EL DELFÍN

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lunes, 20 de noviembre de 2017

La crisis coreana vista desde Corea del Sur

Corea La crisis coreana vista desde Corea del Sur 14/11/2017 | Won Youngsu
¿Conducirá el enfrentamiento verbal entre un viejo que chochea y un pequeño pirómano a una guerra de verdad? Probablemente no, pero en este momento el riesgo es mayor que nunca, sin duda. ¿Por qué no? Simplemente porque la consecuencia de cualquier acción resulta inimaginable y extremadamente catastrófica en todos los sentidos de la palabra. Por desgracia, este es el único factor de disuasión imaginable de una guerra posible. Para la sociedad surcoreana apenas hay signos visibles de una guerra. Hasta Al Yasira se pregunta por qué la población surcoreana no parece preocupada por una guerra inminente en esta peligrosa escalada del conflicto militar. La respuesta es que desde hace casi 70 años, generación tras generación, la gente surcoreana vive bajo la amenaza de guerra todos los días. Entonces, de manera inesperada, Han Kang, novelista y ganadora del premio internacional Man Booker para obras de ficción, escribió un ensayo para el New York Times: “Mientras EE UU habla de guerra, Corea del Sur tiembla” 1/. Se trata de una crítica directa al belicismo de Trump y revela asimismo los traumas latentes de la mayoría de la población surcoreana, secuelas de experiencias de guerra y de las subsiguientes memorias sociales y políticas. Entonces Trump pregunta: ¿Por qué Corea del Sur no da las gracias a EE UU por protegerla? Ninguna observación puede estar más desencaminada. ¿Qué espera el viejo después de proferir continuas amenazas y de llevar la península al borde de una guerra apocalíptica? Una paz paradójica Básicamente, la paz que ha durado más de medio siglo en la península coreana es una paradoja, en la medida en que esta paz se basa tan solo en el hecho de que toda guerra potencial equivaldría a una aniquilación total: sería demasiado devastadora y demasiado peligrosa. Durante casi 70 años, generación tras generación, la población coreana se ha enfrentado a la amenaza de guerra en su país, y no solo de guerra nuclear, sino también de una guerra convencional con armas que destruirían al instante el conjunto de la nación, tanto en el Norte como en el Sur. La política del actual gobierno surcoreano está encaminada a resolver la crisis, así como a mejorar la relación entre el Norte y el Sur. Sin embargo, los gobernantes actuales de EE UU y Japón, países que son aliados de Corea del Sur, son los peores belicistas de los últimos tiempos en la región, y esta coyuntura y esta estructura debilitan la capacidad autónoma del nuevo gobierno surcoreano. La sociedad civil y los movimientos sociales en general apoyan el planteamiento del gobierno surcoreano y se muestran críticos con los gobiernos de EE UU y de Corea del Norte, aunque con respecto a este último, las cuestiones implicadas son bastante delicadas. Los grupos surcoreanos favorables a Corea del Norte se mantienen en su mayoría en segundo plano, ya que bajo los dos gobiernos anteriores permanecieron ideológicamente aislados y fueron objeto de una fuerte represión. Además, son muy conscientes de que una implicación mayor en sus relaciones con Corea del Norte supondría sin duda una amenaza para su existencia. De todos modos, su percepción es que tienen que apoyar la política de Corea del Norte con respecto a EE UU y Corea del Sur como una autodefensa frente a amenazas exteriores. La apuesta norcoreana El rumbo emprendido por el régimen de Kim Jung-Un es suicida y no conviene a nadie más que al propio régimen. Las víctimas de esta estrategia de confrontación demencial y temeraria son la gente norcoreana. En esta coyuntura, la única resistencia que pueden practicar es la deserción de su país, por mucho que su huida cuente principalmente con la ayuda de fundamentalistas cristianos anticomunistas y agentes secretos de Corea del Sur. El régimen norcoreano está protagonizando un juego muy peligroso y no tiene ninguna intención de reformarse y establecer un sistema democrático basado en la gente. Paradójicamente, la apuesta de Kim Jung-Un ha contribuido a que el gobierno ultranacionalista japonés de Shinzo Abe haya superado la crisis política y a ofrecerle una buena posibilidad de rearmarse. La victoria aplastante del partido gobernante, el Partido Liberal Demócrata (LDP), en las elecciones generales del pasado 22 de octubre ha sido un regalo de Kim Jung-Un. Todo el mundo sabe cuál es la solución: detener la escalada de tensiones y entablar el diálogo. EE UU debe poner fin a sus amenazas y maniobras militares y Corea del Norte debe suspender las