Pablo Gómez
A Hanin Zoabi, diputada al parlamento de Israel, condenada a guardar silencio por haber expresado su pensamiento
Lo que está ocurriendo en Gaza es una masacre por parte del gobierno de Netanyahu. La política fundamentalista israelí se da la mano con la política fundamentalista de Hamás, quien gobierna Gaza. Son dos fundamentalismos a quien casi todos los gobiernos del mundo les piden que cesen sus acciones bélicas, aunque ciertamente la ofensiva de Hamás es muy débil con misiles casi siempre inofensivos frente a las armas de muy alta precisión de Israel que han logrado crear terror en barrios populares e incluso escuelas: más de mil muertos en menos de un mes.
Palestina ha sido sacrificada en el altar del fundamentalismo nacional israelí apoyado sin matices críticos por parte de la clase política estadunidense, es decir, todas las instituciones y los grandes poderes económicos de ese país. Nada ha regateado Estados Unidos a Israel. La doctrina de la seguridad nacional se ha trasladado en la forma más grotesca hasta el Medio Oriente en donde está claro para ese belicismo que el enemigo es Palestina pues la parte laica del eje árabe ha sido desarticulado tanto por la bancarrota de un socialismo propio que culminó en el mayor despotismo como por décadas de acción política y ayuda militar estadounidense. Hamás juega aquí un papel menos relevante del que se le asigna aunque su política fundamentalista es mentirosa y manipuladora. Los islamitas palestinos saben muy bien que los misiles disparados desde Gaza carecen de capacidad letal, tanto porque Israel tiene defensas antiaéreas como porque muchas armas de Hamás parecen más bien fuegos de artificio. Al fin, si Hamás no gobernara Gaza sino Fatah las cosas no serían diferentes desde el punto de vista político.
El presidente Obama ha pedido el cese al fuego y pareciera que ha dicho lo contrario. El gobierno de Washington es el más importante sostén exterior del gobierno de Netanyahu y de los operadores de la política de ojo por ojo que se aplica desde Tel Aviv. Ningún gobernante occidental u oriental ha apoyado al gobierno de Israel en la masacre que lleva a cabo contra Gaza, pero parece que eso no tendrá ninguna repercusión, ni la más mínima, tal como ocurre con todas las resoluciones internacionales contra el gobierno de Israel aprobadas durante décadas y que ya ni siquiera son leídas. Aquí nadie pide sanciones y a lo más que se llega es a lamentos o ruegos. No hay duda que la existencia misma de Israel con su política de fundamentalismo nacional y su doctrina militarista de seguridad es como algo mágico en tanto que no parece haber la menor capacidad para detenerla o acaso moderarla en aras de abrir el camino de una solución política seria y perdurable en el conflicto que ya no es árabe-israelí sino sólo entre Israel y Palestina. Un pequeño país de Medio Oriente, con el gran apoyo de todo el capitalismo occidental pudo salir airoso ante la otrora coalición del mundo árabe y de gobiernos islámicos. Ahora, Israel tiene frente a sí sólo a Palestina pero no ha cambiado un ápice su política. Palestina vive de la cooperación internacional pero, bien vistas las cosas, también Israel con la diferencia de que este último es mucho más caro.
En conclusión, Estados Unidos y sus socios occidentales tienen que cambiar radicalmente de política frente a Israel porque sólo así se puede abrir paso a la paz sobre la base del respeto a la soberanía de los pueblos, la independencia nacional de cada cual y la vecindad pacífica. Si en Estados Unidos no hay quien pueda empezar a cambiar las cosas al respecto, no lo habrá en ninguna otra parte del mundo: nadie de fuera quiere arriesgarse en aras de una incierta paz en tan estrecho y abigarrado territorio. Mientras Israel tenga todo de su lado seguirá con las masacres de su militarismo fundamentalista.
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