EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

miércoles, 22 de julio de 2020

Mexico: pandemia y crisis hospitalaria

Pandemia y crisis hospitalaria
Un sistema de salud descuidado enfrenta la peor amenaza sanitaria en más de cien años
Jaime González *
Ciudad de México, 17-7-2020
Desde mucho antes de la declaración de la emergencia provocada por la epidemia de COVID-19, la enorme mayoría de derechohabientes del Sistema Nacional de Salud pública en México hemos sufrido la saturación del sistema hospitalario: los largos meses transcurridos antes de la culminación del proceso de evaluación y aceptación para una intervención quirúrgica, así como las interminables filas para la realización de análisis clínicos. También están los casos en que hemos tenido que pasar la noche de pie en un pasillo del área de urgencias, al lado de un familiar que estoicamente debe aguardar en una camilla los procesos de admisión y de atención inicial.
La salud fue relegada a un segundo plano
La saturación de los hospitales y la degradación de los servicios médicos públicos se ha debido principalmente al descuido de muchos años por parte de las administraciones anteriores al actual gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). No cabe duda que los regímenes neoliberales le restaron prioridad a las inversiones en salud pública, pero el autoproclamado gobierno de la Cuarta Transformación (4T) no ha dado muestras de darle la importancia debida a superar el deterioro del sistema hospitalario. Del 2009 al 2019, el gasto público en salud como porcentaje del Producto Interno Bruto ha oscilado alrededor del 2.9%: llegó a su máximo en 2013, con un 3.14%, y para 2018 y 2019 había bajado a 2.77%.(1) En comparación con México, en 2017 este porcentaje fue de 3.9% en Brasil, y en 2019 alcanzó el 9.91% en Alemania. Cabe mencionar que el porcentaje recomendado por la Organización Panamericana de la Salud es de 6%.(2) No debe extrañarnos que para este indicador México tenga el lugar 110 en el mundo. Y no sólo eso, sino que el crecimiento del gasto público en salud se ha mantenido por debajo del crecimiento de la población del país.(3)
De acuerdo a un análisis de la Cuenta Pública 2019 realizada por el diario El Universal, el año pasado hubo un subejercicio en el sector salud por mil 472 millones de pesos, en tanto que el sector de energía gozó de una reasignación –es decir, un aumento– de 102 mil millones.(4)
Todo lo anterior nos da una idea general de las condiciones del sistema público de hospitales en México, cuando llegó el fatídico día –28 de febrero del presente año– en que fueron detectados los primeros casos de COVID-19 en el país.
La increíble levedad de las afirmaciones de AMLO
Es importante tener en mente que la pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud el pasado 11 de marzo ha venido representando un reto con un extraordinario grado de dificultad para cualquier sistema de salud. No sólo se trata de una enfermedad desconocida hasta diciembre del 2019, sino que muchas de sus características han provocado muy desagradables sorpresas para la sociedad en general, y para el mundo médico en particular: no sólo puede ser fácilmente transmitida, sino que muchas de las personas infectadas sólo desarrollan síntomas muy leves y pueden deambular en su vida social sin percatarse de que están contagiando a muchos individuos más.
AMLO dedicó buena parte de su conferencias de prensa del 28 de febrero a la llegada de COVID-19 a México. Con el exagerado optimismo que le ha caracterizado, afirmó que ”estamos preparados para enfrentar esta situación de coronavirus”. También dio la impresión de que no quería reconocer la gravedad de la situación: “No es algo terrible, fatal. Ni siquiera es equivalente a la influenza”.(5) Los hechos, sin embargo, iban a mostrar en forma dramática qué tan equivocado estaba AMLO, y qué tan mal preparado estaba su gobierno.
La primera tragedia hospitalaria que conmovió al país sucedió en Monclova, Coahuila, donde el 17 de marzo un conductor de tráiler que presentaba dificultades respiratorias ingresó al Hospital General de Zona Número 7 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Durante los 6 días que permaneció en el hospital se inició un brote de COVID-19 en el cual resultaron contagiadas por lo menos 22 personas, entre trabajadores, enfermeras y médicos.(6) El Doctor Walberto Reyes de la Cruz, director médico de la Clínica 86 del IMSS, resultó infectado a raíz del incidente y falleció el 31 de marzo. Vale la pena hacer notar que el personal del Hospital de Zona Número 7 ya había protestado por la falta de equipo de protección, y que el Dr. Reyes fue en su momento el quinto en fallecer por causa de la pandemia entre el personal médico en Coahuila.(7)
En casi todo el país se suscitaron protestas por las muy serias carencias y deficiencias ante el avance de la pandemia. Personal del Centro Médico La Raza en la Ciudad de México declaró el 2 abril al diario El Financiero que, a dos semanas que se había realizado una manifestación para exigir equipo de protección, no sólo no habían recibido los insumos necesarios, sino que ni siquiera se habían establecido los protocolos para atender a los pacientes de COVID-19, ni se les había proporcionado la capacitación indispensable. Este mismo reclamo se repitió en múltiples hospitales.(8)
De hecho, hasta el día de hoy se sigue expresando un fuerte movimiento de personal de salud a nivel nacional, debido a que sus demandas de equipo de protección y mejora de condiciones de trabajo no han sido satisfechas. La misma Secretaría de Salud ha dado a conocer que se habían suscitado más de 39 mil casos de contagio y 500 muertes por COVID-19 entre el personal médico.(9)
La capacidad de los hospitales fue rápidamente rebasada
