EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

lunes, 22 de junio de 2020

EEUU: la campaña electoral y la pandemia del coronavirus,...

plural
La campaña electoral en EE UU ante la irrupción del coronavirus
Bernie Sanders y el enemigo interno
Roberto Montoya
Una vez superado sin dificultades el impeachment por el Ucraniagate y sin adversarios internos reales en las primarias del Partido Republicano, Donald Trump ya se sentía tranquilo, sabía que el camino hacia su reelección el próximo 3 de noviembre estaba prácticamente libre de obstáculos. Bastaba con mantener al menos el (modesto) índice de crecimiento de los últimos trimestres –poco más del 2%– y un paro de menos del 4%, cerrar el acuerdo con los talibanes para cumplir con su promesa de retirar las tropas de Afganistán, intentando no reconocer la derrota en ese país tras 19 años de guerra, asfixiar un poco más a Irán –reforzó las sanciones en pleno pico del coronavirus en ese país– o consolidar su proyecto para reconfigurar Oriente Medio.
Se mostraba confiado en que fuera quien fuera el candidato presidencial elegido por el Partido Demócrata, él podría vencerlo. Pero apareció el coronavirus en su camino. Al principio Trump lo tildó de “invento de los demócratas”, como antes lo hizo con el cambio climático, y ahora lo llama el “virus chino”, para alimentar aún más la descalificación y el odio hacia su gran competidor mundial.
Pero el tema ya se le ha convertido en un serio dolor de cabeza y en cuestión de días se ha visto obligado a declarar la emergencia nacional para poder movilizar ingentes recursos públicos, más de un billón de dólares, para poder sostener la economía. En un país con un nivel de desigualdad social cada vez más aguda, con cerca de 30 millones de personas sin protección sanitaria alguna y al menos otros 60 millones con primas de seguro limitadas, la pandemia puede provocar estragos. Si a esto se sumara una pésima y clasista gestión de la crisis como la que hizo en 2005 George W. Bush con el Katrina –se saldó con 1.833 muertos, 107.379 viviendas inundadas y un 80% de la población de Nueva Orleans y parte de Alabama, Mississippi y Luisiana desplazada–, el resultado electoral podría verse drásticamente alterado.
No parece que el plan de acción frente a esta emergencia vaya a diferir notablemente del de Bush con el Katrina. Leigh Phillips analizaba en Jacobin 1/ una de las primeras conferencias de prensa de la administración Trump sobre el Covid-19 el 9 de marzo pasado. Entre los anuncios principales del vicepresidente Mike Pence, escoltado por Trump, comentaba Phillips, figuraba “una promesa de asistencia financiera para los cruceros, los hoteles y las industrias aéreas, así como una rebaja de impuestos sobre las nóminas y los préstamos para las pequeñas empresas”.
Pence también anunció, entre las medidas estrella, que se tomarían en breve nuevos protocolos y medidas de seguridad para poder evacuar a los pasajeros de grandes cruceros en caso de detectarse casos de infección. Y una de las primeras consultas que hizo Trump con expertos para enfrentar las consecuencias de la pandemia no fue con científicos, sino con los máximos directivos de los siete bancos más grandes del país y ejecutivos de Wall Street.
El presidente de las multinacionales y del 1% rico de la población estadounidense explicaba de esa forma, sin sonrojarse, algunas de sus prioritarias medidas de emergencia, aunque el 17 de marzo tuvo que cambiar drásticamente de registro. No solo le obligaron los datos sanitarios, sino también los datos políticos. En pocos días perdió varios puntos en los índices de popularidad. El 37% de las y los estadounidenses teme que Trump sea incapaz para enfrentar la crisis del Covid-19, según las últimas encuestas.
Una gran oportunidad para los demócratas
Todo el sistema se pone a prueba, la primera potencia mundial se pone a prueba. Los demócratas tendrían una gran oportunidad para demostrar el fracaso del sistema actual estadounidense. Sin embargo, si finalmente es Biden quien resulta ser el candidato oficial que disputará la presidencia a Trump, es improbable que presente una estrategia alternativa para enfrentar el coronavirus que deje en evidencia al candidato republicano y todo lo que él representa.
