La clave está en Ayotzinapa
Nunca antes, desde 1968, el régimen político mexicano había estado en tan aguda crisis como ahora. Nunca antes desde entonces había tenido tan bajo consenso social. Nunca antes, desde siempre, había sido tan extensa y profunda su quiebra moral. Y nunca antes como ahora estuvo el gobierno mexicano tan desprestigiado y aislado internacionalmente como lo está en estos momentos.
El proceso de deterioro viene de lejos, pero no hay duda de que los horrendos crímenes de Iguala y Ayotzinapa han sido la gota que derramó el vaso. Crímenes semejantes a los perpretados por la dictadura militar argentina de los Videla y los Massera.
Y luego, cual un alud de lodo, vino el descubrimiento de la asignación corrupta de las obras del tren rápido México-Querétaro. Y en seguida el destape de la muestra emblemática de corrupción que representa la casota. Y un poco más adelante, ante el escándalo (nacional e internacional) desatado, la cancelación unilateral de la sucia asignación de la obra licitada del tren. Y, más o menos al mismo tiempo, las tan falsas como teatrales explicaciones de los crímenes de Iguala y Ayotzinapa. Y, como corolario, las teatrales y admonitorias aclaraciones sobre la riqueza sencillamente inexplicable exhibida en la frívola revista española Hola.
La presente crisis tiene muchas semejanzas con la de 1968 que desembocó en la imborrable noche de Tlatelolco. A las justas demandas populares, el gobierno respondió con obvio y creciente endurecimiento. Con amenazas, como ahora. Con autojustificaciones, como ahora también. Y con provocadores e infiltrados, lo mismo que hoy. Y con rondines de vigilancia y amedrentamiento de grupos de militares con ropa de civil, cual se repite ahora.
Andar de nuevo ese camino sólo puede llevar al mismo destino. Esa ruta y ese destino representaron la ruina personal de aquel presidente. Tomó esa ruta sin percatarse de las consecuencias que sus decisiones podrían acarrear. De haberlas imaginado quizás hubiera tomado otro camino. Muy tarde lo comprendió, cuando ya había sido marcado por la historia como asesino de su propio pueblo.
La conducta de Díaz Ordaz resulta incomprensible. Aquella crisis tenía salidas. A la de hoy no se le ven. Para desactivarla tendrían que aparecer con vida los 43 muchachos secuestrados por la policía y luego desaparecidos. Lo de las riquezas inexplicables pasaría sin duda a segundo plano. Y lo mismo puede decirse del asunto del tren. La clave está en Ayotzinapa.
Esa renuencia oficial a recocer su horrendo crimen y a establecer el paradero de los 43 jóvenes secuestrados-desaparecidos mantendrá vigente y creciente la crisis de gobernabilidad que estamos presenciando. Para conjurarla han demostrado su absoluta inutilidad los recursos discursivos, los desplantes histriónicos y las nada veladas amenazas de reprimir las protestas. Al costo que sea. Pero el costo puede ser demasiado alto.
Más valdría reconocer la justeza y magnitud de la crisis para paliarla ante la imposibilidad de resolverla. Y en este sentido el mejor camino es no agravarlaå más. Bien se sabe que el mejor freno es dejar de acelerar. Finalmente, nadie ganará con la exacerbación de la crisis por la vía de la represión. Y menos si ésta adopta, como en Iguala y Ayotzinapa, las modalidades de la guerra sucia: nuevos secuestros, nuevas desapariciones forzadas, nuevos asesinatos selectivos, nuevos alcaldes encarcelados, nuevas provocaciones que deriven, como en Tlatelolco, en sangrientos supuestos zafarranchos y tragedias nacionales indelebles.
Es la hora de la mesura. La represión violenta de la crisis la exacerbará y la retroalimentará. La Argentina de Videla es buen ejemplo histórico. El mejor freno es dejar de acelerar. Mesura es la receta. No resuelve el irresoluble problema, pero no lo agrava.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
El proceso de deterioro viene de lejos, pero no hay duda de que los horrendos crímenes de Iguala y Ayotzinapa han sido la gota que derramó el vaso. Crímenes semejantes a los perpretados por la dictadura militar argentina de los Videla y los Massera.
Y luego, cual un alud de lodo, vino el descubrimiento de la asignación corrupta de las obras del tren rápido México-Querétaro. Y en seguida el destape de la muestra emblemática de corrupción que representa la casota. Y un poco más adelante, ante el escándalo (nacional e internacional) desatado, la cancelación unilateral de la sucia asignación de la obra licitada del tren. Y, más o menos al mismo tiempo, las tan falsas como teatrales explicaciones de los crímenes de Iguala y Ayotzinapa. Y, como corolario, las teatrales y admonitorias aclaraciones sobre la riqueza sencillamente inexplicable exhibida en la frívola revista española Hola.
La presente crisis tiene muchas semejanzas con la de 1968 que desembocó en la imborrable noche de Tlatelolco. A las justas demandas populares, el gobierno respondió con obvio y creciente endurecimiento. Con amenazas, como ahora. Con autojustificaciones, como ahora también. Y con provocadores e infiltrados, lo mismo que hoy. Y con rondines de vigilancia y amedrentamiento de grupos de militares con ropa de civil, cual se repite ahora.
Andar de nuevo ese camino sólo puede llevar al mismo destino. Esa ruta y ese destino representaron la ruina personal de aquel presidente. Tomó esa ruta sin percatarse de las consecuencias que sus decisiones podrían acarrear. De haberlas imaginado quizás hubiera tomado otro camino. Muy tarde lo comprendió, cuando ya había sido marcado por la historia como asesino de su propio pueblo.
La conducta de Díaz Ordaz resulta incomprensible. Aquella crisis tenía salidas. A la de hoy no se le ven. Para desactivarla tendrían que aparecer con vida los 43 muchachos secuestrados por la policía y luego desaparecidos. Lo de las riquezas inexplicables pasaría sin duda a segundo plano. Y lo mismo puede decirse del asunto del tren. La clave está en Ayotzinapa.
Esa renuencia oficial a recocer su horrendo crimen y a establecer el paradero de los 43 jóvenes secuestrados-desaparecidos mantendrá vigente y creciente la crisis de gobernabilidad que estamos presenciando. Para conjurarla han demostrado su absoluta inutilidad los recursos discursivos, los desplantes histriónicos y las nada veladas amenazas de reprimir las protestas. Al costo que sea. Pero el costo puede ser demasiado alto.
Más valdría reconocer la justeza y magnitud de la crisis para paliarla ante la imposibilidad de resolverla. Y en este sentido el mejor camino es no agravarlaå más. Bien se sabe que el mejor freno es dejar de acelerar. Finalmente, nadie ganará con la exacerbación de la crisis por la vía de la represión. Y menos si ésta adopta, como en Iguala y Ayotzinapa, las modalidades de la guerra sucia: nuevos secuestros, nuevas desapariciones forzadas, nuevos asesinatos selectivos, nuevos alcaldes encarcelados, nuevas provocaciones que deriven, como en Tlatelolco, en sangrientos supuestos zafarranchos y tragedias nacionales indelebles.
Es la hora de la mesura. La represión violenta de la crisis la exacerbará y la retroalimentará. La Argentina de Videla es buen ejemplo histórico. El mejor freno es dejar de acelerar. Mesura es la receta. No resuelve el irresoluble problema, pero no lo agrava.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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