Desde luego no es habitual que un jefe de estado denomine asesino al ex jefe de estado
de un país amigo (relativamente amigo, a tenor del tratamiento mediático masivo queel primero recibe, pero al menos no claramente enemigo). Me refiero, claro está, a las
palabras de Nicolás Maduro en relación con José María Aznar. Pero que no sea habitual
no impide que abordemos el meollo de la cuestión: 1.200.000 iraquíes muertos –en nombre de la
democracia– en busca de unas armas de destrucción masiva que no existían y que ahora conocemos
que los que patrocinaron el inicio de la guerra sabían perfectamente que no existían. Bush, Blair y
Aznar, (entre otros, hay más) ¿no son los responsables de tantos muertos? ¿Y cómo hay que llamar a
los que dieron las órdenes?
Y aún peor: sin la destrucción de Iraq probablemente no se habrían producido las matanzas en Siria,
no se habría convertido Libia en un estado fallido en el que la violencia campa a sus anchas, no se
habría consolidado el Estado Islámico (un poder que actúa con un desprecio total a la vida de las personas)...
Es posible que nada de esto hubiera pasado sin en las Azores el trío de amiguetes se hubiera
limitado a tomarse unos whiskys a la salud de la democracia, en vez de urdir un plan criminal para
asentar la hegemonía occidental en una región rica en petróleo. Acabaron con alguna dictadura más
o menos represora, sí, pero centenares de miles de inocentes han pagado con sus vidas la aventura.
El desastre no acaba ahí: Afganistán sigue con su larga guerra, ampliada ahora al norte de Pakistán,
los kurdos reciben por todas partes, y los palestinos siguen llamando a las puertas del cielo (metafó-
ricamente, pero en muchos casos lo hacen realmente, si es que el cielo existe).
2014 ha sido un año difícil. A la crisis económica que sigue afectando, en mayor o menor grado, a la
totalidad de la Unión Europea y en general al mundo occidental, hay que sumar la crisis en Ucrania
aún por resolver, el intento de acorralar a Rusia utilizando el precio del petróleo y las sanciones, la
complicada situación económica de Venezuela, que puede tener repercusiones electorales en 2015 y
que, si fueran negativas para el chavismo, tal vez podrían engendrar un efecto dominó en buena parte
de América Latina y desestabilizar toda la zona, y todo ello configura un panorama más bien oscuro
para este año que comienza.
Y, teniendo en cuenta que el declive de la potencia imperial estadounidense prosigue su curso, que la
UE no levanta cabeza, y que los puntos calientes del globo no tienen visos de enfriarse, más bien lo
contrario, surge ante nosotros un único país que se perfila impertérritamente como la gran potencia
mundial del momento: China. A la que sigue, pero sólo asomando la cabeza, India.
2015 puede ser, entonces, un año de grandes cambios geopolíticos y geoestratégicos, cambios que
pueden acontecer para bien y para mal. Por desgracia, cuando se alza una incógnita semejante la
cosa suele resolverse para mal.
En España también hay signos de grandes cambios. La irrupción de Podemos ha cambiado todos los
parámetros, los poderes económicos están nerviosos, los políticos inquietos –por no decir asustados–
y la ciudadanía expectante. Puede que, en 2016, la situación no tenga nada que ver con la que ahora
padecemos. En cualquier caso, hay esperanza.
Bien, crucemos los dedos, deseémonos buena suerte y, sobre todo no desfallezcamos. Remedando al
poeta: todo está por hacer, pero todo puede hacerse.
Miguel Riera
El Viejo Topo / 324 / enero 2015 / 5
F E L I Z A Ñ O N U E V OD
No hay comentarios:
Publicar un comentario