalís Padilla*
E
ste 23 de mayo se cumplen 50 años del asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo. Aquella tarde de 1962, un destacamento militar llegó a la casa de Jaramillo en Tlaquiltenango y lo secuestró junto con su mujer, Epifania, y sus tres hijos, Enrique, Filemón y Ricardo. Con disparos a quemarropa y tiros de gracia, los cinco cuerpos fueron hallados en las afueras de Xochicalco poco después.
Jaramillo no fue el primer líder agrario asesinado por el Estado. Ni sería el último. El siglo posrevolucionario ha estado marcado por una diversidad de movimientos y figuras populares cuya resistencia a la traición de los principios de la Revolución ha tenido un costo muy alto. Mucho antes de que la masacre de Tlatelolco revelara ante el mundo el mito de la pax-priísta, en el campo, la violencia de Estado se vivía de manera cotidiana.
Nacido en Morelos, la tierra de Zapata, durante dos décadas y media el movimiento jaramillista se caracterizó por su diversidad de tácticas. Jaramillo mismo y algunos de los campesinos que lucharon a su lado provenían de las filas revolucionarias zapatistas. Pero antes de que se retiraran, cuenta Jaramillo en su autobiografía, enterraron sus armas para volver a ellas si un día fuese necesario.
Ese día llegó antes de lo esperado cuando, en 1943, se acumularon las amenazas de muerte contra Jaramillo por su defensa de los derechos de obreros y de ejidatarios que trabajaban y vendían su caña al ingenio de Zacatepec, cooperativa construida a finales de la década de los treinta por el presidente Lázaro Cárdenas. En ese ingenio Jaramillo conoció a importantes dirigentes obreros como Mónico Rodríguez, cuya visión marxista contribuyó al desarrollo ideológico del líder campesino.
Esta visión puede verse reflejada en el Plan de Cerro Prieto, documento elaborado por los jaramillistas durante sus levantamientos armados. En él, hacen un minucioso análisis de los problemas estructurales que afectaban a México. Condenan la falta de voluntad política para resolverlos y expresan que, si se pretendía dar marcha atrás a los derechos otorgados por la Constitución de 1917, haría falta una nueva revolución con fines socialistas.
Gracias al apoyo de la población de Morelos, y a pesar de algunos enfrentamientos, el Ejército no logró capturar al líder rebelde y el gobierno optó mejor por amnistiarlo. Este espacio político permitió a los jaramillistas luchar por la vía electoral y en 1945 formaron el Partido Agrario-Obrero Morelense (PAOM), al frente del cual Jaramillo se lanzó como candidato a gobernador de Morelos en 1946 y otra vez en 1952. En esta última ocasión, el PAOM se afilió a la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM), que a escala nacional impulsó la candidatura de Miguel Henríquez Guzmán, antiguo general revolucionario que prometía regresar a la política cardenista.
En su plataforma electoral, los jaramillistas incluían una vasta gama de reformas políticas, económicas y sociales. Se llamaba a la protección del ejido, a la defensa de la clase obrera, al reconocimiento de los derechos de la mujer, y se hacían extensos llamados sobre reformas educativas que incluían el establecimiento de bibliotecas y de teatros al aire libre. Este Programa Mínimo del PAOM era menos radical que el Plan de Cerro Prieto y habría podido cumplirse dentro del marco constitucional vigente.
No obstante, el PRI no toleró la disidencia, y la campaña electoral jaramillista fue enfrentada con lo que ahora es una bien conocida y practicada guerra sucia: tildar al candidato de bandido, movilizar a los sectores oficialistas a través de instituciones como la CNC, fabricar votos, y una dosis selectiva, pero contundente, de represión. Ante la lucha legal de los jaramillistas el gobierno hacía uso de la fuerza ilegal.
No les quedaba otra; después de cada campaña, Jaramillo y sus más allegados volvían al monte para protegerse de la represión gubernamental. Desde la clandestinidad seguían movilizando y asesorando a los campesinos. Pero su presencia era siempre incómoda para un Estado que reclamaba a Zapata como héroe mientras reprimía a los que más fielmente defendían su legado. Así, cuando Adolfo López Mateos llegó al poder en 1958, como parte de su renovado discurso agrarista, otorgó amnistía a Jaramillo y a su mujer, que lo acompañaba tanto en la lucha armada como en la legal.
Con esta amnistía, Jaramillo intentó otro tipo de movilización pacífica: la gestión de tierras de los llanos de Michapa y Guarín, donde proponía formar un centro de población agrícola e industrial. Este incluiría parcelas familiares y pequeña industria para comercializar los cultivos que allí se sembrarían. Después de obtener el permiso del Departamento Agrario, los jaramillistas empezaron las obras en estos terrenos. En poco tiempo llegó el Ejército a removerlos. El potencial económico de Michapa y Guarín no había pasado desapercibido para un grupo de empresarios que ahora ambicionaba las tierras.
En las conmemoraciones del asesinato de Jaramillo que se hacen cada año se entremezclan viejas y nuevas generaciones. Nunca falta la presencia de Félix Serdán, quien luchó a su lado y, a sus 95 años, sigue cultivando su memoria. Ante el desolador paisaje que presenta el panorama nacional, es apremiante recordar a quienes nos han heredado una rica historia de resistencia, el mejor material para construir futuros caminos.
* Profesora de historia en Dartmouth College. Autora del libro Rural resistance in the land of Zapata: the jaramillista movement and the myth of the pax-priísta, 1940-1962 (Duke University Press, 2008).
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