Tres despachos deutscherianos
Maciek Wisniewski*
D
oscientos años. Leída en el bicentenario del natalicio de Carlos Marx (1818-1883) la observación de B. Kunkel “que las muchas biografías de él evidencian la básica paradoja del marxismo: mientras las biografías narran las vidas de los individuos como portadores de ideas tratando a la historia sólo como un telón de fondo, el marxismo –el concepto materialista de la historia– se opone a leer al pasado como un asunto de individuos centrándose en el antagonismo de clases y las condiciones materiales de las que surgen las ideas” (bit.ly/2kcmXTB), ayuda a entender un par de cosas. Una, de por qué hasta ahora no hemos tenido una verdaderamente buena biografía de él. ¿Y la de F. Wheen? ¿Y la de J. Sperber? ¿O la más reciente de G. Stedman Jones? Cada una arroja algo, pero ninguna toca la
totalidad(además de que las dos últimas le hacen un flaco favor de relegar sus ideas
exclusivamente al siglo XIX[sic]). Otra, de por qué no hemos tenido ninguna que fuera escrita realmente
en términos marxistas. Una que no sólo captaría el Zeitgeistde su época junto con lo complejo de sus ideas, sino que “‘de-enfatizaría’ al propio Marx” y dejaría que la historia hable. Yo digo que hace unas cuatro décadas perdimos una ocasión para un tomo así y que esta
ocasiónse llamaba Isaac Deutscher (1907-1967). Este gran historiador marxista polaco-británico, autor de la clásica trilogía sobre Trotsky (1954-63) fue efectivamente uno de los pocos marxistas que dominó a la perfección el arte de la biografía (siendo el otro quizás E. P. Thompson). Sabía encontrar un perfecto balance entre el individuo y la historia. Por ratos se iba incluso tanto por el lado de la segunda que por su biografía de Stalin (1949) dónde insistía en darle una
explicación histórica–viendo también en él una de las inherentes contradicciones de la Revolución– le llovieron las críticas por querer
exonerarlo. A la hora de su prematura muerte trabajaba en la biografía de Lenin (inacabada). De seguir una o dos décadas más con su
biográfica cuenta regresiva–Stalin-Trotsky-Lenin-¿Luxemburgo?-¿Engels...?– ¿habría llegado a Marx?
Ciento cincuenta años. Así las cosas. “Me sentí alivianado –contaba en 1967 Isaac Deutscher con motivo del centenario de la publicación de El Capital (1867)– cuando escuché que I. Daszyński (...) el pionero del socialismo dijo que lo encontró duro de roer. ‘No lo he leído’, dijo casi jactándose, ‘pero K. Kautsky lo leyó. No he leído a Kautsky tampoco, pero K. Kelles-Krauz, el teórico de nuestro partido lo leyó y resumió su libro. Tampoco he leído a Kelles-Krauz pero H. Diamond, nuestro experto financiero lo leyó y al final me contó todo...’” (bit.ly/2LBh4JH). Esta anécdota que nos traslada a los principios del siglo XX, a los círculos socialistas polacos ilumina bien la extraña suerte de El Capital en el seno de la propia izquierda. La puedo escuchar cinco veces al día, no sólo con motivo de los 150 años de la publicación del opus magnummarxiano (el año pasado). Pero, ¡eh! Si incluso la lectura de los capítulos correspondientes a El Capital en la biografía de Stedman Jones ( Karl Marx: greatness and illusion, 2016, p. 432-535) da la impresión que su autor, un ex marxista, no lo ha leído –el resumen del argumento del primer tomo es completamente distorsionado; por los tomos dos y tres apenas se desliza–, ¿pues qué esperar? Deutscher, luego, y después de
varios intentosy
duras penas–como muchos de nosotros– al final lo leyó (
ninguna obra me ha impresionado con semejante fuerza), pero lo del contexto ya no se lo quitaba nadie: “Las condiciones en que un joven intelectual polaco estudiaba El Capitalen los 20 y 30 eran diferentes (...) Para nosotros las predicciones del colapso capitalista no eran sólo una visión apocalíptica (...) El viejo orden se estaba derrumbando (...) Observábamos la caída de los Romanov, los Habsburg, los Hohenzollern (...) Sentíamos el respiro caliente de la Revolución rusa. Apenas al otro lado de la frontera de donde vivía surgió la Comuna de Budapest y fue ahogada en sangre” ( Ibid.).
Cien años. Cuando estalla la Revolución rusa (1917) –cuyo centenario acabamos de conmemorar–, Isaac Deutscher tiene 10 años. A los trece –recuerda– absorbe de los adultos
la tensa atmósfera en que todos miraban el avance bolchevique hacia Varsoviaviviendo luego por años “al borde de una guerra civil, una inflación galopante, desempleo masivo, pogromos, ‘revolución abortiva’ y fútiles contrarrevoluciones” ( Ibid.). Todo en su vida –política, intelectualmente– parte de y regresa a este evento. Este es el gran y principal protagonista de sus biografías. Un acontecimiento –como dice décadas más tarde ya desde la posición de uno de sus grandes interpretadores–
cuyas fuerzas creativas en contra de la dominación aún estaban lejos de agotarsey
que el mundo no ha comprendido todavía en toda su magnitud. Una
revolución abierta(bit.ly/2kEpTWJ) e
inacabada(bit.ly/2IY9smY). En algún momento, sin embargo, fue precisamente este su
revoluciono-centrismoque devino en uno de los principales
puntos ciegosdel deutscherismo: la convicción que incluso la Rusia estalinista –con todos sus crímenes y pecados que igual no temía denunciar– por ser su heredera, seguía siendo
la principal fuerza revolucionaria en el mundoy su –errónea– creencia en las
capacidades autorregenerativas de la burocracia comunista(
¡la Revolución todavía daba para más!) que lo llevó a desdeñar a su vez los afanes reformistas de la autorganización obrera independiente (Hungría/Polonia 1956) que para él
sólo abrían la puerta a la restauración capitalista(bit.ly/2GXSeQH).
Coda. A 200 años del natalicio de Marx, a más de 150 años de la publicación de El Capital y a más de 100 años de la Revolución rusa, el panorama –se mire por donde se mire– está caracterizado por las ausencias:
• de una buena biografía de él (olviden de Stedman Jones: bit.ly/2IUOxgw);
• de un digno sequel a su opus magnum (olviden de Piketty);
• de una remotamente semejante coyuntura a la que procedió el estallido de 1917 (de hecho tenemos todo lo contrario:
la dominación está unida y la resistencia fragmentada, bit.ly/2rSffzO).
La única buena noticia es que los únicos que parecen seguir creyendo –erróneamente y fútilmente– que
el sistema es capaz de reformarse internamenteson hoy los propios capitalistas. Deutscher seguramente habría sabido apreciar la ironía.
* Periodista polaco
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