A tenor de las primeras propuestas presentadas a mediados de marzo pasado por una importante representante del ala moderada –antes del bloque progresista– del Partido Demócrata y su aparato, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, no parece que se vaya a aprovechar esa oportunidad. Según analizaba Luke Savage en Jacobin 2/, uno de los primeros indicios de esto es que el plan presentado por los demócratas para garantizar la baja por enfermedad a los trabajadores y trabajadoras estadounidenses durante la pandemia, y que podría salir adelante al tener la mayoría de la Cámara Baja, “contiene tantas advertencias y exenciones que en realidad protege solo al 20% de la fuerza laboral estadounidense, dejando de lado a grandes empresas como Amazon y McDonald’s”.
Trump prefería a Sanders como contendiente
Donald Trump ha visto desde el inicio de la campaña de las primarias demócratas a Joe Biden como su verdadero enemigo político a abatir. Sabe que él representa el establishmentdel Partido Demócrata, como lo representó Hillary Clinton en 2016, y que tiene muchos poderes fácticos detrás, multinacionales, lobbies, iglesias y algunas de las más grandes federaciones sindicales.
Y por ello Trump, con ayuda de su asesor y exalcalde tolerancia cero de Nueva York, Rudolph Giuliani, y otros de sus estrechos colaboradores, presionó y chantajeó al presidente ucranio, Volodimir Zelenski, para que investigara las turbias negociaciones y presiones de Biden en Ucrania mientras era vicepresidente de Barack Obama para que su hijo Hunter lograra auparse en el directorio de Burisma Holdings. Esta es una de las más poderosas compañías de gas ucranias, que pasó a pagar a Hunter Biden 50.000 dólares mensuales de honorarios.
Trump tuvo conocimiento de esos hechos y en julio de 2019 chantajeó al presidente de Ucrania para que investigara a fondo el papel jugado por Joe Biden. El presidente confiaba que la revelación de esos hechos en EE UU, con la ayuda de los medios de comunicación afines, podría suponer un duro golpe para Joe Biden durante las primarias demócratas. El presidente preferiría que fuera Bernie Sanders el candidato presidencial al que vote finalmente el Partido Demócrata en julio, posibilidad que al cierre de este número de viento sur ya se ve casi imposible.
Trump tuvo siempre la convicción de que el electorado estadounidense nunca elegiría a un candidato que se atreve a reivindicarse socialista, y que durante la campaña electoral le sería fácil lanzar una batería de demonizaciones contra él para desprestigiarlo y alarmar a los electores. Si con la ayuda de la trama rusa y sus propios ilimitados recursos económicos pudo golpear duramente la candidatura de Hillary Clinton en 2016, qué no podría hacer con un candidato mucho más fácil de demonizar ante los electores como Bernie Sanders.
Pero los planes para dejar fuera de juego a Biden no salieron tal como Trump pensaba. La filtración por parte de un agente de Inteligencia estadounidense de su conversación telefónica del 25 de julio de 2019 con el presidente ucranio fue utilizada por el Partido Demócrata en su contra. En ella quedaba clara la presión y el chantaje del presidente estadounidense a su homólogo ucranio.
A partir de esa revelación, el caso Joe Biden & Son fue dejado de lado y toda la artillería política y mediática se centró en Trump, lo que permitió al Partido Demócrata lanzarle un impeachment por abuso de poder y obstrucción al Congreso al intentar impedir la investigación que la Cámara de Representantes abrió contra él por esos hechos en septiembre de 2019.
