¿Por qué América Latina es el epicentro de la pandemia?
Raúl Zibechi
E
ntre los países con mayor cantidad de infectados por el Covid-19, hay cuatro latinoamericanos: Brasil (segundo), Perú (séptimo), Chile (octavo) y México (décimo). Chile tiene el triste récord de contagiados por habitante (15 mil cada millón), seguido por Perú (8 mil 500), muy por encima de Estados Unidos, España e Italia.
México es una de las naciones del mundo que menos exámenes hacen por habitante (apenas 4 mil 300), siendo el más rezagado de la región con mayor población. Chile hace 15 veces más tests por habitante y Bolivia 20 veces más.
En la semana que finalizó el 28 de junio, los cuatro primeros países del mundo en fallecidos por millón de habitantes son latinoamericanos: Chile con 48, México con 31, Perú con 28 y Brasil con 26 (https://bit.ly/3dSSnWg). En Bolivia y Colombia la tasa de contagiados crece de forma permanente.
A medida que se conocen nuevos datos, la indignación crece. En Sao Paulo, la diferencia en el porcentaje de muertos por el Covid-19 entre los barrios ricos y los pobres es alarmante. En Bela Vista, región central, mueren 20 personas por cada 100 mil habitantes; en Brás, barrio pobre del centro, fallecen 87 por cada 100 mil habitantes (https://bit.ly/2VyBFoK).
Encuentro tres razones básicas para comprender por qué América Latina es hoy el centro global de la pandemia, situación que está lejos de disminuir.
La primera es la desigualdad, que carga en sus ancas, como compañeras de viaje, la corrupción, el desmantelamiento de los servicios sanitarios y la pobreza estructural de la mitad de la población.
Mientras la OMS recomienda ocho camas de hospital por cada mil habitantes (en Brasil es de 2.2), en algunos municipios de la Baixada Fluminense (estado de Río de Janeiro), como Seropédica e Itaguaí, hay apenas 0.3 a 0.8 camas por cada mil habitantes (https://bit.ly/2V8XITa).
En Perú, 70 por ciento de la población trabaja en el sector informal. Algunos mercados, como La Victoria, en Lima, presentaban en mayo 86 por ciento contagiados (https://bit.ly/3ggo3q7).
En Chile, donde los de arriba violan la cuarentena como y cuando quieren, incluyendo al presidente, en los barrios
altos, como Las Condes y Providencia, 90 por ciento de los hogares tiene acceso a Internet. En Cerro Navia, La Pintana y Lo Espejo no alcanza ni a 30 por ciento, afectando las posibilidades de educación a distancia.
Un excelente artículo en El Desconcierto, titulado
No conocen su país, destaca que
75 por cien-to de los ingresos de los chilenos se destina a pagar deudas y que 82 por ciento de los mayores de 18 años es deudor moroso(https://bit.ly/3eCWGpw). Dos millones de personas tienen serios problemas para acceder al agua potable y en muchos hogares conviven cuatro generaciones bajo un mismo techo.
El segundo problema es la violencia, que ha desestructurado nuestras sociedades y convertido a los estados-nación en espectadores cómplices del neoliberalismo. El
monopolio de la violencia legítima, que se atribuye a los estados, es una broma macabra, cuando ya no hay diferencias entre mafias y estados.
Cada masacre es testigo de la complicidad de los cuerpos armados, como acaba de suceder en San Mateo del Mar y en cada una de las matanzas que se suceden, cada semana, contra poblaciones originarias y negras de nuestro continente.
Aunque algunos se hagan los distraídos, sabemos que la violencia forma parte de la acumulación por despojo/cuarta guerra mundial, que es la seña de identidad del capitalismo en este periodo de turbulencias y tormentas. Dicho de otro modo: la violencia es sistémica, para acumular riquezas y contener a los pueblos. No es una desviación del sistema, es su núcleo duro, lo que le permite existir.
La tercera causa se deriva de las anteriores: gobiernos erráticos, incapaces no sólo de contener la pandemia –algo que podría entenderse dadas las tremendas condiciones estructurales que heredaron– sino de aceptar sus fracasos, con un mínimo de humildad. Hay gobernantes que
muevenla aguja del pico de la pandemia cuando las cuentas no les cuadran. No sólo en México.
La pandemia muestra tanto la crisis de la gobernabilidad, como las consecuencias de tres décadas de neoliberalismo sobre las instituciones y contra los pueblos. Los gobiernos no gobiernan, apenas acompañan servilmente los proyectos del capital y del imperio de Trump.
Como a esta pandemia sucederán otras, algunas ya anunciadas (como una peste porcina en ciernes) y otras inevitables (como las ambientales que presagian los incendios forestales, las plagas de langosta y la sucesión de sequías e inundaciones), es tiempo de reflexionar y tomar precauciones.
¿Quién va a defender a los pueblos cuando los gobiernos decretan el encierro masivo, mientras el extractivismo (minería, monocultivos y grandes obras) sigue destruyendo y asesinando? O nos organizamos o estaremos condenados a ser hojas en la tormenta sistémica.
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