EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

jueves, 2 de mayo de 2019

Festejos por el centenario de Soulages

Festejos por el centenario de Soulages
C
onocí a Pierre Soulages hace más de 30 años y, sin ser gran fisonomista, puedo observar los cambios que la edad va imponiendo en la piel de los rostros, en los movimientos del cuerpo, en los gestos más o menos lentos de mis amigos. Pierre sigue siendo el mismo que cuando nos encontramos esa primera vez en la calle donde somos vecinos. Pierre no envejece, es el mismo hombre con su metro 90 de estatura, derecho, semejante a un alto árbol, como señaló Jacques Bellefroid en un texto sobre él en la Nouvelle Revue Française, con los pies bien arraigados en el fondo de la tierra y la cabeza erguida hacia el cielo, donde se eleva con la mirada inalcanzable de sus ojos para asomarse, acaso, al infinito de las cavernas donde nace la luz. Fiat lux y la luz se hizo en lo más negro del vacío, en un entonces sin siquiera ayer. La creación comenzó. Y eso es quizás la búsqueda interminable de Pierre Soulages.
Si Pierre es hoy físicamente idéntico al hombre con quien me crucé en la rue des Trois Portes tantas veces durante unos meses que terminamos por saludarnos con un ligero movimiento de cabeza, con una sonrisa y la confianza de encontrarse entre conocidos, me digo que si Soulages no parece envejecer es porque la luz negra que lo ilumina cuando pinta le otorga el milagro de escapar, a semejanza de sus telas, al desafío de los tictacs y los años. Lejos del diabólico prodigio de Dorian Gray, cuyo retrato envejece ultrajado y descompuesto por la fealdad del vicio y la perversión, mientras la persona de Gray conserva la belleza de la juventud y la virtud.
Ahora, cuando se acercan cien años de su nacimiento, el próximo 24 de diciembre, mientras oigo dentro de mi cabeza su voz recitándome El cementerio marino, de Paul Valéry, me doy cuenta dev que entre más pasa el tiempo menos comprendo su paso, si acaso no somos nosotros quienes pasamos.
Conocido como el pintor del color negro, la textura de sus grandes telas poseen, gracias a su juego con los pigmentos, relieves escultóricos donde la luz se introduce y, poseída, se refleja al emanar de lo que Soulages llama l’outre-noir, es decir, lo ultra negro, no en el sentido de ultra o extremo, sino de lo otro, lo más allá, lo que está al otro lado, lo ultramarino por ejemplo. Esa pasión por el misterio de lo negro lo llevó a utilizar desde muy joven ropa de ese color. Recuerda con cierto humor: ‘‘Mi madre se vejaba. ‘¿Qué, ya quieres vestirte de luto por mí?’, me decía”.
Las celebraciones por su próximo cumpleaños han comenzado. Entre ellas, una exposición de dibujos en el museo que lleva su nombre en Rodez, su lugar de nacimiento. La voz clara y calurosa de Pierre, con quien telefoneo a Sète, ciudad donde vive frente al mar, se escucha entusiasta. Sigue fiel al niño que fue, ése cuyos ojos descubrieron el brillo de lo negro en una mancha de chapopote entre la nieve. Los festejos lo alegran como un juguete. El Museo del Louvre instala una gigantesca retrospectiva de su obra en su famoso salon Carré. Todos los grandes museos han prestado sus obras para esta exposición. Su galerista, Emmanuel Perrotin, tiene el delirante proyecto de llevar las obras de Soulages que están en el museo Fabre de Montpellier a su nuevo y suntuoso espacio en Nueva York.
El precio de cada una de sus telas sigue flambeando: 10 millones de dólares en venta pública. Jacques le cuenta de la veneración por su obra del conductor del tren azul para turistas que estaciona a unos metros de su casa en París. Todo esto divierte al joven que sigue siendo Pierre. Le pregunto si vendrá a París para la inauguración en el Louvre. Difícil… las ganas no faltan. Iremos a verte a Sète, entonces. Sète, en cuyo cementerio marino desea ser enterrado. Escucho en mi memoria su voz:
Ce toit tranquille, où marchent des colombes,
Entre les pins palpite, entre les tombes…
O récompense après une pensée
Qu’un long regard sur le calme des dieux!
Paul Valéry, Le cimetière marin

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