La yihad atenta contra la pluralidad
Claudio Lomnitz
E
l ataque del Estado Islámico a París fue calculado para activar una limpieza étnica y religiosa en Europa, y para levantar barreras entre los estados nacionales en el interior de Europa. Los efectos de fragmentación nacional y étnica que busca el Estado Islámico para Europa tienen su contraparte en su política de reducir a Levante a una sola religión, y a una sola ley. En este sentido, los ataques se pueden entender ante todo como un atentado contra la pluralidad y la tolerancia que son resultado de la larga historia de la globalización.
En Francia, la guerra que se ha declarado contra el Estado Islámico implica un viraje hacia la restricción a las nuevas migraciones tanto como un proceso de diferenciación entre franceses buenos y malos. De hecho, el ataque a París es un atentado directo contra los millones de refugiados sirios, somalíes y libios que buscan su salvación en Europa. Uno de los asaltantes del Estado Islámico parece haber dejado un falso pasaporte sirio deliberadamente para que la policía lo hallara, antes de hacerse estallar. Aunque aparentemente se trata de un pasaporte falso, el hecho de que los millones de refugiados que salen de Siria sean todos o casi todos musulmanes hace que, dadas las condiciones existentes en Europa, más de uno pueda ser susceptible de ser reclutado por el Estado Islámico. El miedo al ataque terrorista ejecutado por un enemigo interno, por musulmanes franceses o residentes en Francia, tendrá como primer efecto una fuerte presión política para cerrar la frontera a la emigración siria.
Un segundo resultado de los ataques es el esfuerzo redoblado por diferenciar entre buenos y malos franceses, que puede o no conducir hacia una islamofobia generalizada. Cuando los atentados de enero contraCharlie Hebdo y un supermercado judío, hubo un esfuerzo colectivo por hilar fino, e insistir en que los atacantes no representaban al islam, sino a un grupúsculo de fanáticos y asesinos. En enero, los llamados a la unidad francesa apelaban insistemente a no confundir a los atacantes con la población musulmana en general. Hoy, a cuatro días del nuevo atentado, el público francés parece tener menos ánimo para defender a su comunidad musulmana. Quizás haya alguna percepción de que los musulmanes franceses no hayan hecho lo suficiente por denunciar a los extremistas que había en sus barrios y congregaciones, o simplemente comience a esparcirse la idea de que todos los musulmanes pueden ser susceptibles a la radicalización, no lo sé. Como sea, está ya claro que habrá una fuerte sospecha policial sobre la población musulmana, y quizá menos esfuerzos por distinguir entre el islam en general y sus versiones más extremistas. El gobierno socialista de François Hollande ha propuesto una enmienda constitucional que permitirá quitar la nacionalidad francesa y deportar a cualquier terrorista que tenga una segunda nacionalidad, de modo que habrá una categoría de franceses binacionales cuyo patriotismo estará seriamente en cuestión.
Así que los ataques del pasado viernes han tenido un doble efecto
purificador: más barreras a la inmigración siria, y más vigilancia y sospecha sobre la población musulmana francesa. En otras palabras, menos multiculturalidad. Además, los efectos de segregación y limpieza étnica del acto de guerra no se agotan ahí. Como el ataque se montó desde Bélgica, las medidas de seguridad nacional que se impondrán tenderán a entorpecer el Acuerdo de Schengen, que afecta a los 26 países europeos que han abolido controles de frontera entre sí. El atentado pone presión al Acuerdo de Schengen y en ese sentido atenta contra el corazón mismo de la Unión Europea, que es una idea que tiene, junto a la unión monetaria y al Parlamento Europeo, al libre tránsito entre países como piedra angular.
O sea que el ataque del Estado Islámico tiende a aumentar las restricciones migratorias europeas, a aumentar la presión sobre la población musulmana francesa, y a aumentar la vigilancia entre los propios países que conforman la Unión Europea. En otras palabras, el ataque tiende a fortalecer los viejos nacionalismos tanto como la tensión entre el islam y la cristiandad. Por una parte, fortalece la idea de Europa como una civilización cristiana o laica, pero por otra fortalece las barreras y fronteras nacionales dentro de Europa.
A estos efectos de purificación retrógados se agrega una contraparte mucho más cruenta en los territorios controlados por el califato, donde la ocupación política partió plaza con masacres y la esclavización de poblaciones cristianas, y con una guerra sin cuartel contra los musulmanes chiítas. Quienes viven en los territorios del califato deben regirse según las leyes más estrictas del Corán, no hay lugar para la alteridad.
Además, más allá del Estado Islámico y su califato, existe una tendencia al endurecimiento religioso en países en que los partidos musulmanes forman gobierno, incluso en países que hasta hace poco tenían gobiernos religiosos pero moderados, como Turquía, Malasia o Bangladesh, y la presencia regional de movimientos islamitas conservadores o radicales es importante en gran número de países, de Nigeria a Rusia, de Indonesia hasta China.
Por otra parte, aumentan los choques interreligiosos en países que no están dominados por el islam: el endurecimiento del nacionalismo hinduista de Modi, en India; en Nigeria, Boko Haram libra una guerra salvaje contra la población cristiana… En Israel, el gobierno de Netanyahu hace lo posible por endurecer las barreras y separaciones entre palestinos y judíos…
Esa polarización es buena para el Estado Islámico, que busca crear una separación tajante entre zonas islámicas puras,
liberadas, y cualquier espacio considerado infiel. Este impulso purificador mana de una sensibilidad milenarista, pues los yihadistas del Estado Islámico consideran que el mundo está próximo al apocalipsis, y quieren separar a los fieles de los infieles antes del fin del mundo, que según ellos está a la vuelta de la esquina. En una lucha metafísica de semejantes proporciones, es fácil imaginar a París como una especie de Gomorra, y a los ataques suicidas como un castigo divino fulminante.
Por todo esto, hacer la guerra contra el Estado Islámico será muy complicado, sobre todo si se quiere realizar sin deportaciones masivas, ni cambios de fondo a la política de inmigración. Además, y por último, las estrategias europeas para establecer un orden en Levante tendrán que reducir la hostilidad entre las principales potencias de la región: Irán, Arabia Saudita, Turquía, Israel y Egipto.
Se dice fácil…
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