COP20: ni China ni EU
Iván Restrepo
E
n Lima, Perú, acaba de terminar a marchas forzadas la Conferencia de la Organización de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, denominada COP20, por sus siglas en inglés. Esta vez su objetivo principal era elaborar un borrador para lo que debe ser el nuevo acuerdo mundial sobre el calentamiento global que remplace al Protocolo de Kyoto. Debe aprobarse el año próximo en París y su objetivo es modificar el sistema actual de producción, causante del aumento de un 2.2 por ciento anual en gases de efecto invernadero. A este ritmo, la temperatura promedio del planeta subiría unos 4 grados centígrados hacia el final del siglo con efectos terribles. Entre ellos la disminución de las reservas de agua por derretimiento de glaciares, sequías, pérdida de tierras cultivables, mayor calor en las ciudades y el campo, nuevas plagas y enfermedades, huracanes más frecuentes y destructivos, migraciones masivas desde el sector rural por falta de agua para la vida humana y la producción de alimentos.
En Lima se esperaba que Estados Unidos, China y los países europeos divulgaran sus compromisos para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero y así alentar a hacerlo al resto de naciones. Cabe señalar que estos tres grandes conglomerados industriales, junto con Canadá y Japón, generan las dos terceras partes de los gases de efecto invernadero. También se esperaba que la reunión terminara exitosamente a fin de asegurar la firma de un acuerdo vinculante en París, que limite a 2 grados centígrados el calentamiento climático global. Pero ni China ni Estados Unidos, que hace un mes dieron a conocer su compromiso conjunto en torno al cambio climático, dijeron algo más de lo ya conocido. Igual los demás grandes generadores de gases de efecto invernadero.
Como en las cumbres anteriores, el país sede hizo inversiones para facilitar la participación de más de 11 mil visitantes pertenecientes a las delegaciones oficiales, las organizaciones ambientales y los científicos. El gobierno peruano gastó casi 60 millones de dólares sólo para construir en el cuartel militar de Lima el espacio donde se efectuaron más de 200 reuniones. En una de ellas estuvo el ex presidente Felipe Calderón, quien afirmó que el cambio climático debe dejar de ser un tema ambiental para pasar a ser uno de desarrollo, pues
no hay manera de resolver el tema ambiental sin crecimiento económico. También aseguró que
el mayor enemigo de los bosques es el hambrey que es necesario establecer un nuevo modelo económico enfocado en los riesgos climáticos, porque, dijo,
la única manera de desarrollo económico a largo plazo es solucionar el riesgo climático. Pero durante su mandato el crecimiento de la economía fue exiguo, continuó la deforestación de los bosques y selvas del país y fallaron los programas de reforestación, señalados como fuente de corrupción. Pero además, aumentó la generación de gases de efecto invernadero como fruto del modelo económico que su gobierno reforzó con medidas que aumentaron la desigualdad social y económica y concentraron la riqueza en pocas manos, todavía más de lo que ya estaba cuando el ex becario de Harvard asumió su cargo.
Precisamente en Lima las organizaciones gubernamentales y reconocidos especialistas han señalado cómo desde el mismo momento en que se estableció el Protocolo de Kyoto para atacar las causas que ocasionan el calentamiento global del planeta, el sistema económico que ocasiona la generación de gases de efecto invernadero se ha consolidado y deja sentir sus influencias hasta en las regiones más aisladas del planeta. Por eso los acuerdos de la COP20 fueron tan limitados, eluden ir al fondo del problema.
Porque, como demuestra en su reciente libro la reconocida investigadora canadiense Naomi Klein, los pasados 25 años se ha intentado
acomodar las necesidades del planeta a la ideología del capitalismo de mercado, que exige el crecimiento constante y el máximo beneficio, con resultados desastrosos. Dado que el sistema económico vigente le declaró la guerra al planeta, agrega Klein, hoy se necesita una respuesta radical que cambie el actual estado de cosas.
una insurrección contra las élites políticas y económicas.