EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

domingo, 29 de mayo de 2016

A la mitad del foro

A la mitad del foro Bono demográfico para el narco León García Soler
El llamado bono demográfico en México no se pudo capitalizar. Las oportunidades de desarrollo económico a partir de una mayor cantidad de fuerza de trabajo se difuminaron ante una realidad que ofrece pocas posibilidades de empleo formal y deja a los jóvenes en riesgo de ponerse al servicio del crimen organizadoFoto José Carlo González H ace unos años los expertos en demografía anunciaron que los dioses habían bendecido a la vieja Anáhuac, Nueva España y México Eterno. Se invertiría en poco tiempo la pirámide poblacional, dijeron; la extensa base integrada por millones y millones de criaturas entre el destete y la pubertad sería desplazada al aumentar la expectativa de vida con tanta o más prisa que la enorme carga de mantener a muchos con el trabajo de unos cuantos. Los economistas y sociólogos acuñaron de inmediato la afortunada frase del bono generacional, fruto de la incorporación a las fuerzas de trabajo de la multitudinaria minoría de edad a la que habían tenido que alimentar, dar salud y educación los situados en las alturas de la pirámide. Y empezaron a soñar. Nos aseguraron que una fuerza de trabajo de decenas y decenas de millones de mexicanos produciría más riqueza y ésta podría asegurar mejor educación y empleos a los que hasta el momento fueran carga y riesgo. Volvía el mito del cuerno de la abundancia de los científicos que llegaron con Porfirio Díaz y no se fueron con él en el Ipiranga. Y no era falsa la base demográfica en la que se basó la gran expectativa del bono. Salvo que la terca realidad impuso mayor velocidad a las políticas del alemanismo: primero crear riqueza y luego distribuirla. Y que el mundo entero aceptó el dogma de la política al servicio de la economía, y el ordenado proyecto del primer cambio generacional de la era revolucionaria, la que degeneró en gobierno, alcanzó la velocidad de la luz y la concentración de la riqueza y en unas cuantas manos se impuso en la era del cambio tecnológico digital y robótico. Cierto, tuvimos en México la ventaja del bono demográfico que nos ofrecía mayor fuerza de trabajo y una reducción de mexicanos en el largo, indispensable, tránsito de la guardería a la primaria, secundaria, educación media y superior. Eso y la terca realidad del capitalismo financiero, la concentración de la riqueza y la desigualdad económica y social en la que menos del uno por ciento de la población es dueña de más capital, de mayores activos, que el noventa y nueve por ciento restante. Cuando tuvimos una numerosa fuerza de trabajo, vinieron los siete veces siete años de vacas flacas: y no había capacidad de ofrecer, ya no digamos dar empleos formales y bien pagados a los que dejaron de ser niños pero siguieron siendo riesgo. Ahora, peones acasillados de la desigualdad moderna, o sicarios y mulas de carga para los del crimen organizado. Y se quejan los de arriba. Aumenta el clamor contra el Estado, no contra el estatismo, ni siquiera el estado rector de la economía del que tanto presumieron los del desarrollo estabilizador, con el beneplácito de los que se enriquecían asociados con los no dispuestos a ser políticos pobres y, consecuentemente, pobres políticos. Maldicen al Estado y olvidan a Hobbes y a Mills. Saben que no se pudo capitalizar el bono demográfico y que la mayor parte de los mexicanos que trabajan lo hacen en la economía informal. Pero se quejan del Estado. Aunque insisten en cargarle la responsabilidad primaria de garantizar la seguridad de las personas y, sobre todo, de los bienes en manos del porcentaje más reducido en la cúpula de la vieja pirámide. Todos lo saben y quienes lo sospechan es porque lo padecen. Por eso da gusto, tranquiliza, ayuda a recuperar algo de la esperanza perdida y de la desconfianza confirmada, escuchar a Alicia Bárcena, directora de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y una economista que no ha olvidado que la