EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

lunes, 19 de junio de 2017

Cuesta arriba

Cuesta arriba Gustavo Esteva
N adie dijo que iba a ser fácil. Plantea un inmenso reto, capaz de desalentar al más osado. Ante todo, tenemos que hacerlo en tiempos de guerra. No es poca cosa encabezar con Siria la lista de los países en que se registra mayor violencia. En nuestro caso, debe agregarse a la cantidad la calidad: la degradación humana manifiesta en crímenes que se cometen todos los días. La lucha de hoy, la que tenemos que librar en cada uno de nuestros espacios, necesita adoptar ese horizonte y avivar la conciencia de que está ahí, evitando el acostumbramiento provocado por la contabilidad cotidiana de cuerpos muertos o desaparecidos o el mecanismo habitual de defensa: no me toca a mí. Un obstáculo grave, de efecto perverso, es lo que Deleuze y Guattari llaman el microfascismo, lo que Foucault llama el fascista que todos llevamos dentro. Uno de los efectos más perversos de la construcción capitalista es la formación del deseo de ser gobernado, de que alguien, persona o estructura, conduzca pensamientos y comportamientos. Se ha convertido en una actitud general, ampliamente compartida. Personas de todo el espectro ideológico comparten la convicción de que la vida social no puede existir sin alguna forma de dirigencia que se instale arriba. Se constituye así como principal empeño de la lucha política la determinación de cuáles personas o partidos estarán arriba, conforme a la premisa de que la construcción de un arriba y un abajo son enteramente naturales y aceptables. Las masas no buscan su propia subordinación y finalmente su propia represión; quienes las forman, en mítines y protestas, acuden con motivaciones moldeadas por esa actitud primaria de sometimiento. Constituye un reto inmenso enfrentar esa manera dominante de pensar y actuar, que intenta reducir la iniciativa del Congreso Nacional Indígena (CNI) al marco electoral. La reacción común se centra en la candidata y en el análisis de su posible impacto en las votaciones. No importa cuántas veces el CNI aclare el sentido de la propuesta. Desde el principio lo señaló sin reservas Carlos González, de la comisión coordinadora del CNI: Lo primero que hay que entender es que no es una propuesta electoral. Las elecciones y ganar la Presidencia de la República nos valen una chingada, no es algo que nos interese. Los propósitos son muy claros, aunque se insista en negarlos o marginarlos: reinstalar en la agenda política nacional las luchas y exigencias de los pueblos indígenas; fortalecer al CNI como espacio de encuentro y articulación de esos pueblos y otras organizaciones, y abrir diálogos con todos los sectores para reflexionar con ellos sobre la gravedad de la situación, la forma en que el país se cae a pedazos, y las iniciativas a tomar para gobernarnos de otro modo. El principal reto no está ahí, en lo que por momentos parece un debate estéril. Buscaremos caminar con quien nos escuche, dice el CNI; no se llega muy lejos con oídos sordos. El reto está en la construcción desde abajo que la iniciativa exige, en el esfuerzo organizativo. El reto está en el seno de los propios pueblos indígenas, expuestos como todos a la fragmentación individualista, a la división generada por partidos, instituciones e iglesias, a las exigencias inmediatas de la lucha por la supervivencia y la defensa del territorio… En el medio rural, indígenas y no indígenas padecen toda suerte de agresiones, desde la violencia criminal y el hostigamiento policiaco o militar hasta herramientas de contrainsurgencia vestidos de programas sociales y organismos civiles que con la mejor de las intenciones imponen agendas ajenas a los pueblos. Además de recomponer el tejido social desgarrado, hay que atreverse con innovaciones que permitan salir de la escala de comunidades y municipios para abarcar a pueblos enteros. El reto parece aún más agudo en las ciudades. No se opera en el vacío. En todas partes, hasta en los grandes asentamientos humanos en que parece prevalecer la disgregación individualista, existen colectivos y organizaciones de base que pueden reactivarse. Pero es cierto que las presiones de la vida urbana y el individualismo acentuado son obstáculo eficaz al empeño organizativo. Muchas personas, particularmente jóvenes domesticados en la escuela, no saben qué es tomar en las propias manos el gobierno, la capacidad autónoma de conducir pensamientos y comportamientos; nunca lo han hecho. Llaman autónomas a decisiones individuales de consumo o de uso del tiempo enteramente condicionadas. Aún más agudo es el reto de dar al esfuerzo organizativo desde abajo un sentido claramente anticapitalista. La palabra es tabú para toda la clase política, por la convicción de que ahuyenta votos o carece de sentido. Y quienes la usan no siempre son capaces de expresar en términos prácticos lo que significa, la medida en que implica modificar comportamientos cotidianos y dar un nuevo carácter a las relaciones sociales que se entablan todos los días, como se dijo una y otra vez en San Cristóbal. Enfrentar al capital, como enfrentar al fascismo no es solamente luchar contra el capitalismo global, la gobernanza corporativa y el militarismo. Exige luchar desde el corazón y la cabeza de cada quien, para expulsar de ahí los virus de la forma de ser, pensar y actuar que definen la sociedad capitalista y están ya en todos nosotros. Y eso es inmensamente difícil. gustavoesteva@gmail.com Subir al inicio del texto

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