La verdad sí importa
Octavio Rodríguez Araujo
H
ace 47 años los hermanos Cohn-Bendit publicaron un libro que se llamó El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo. ¿Pero qué pasa cuando el izquierdismo no es remedio para esa enfermedad sino la enfermedad misma, una muestra de senilidad interpretativa e ideológica, un ejemplo del estancamiento de los esquemas explicativos que fuerzan la realidad para adaptarla a éstos como si nada hubiera cambiado? Para muchos
revolucionariosen la letra, la desmemoria y la autocomplacencia se traducen en discursos machacones ajenos a la cambiante realidad y más cercanos al wishful thinking(pensamiento ilusorio) que a proyectos viables de cambio.
Si hace nueve años uno de ellos escribía en contra del voluntarismo como el peor de los consejeros, ahora lo celebra y lo magnifica para convertirlo en el principio de una revolución anticapitalista que sólo está en su cabeza y no en la de la mayoría de los trabajadores de este país. Si antes afirmaba que para derribar al gobierno era necesario no violentar las conciencias ni los tiempos, sino crear consenso, hacer alianzas, discutir cómo, con qué, cuándo y con quiénes, ahora no sólo defiende, junto con otros, las acciones violentas pero aisladas contra un poder más que resistente a palos y pedradas, y un boicot inútil a un proceso electoral que terminó, aunque fuera otro el propósito, por darle mayoría al PRI y sus aliados para que Peña Nieto tenga menores contrapesos entre los diputados (la terca diferencia entre las intenciones y sus resultados).
El voluntarismo político de los ultraizquierdistas aferrados a un pasado lleno de derrotas se resiste a aprender de aquellos errores que muy caros le costaron a quienes subestimaron la fuerza del poder y dieron su vida por sus ideales. A éstos les rindo mi absoluto respeto aunque no estuviera de acuerdo con la táctica que escogieron por voluntarismo político, por más que éste se justificara por la represión de que eran objeto.
Las vías legales, vale recordar, no sólo estaban cerradas para sus demandas y movimientos, sino que la violencia revolucionaria se convirtió para muchos (nunca suficientes) en la única alternativa. Tal vez ahora no haya tampoco otra, pero para que tenga éxito debe contar con apoyos masivos de ciudadanos; y estos apoyos están muy lejos de expresarse, como lamentablemente estuvieron también hace 30, 40 y 50 años. La correlación de fuerzas, aunque haya sido desdeñada por algunos, debe contemplarse, estudiarse si es preciso, y calcularla para la definición de una estrategia si se quiere tener éxito. Equivocarse puede salir muy caro y puede conducir al fracaso. Y los fracasos desaniman, como puede constatarse con tantísimos movimientos que terminaron por desinflarse en las últimas décadas.
Sabemos que la historia avanza incluso por las derrotas de los movimientos sociales: siempre queda algo de esas luchas y, por lo mismo, otros las continuarán de acuerdo con las cambiantes circunstancias. Pero estas circunstancias deben ser comprendidas a cabalidad y no construir castillos en el aire por voluntarismo o por querer parecer revolucionarios en el discurso. La inteligencia no está reñida con la pasión, pero debe haber equilibrio entre ambas. Cierto es, como dijera Steinbeck en Las uvas de la ira, que
en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente, y que, en consecuencia, la violencia (producto de esa ira) es y tiene que ser el medio que les deja el poder a los hambrientos para luchar por la justicia. Pero de aquí no debe concluirse que el ejercicio de la violencia social será exitoso, así sin más. Depende, obviamente, de la correlación de fuerzas y de las circunstancias.
La famosa chispa que encenderá la pradera fue una idea del maoísmo que ha funcionado algunas veces, pero no en la mayoría ni bajo cualquier condición. La guerrilla tuvo éxito en Cuba, pero no en todos los lugares donde ha existido (que no han sido pocos).
Hay quienes piensan que las elecciones no han servido para cambios profundos y radicales en un país, y tienen razón. Sabemos, sin embargo, que un gobierno puede modificar, con el pueblo, siempre con el pueblo, un determinado régimen político, pero aun así será difícil que ese nuevo régimen político se traduzca en, digamos, un sistema socialista. Pero tampoco las revoluciones, ni en Rusia, ni en China, ni en Cuba, ni mucho menos en Corea del Norte. Hay ciertamente una orientación socialista en Cuba, pero socialismo no, no todavía y difícilmente lo habrá con la entrada de capitales extranjeros en la isla. En todo caso será una suerte de socialismo, pero no el que concibieron los clásicos, en el que los trabajadores serían los dueños y administradores de la economía y las clases sociales dejarían de existir. Una vez más la correlación de fuerzas interviene (Chile, por ejemplo, donde se demostró que el imperialismo no era ni es un tigre de papel, ni los militares una institución republicana).
La CNTE, conviene recordarlo, no es México, ni siquiera es un referente aceptado por todas sus secciones en el país. Los familiares de las víctimas de Ayotzinapa son apoyados por muchos, pero tampoco son todo Guerrero ni mucho menos México. Protestan, sí, son intransigentes, sí (algunos), pero como otros movimientos, incluidos el EZLN o #YoSoy132, con el tiempo o por una deficiente estrategia pierden presencia para convertirse en capítulos de la historia no oficial.
Sólo el voluntarismo, con frecuencia observador a distancia y sin inmersión real en esos y otros movimientos, los magnifica más allá de su potencial y de su realidad, o como la semilla de una revolución que sólo existe en su optimismo fuera de contexto. La enfermedad senil del comunismo, del trotskismo, del maoísmo y del neoanarquismo muy de moda ahora, se parece en cierto sentido a la gripe A/H1N1, que fue calificada como pandemia y tuvo menos muertos que la gripe común. Es decir, una enfermedad de unos cuantos, por fortuna no siempre mortal, y escasamente contagiosa.