TOPOEXPRESS
Cambio climático y transición ecológica.
¿Anticipación de emergencia o Green New Deal?
Aunque suene precipitado decir esto en la era Trump, que el cambio climático es una de las mayores amenazas para la viabilidad de nuestro modelo de civilización, y un riesgo real para la supervivencia de nuestra especie, es una verdad científica que admite poca discusión. Que las patologías sociales que lo provocan están lejos de ser atajadas es otra certeza demostrada por el hecho de que, a pesar del consenso técnico y político existente, cada año aumentamos los niveles de GEI en la atmosfera.
Si además integramos el cambio climático dentro del conjunto de fenómenos en los que la extralimitación ecológica se pone de manifiesto, la complejidad de la situación se multiplica: por ejemplo, está claro que el tipo de huida hacia delante que estamos protagonizando para salvar la crisis energética, explotando combustibles fósiles de baja calidad y difícil extracción, solo podrá agravar el problema.
Cambios radicales
Sin duda, que esta encrucijada nos convoca como sociedad a impulsar cambios radicales es algo que admite hasta la Comisión Europea. Pero todo este paquete de sólidas evidencias no conlleva una única línea de acción posible, obvia, indiscutida. Hay muchos caminos potenciales. No todos igualmente compatibles entre sí. Este artículo quiere ordenar un poco el mapa de posibilidades y tomar partido.
El subtítulo inicial anticipaba bien sus conclusiones, pero era seguramente demasiado enrevesado, casi un trabalenguas: “por una doble estrategia dual”. Desde hace casi un lustro he defendido la necesidad de que la transición ecosocial sea pensada en términos de estrategia duales: tanto las políticas públicas que impulsa el Estado, como las energías de la sociedad civil (que incluye las iniciativas de los movimientos sociales clásicos, pero también el emprendimiento económico y otras matrices de relaciones sociales prepolíticas pero fundamentales para la vida, como los cuidados familiares y comunitarios) son imprescindibles para la transición ecosocial.
Como en una simbiosis, la una sin la otra serían inviables. Creo que es un debate relativamente superado. Aunque en el campo académico la polémica se puede y se debe prolongar al infinito (alguien decía que en ciencias sociales los problemas no se solucionan, se abandonan por aburrimiento), en el terreno práctico ya existe un consenso tácito: todo cambio ecosocial real tendrá una naturaleza mixta. Y el activista pondrá su esfuerzo allí donde quiera y pueda.
Repasemos las posiciones. La propuesta del Green New Deal no es algo ni mucho menos nuevo. De hecho, si se leen los textos de Paco Fernández Buey y Jorge Riechmann de mediados de los noventa, en la cresta de la ola del concepto de “desarrollo sostenible” cuando el ecologismo social luchaba por su interpretación, la prepuesta ya estaba recogida de un modo estratégico. Tampoco es una novedad política: los partidos verdes europeos, Equo entre ellos, han hecho del Green New Deal el corazón de su programa. Y Podemos ha saltado a todas las competiciones electorales nacionales llevando la transición energética, apoyada por inversión pública, como la medida estrella de su propuesta.
Lo nuevo en 2019 del Green New Deal es que se ha convertido en la punta de lanza de una celebridad política emergente como Alexandria Ocasio-Cortez, una mujer que en unos años puede tener un papel influyente en la política del imperio más poderoso de La Tierra, lo que no es baladí. Porque un giro decidido de Estados Unidos hacia algo parecido a un Green New Deal tendría resonancias globales e impactaría mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos. Además, Ocasio-Cortez liga necesariamente el Green New Deal a una fuerte subida de impuestos para las rentas más altas, lo que en un país con una cultura política tan hostil al socialismo, incluida la socialdemocracia más moderada, es una innovación valiente y esperanzadora.
El colapso inevible
Sin embargo, entre sectores cada vez más amplios del ecologismo social crece el escepticismo hacia el Green New Deal. Son aquellos que se han alineado con el giro pesimista que en España comenzó a introducir Ramón Fernández Durán, que hoy ejemplifica del modo más sólido mi buen amigo Jorge Riechmann, y que da por cerrada la ventana de oportunidad para cualquier forma de desarrollo sostenible gradual. Nuestros esfuerzos colectivos deberían encaminarse entonces organizar una anticipación de emergencia para que el colapso inevitable de la sociedad industrial fuera no solo lo menos traumático posible, sino que abriera márgenes de maniobra para nuevas formas de emancipación social. Advertir que esta ha sido siempre mi posición, y sigue siéndola con un matiz importante que creo que justifica este texto.
