EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

lunes, 29 de julio de 2019

La pobreza de la pobreza

La pobreza de la pobreza
P
rimero los pobres es el lema más popular del nuevo gobierno. Refleja una posición ética y política muy apreciada y reconocida, especialmente valiosa en circunstancias como las actuales. Hasta el director general interino del FMI, la fábrica de pobres que el propio Presidente denunció, acaba de subrayar la importancia de corregir el rumbo del capitalismo, por el auge de desigualdades excesivas, a pesar de que las tasas de pobreza se han reducido en todo el mundo desde 1980. ( La Jornada, 17/07/19).
La pobreza se presenta como una condición realmente existente. Hay instituciones que la miden, académicos que dedican su vida a estudiarla y gobiernos e instituciones que se proponen acabar con ella o, al menos, reducirla. Se le asocia con una serie de carencias: se llama pobres a quienes carecen de ciertos bienes o servicios.
La pobreza, por tanto, es mera comparación subjetiva que descalifica a quienes están debajo de una norma de vida arbitraria.
Por un tiempo se usó el nivel de ingreso como patrón: eran pobres personas y países que no tuvieran lo que se consideraba mínimo aceptable. El monto ha ido cambiando y se combina ahora con un paquete de bienes y servicios que definiría la condición mínima de un ciudadano normal. Quien no tenga acceso a ellos será considerado pobre.
Con las guerras contra la pobreza los gobiernos han buscado atenuar la inestabilidad social y consolidar el desarrollo capitalista.
En la era neoliberal, el Banco Mundial diseñó programas que individualizaron a los pobres, fragmentando sus comunidades y colectivos y enchufándolos en el consumo mediante transferencias financieras directas que ampliaron el mercado interno. Estos diseños fueron empleados con entusiasmo por gobiernos progresistas, como el de Luiz Inácio Lula da Silva, igual que por gobiernos conservadores. Nunca actuaron contra los ricos ni contra la estructura de la desigualdad.
Fueron adoptados en México desde tiempos de Carlos Salinas, quien usó parte de los recursos de la privatización en forma clientelista. Se siguen aplicando hasta ahora.
Los cambios introducidos por la nueva administración buscan eliminar la intermediación corrupta de los apoyos y lleva más lejos el principio de individualización de las transferencias, como en el conocido caso de las guarderías. El esquema puede provocar, como he denunciado en este espacio, la prosperidad de cantinas y table dance o la mayor venta de celulares.
Las guerras contra la pobreza nunca han enfrentado las raíces de lo que pretenden atender y agravan el problema en vez de resolverlo. La condición miserable a que condenamos a muchas y muchos, la pobreza modernizada en que se encuentran quienes han sido despojados de sus capacidades de subsistencia autónoma, como otras muchas condiciones insoportables de nuestra sociedad, no son castigos divinos o desgracias accidentales. Son consecuencia inevitable de un régimen injusto y destructor.
Contra éste ha de ser la guerra, no contra sus víctimas. Ha de combatirse también la complicidad de quienes están arriba de la línea de pobreza y adoptan un patrón consumista insensato y depredador, en el que se quiere insertar a los pobres.
Puede tener algún sentido convertir a algunos miserables en pobres; su situación desesperada no puede continuar hasta el momento en que se produzcan las transformaciones que hacen falta. Pero sólo si hacerlo forma parte de una guerra contra el régimen que causa todos estos problemas, con plena conciencia de sus dañinas implicaciones ecológicas y sociales.
El nuevo gobierno todavía está a tiempo de corregir el dispositivo atroz que heredó y ha extendido, porque estabiliza en forma individualizada y dependiente una condición humillante e insoportable que ahonda desigualdades e injusticia. No puede ni quiere militar contra el capitalismo, como muchos quisiéramos. Pero al menos podría escuchar a los pueblos que le están diciendo a gritos que no quieren sus megaproyectos desarrollistas y exigen mejores servicios públicos y apoyos comunales y colectivos que protejan la subsistencia autónoma. Suprimir apoyos clientelistas y corruptos así como intermediaciones manipuladoras no debe cancelar la relación con sujetos colectivos reales.
Hay sabiduría y compasión en la riqueza vernácula del lenguaje que aborda la condición de personas que enfrentan dificultades especiales.
En la lengua persa, más de 30 palabras nombran a quienes hoy se acomodan en la ciega categoría de pobres.
Por siglos, en Europa, ser pobre era una virtud; era lo opuesto a poderoso, más que a rico. Quizás, ante los colapsos actuales del clima, la sociedad y la cultura, la esperanza principal se encuentra en recuperar esa virtud.
Hemos de renunciar radicalmente al consumismo atroz que nos hace cómplices de la destrucción continua que nos abruma, al tiempo que luchamos para resistirla y disolverla, combatiendo a quienes la producen, tanto gobiernos como corporaciones.

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