EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Economia Moral

Economía Moral
Reflexiones sobre la naturaleza de la pobreza y la desigualdad/ II
Pensamientos profundos, coleccionables, de Richard H. Tawney
Julio Boltvinik
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uería continuar esta serie abordando a partir de hoy las ideas sobre pobreza y desigualdad de los otros autores británicos que mencioné en la entrega anterior (13/11/15): T.H. Marshall, R.M. Titmuss y Peter Townsend, pero la profundidad del pensamiento de R.H. Tawney (RHT), y el hecho de que su libro Equality(George Allen & Unwin, Londres, 1931) que empecé a comentar la semana pasada no está disponible en español y no es tampoco fácil de conseguir en inglés, me hace dedicarle también la entrega de hoy. Continúo con el capítulo 2, La religión de la desigualdad, en el cual el autor ha dicho que la valoración y defensa de la desigualdad fue un credo a finales del siglo XIX que sobrevivió como hábito en el XX (Véase entrega 13/11/15). Dice RHT que la desigualdad:
“Nos lleva inconscientemente a aplicar estándares diferentes a diferentes secciones de la comunidad, como si fuese incierto si todas ellas son humanas en el mismo sentido que nosotros –como si, como dice sirThomas Browne de los judíos, ‘fuese vicio en ellos lo que en nosotros sería una virtud’… A quienes se dejan llevar a un estado de ánimo detranquila inhumanidad les parece natural que: los niños de la clase trabajadora deban ir a la fábrica a una edad en la que los niños de los ricos apenas están empezando el serio asunto de la educación; que sean los empleadores los únicos jueces sobre la manera en que una industria deba organizarse a pesar de que la felicidad de cientos de miles de personas dependan de ello; que diferentes secciones de la comunidad deban distinguirse, no sólo por las diferencias de ingresos, sino también por diferentes estándares de seguridad, de cultura e incluso de salud” (pp.32-33).
Tawney consideraba que los cambios en la organización social eran inevitables y que Inglaterra se dirigía a un sistema con dirección unificada bajo control estatal. Consideraba que la organización, si bien importante, lo es sólo como medio y no como fin en sí mismo, y que se debaten mucho los medios, pero los fines son muchas veces olvidados, de tal manera que la pregunta sobre si la nueva organización será más favorable para un espíritu de humanidad y libertad en las relaciones sociales, ha merecido menos atención que las cuestiones técnicas sobre su administración, y rara vez se discute en el mundo de los asuntos públicos. Ello se explica, dice RHT, porque la
indiferencia a la desigualdad, como señalan los observadores externos, es menos el signo de clases particulares que una característica nacional. No es una cuestión política que divida a los partidos, sino un temperamento común y un hábito mental que crea un puente entre ellos. Incluso los grupos que están comprometidos por su credo a tomar medidas para mitigar sus consecuencias más repulsivas, raramente llevan su rechazo de la desigualdad al punto de afirmar que la abolición de desigualdades innecesarias es su objetivo primario... En lugar de decir como deberían, que desean hacer más rico al pobre y más pobre al rico, puesto que los extremos tanto de riqueza como de pobreza son degradantes y antisociales… hacen la guerra a la indigencia, pero algunas veces se hacen de la vista gorda sobre el privilegio” (p.35).
