EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

viernes, 19 de febrero de 2016

Hitler, Merkel y Renzi van a la opera

Hitler, Merkel y Renzi van a la ópera Maciek Wisniewski*
D esde luego, no hay que subestimar el poder de la música. Especialmente de la ópera que –al incorporar también lo visual y lo literario– puede ser un sugestivo vehículo de mensajes políticos. Richard Wagner (1813-1883) tiene un claro mensaje político. Es un gran revolucionario de la ópera –y de la música (que abrió la puerta a la posterior llegada de dodecafonismo)–, pero, sobre todo, es un gran ideólogo. Como uno de los pocos compositores que escriben sus libretos, mete en ellos mucho de su pensamiento racista, sexista y antisemita; si estira el lenguaje musical de su época, lo hace para transmitir mejor (con más dramatismo) sus ideas de la supremacía teutona y renovación radical de la especie humana. Adolf Hitler tiene 12 años y por primera vez va a la ópera, a ver a Lohengrin: Me volví adicto inmediatamente. Mi entusiasmo por el maestro de Bayreuth no tenía límites, anota años más tarde en Mein kampf (1925). Desde el principio convierte a aquella pequeña ciudad bávara en un nido de nacional-socialismo, con su llegada al poder en el corazón cultural del Tercer Reich, y a Wagner en su compositor oficial; tras la victoria final planea ascender su música a niveles aún superiores. Curioso: la mayoría de notables nazis no comparte el wagnerismo del Führer (el teatro en la Colina Verde a menudo se ve vacío y se llena sólo por fuerza); alemanes comunes y corrientes al ir a la ópera prefieren otro repertorio (Verdi o Puccini). Así que si bien no hay que desestimar la influencia de Wagner (ante todo en la medida en que el mismo Hitler se lo cree, planeando –tal vez– las invasiones al son de sus óperas o las de Beethoven o Strauss), darle demasiada importancia (como esto de explicar el auge del nazismo o la subsiguiente guerra con el poder de su música) es igualmente erróneo. Una falacia que sintetiza –y aniquila– magistralmente Woody Allen en uno de sus clásicos one-liners: No puedo escuchar tanto Wagner... me dan ganas de invadir Polonia (Manhattan murder mystery, 1993). Aquí Lenin –y no sólo aquí– está en las antípodas. Cuando invade Polonia (la guerra polaco-bolchevique de 1919-1921), seguramente no escucha la música. No puede. Le hace mal. Lo vuelve emotivo y débil, como confiesa en una ocasión. Una distinción crucial –la separación de música y política (y muestra de su indudable humanidad, Slavoj Zizek dixit)– que no hacen los nazis, con Hitler a la cabeza, todos melómanos-genocidas (algunos músicos semiprofesionales). A pesar de esto, y citando la misma confesión de Lenin, un columnista inglés –en contexto del bicentenario del natalicio de Wagner (2013)– lo fustiga por ignorar cultura y priorizar política, una de las razones por la que fracasó su revolución. La clase política inglesa dominada por filisteos es, según él –en este aspecto–, leninista: ignora la vida artística, una señal de la sociedad fallida; un ejemplo a seguir es la clase política alemana –y Angela Merkel en particular–, que regularmente va a Bayreuth, dando así señal de salud de la sociedad civil (The Guardian, 2/8/13). Curioso: tener uno de los festivales musicales más democráticos del mundo (los Proms de Londres), ignorado por políticos, pero concurrido por representantes de 99 por ciento de la sociedad –gracias a boletos baratos–, es muestra de enfermedad; tener uno de los más elitistas (el de Bayreuth), accesible –por precios astronómicos de boletos– sólo a uno por ciento de la sociedad (la élite económica y política), es muestra de salud. Y todavía estas apariencias: una vez la canciller Merkel –que no enloquece tanto por Wagner, el más wagnerista es su esposo– va a la ópera con un vestido que ya lució una vez (austera, como la crisis lo demanda, elogia el amarillista Bild). Chismes y escándalos. Lo único que desde hace años es capaz de producir Bayreuth. El mejor Wagner ya está en otra parte: en Salzburgo, en Berlín, en Milán... Milán. Matteo Renzi va allí a inaugurar la tempo-rada en La Scala. Tocan a Verdi: Juana de Arco. Pero la música es lo de menos. Va a hacer noticia: El premier italiano desafía la seguridad por una noche en la ópera (The Guardian, 7/12/15). Los terroristas –dicen los servicios secretos– van a volar el teatro, pero el valiente político va. Un espectáculo que de manera conveniente tapa las protestas antiausteridad afuera que ya son la costumbre en las inauguraciones de La Scala. Daniel Barenboim, sin embargo –su ex director musical argentino-israelí, conocido interprete y defensor de Wagner (Lo peor que le pasó fue el amor de Hitler a su música)–, una vez capta la atención fustigando desde el podio recortes a la cultura. En fin. La ópera –al parecer–, puro problema. El gran Pierre Boulez (1925-2016) –compositor y conductor francés que falleció en enero pasado– tiene una elegante solución: Volarlas todas (Der Spiegel, 1967). ¿Mera provocación? Más bien protesta contra la estagnación del género, critica la cultura burguesa (la ópera de París está llena de polvo y mierda) y parte de su incansable promoción de nueva música (dodecafonismo/serialismo). Curioso: alguien en la policía suiza lo lee y guarda la memoria casi 40 años. Tres meses después de los atentados de 9/11 Boulez es sacado de su cama en un hotel en Basilea y acusado de terrorismo (BBC, 4/12/01). Todo –en sí bastante operístico– huele a venganza. Pero no es que no tiene gusto por la ópera, sólo es muy particular (Berg). Una vez incluso –¡en Bayreuth!– realiza Der Ring... (1976) en escenario industrial del siglo XIX como una saga capitalista. Con Jean Genet planean una ópera sobre la guerra de Argelia... Pero Boulez es más radical allí donde se inclina por la música pura. Con la sola fuerza de su creatividad cuestiona el statu quo. La política no le hace falta. Su gesto –muy leninista, de separación, pero a rebours– es subversivo. Incluso: anticapitalista (Counterpunch, 7/1/16). De allí que iniciativas como la Ópera contra el racismo y xenofobia –una serie de conciertos este febrero en diferentes ciudades alemanas–, aunque nobles (y en espíritu muy antiWagner), se quedan cortas. Lo revolucionario, emancipatorio, no es combinar la música y la política. Es ser fiel a cada una de estas esferas. Lenin y Boulez se dan la mano sin saberlo. *Periodista polaco Twitter: @periodistapl

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