Sor Juana en el mundo
Ángeles González Gamio
D
espués de casi cuatro siglos la imagen y obra de Sor Juana Inés de la Cruz continúan impactando; su talento excepcional que se muestra en su vasta producción literaria que abarca todos los géneros sigue dando lugar a estudios, análisis y polémicas. No sería posible cuantificar cuántos simposios, festivales, congresos y cuanto evento se pueda pensar, se han organizado alrededor de ella.
Hace unas semanas asistimos a la ciudad de Chicago, Estados Unidos, a participar en el Festival cultural dedicado a Sor Juana, que desde hace 25 años se organiza anualmente en el Museo de Arte Mexicano.
Nunca imaginó esa niñita de grandes ojos negros y finas facciones, que nació en un cuarto de adobe en el pueblo de San Miguel Nepantla, que su vida y obra serían parte de la historia universal de la literatura. Desde muy pequeña destacó por su inteligencia: aprendió a leer y escribir a los tres años y a los ocho escribió su primera loa que ganó un concurso.
Aún adolescente llegó a vivir a la Ciudad de México a la casa de sus tíos en donde encontró libros en latín. Como no podía asistir a la universidad por ser mujer, decidió estudiarlo por su cuenta con la ayuda del bachiller Martín de Olivas y lo aprendió en pocas semanas.
Pronto comenzó a correr la fama de su precocidad e inteligencia sobresaliente. En la corte virreinal pidieron conocerla; deslumbrados por su brillantez, la esposa del virrey la invitó a ser dama de honor cuando contaba con 16 años. Aquí cultivó su erudición, desarrolló su habilidad versificadora y brilló su vivaz inteligencia. Se cuenta que para probar la veracidad de sus conocimientos la sometieron a extenso interrogatorio ante 40 teólogos, matemáticos, filósofos, historiadores, poetas y humanistas. Al finalizar, el virrey marqués de Mancera exclamó
no cabe en humano juicio creer lo que vi.
Dama predilecta de la corte virreinal, vivió en ese lugar varios años; su talento y belleza le atrajeron cortejos y alabanzas, pero también envidias e intrigas. Ambas situaciones la alejaban del estudio y la escritura, que eran sus verdaderos intereses. Optó por la vida religiosa, única manera en la que una mujer de ese tiempo podía dedicarse a esas actividades.
Tras un fallido intento con las severas carmelitas descalzas, finalmente ingresó al convento de San Jerónimo. Ahí vivió 27 años y murió durante una epidemia de cólera cuando tenía 47 años.
Emociona visitar la parte que queda del inmenso convento de las jerónimas, que aún conserva el templo, algunos patios y el severo claustro de grandes dimensiones. Es fácil transportarse a la época en que Sor Juana paseaba por los jardines y pasillos, charlando o meditando sobre sus próximos escritos y a veces sobre su... próximo platillo. Ahora el lugar es la sede de la Universidad del Claustro de Sor Juana, que preserva su memoria y los que se dice son sus restos, además pronto va a reproducir la celda donde habitó y escribió la mayor parte de su impresionante obra literaria.
Se sabe que entre las múltiples dotes que tenía la genial mujer estaba la culinaria. Han aparecido recetas e incluso un recetario completo que escribió Sor Juana para su hermana. Se ve que era muy
dulcera, ya que la mayoría son postres:
antesde todos sabores –especie de panque esponjoso cubierto con una cajeta que puede ser de camote, betabel, chilacayote, entre otros–. También tiene tres tipos de buñuelos,
carne de membrillo–lo que nosotros ahora llamamos ate– y diversas clases de
mamones, que conocemos como bizcochos.
Curiosamente la carrera más importante de la Universidad del Claustro es gastronomía. Ya hemos comentado en diversas ocasiones que tiene su restaurante escuela: Zéfiro, en San Jerónimo 24, ocupa una soberbia mansión neoclásica que construyó el arquitecto Manuel Tolsá.
La comida se prepara con ingredientes mexicanos en formas novedosas. Como tiene que ser los postres son excelentes; un favorito: el pastel tibio de chocolate con helado de rompope y cremoso de cocoa.
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