Los críticos con las posibilidades realistas de un Green New Deal tienen de su parte muy buenos argumentos científicos. En primer lugar, esta transición energética llega tarde. Son ya casi cuatro décadas incidiendo en la extralimitación ecológica, y los plazos para enfrentar los peores escenarios del cambio climático, pero también el declive energético de fuentes de energía fósil y uranio, nos apremian a un ritmo que es socialmente inasumible sin un gran trauma. En segundo lugar, las energías renovables también presentan numerosos límites: producción de electricidad en sociedades que apenas usan electricidad, limitaciones minerales para la construcción de los dispositivos de captación, y de ubicaciones geográficas para rendimientos óptimos, nudos técnicos muy difíciles de solucionar (como la cuestión del transporte), o un subsidio fósil sin el cual no se explica su funcionamiento moderno (que sería de las renovables sin motores de combustión usados en minería, desplazamiento de materiales por todo el globo, construcción de infraestructuras, mantenimiento…).
Prueba de ello es que según el proyecto Medeas de la Universidad de Valladolid, que modeliza escenarios de futuro en base a la dinámica de sistemas, una penetración muy fuerte de renovables en las próximas décadas, en una inercia de crecimiento económico continuado, intensificaría paradójicamente el cambio climático como efecto de la gran oleada de construcción de infraestructuras que debería implicar. Y nos llevaría igualmente al colapso antes de final de siglo.
Por todo ello, la sustitución energética de fósiles por renovables es inconcebible sin una gran transformación socioeconómica y cultural para vivir en sociedades más pobres energéticamente y además organizada de otra manera. Esto último añade un argumento político a los partidarios de la anticipación de emergencia: el Green New Deal genera la ilusión de que con la sustitución tecnológica basta. Refuerza la falacia de que se puede hacer la transición ecosocial de modo paulatino con un reformismo político continuista, y que por tanto no hace falta introducir un planteamiento fuerte de ruptura anticapitalista.
Con vistas a ordenar el campo de posibilidades, planteo una tesis polémica de un modo muy simplificado, que por supuestos exigiría matices. Quien quiera profundizar en los argumentos que la justifican puede leer El principio de responsabilidad, de Hans Jonas: no se puede hacer política democrática de mayorías con la anticipación de emergencia y el horizonte del colapso. Ninguna sociedad humana está preparada para sacrificar voluntariamente las ventajas del presente a la supervivencia futura, al menos si no se da un escenario de amenaza directa indudable en el presente (como ocurre con las guerras). La sociedad neoliberal, todavía menos. Por ello las posiciones colapsistas están condenadas a perder todas las batallas del deseo político en las democracias de la sociedad del espectáculo.
Cambios adaptativos
Quien quiera intervenir desde diagnósticos colapsistas en el lado estatal de la estrategia dual, emplearía mejor su tiempo organizando lobbies con fuerte acento tecnocrático capaces de promover cambios adaptativos necesarios, o cooptaciones progresivas del aparato militar con vistas a influir en posibles giros autoritarios, que intentando ganar elecciones diciendo la verdad del colapso a la gente. Quién sea colapsista y opte por trabajar desde movimientos sociales, el empleo más provechoso de sus fuerzas debería ir encaminado no a expandirse cuantitativamente, sino a ensayar prácticas a pequeña escala que puedan crecer y aportar soluciones desde la sociedad civil cuando llegue los tiempos de desorden (pero ojo con las ingenuidades libertarias: hay que incluir la variable de la defensa, porque no habrá colapso sin fuertes turbulencias que conllevarán necesariamente una escalada de la violencia política cotidiana. Y para mí la mejor opción para la defensa es la alianza con la violencia política legítima del Estado).
Por el contrario, el Green New Deal es un marco profundamente ganador en términos de mayorías sociales, porque está constituido con el tejido mismo de los sueños contemporáneos: la modernización progresista basada en la fe en la tecnología. Además, como apunta con acierto Ocasio-Cortéz, los cambios técnicos que promueve el Green New Deal son una punta de lanza para romper consensos económicos perversos que hoy nos atenazan y sabotean tanto como las leyes de la termodinámica cualquier cambio ecosocial justo. De algún modo, nos coloca ante un momento Polanyi verde: la necesidad del capitalismo de introducir una oleada reguladora para asegurar su propia dinámica acumulativa.
¿Quién duda de que un horizonte de descarbonización como el que quiere promover la neoliberal Unión Europea no tendrá reverberaciones institucionales interesantes, como la necesidad de crear algún tipo de órgano de planificación económica, o de incrementar la inversión pública? ¿Un avance sustancial en renovables, con todos sus límites, no nos sitúa en escenarios infraestructurales mejores para los cambios que vienen? ¿No es verdad que el carácter distribuido de las energías renovables abre posibilidades técnicas para romper los grandes oligopolios energéticos y configurar mercados mucho más equilibrados con un fuerte componente de economía social e iniciativa ciudadana, como ya sucede en países tan poco ecosocialistas como Alemania?
Solo esta posibilidad de alterar el polo de poder que en un país como España concentra un oligopolio energético especialmente cerrado, construido bajo la sombra del dopaje franquista (pensemos en el trabajo esclavo de los pantanos), y que disfruta de unos privilegios desmesurados respecto a los países del entorno, es ya un enorme punto a favor del Green New Deal.