A pesar de que muchos políticos y analistas, no solo de EE UU sino de todo el mundo, ya veían a Trump fuera de juego, los demócratas no lograron su objetivo, no pudieron provocar fisuras serias en las filas republicanas. Como era previsible, el Senado –de mayoría republicana– rechazó el juicio político contra el presidente. Sin embargo, los demócratas tuvieron un importante premio de consuelo: salvaron a Biden de la hoguera. El multimillonario Michael Bloomberg –novena fortuna mundial, exalcalde de Nueva York y dueño de grandes medios de información económica– no convencía al aparato del Partido Demócrata como candidato alternativo a Biden para enfrentar al líder republicano en noviembre. Pronto quedó fuera de la carrera presidencial, no sin antes gastar cientos de millones de dólares en ella.
Trump, a su vez, logró que su partido cerrara filas en torno a él en el Ucraniagate, acallando incluso las muchas voces internas que venían criticando muchas de sus políticas y su forma de gobernar. El líder republicano consiguió igualmente tirar abajo todas las previsiones al aumentar considerablemente sus índices de popularidad durante y después del impeachment, alcanzando según Gallup el 46% de popularidad. Es solo ahora, al comprobarse cómo la crisis del Covid-19 lo cogió con el paso cambiado, que ese índice cayó estrepitosamente.
Sus electores defendían la actuación de Trump en el Ucraniagate argumentando que el presidente se había limitado a investigar un caso de corrupción de un candidato que el día de mañana podría ser inquilino de la Casa Blanca, por lo que entendían que había velado escrupulosamente por los intereses del país.
A pesar de la decisiva ayuda del aparato del Partido Demócrata y de poderosos poderes fácticos, Joe Biden tiene en Donald Trump un duro enemigo a abatir, y no cuenta con propuestas programáticas alternativas de envergadura como para resultar realmente atractivo para la mayoría de estadounidenses. El coronavirus le da ahora una oportunidad si muestra capacidad para presentar medidas rápidas, de calado y con contenido social, algo dudoso dado su historial y los compromisos políticos y económicos que tiene su partido.
Biden, el hombre del aparato demócrata
Biden parecía ya un cadáver político después del Ucraniagate y los duros reveses que sufrió al inicio de las primarias, hasta que resucitó con el Supermartes del 3 de marzo. El apoyo explícito de Barack Obama y del influyente congresista afroamericano de Carolina del Sur, Jim Clyburn, fueron decisivos para que Biden lograra atraer la mayoría de votos de la comunidad afroamericana, a pesar de que el Partido Demócrata no se ha caracterizado precisamente en las últimas décadas por su sensibilidad hacia ella.
En junio de 2019, Biden fue duramente criticado, en al menos dos actos públicos en Carolina del Sur, por senadores de su propio partido y por miembros de la comunidad afroamericana por demostrarse demasiado comprensivo con las posturas segregacionistas 3/.
Las llamadas telefónicas personales de Obama, Hillary Clinton y las principales figuras del aparato demócrata asegurando que solo con un candidato moderado se podría vencer a Trump, ejercieron gran influencia para conseguir el apoyo a Biden de cientos de dirigentes locales del partido y, también, el apoyo importante de los candidatos y candidatas presidenciales demócratas que fueron cayendo uno a uno a medida que avanzaban las primarias.
Con su eliminación desapareció también la diversidad, las candidatas mujeres, los latinos y afroamericanos, hasta quedar solos en el cuadrilátero, frente a frente, dos candidatos blancos y ancianos, Bernie Sanders y Joe Biden, representando proyectos muy diferentes. Analistas como Ryan Grim, de The Intercept 4/, no descartaban que la veterana Elizabeth Warren, a pesar de tener muchas más coincidencias con Sanders que con Biden, le diera la espalda nuevamente al senador de Vermont como hizo en 2016. En aquel entonces, al igual que ahora, al retirarse de las primarias, en vez de dar su apoyo a Sanders se lo dio a Hillary Clinton, a quien había criticado en repetidas ocasiones por su connivencia con Wall Street.
Para Sanders supondría mucho tener ahora el apoyo de Warren, pero si la senadora por Massachusetts decide favorecer a Biden, para este sería un gran éxito. Lograría arrastrar a una parte del ala progresista del Partido Demócrata, debilitando así aún más a Sanders. No puede descartarse que Biden le prometa a Warren integrarla en su gabinete en el caso de ganar las elecciones.
