España: revolución pasiva, crisis y ascenso de Vox
Katu Arkonada*
F
rancisco Franco moría en su cama un 20 de noviembre de 1975, tras 40 años de dictadura y una guerra civil que dejó decenas de miles de republicanos enterrados en fosas comunes.
A su muerte, el franquismo no pudo continuar, pues ETA había volado por los aires a su sucesor, el almirante Carrero Blanco, pero encontró en la llamada transición y la Constitución española la vía para poder poner en marcha otro tipo de dictadura, la que de verdad importaba, la del modelo neoliberal que comenzó a aplicarse en los años 80 en Europa. Los partidos socialdemócratas, como el PSOE, se volvieron socialiberales, y los partidos comunistas se volvieron socialdemócratas, y aquí paz y después gloria.
Ese consenso duró 30 años hasta que el famoso movimiento 15M o los procesos soberanistas en las periferias del Estado hicieron temblar los cimientos de la España postfranquista.
La respuesta estatal fue una revolución pasiva que podría haber escrito el mismísimo Antonio Gramsci en un manual: la abdicación del Rey Juan Carlos, en favor de su hijo Felipe VI, más joven, guapo, simpático y sin tanta afición a cazar elefantes en Botsuana o cobrar comisiones por contratos entre empresas españolas y países de la península arábiga. Y junto al recambio del jefe de Estado, la irrupción al mismo tiempo de Podemos, un PSOE recargado con un discurso socialdemócrata sincero en una época de desmantelamiento del Estado de Bienestar, y un Ciudadanos que venía a representar el lavado de cara de la derecha en un país donde no existían electoralmente opciones de ultraderecha, pues estas ideas estaban cobijadas al interior del Partido Popular.
Sin embargo, esa restauración pasiva impulsada por las élites políticas y económicas que de verdad gobiernan España se ha encontrado con resistencias, y prueba de ello es la crisis política que se refleja en lo electoral, con tres elecciones generales en poco más de 3 años.
Es tal la crisis política española, que este 28 de abril se sabe quién va a ganar las elecciones (el PSOE de Pedro Sánchez), pero no quién va a gobernar.
No se sabe quién va a gobernar porque el sistema electoral en España es parlamentario, no presidencialista, y es una mayoría de parlamentarios electos quien designa al jefe del Ejecutivo.
Parece claro que el PSOE en el gobierno será el más votado con alrededor de 30 por ciento de los votos. Pero a partir de ahí tenemos más incógnitas que certezas.
En primer lugar porque los votos que obtenga Unidos Podemos (entre 10 y 15 por ciento) no le van a dar al PSOE para gobernar con Pablo Iglesias de vicepresidente, ni siquiera con los votos/escaños de algún partido más, como el PNV o Coalición Canaria.
Por tanto, el PSOE y Podemos solo podrían formar gobierno a partir de un acuerdo con los independentistas vascos y/o catalanes, lo cual se antoja harto difícil después de la criminalización e incluso encarcelamiento de los líderes independentistas catalanes. Podría llegarse a algún tipo de entendimiento para una abstención en la sesión de investidura (que podría darse incluso a cambio de nada), pero a partir de ahí, cualquier ley o presupuesto a ser aprobado tendría que llevar contraprestaciones políticas que no parece el PSOE esté en condiciones de otorgar.
Una segunda vía es un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos, que podría obtener hasta 15 por ciento de los votos, lo cual tampoco garantiza en principio mayoría ni en votos ni en escaños. El PSOE ha negado la posibilidad de pactar con quienes proponen en campaña practicarle un cordón sanitario, pero, aunque las promesas de campaña son sólo eso, y aunque este pacto es el preferido de las élites económicas en general, y de los bancos en particular, no parece que vayan a dar los números.
La tercera vía es la de la suma de una mayoría entre la derecha y la ultraderecha. Esta última opción depende del desempeño de Vox, el socio de Steve Bannon en España, que, con un discurso contra la ideología de género, el marxismo cultural (que comprende desde el independentismo a las reivindicaciones LGTBIQ) y la inmigración, se ha ido haciendo un hueco en el escenario político español y ya ha obtenido más de 10 por ciento en las recientes elecciones andaluzas.
Vox ha sido el elefante en la habitación de los dos debates electorales celebrados esta semana. Un debate entre cuatro candidatos, todos ellos hombres, que ya son parte del establishment político, y que temen la irrupción de Vox, bien porque les quite votos o porque les impida conformar una mayoría electoral.
En un mundo donde la globalización está en crisis, no es casualidad que esta crisis se muestre con más intensidad en los dos países donde se puso en marcha por primera vez, tras el experimento chileno, el neoliberalismo. Al igual que Trump en Estados Unidos y el Brexit en el Reino Unido son síntomas de este mundo de monstruos, Vox es también síntoma de un sistema político que no ha sabido dar respuesta a los problemas de las mayorías sociales y que aspira a volver al viejo orden, a un franquismo sin Franco.
Todos los escenarios están, por tanto, abiertos para las elecciones generales, incluso el de la repetición electoral si ninguno de los tres bloques posibles alcanza la mayoría. Todo ello sin olvidar la segunda vuelta que van a suponer las elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo.
*Politólogo
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