En el túnel
Octavio Rodríguez Araujo
L
os mexicanos –la mayoría– vivimos en un túnel que pareciera no tener salida. O quizá sea un embudo en el que vamos hacia la parte más angosta por la que sólo cabrán, para ver la luz, los más privilegiados por este sistema que día a día cobra más víctimas en todo el mundo, en algunos países más que en otros.
Los partidos políticos tienen muy pocas propuestas de cambio, cuando tienen, y quienes no pertenecen ni simpatizan con los partidos están en similares circunstancias. Éstos, en el mejor de los casos, están justificadamente preocupados por la situación concreta en que viven y, por lo mismo, sus demandas son sobre asuntos específicos. Otros nos dicen que el sistema se debe cambiar porque no ofrece nada bueno para las mayorías, y tienen razón, pero no parecen ser suficientemente audaces (y realistas a la vez) para señalar el cómo hacer esos cambios (la estrategia). Muchos le apuestan a la organización de los
subalternos, como les llaman algunos a los pobres del campo y la ciudad, pero sin un programa viable (y no de buenos deseos) no se ve por qué y para qué habrían de organizarse, ni tampoco se habla del cómo. Pareciera que se olvidan de la enorme pluralidad de los mexicanos y de sus muy variados intereses, determinados por sus circunstancias diversas, como lo son también sus formas de vida y hasta sus tradiciones.
Podríamos estar de acuerdo en que un común denominador es la lucha contra el neoliberalismo (o por lo que cada quien entienda por éste), pero a la hora de las propuestas alternativas surgen de inmediato las diferencias, y con éstas las divisiones y la dispersión. Por ahora, la lucha anticapitalista es un buen discurso, pero lamentablemente no es suscrito por las mencionadas mayorías. Y, además, la lucha anticapitalista es un anti, pero no es por sí misma un proyecto de lo que debiera sustituir al capitalismo. Se diría que es el socialismo, pero no hay referentes sólidos de un modelo alternativo de esta naturaleza: ¿el mal llamado socialismo soviético, el modelo cubano o el venezolano, el de Corea del Norte con todo y su impresentable dictador? ¿Son repetibles los caminos que han seguido otros países? ¿Podemos y Syriza son exportables, así nada más?
Teóricos y filósofos hay y ha habido, algunos de primera línea, pero tampoco han proporcionado soluciones que hayan resistido la prueba del tiempo, de la historia. Nos han ofrecido propuestas de cambio y críticas excelentes al statu quo, pero la realidad terca y poderosa se ha encargado de ubicarlos en el nicho de las mentes más brillantes en las bibliotecas, pero no en la construcción de un mundo mejor para todos y no sólo para unos cuantos. ¿Será vigente la undécima tesis de Marx sobre Feuerbach:
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo? Quizá sí.
Hemos avanzado muchísimo en los últimos 150 años, pero la vieja tesis del desarrollo desigual y combinado persiste: ¿en qué se parecen países como Somalia y Noruega o Argentina, o más cerca, estados como Oaxaca y Nuevo León? Ha habido conquistas impensables a principios del siglo XIX, pero la industrialización iniciada en Inglaterra en aquellos años ahora se cuestiona por la contaminación y otros estragos, y no faltan
teoríasque proponen la desindustrialización y el antidesarrollo como opción para la humanidad. Es claro que estos avances han mejorado la vida de miles de millones de personas pero no de toda la población mundial: unos tienen 80 o más años de expectativa de vida, otros siguen, como en la Edad Media, con la esperanza de llegar a los 50 años en promedio. Unos disfrutamos de las nuevas tecnologías de comunicación, Internet por ejemplo, y otros sólo las desean, pero en esto también hay críticas por sus efectos en la salud física y mental de quienes se enajenan a ellas. ¿Qué no tiene su pro y su contra?
La inconformidad existe casi en todos lados, aunque no en todos se exprese con libertad, pero ciertamente no está organizada. Es real, pese a que nos surjan dudas sobre la autenticidad de algunos movimientos, pero una vez más se percibe la falta de proyecto más allá de demandas concretas y con frecuencia inmediatistas. Cuando los obreros europeos y estadunidenses demandaban la jornada de 10 horas, y luego de ocho horas, sumaron a millones, pero aun así hubo esquiroles en sus mismos países, o importados de otros (la necesidad tiene cara de hereje, dice el dicho). Pero no todas las demandas actuales tienen el mismo grado de universalidad y, por lo mismo, no suman a tanta gente. Es esta una de las razones por las que buena parte de los movimientos sociales se dispersan y no se organizan como sería deseable para ejercer suficiente presión sobre quienes tienen el poder. El resultado es que muchas de las conquistas de los trabajadores, incluyendo la jornada laboral, o sus sindicatos, se han venido perdiendo, menguándoles su fuerza e individualizándolos. Ahora el desempleo, la flexibilización del trabajo, la disminución de sindicatos y de contratos colectivos de trabajo, además de las nuevas tecnologías, son armas de los capitalistas para echar atrás muchas de esas conquistas. La gente del campo y las clases medias están, en este sentido, peor que los obreros y más amenazados por la organización neocapitalista. El
sálvese quien puedase ha vuelto una forma de vida para muchos, y esto explica también la dispersión de los movimientos sociales. Tal vez los partidos políticos puedan ayudar a la organización de la sociedad, pero es seguro que para lograrlo también tienen que cambiar y convertirse en partidos de nuevo tipo, con proyectos y estrategias diferentes a los tradicionales. ¿Cómo? También habría que pensarlo: no hay recetas.
Para mí, seguimos en un túnel, y confieso que todavía no alcanzo a ver la luz al final.