Biden ha tenido en Sanders –y sigue teniendo por el momento– un adversario político, un competidor de mucho peso, que mitin tras mitin y debate tras debate ha ido dejando en evidencia la debilidad e incoherencias ideológicas y personales del candidato del aparato demócrata. Pero Biden pudo respirar mejor desde el momento que el coronavirus acabó con los mítines y debates con público presencial y todo pasó a ser virtual.
El equipo de Biden se relajó, ya que cuanto menos expuesto esté a un cuerpo a cuerpo y a la batería de preguntas de los periodistas, mejor. Son conocidos sus gazapos, sus incongruencias. Dia de Meagan recordaba algunas de ellas en Jacobin: “Dijo que más de 150 millones de personas han sido asesinadas por la violencia armada desde 2007; confundió a su esposa con su hermana; a Angela Merkel con Margaret Thatcher, y confundió a Theresa May dos veces con Margaret Thatcher” 5/. Muchos recuerdan todavía cuando en la campaña electoral de 2008, en tándem con Obama, dijo sobre este: “Es sin duda el primer candidato afroamericano normal, inteligente, brillante, limpio y guapo”.
Varios medios registraron también el momento en el que durante un mitin de la actual campaña de las primarias, un simpatizante le preguntó por qué no apoyaba la sanidad pública universal como Bernie Sanders. “Mira, estás mejor con Bernie o Warren”, le contestó. Y cuando otro en Iowa le pidió que paralizase la construcción de oleoductos en su Estado, le sugirió: “Deberías votar a otro” 6/.
Sanders desnudó la inconsistencia de las propuestas de su contrincante tanto sobre sanidad como su incoherencia sobre el aborto, que hizo que en su momento apoyara la Enmienda Hyde que prohíbe los fondos federales para la interrupción del embarazo en programas como el Medicaid –que afecta especialmente a las familias pobres– y que solo en 2019 cambió su postura. Las feministas votan a Sanders y no a Biden, aunque sí vota a este último buena parte de las mujeres mayores de 45 años.
Son muchos los que no olvidan tampoco la posición de Biden en el pasado a favor de los recortes en el seguro social, o su apoyo al sistema carcelario masivo y claramente racista. Este candidato tuvo un papel protagonista en la promulgación en 1994 –durante el gobierno de Bill Clinton– de la Violent Crime Control and Law Enforcement Act, más conocida como Biden Crimen Law, por la cual se añadieron al código penal 60 nuevos delitos –tráfico de drogas, actos de terrorismo y otros– pasibles de ser castigados con la pena de muerte.
Joe Biden, un claro representante del neoliberalismo, logró su primer puesto político en 1972, cuando fue elegido senador por el Partido Demócrata; ocupó numerosos cargos institucionales, pero cuando se presentó como candidato presidencial en 1988 solo consiguió dos delegados y cuando lo volvió a intentar en 2008 no obtuvo ninguno. Por su edad, al igual que Sanders, tiene seguramente su última oportunidad en estas elecciones.
En las biografías que ha divulgado el Partido Demócrata sobre él, siempre se ha destacado su “gran capacidad de negociación” y búsqueda de consenso con el Partido Republicano. Sin embargo, para otros Biden en realidad se mueve a menudo entre dos aguas. Branco Marcetic dice en el libro Yesterday’s man, the case against Joe Biden 7/ que esa supuesta cualidad de Biden lo ha llevado muchas veces a asumir posiciones claramente conservadoras y que de llegar a la presidencia podría escorarse más a la derecha.
Biden, miembro del Council of Foreign Relations, tal vez el más poderoso think tank mundial especializado en política exterior –estrechamente ligado a los intereses de Wall Street–, influyó decisivamente como senador para que Bill Clinton utilizara en los años 90 la fuerza militar en los Balcanes, y en 2001, tras los atentados del 11-S, apoyó de forma entusiasta a Bush en la guerra contra los talibanes en Afganistán. En 2002 fue uno de tantos congresistas y senadores demócratas que apoyaron a Bush para que invadiera Irak. A inicios de marzo pasado, Biden fue increpado por ello durante un acto electoral por un militar veterano de esa guerra, que le dijo en la cara que era corresponsable de la misma y que eso lo descalificaba como candidato. El vídeo que registró ese momento se hizo viral 8/.
