Encrucijada griega
Orlando Delgado Selley
E
n los días finales de un largo proceso de negociación, parece que persisten las dificultades para lograr un acuerdo mutuamente benéfico para Grecia y para la troikaque resuelva el problema de la deuda griega. El lunes, inesperadamente se reunieron en Berlín las cabezas de latroika, Merkel, Hollande, Juncker, Draghi y Lagarde, buscando alcanzar un acuerdo que pueda presentarse al gobierno griego, que no parezca un ultimátum y que pueda ser aceptado. Por su parte, Tsipras entregó a sus acreedores una propuesta que de no ser aceptada provocaría consecuencias desastrosas.
La médula del desacuerdo está en dos puntos: ¿cómo resolver la situación fiscal? y ¿qué agenda de reformas puede posibilitar una trayectoria de consolidación económica que inspire confianza en la sociedad griega y en los acreedores? Estos desacuerdos no son insuperables, Syriza ha declarado que está dispuesta a racionalizar el sistema de pensiones, avanzar en la privatización parcial de activos públicos, encarar los préstamos incobrables que traban el sistema crediticio, crear una comisión tributaria independiente y alentar la creación de empresas.
Para el gobierno griego los términos del acuerdo están planteados. La negociación les ha llevado a admitir la necesidad de crear un organismo fiscal independiente del gobierno; formular un programa sensato de privatizaciones que, junto con un nuevo organismo de desarrollo, haga uso de esos activos para crear flujos de inversión; hacer una profunda reforma al sistema de pensiones que lo haga sustentable en el largo plazo; y liberalizar aún más el mercado laboral. Lo que no han admitido, y no admitirán, es mantener un superávit primario de 2 por ciento del PIB en 2016 y luego de 2.5 y de 3 por ciento en los años siguientes.
Para los acreedores se trata de un asunto político de principio. Han forzado las cosas para que el gobierno griego tenga que aceptar que sus acreedores determinen las condiciones del programa comprometido. No reconocen la relevancia del mandato que los electores le dieron a Syriza. Para Merkel y asociados, en la mesa de negociaciones Tsipras y su gobierno tienen que aceptar lo que resuelva la troika, sin consultar a sus electores. De no aceptar se negarán a liberar 7 mil 200 millones de euros necesarios para que Grecia pueda resolver sus dificultades. Consecuentemente Grecia tendría que salir del euro.
La troika ha empujado hacia esta encrucijada afirmando que las consecuencias de la salida del euro de Grecia han sido controladas. Sin embargo, como lo advirtió Krugman este lunes en el NYT, están cometiendo un terrible error. Incluso en el corto plazo, los cortafuegos financieros que supuestamente contendrían el efecto de esta salida nunca han sido probados y pudieran fallar. Además Grecia es parte de la Unión Europea y sus problemas seguramente se extenderán al resto de la Unión con todo y las protecciones financieras que se han construido.
Existen diversas fuerzas que presionan a los negociadores de ambas partes. Del lado de Syriza hay expresiones explícitas de que su gobierno no debe aceptar más chantajes. El Comité Central de ese partido, sin embargo, votó a favor de alcanzar un acuerdo mutuamente benéfico, que incluya metas reducidas para el superávit primario, evite cortes adicionales a pensiones y a salarios gubernamentales, restructure la deuda y formule un fuerte plan de inversiones. También entre los acreedores hay resistencias que vencer. Vean, por ejemplo, el planteo de Hans-Werner Sinn (Project Syndicate, mayo 29).
En pocos días sabremos el resultado de las negociaciones. Partiendo del supuesto de que nadie desea que se concrete un escenario catastrófico, es posible llegar a un acuerdo razonable en el que Grecia acepte, lo que ya ha aceptado, y los acreedores acepten que no es posible seguir aplicando una medicina que casi ha matado al paciente. De no lograrse, la responsabilidad histórica recaerá en los acreedores. Los dirigentes de la Unión Europea, sobre todo de Francia y Alemania, tendrán que explicar a sus electores por qué echaron a un pueblo que es parte fundamental de la construcción del mundo occidental.
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