Odebrecht y la muerte de Alan García
C
ercado por la investigación sobre presuntos sobornos de la multinacional brasileña de la construcción Odebrecht, el ex presidente peruano Alan García se dio un disparo en la cabeza cuando elementos de la policía de su país pretendían hacer cumplir una orden de aprehensión en su contra, y murió poco después en un hospital de Lima.
El suceso, ocurrido ayer por la mañana, cimbró a la opinión pública del Perú, por cuanto el fallecido ocupó durante varias décadas un plano central en la política de esa nación sudamericana: en 1985, con sólo 36 años, llegó por primera vez a la jefatura de Estado representando al Partido Aprista Peruano (PAP), una formación política progresista y de masas fundada seis décadas antes y que nunca, hasta entonces, había llegado al poder. El desastre de su primera gestión queda ilustrado por el hecho de que García empezó ese, su primer mandato, con una popularidad de más de 90 por ciento y que en los siguientes cinco años llegó a descender hasta 9 por ciento, debido al mal desempeño económico, los señalamientos de corrupción y las violaciones a los derechos humanos. El aprista se exilió en Colombia a comienzos del periodo de su sucesor, Alberto Fujimori, para evadir los procesos penales en su contra, y volvió al país en 2001, una vez que los cargos habían prescrito.
En las elecciones presidenciales de aquel año volvió a presentarse como aspirante, pero fue derrotado por Alejandro Toledo y en 2006, en unos apretados comicios, se impuso en la segunda vuelta a Ollanta Humala. En su segunda gestión, que terminó en 2011, se alejó de las posturas progresistas, se ciñó rigurosamente al dogma económico neoliberal y reprimió sin miramientos a los movimientos indígenas que se oponían al avance del modelo extractivista sobre sus territorios. Tras un periodo alejado de la política, asumió una cuarta candidatura presidencial en 2016, pero para entonces sólo obtuvo 6 por ciento de los sufragios. Cuando a finales del año pasado un juzgado anticorrupción le prohibió ausentarse de la nación para investigarlo por los sobornos de Odebrecht, Alan García intentó, sin éxito, asilarse en Uruguay, Costa Rica y Colombia.
El pasado martes, unas horas antes de su suicidio, el político formuló una larga declaración de inocencia, pero su muerte no fortalece esa presunción. En su caso, la investigación por los sobornos de Odebrecht ha quedado trunca de manera definitiva. No ocurre lo mismo con los también ex presidentes Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, quienes se encuentran presos en el contexto de las pesquisas por esa red trasnacional de corrupción que resultó mucho más tóxica de lo que habría podido pensarse en un principio.
Finalmente, parece poco probable que tras la muerte de Alan García –lamentable, como la de cualquier ser humano– el PAP, una formación histórica que está próxima a cumplir 100 años, logre sobrevivir como un actor importante en el escenario político peruano.La jornada
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