Paradójicamente, el 11 de noviembre de 2018, Joe Biden entregó la Medalla de la Libertad, la máxima condecoración civil de EE UU, a George Bush y a su esposa Laura por su lucha a favor de los veteranos de guerra 9/.
Todos contra Sanders
El ideario de Bernie Sanders poco tiene que ver con el de Joe Biden. Sanders ha mostrado grandes ventajas a su favor en estas primarias, ventajas que le permitieron importantes triunfos iniciales y que hicieron que llegara a aparecer en muchas cábalas como el seguro candidato presidencial frente a Trump. Pero Sanders también tiene en contra importantes factores.
A su favor tiene, en primer lugar, su propia biografía, la coherencia ideológica y actitud personal mantenida desde que en 1981 este hijo de inmigrantes polacos, que ya había militado en la Liga Socialista de la Juventud (YPSL) y formaba parte del Movimiento por los Derechos Civiles, ganó la alcaldía de Burlington, la ciudad más grande del estado norteño de Vermont, cercano a la frontera con Canadá, presentándose como un candidato independiente socialista moderado.
A pesar de que Sanders y Biden son dos ancianos, de 78 y 77 años respectivamente, Sanders representa, especialmente desde las elecciones de 2016, lo nuevo, lo verdaderamente radical y revolucionario para los estándares estadounidenses –un socialdemócrata moderado en términos europeos–, alguien que tanto defiende los derechos de los trabajadores y trabajadoras, de las y los inmigrantes, como la igualdad entre hombres y mujeres, el feminismo, los derechos de la comunidad LGTBI; alguien que aboga por la defensa de las energías renovables y por un planeta verde, que propone la cancelación de las deudas de los estudiantes, o rechaza la tradicional política exterior injerencista y belicista de EE UU.
Sanders, primero durante sus dieciséis años como congresista y luego como senador, ha sido un activo protagonista de las luchas por los derechos civiles, opositor a la guerra de Irak y a la Patriot Act –paquete de medidas antiterroristas– aplicada por Bush, y denunciante del espionaje masivo de la NSA (National Security Agency).
Sanders tiene en su haber un movimiento popular de apoyo que se ha ido consolidando cada vez más en los últimos años, mayoritariamente joven, que le ha permitido tanto en 2016 como en la campaña actual movilizar a miles de voluntarios y poder recaudar millones de dólares a base de miles y miles de pequeñas donaciones, una cantidad de dinero superior a la de muchos de esa veintena de candidatos que inició la campaña por las primarias demócratas y que fueron quedando por el camino.
Sin embargo, en realidad, este apoyo joven tiene una importancia relativa porque tradicionalmente es bajo el porcentaje de jóvenes que participan en la votación de las presidenciales. Aunque representan el 31% del electorado, es una incógnita si en esta ocasión los millenials se sentirán motivados mayoritariamente para participar en las primarias en los estados que faltan si comprueban que ya es imposible que gane Sanders.
En esta campaña, Sanders ha mostrado desde el primer momento que tiene ventajas, pero también importantes factores en su contra: en primer lugar, la cultura política estadounidense, la influencia de las iglesias evangélicas y la huella dejada por el macartismo desde los años 40 hasta hoy, lo que supone un abono fácil para caricaturizar y demonizar a cualquier candidato de perfil mínimamente progresista.
Entre los poderes fácticos que han atacado implacablemente a Sanders en esta campaña, al igual que en 2016, ha estado el AIPAC (American Israel Public Affairs Comittee), el poderoso y omnipresente lobby judío-americano, que históricamente ha intentado mostrarse como bipartidista, aunque cada vez se muestra abiertamente más cercano al Partido Republicano.