La verdad, continúa diciendo RHT, es que en esta materia todos somos bárbaros y que ninguna sección o clase está en posición de lanzar piedras a otra. Añade:
“Incluso la masa de asalariados tampoco tiene mucho más derecho a adoptar una postura de justa indignación… Lo que el movimiento de la clase obrera representa, lo que le da significación permanente, más allá del clamor de una multitud por comodidades y diversiones, es obviamente el ideal de solidaridad social… Es una fe en la posibilidad de una sociedad en la cual se otorga un valor más alto a los seres humanos que al dinero y al poder económico… Pero el movimiento obrero es propenso…a caer por debajo de sí mismo y olvidar su misión…y desear no un orden social diferente, en el cual el dinero y el poder económico no sean más el criterio de logro, sino un orden social del mismo tipo del actual, pero en el cual el dinero y el poder económico esté distribuido de manera algo diferente. La falla más característica [del movimiento obrero] es que …muchos son fácilmente apaciguados, están prontos a olvidar los asuntos fundamentales y se dejan comprar por un aumento de 5 por ciento en los salarios; están muy dispuestos a aceptar las premisas morales de sus patrones, aunque rechacen las conclusiones económicas que éstos derivan de ellas; son muy desconfiados de sí mismos y muy dispuestos a creer que la minoría que ha ejercido la autoridad en el pasado posee… una influencia mágica que trae prosperidad o desgracias. Su sentimiento es justo, pero su acción es tímida porque le falta una fuerte raíz de convicción independiente que la nutra y la sostenga” (pp. 36-37).
Estas duras críticas al movimiento obrero las matiza con su comprensión de la inseguridad de los asalariados. Cita a Homero, quien dice que el cielo arrebata la mitad de la virtud de un hombre cuando, si se comporta como hombre, puede perder su empleo; y añade que no toca a alguien que nunca ha experimentado la inseguridad del asalariado, criticar su paciencia. Pero añade que sería mejor:
“Tanto para ellos como para la nación como un todo, si estuvieran continuamente alertas no sólo a sus intereses económicos, sino también a su dignidad como seres humanos. Como son las cosas, aunque resienten la pobreza y el desempleo, y las miserias físicas del proletariado, no siempre resienten, como deberían, la humillación moral que los enormes contrastes de riqueza necesariamente producen. Mientras pueden pasar hambre durante un año para resistir una reducción salarial, aceptan mansamente una organización industrial en la que media docena de caballeros que no siempre son conspicuamente más sabios que sus vecinos, determina las condiciones de vida y trabajo de varios miles de familias, una organización de la justicia que hace difícil que un hombre pobre enfrente su costo, y una organización de la educación que hace todavía inaccesible la educación superior para la inmensa mayoría de los hijos de la clase trabajadora, como si esos niños tuvieran, como simios antropoides, menos circunvoluciones en su cerebro que los hijos de los ricos. Denuncian correctamente las injusticias del capitalismo, pero no siempre se percatan que el capitalismo se mantiene… y las injusticias sobreviven, no tanto porque los ricos exploten a los pobres, sino más bien porque los pobres, en sus corazones, admiran a los ricos”. (pp.37-38).
RHT señala que lo precedente expresa que la tradición de la desigualdad (que remplazó la religión de la desigualdad) es un conglomerado de ideas detrás de las mentes de los hombres, cuya influencia no les gusta admitir, pero que determinan su perspectiva de la sociedad, su conducta práctica y la orientación de su política. Y añade:
“¿Y qué puede comunicar su negación de tal influencia, excepto que las formas particulares de desigualdad que son generales y respetables, y la estructura particular de clases a la que están acostumbrados, lejos de ser un detalle sin importancia… les parecen tan obviamente algo que todas las personas bien pensantes deben aceptar como inevitable que, hasta que se plantea la pregunta son apenas concientes de ellas, y que, mientras les parece justo que existan, les parece mal que se haga notar su existencia?” (p.39)
Dicho lo anterior, RHT muestra su actitud de desprecio a la lucha de clases. Considera que el resultado de la actitud descrita no puede ser otra que inflamar y agravar las ocasiones de fricción y, puesto que las divisiones de clase tienen efectos amplios, “hacen creer que las luchas de clases, en lugar de ser lo que son, un incidente lamentable, son la ley y esencia de la sociedad existente, una bandera de esperanza y un llamado a una cruzada”. (p. 39). Lo que Tawney buscaría es una voluntad política unificada y sostiene que la única manera de lograrla hoy (1931) es haciendo que el poder social y la oportunidad sea una posesión común, es decir, escoger la igualdad. (Véase gráfica sobre desigualdad)


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