Para el 28 de abril, la Secretaría de Salud había confirmado 16,752 contagios y 1,569 muertes por COVID-19. Ese día, AMLO declaró que prácticamente todas las camas de hospitales dedicados a atender a pacientes de COVID estaban disponibles, y que no había nada que temer a este respecto. Lo mismo afirmó sobre otros insumos necesarios para hacer frente a la pandemia.(10)
El objetivo de las medidas anunciadas con las fases 2 y 3 de la respuesta a la pandemia consistió en evitar el colapso del sistema hospitalario, mediante disminuir el ritmo de avance de los contagios y, por tanto, de la mortalidad.(11) De hecho, con distintos grados de rigor en la aplicación de las medidas de confinamiento y distanciamiento social, éste ha sido el objetivo que han buscado los gobiernos en la gran mayoría de los países del mundo. La razón de ello es que aún no se ha terminado de desarrollar una vacuna efectiva para contrarrestar la propagación del coronavirus que causa la enfermedad que conocemos como COVID-19. Pero en México, a diferencia de aquellos países que han logrado realmente contener la pandemia –como Alemania, Dinamarca, Irlanda y Nueva Zelanda–, la aplicación de las medidas de mitigación de la pandemia ha sido demasiado laxa y errática. Gracias a que una parte importante de la sociedad tomó en serio el confinamiento y la “sana distancia”, se logró disminuir la aceleración en la cantidad de contagios y de muertes, aunque ni de lejos se logró al grado anunciado por López-Gatell. Tan es así, que éste ha tenido que modificar sus pronósticos una y otra vez. Tampoco se logró evitar la saturación de hospitales, como veremos a continuación.
El pasado 4 de junio, el diario El País publicó un análisis donde documentó el rezago en el conteo de muertes por COVID-19, y las severas fallas y carencias en la atención especializada. Paso a citar uno de los pasajes clave del artículo: “La información recogida por los Estados... revela que casi ocho de cada diez pacientes, el 76%, derrotados por la enfermedad no ingresaron a terapias intensivas ni fueron entubados”. Sólo el 24% de los pacientes ha tenido acceso a unidades de terapia intensiva (UTIs), y más de 8,000 personas murieron sin acceso a un ventilador. Un experto consultado por los autores del citado artículo considera que muy probablemente la cantidad real de camas en UTIs no pudo ser aumentada debido a la carencia de especialistas en medicina crítica. Además, ha habido gran cantidad de pacientes a los cuales la muerte los sorprendió antes de que se les realizara la prueba clínica que pudiera confirmar que estaban contagiados por el coronavirus.(12)
Existe una cantidad considerable de reportajes que confirman la saturación del sistema hospitalario en la Ciudad de México, especialmente entre los meses de mayo y junio. Por ejemplo, el 3 de mayo Proceso publicó un artículo de Neldy San Martín, donde informa que, en su conferencia mañanera del 1 de mayo el mismo AMLO “pidió a los ciudadanos que ya no vayan al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), a Nutrición o a los hospitales del ISSSTE porque ya no tienen capacidad; recomendó ir a los nosocomios del IMSS, pese a que muchos de ellos también están llenos.”13 Un reportaje de Fernando Camacho en el diario La Jornada, fechado 3l de mayo, confirmaba lo anterior. Entre otros casos, informa que una mujer de 59 años tuvo que ser internada el lunes 18 de mayo, “pero en vez de ser llevada de inmediato a alguna cama para recibir atención especializada, se le mantuvo durante 48 horas esperando en una silla”.(14)
Vale la pena citar también un artículo de Natalie Kitroeff y Paulina Villegas que fue publicado en castellano el 28 de mayo por The New York Times: “Años de negligencia ya habían perjudicado al sistema de salud de México, dejándolo peligrosamente corto de médicos, enfermeros y equipos para combatir un virus que ha abrumado a naciones mucho más ricas.” (15)
En los días anteriores a la preparación del presente artículo, COVID-19 se había ensañado con las ciudades de Reynosa, Tamaulipas, La Paz, Baja California, y Villahermosa, Tabasco. Los titulares de los reportajes bien podrían aplicarse a tantas otras ciudades de la República Mexicana, incluyendo la Ciudad de México: “No lo vio ningún hospital: mi hermano murió en mis brazos” (16); "A mi hermana no la han atendido por falta de cama".(17)
A todo lo anterior habría que añadir el ritmo frenético al que se ha visto sometido el personal médico, su profundo agotamiento y el inimaginable desgaste que está sufriendo.
Quizás una de las intenciones de AMLO y de López-Gatell para no admitir públicamente la gravedad de la crisis sanitaria sea la de evitar una situación de pánico; pero la historia ha probado en múltiples ocasiones que tratar de mantener a obscuras a la población es una de las peores formas de manejar una crisis. O quizás se trata de un intento para evitar tener que admitir que sus estimaciones demasiado optimistas, sus modelos y sus proyecciones han estado equivocadas; pero hay algo que no pueden ocultar, y es la prisa desmedida por tratar de reabrir las actividades económicas, sociales y educativas sin un plan bien trazado, en el que las autoridades trabajen conjuntamente con la sociedad desde sus mismos hogares, barrios, lugares de estudio y trabajo, con el objetivo de ir aislando los cúmulos donde se concentran los casos de COVID-19. Un esfuerzo así requeriría de un esfuerzo humano y económico formidable, que el gobierno de la 4T no ha querido siquiera contemplar porque se encuentra ensimismado en proyectos cuya prioridad es hoy totalmente secundaria ante el crecimiento fuera de control que ha mostrado la pandemia en los últimos meses.
* Militante de la Liga de Unidad Socialista
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