Este influyente lobby ha condenado que un candidato de origen judío como Sanders calificara de racista reaccionario y genocida a Benjamin Netanyahu o que denunciara que el régimen israelí sea criminal e impusiera el apartheid a los palestinos. El rechazo de Sanders a acudir al congreso del AIPAC, al que acuden tradicionalmente para rendir pleitesía líderes políticos de los dos partidos, empresarios y altos ejecutivos, ha airado aún más a esa organización.
Resulta fácil para Trump, como para tantos otros republicanos antes, explotar los prejuicios de la población más conservadora, racista, xenófoba y homófoba, enarbolando un discurso nacionalista y demagógico. A pesar de esa realidad, Barack Obama logró superar en su momento esa dura barrera que parecía impensable y llegaba a la Casa Blanca el primer presidente negro en 233 años de historia. Un presidente que ganó las elecciones con casi el 53% de votos a pesar de que en su programa original de 2008 prometía papeles para los 11 millones de inmigrantes irregulares, sanidad universal, una revolución verde, mejoras laborales, reforma fiscal, cerrar Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, acabar con la tortura y tendía un ramo de olivo al islam.
Bernie Sanders, por su parte, no solo tiene un candidato adversario interno, Biden, y un enemigo como Trump, de la misma forma que Obama tuvo a Hillary Clinton como rival en las primarias y a John McCain en las presidenciales. No, al igual que Obama o más aún que él, debe enfrentar la hostil y agresiva oposición del propio Comité Nacional Demócrata (DNC, en sus siglas en inglés). El DNC, un órgano creado en 1848, está compuesto por los presidentes y vicepresidentes de cada comité del partido a nivel estatal y por más de 200 miembros electos en los 57 estados y territorios. Nancy Pelosi, en tanto que speaker de la Cámara de Representantes, forma parte de la dirección máxima del DNC, compuesta por 13 personas.
En su momento, Obama sufrió en carne propia no solo la campaña de fake news de los republicanos, la acusación de que no había nacido en EE UU, que era musulmán y comunista y el ataque del lobby judío más reaccionario y del lobby armamentístico y otros, sino que una y otra vez sufrió el boicot del propio establishment de su partido, que pasó a convertirse en muchas ocasiones en inesperado aliado contranatura de los republicanos para descafeinar las reformas estrella de Obama.
Sectores de su partido le forzaron a limitar drásticamente su Medicare for All hasta descafeinarla totalmente y convertirla en un programa tan complejo y contradictorio que muchos de los gobernadores demócratas ni lo aplican. También le boicotearon muchos de ellos su plan de regularizar a los inmigrantes, y varios de los gobernadores demócratas se negaron igualmente a recibir en sus cárceles de máxima seguridad a prisioneros de Guantánamo a los que Obama quería desplazar para cerrar esa prisión.
Obama tuvo que enfrentar la dura oposición republicana, pero también la oposición interna demócrata. Y finalmente a Obama lo domesticaron; ese hombre que en su momento apoyó Sanders, pasó a ser un hombre de ese mismo establishment, y durante estas primarias demócratas no ha dudado, como Hillary Clinton y los principales pesos pesados del Partido Demócrata, en apoyar abiertamente la candidatura de Joe Biden.
Todo el aparato demócrata se ocupó de presentar a Biden como presidenciable capaz, moderado, con capacidad de unir a todos los estadounidenses y de ser realista en sus promesas, mientras desde el primer momento calificó despectivamente a Sanders como un izquierdista trasnochado, utópico, situado fuera de la realidad y que llegó a los 78 años sin haber tenido más experiencia de gestión pública que la de la alcaldía de una ciudad de Vermont.
La actitud actual del DNC ante el peligroso Sanders repite el escenario ya vivido en 2016. Wikileaks interceptó y publicó en 2016 más de 20.000 correos electrónicos internos de la dirección del DNC y otros miles también del servidor de John Podesta, jefe de campaña de Hillary Clinton, que permitieron mostrar la complicidad del DNC con esta para desacreditar a Bernie Sanders. En cientos de memorandos se comprueba cómo se utilizó todo tipo de campaña directa e indirecta, muchas veces en complicidad con medios de comunicación y organismos fantasma, para presentar a Sanders como un comunista amigo de dictadores, como un judío renegado enemigo de Israel, como un hombre que pretendía acabar con el libre mercado y la propiedad privada y todo tipo de fake news para acabar con él.