pruebas nucleares y los lanzamientos de misiles. Hoy por hoy, ocasionalmente se informa de diálogos bilaterales, pero nadie sabe a ciencia cierta qué perspectivas hay, salvo los que negocian entre bastidores. Salvo estas iniciativas ambiguas, los protagonistas de este conflicto dan la espalda completamente a esta solución, tan sencilla como fácil de implementar. Entonces, ¿quién podrá asegurar esta solución? Si las buenas intenciones del gobierno surcoreano no bastan, ¿entonces qué? El dilema de los movimientos sociales surcoreanos En el contexto de la crisis actual, los movimientos cívicos y sociales de Corea, Japón y China, si es que los hay, necesitan tejer una alianza por la paz en la península coreana, que revitalizará la memoria histórica compartida de vibrante solidaridad y cooperación internacional entre las izquierdas coreana, japonesa y china en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la realidad es sombría. En China y Corea del Norte no existe ninguna sociedad civil con capacidad para actuar autónomamente, y a pesar de algunos intercambios de experiencias, los movimientos sociales surcoreanos y japoneses han compartido muy pocas iniciativas de solidaridad y colaboración. Además, en Corea del Sur el movimiento por la paz es muy débil y carece de una perspectiva internacionalista. Durante muchos años, al amparo del supuesto consenso de que la reunificación nacional es un bien absoluto, se ha tendido a olvidar la necesidad más práctica de asegurar la paz permanente. Y se han hecho pocos esfuerzos por asegurar la paz en cooperación con movimientos pacifistas internacionales. Necesidad urgente de un movimiento global por la paz ¿Cómo resolver esta crisis? ¿Qué hace falta en esta situación crítica? La única fuerza capaz de bloquear la escalada reside en la movilización a favor de la paz desde abajo en el sudeste asiático y tal vez en un movimiento global pacifista, antimilitarista y antiimperialista. Como demuestra la concesión del Premio Nobel a la Campaña Internacional por la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), la adopción por Naciones Unidas del tratado de prohibición de las armas nucleares a propuesta de 122 países ha sido un logro significativo. ¡Pero esto no basta! Sin una presión y una movilización mayores, el tratado de la ONU no es más que un trozo de papel. Recordemos la histórica movilización del 15 de febrero de 2003 contra la entonces inminente guerra de Irak y las movilizaciones en toda Europa contra el despliegue de misiles en la década de 1980, que fueron las precursoras del movimiento antiglobalización. Aquí no hemos tenido movilizaciones internacionales significativas que deslegitimaran la guerra y la globalización neoliberal. Los movimientos sociales internacionales y la izquierda radical han de construir urgentemente un movimiento global por la paz, así como un movimiento ecologista global contra el cambio climático para la supervivencia del género humano. Ambos movimientos son esenciales, pero el primero es incluso más urgente e importante en esta coyuntura histórica, porque ahora mismo la guerra y el militarismo no llevarán más que a la catástrofe, produciendo incontables víctimas y matando a gente inocente en todo el planeta. Epílogo Donald Trump ha visitado Corea del Sur en su reciente viaje por Asia Oriental, y su visita ha sido motivo de manifestaciones simultáneas de bienvenida y de rechazo. La contraposición entre estas manifestaciones a favor y en contra de Trump constituye una extensión de las marchas con velas contra Park Geunhye y las marchas de apoyo a Park con banderas coreanas. Sin embargo, las manifestaciones en contra de Trump no lograron superar la marea de banderas coreanas y estadounidenses. Más de 20 000 policías antidisturbios y agentes de seguridad defendieron a Trump y evitaron la colisión entre manifestantes de distinto signo. Tan solo una parte de quienes participaron en las marchas con velas se sumaron esta vez a las manifestaciones en contra de Trump, pese a que la gran mayoría de la población coreana está furiosa por las provocaciones sin sentido del presidente de EE UU. Así, la movilización contra Trump y por la paz tuvo un alcance y una perspectiva limitadas y lamentablemente no fue muy impresionante, pese a que la plataforma anti-Trump afirmara que contaba con el apoyo de más de 200 movimientos sociales y cívicos. El movimiento por la paz surcoreano todavía tiene un largo camino que recorrer. 08/11/2017 Won Youngsu es miembro del Foro Internacional en Corea. http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42445 Traducción: viento sur Notas:

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