Siria: escalada peligrosa
L
a fuerza aérea turca derribó ayer un bombardero ruso que volaba en la frontera entre Siria y Turquía en presunta violación al espacio aéreo de este país, versión rechazada por Moscú.
Este incidente se produjo mientras François Hollande y Barack Obama se encontraban reunidos en Washington para analizar el futuro de la lucha contra el Estado Islámico (EI), y un día antes de que el canciller ruso, Serguei Lavrov, llegara a Estambul para participar en la reunión del llamado Grupo Conjunto de Planificación Estratégica.
Más allá de las versiones encontradas entre Rusia y Turquía –esta última, con el respaldo de Estados Unidos–, es claro que las fuerzas de Ankara violaron los procedimientos establecidos ante estas situaciones, consistentes en interceptar la aeronave extranjera y escoltarla fuera del territorio propio, como lo había hecho ya la aviación militar turca en un incidente previo de presunta violación del espacio aéreo, en octubre pasado.
En este contexto, resulta sencillamente inverosímil que Turquía desconociera la nacionalidad del avión de guerra antes de derribarlo, como afirmó su gobierno en una carta al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Un elemento que complica la de por sí delicada situación es la virulencia con que reaccionaron los mandatarios de los países directamente involucrados; en el caso del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, exigiendo explicaciones a Rusia; mientras Vladimir Putin calificó los hechos de
puñalada por la espalda de cómplices del terrorismo.
El tono de la confrontación verbal pareciera indicar que el ataque al bombardero ruso no fue una lamentable confusión, sino una acción orientada a cancelar cualquier entendimiento entre Occidente y Moscú.
No debe soslayarse que la destrucción del Su-24 se produjo cuando las tensiones entre los aliados occidentales y Rusia comenzaban a relajarse por la necesidad de combatir juntos al Estado Islámico.
Significativamente, Moscú incluso había ordenado a sus fuerzas militares presentes en Siria que establecieran una
coordinacióncon el contingente militar francés enviado a ese país árabe.
Sin embargo, la denuncia rusa contra la política de Ankara por favorecer al terrorismo no se remite únicamente al choque de ayer. Rusia ha reiterado que Turquía apoya al EI comprando el petróleo que éste extrae de Siria y suministrándole armas, además de permitir que los combatientes de este grupo extremista se desplacen entre ambos lados de su frontera con Siria.
Esta grave acusación, atizada por el incidente de ayer, configura una tensión muy peligrosa que debe ser neutralizada antes de que detone una confrontación en gran escala, del todo indeseable para el planeta e inadmisible desde cualquier perspectiva ética.
Por ello, es imperativo que Occidente contenga los exabruptos de su aliada Turquía y busque una vía hacia la distensión, pero también que todos los actores extranjeros –Rusia incluida– reconozcan que no será mediante la fuerza bruta como podrá derrotarse al terrorismo, dejen de atizar el conflicto en Siria y retiren de esa nación, a la brevedad, sus fuerzas militares.
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