Violando sus propios estatutos, que prohíben al DNC ser parcial entre distintos candidatos del Partido Demócrata, el equipo coordinador dio luz verde también al de Hillary Clinton para que utilizara la Hillary Victory Fund para eludir los límites de donación económica particulares admitidos y contar con más fondos para su campaña.
A pesar de las numerosas denuncias que presentó Sanders en 2016 ante el DNC por la actitud totalmente parcial en su contra, ese organismo hizo caso omiso de sus quejas. Sin embargo, tras las revelaciones documentadas de Wikileaks, el 25 de julio de 2016 su presidenta, Debbie Wasserman Schultz, se veía obligada a anunciar su dimisión tras cinco años en el cargo. Entre las primeras personas en agradecerle su trabajo y honestidad... Hillary Clinton y Barack Obama.
En febrero pasado, Michael Brennan publicaba en Counterpunch 10/una buena cronología de esa campaña intoxicadora y manipuladora que llevó a cabo el DNC contra Bernie Sanders durante la carrera presidencial de 2016. A pesar de la siniestra neutralización de Julian Assange y su equipo, es posible que en el futuro conozcamos también los memorandos y correos electrónicos en los que el DNC y el equipo de Joe Biden vienen coordinando también ahora su campaña no solo para golpear a Donald Trump, sino igualmente para quitar de en medio cuanto antes a Bernie Sanders.
No es descartable que el coronavirus obligue a cancelar la Convención Demócrata prevista para mediados de julio en Milwaukee, pero está claro que si el veterano Sanders, que en los últimos años ha logrado hacer escorar a la izquierda a un sector de los demócratas, pierde esta batalla, ya tendrán que ser jóvenes figuras emergentes progresistas como Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y otras quienes terminen con el tabú del socialismo en EE UU y tomen el relevo para las siguientes elecciones.
Roberto Montoya es periodista, autor de libros como El imperio globalLa impunidad imperial o Drones, la muerte por control remoto, y miembro del Consejo Asesor de viento sur
Notas
1/ “Sanders Is Offering a Science-Based Coronavirus Policy. Trump Wants a Cruise-Ship-Industry Bailout”, en https://jacobinmag.com/2020/03/bernie-sanders-coronavirus-science-policy-donald-trump-cruise-ship-pence
2/ Dealing with coronavirus requires bold action. Democrats won’t take it, disponible en https://www.jacobinmag.com/2020/03/coronavirus-democratic-leadership-rent-suspension-cash-payments
3/ After Segregationists Remarks, Biden’s Support From Black Voters May Face Stress Test, en https://www.nytimes.com/2019/06/20/us/politics/joe-biden-segregationists.html
4/ Elizabeth Warren should endorse Bernie Sanders — Not for him, but for herself and her mission, en https://theintercept.com/2020/03/06/elizabeth-warren-should-endorse-bernie-sanders/
5/ “Joe Biden is not all there Mentally. Running him for President is Incredibly Dangerous”, en https://jacobinmag.com/2020/03/joe-biden-gaffes-democratic-presidential-campaign-trump
6/ “¿Para qué sirve el Partido Demócrata?”, disponible en https://www.politicaexterior.com/actualidad/sirve-partido-democrata/
7/ Verso, New York, 2020.
8/ https://www.hispantv.com/noticias/ee-uu-/450651/biden-veterano-elecciones-guerra-irak
9/ https://cnnespanol.cnn.com/video/biden-presenta-medalla-libertad-vo-mirador-cnnee/
10/ Timeline: How the DNC Manipulated 2016 Presidential Race, en https://www.counterpunch.org/2020/02/14/timeline-how-the-dnc-manipulated-2016-presidential-race/

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