economía es política o no es economía, afirmar sonoramente, sin titubeos ni tímidos eufemismos, que en México desdeñamos el valor de la educación, perdimos la oportunidad y abrazamos el dogma neoconservador de la austeridad a toda costa y costo. Tan a destiempo que dejamos la rentabilidad, la utilidad, las ventajas del bono demográfico en manos del crimen organizado, del narcotráfico y de la nebulosa financiera en la que se diluyen capitales, se encuentra refugio fiscal y todo se lava. Una verdad amarga, pero verdad. Alicia Bárcena preside por un año la Cepal. Enrique Peña Nieto inauguró el martes 24 de mayo el periodo de sesiones y aseguró que impulsa a México y la Cepal la gran coincidencia de hacer de la igualdad el centro del desarrollo sostenible. Ojalá. Fue, en lo esencial, durante muchos años, instrumento para resistir y sobrevivir el subdesarrollo y la inestabilidad a horcajadas en vías del desarrollo y el subdesarrollo. Invocaciones de magos. El largo combate de la Guerra Fría y la docilidad de los dictadores ante la voz del imperio, concluyeron con el fracaso de los golpistas en el manejo de nuestras economías. Y los dictadores entregaron los gobiernos a tecnócratas y gerentes de los dueños del dinero. Háganle como quieran, parecían decir. Pero no era así. Cuando algún encomendero inclinara la balanza hacia la izquierda, los patrones operaron la maquinaria electoral para corregir el rumbo. Las crisis recurrentes condujeron al desplome del sistema. Una y otra vez, se hundió la banca; una y otra vez hubo de rescatarla el Estado. Y en el Cono Sur se produjo un vuelco como el de nuestro cuerno de la abundancia, pero al revés. Las viejas dictaduras militares eran gobernadas por militantes populares, populistas, según los que se asustan de su propia sombra. Ni hablar de los logros del Brasil bajo el mando político de Lula, el líder, el obrero del que decían los reaccionarios que no sabría cómo gobernar. Hoy han dado golpe técnico de estado y se reparten el botín los sinvergüenzas de siempre. En Brasil, tan solo cinco presidentes han podido concluir su mandato durante noventa años de democracia sin adjetivos. Aquí no parecen tener prisa más que los sucesores de los endemoniados de Dostoyevski que navegan las redes digitales. Pero los que capitalizaron el bono demográfico y sus asociados apuestan a la desilusión de los mexicanos que topamos con el sufragio efectivo en 1997, al perder gozosamente Ernesto Zedillo la mayoría en la Cámara de Diputados. Y ahí vamos, de elección en elección sin que esté en juego cambio verdadero de rumbo, de programa, de políticas propuestas por los candidatos. Todo cambió, pero nada siguió igual. Posiblemente por que no hubo nuevo régimen en la hora del supuesto cambio. A ver quién distingue entre los fieros contrincantes del sistema plural de partidos que hoy disputan el poder y las prebendas mientras coinciden en el rumbo y el reparto; en tanto no les cueste perder el registro en la hora en que no hay hombre valiente ni mujer honesta ni corbata bonita, y tras de cada enlodada chaqueta hay un indiciado cómplice del crimen organizado. Hace 16 años que la derecha legalista y mocha sacó al PRI de Los Pinos. En dos lamentables sexenios se envileció el discurso político, se renunció a la soberanía en nombre de etéreos derechos humanos. Y se sembró de tumbas colectivas la geografía nacional. En unos días se elegirán 12 nuevos gobernadores. Y ante el reloj descompuesto del cambio, no hay sino alianzas para enfrentar al PRI donde todavía no ha dejado el poder, o para devolverlo al poder. Al otro lado del Río Bravo se yergue la sombra del nazifascismo. Mientras de este lado lloran la entrega del bono demográfico quienes optaron por servir a los dueños del dinero y perpetuar la desigualdad. A partir de hoy estará ausente mi colaboración del privilegiado espacio de La Jornada. A Carmen Lira, amiga y directora, así como a los compañeros de la empresa, muchas gracias y hasta pronto. Subir al inicio del texto

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