Además, el Green New Deal abre camino para algo que, dada la debilidad política de nuestro proyecto, conviene tener en cuenta. Por decirlo en un lenguaje viejo, la transición energética abre décadas de colaboración interclasista fructífera, que pueden ser aprovechadas para avanzar en la guerra de posiciones climática bajo radar, ocupando nudos estratégicos sin despertar las alarmas del enemigo político. Joaquim Sempere en su libro Las cenizas de Prometeo defiende esta tesis con lucidez: la transición energética a las renovables es un camino que, en los primeros tramos, podemos hacer juntos los ecosocialistas y las empresas con expectativas lucrativas capitalistas.
Y además debemos hacerlo porque estamos en el umbral de un ciclo inversor de enormes proporciones, que un Estado sin banca pública y sin soberanía monetaria no puede acometer solo. La colaboración público-privada-ciudadana es clave. Se puede argumentar entonces que nuestros esfuerzos deberían ir orientados antes a lograr la Banca Pública y la salida de la UE. El problema es que siendo tan diminutos, por ese camino rupturista los riesgos de ser políticamente exterminado antes de hacer algo que importe son inmensos.
Estado y movimientos sociales
Una doble estrategia dual implica trabajar simultáneamente, tanto desde el Estado como desde los movimientos sociales, en escenarios de cambio gradual y de preparación anticipada ante el colapso, en una proporción que podría ser la siguiente: para el juego electoral, y sin duda necesitamos jugarlo saliendo a ganar, lo más útil que manejarse en las coordenadas discursivas del Green New Deal.
De hecho, estamos en un momento interesante porque la idea de futuro verde puede hacer ganar elecciones. Aunque sin duda habría que introducir dos variables claves: los límites del crecimiento y la necesidad de asumir que transición ecológica es también transición socioeconómica y cultural. Y que por tanto a la modernización verde se le deben sumar cambios sociales profundos bajo la premisa seductora de una vida buena con menos. Esta es la arquitectura argumentativa que hemos ensayado en Móstoles con el plan Móstoles Transita 2030. Que por cierto, nos ha enseñado que hay mucho margen para conectar eso que he llamado en algunos libros “lujosa pobreza” con el sentido común de mayorías (aunque no pueda usar ese nombre tan poético).
En paralelo, la acción de gobierno (que es distinta del juego electoral) y la acción de los movimientos sociales, ambas menos sometidas a la dictadura del sentido común mayoritario (pues los gobiernos solo pasan a examen electoral cada cuatro años la punta mediática del iceberg de su legislatura, y pueden promover cambios fundamentales sin apenas roces en el debate público), deben combinar esfuerzos en ambos frentes: el Green New Deal y la anticipación de emergencia ante el colapso.
Rehabilitación energética
Así mientras que un Ayuntamiento, una Comunidad Autónoma o el Estado Central (cuanto más poder mejor) pueden promover masificar la rehabilitación energética de vivienda, que además de reparar una hemorragia metabólica en nuestras ciudades supone un enorme yacimiento de empleo verde, y que es el tipo de iniciativas brillantes que pueden permitir revalidar gobiernos, al mismo tiempo pueden trabajar con el sistema de protección civil para hacernos ganar en resiliencia ante eventos climáticos extremos o cortes de suministro energético.
A la vez que algunos cooperativas de energías renovables en sus barrios (el Green New Deal desde los movimientos), otros pueden dedicarse a rescatar técnicas agroecológicas tradicionales creando pequeños monasterios de conocimiento campesino en cada comarca, con vistas a preservar esa sabiduría útil de cara al colapso. La transición ecosocial se juega en este funambulismo de equilibrios variables.
Hay quien dirá que esta hipótesis está sustentada en una apuesta temporal problemática. Especialmente los más colapsistas argumentarán que ya no hay tiempo. Pero creo que no es cierto. La experiencia nos demuestra que el colapso de la sociedad industrial está yendo mucho más lento de lo que hemos preconizado durante las dos primeras décadas del siglo XXI los colapsistas (y me incluyo en el grupo). No significa que el desenlace de todo este proceso de no pueda terminar en un colapso social. Seguramente siga siendo el final más probable.
Pero hay un “mientras tanto” en medio, mucho más generoso en años y posibilidades de lo que hemos tendido a pensar, que podemos y debemos disputar. Quizá, ojalá, hasta el punto de lograr un aterrizaje de emergencia dentro de los límites del planeta que ya no pueda ser llamado colapso más que forzando la palabra de modo poco consistente. En cualquier caso, y como se trata de proyecciones sometidas a altos niveles de incertidumbre, la estrategia más inteligente pasa por diversificar. Pero teniendo en cuenta cuál es la escala de acción razonable, tanto en las “instituciones” como en la “calle”: el Green New Deal (unido a la defensa de la vida buena y los límites del crecimiento) como hoja de ruta de las esperanzas que necesita de toda intervención pensada en política de mayorías. La anticipación de emergencia como una tarea mucho más molecular, que requiere de pequeños grupos iniciáticos haciendo trabajos imprescindibles fuera del foco mediático.
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