La gran depresión... la gran furia
Lorenzo Meyer
06 Nov. 2014
06 Nov. 2014
Oportunidad perdida
En el imaginario colectivo mexicano, la elección del 2000 pareció abrir las puertas del cambio político real, pero lo que terminó por abrir, y de par en par, fue la del horror, producto de la irresponsabilidad, la banalidad y la corrupción de quienes sustituyeron en Los Pinos al PRI de los 71 años. Una de las consecuencias de haber defraudado las expectativas abiertas hace 14 años es la mezcla de gran depresión y gran furia colectivas que se han producido a raíz de las tragedias de Ayotzinapa y Tlatlaya.
En el imaginario colectivo mexicano, la elección del 2000 pareció abrir las puertas del cambio político real, pero lo que terminó por abrir, y de par en par, fue la del horror, producto de la irresponsabilidad, la banalidad y la corrupción de quienes sustituyeron en Los Pinos al PRI de los 71 años. Una de las consecuencias de haber defraudado las expectativas abiertas hace 14 años es la mezcla de gran depresión y gran furia colectivas que se han producido a raíz de las tragedias de Ayotzinapa y Tlatlaya.
Asesinatos y desapariciones masivas ya habían tenido lugar antes, como el asesinato de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010 y la desaparición de 300 personas en febrero de 2011 en Allende, Coahuila. La cólera social que se ha despertado ahora por los incidentes en Iguala y el Estado de México fueron la gota que derramó un vaso al que llenaron al menos 19 mil ejecuciones en lo que va del actual sexenio, 16 mil desaparecidos en la cuenta oficial y 700 mil desplazados por la violencia (Fuentes: Parametría, 10 de julio, 2014; zetatijuana, 29 de octubre, 2014).
Involución
En el lejano 2000, el PAN y todas las fuerzas que le apoyaron de manera abierta o encubierta tuvieron una oportunidad histórica inédita para echar, por fin, los cimientos de una democracia electoral sólida que evolucionara hacia una democracia política bona fide. La desperdiciaron miserablemente.
En el lejano 2000, el PAN y todas las fuerzas que le apoyaron de manera abierta o encubierta tuvieron una oportunidad histórica inédita para echar, por fin, los cimientos de una democracia electoral sólida que evolucionara hacia una democracia política bona fide. La desperdiciaron miserablemente.
Aprovechar las posibilidades que se le abrieron a México a inicios del siglo 21 requería de un liderazgo de estadistas -sacrificar el corto plazo y el interés personal en aras del largo plazo e interés colectivo- y dispuestos a una lucha de titanes en contra de las inercias de la corrupción y de los intereses creados. Pero los panistas resultaron todo, menos titanes.
El PAN se presentó en 1939 no como una fuerza inspirada en el triunfo del franquismo en España sino como una nacida en el seno de la clase media para luchar en favor de la democracia electoral y en contra de la izquierda del PRM (antecesor del PRI) y de la corrupción en la esfera pública. Sesenta y un años más tarde ese partido alcanzó el poder gracias a una combinación de factores: un candidato no acartonado, el avance de la democracia en América Latina, el desgaste de una izquierda que tuvo que luchar contra Carlos Salinas y un PRI desprestigiado, encabezado por un Presidente por accidente: Ernesto Zedillo.
Ya en el poder, Fox definió como su adversario principal no a un PRI autoritario y desmoralizado, sino a una izquierda que ya no era revolucionaria, pero avanzaba. A la corrupción endémica, Fox no sólo la toleró sino que la aprovechó y al PRI de los estados le dio oportunidad para recobrar bríos. El sucesor, Felipe Calderón, optó por la misma línea, pero con una variante: para legitimarse y aparecer como un líder fuerte, optó por encabezar una guerra espectacular contra algunos de los productos más notorios de la corrupción: ciertos grandes capos del narcotráfico. Sin embargo, tras lo aparatoso de la movilización de fuerzas federales y de una violenta "guerra contra el narco", se escondió un hecho innegable: no se atacó la raíz del mal, la corrupción y las mil maneras en que el dinero de las drogas se diluía en la economía formal. En este campo, que era vital para controlar la descomposición, todo siguió igual.
Resultado
Al final de su época, lo que se tiene es un PAN fracasado, una corrupción galopante, instituciones más disminuidas que en el pasado y, finalmente, el regreso del PRI a Los Pinos. Se trata de un PRI con el estilo de Atlacomulco, es decir, producto del subsistema mexiquense donde la protesta se trata al estilo Atenco, donde nunca se ha experimentado ni la rendición de cuentas ni la alternancia de partidos.
Al final de su época, lo que se tiene es un PAN fracasado, una corrupción galopante, instituciones más disminuidas que en el pasado y, finalmente, el regreso del PRI a Los Pinos. Se trata de un PRI con el estilo de Atlacomulco, es decir, producto del subsistema mexiquense donde la protesta se trata al estilo Atenco, donde nunca se ha experimentado ni la rendición de cuentas ni la alternancia de partidos.
Ese PRI de Atlacomulco manejó muy bien el acuerdo en la cúpula con la partidocracia -el Pacto por México-, difundió una buena imagen en el exterior apoyando esa campaña con la apertura al capital externo de las industrias petrolera y eléctrica, pero no logró reactivar la economía y dejó intacto el problema más difícil y que le toca muy de cerca: el de la corrupción y la impunidad. El México mayoritario siguió como estaba: observando los efectos tan dañinos de la convivencia sistémica entre las estructuras del Estado y las del crimen organizado. Y fue en ese entorno que se desembocó en las tragedias de Tlatlaya y, sobre todo, de Iguala.
Conclusión
La impunidad y corrupción que permitieron el nacimiento y auge de cárteles como el de Tijuana, Juárez, Sinaloa, del Golfo, los Zetas, la Familia Michoacana y que, a su vez, han dado lugar a organizaciones menores, pero más numerosas e igual de violentas, como los Guerreros Unidos de Iguala -en ese estado operan 22 grupos- es lo que finalmente ha hecho que las actuales calamidades de Tlatlaya y Ayotzinapa se hayan transformado en catalizadores de esa mezcla de depresión y furia que hoy domina a la sociedad mexicana.
La impunidad y corrupción que permitieron el nacimiento y auge de cárteles como el de Tijuana, Juárez, Sinaloa, del Golfo, los Zetas, la Familia Michoacana y que, a su vez, han dado lugar a organizaciones menores, pero más numerosas e igual de violentas, como los Guerreros Unidos de Iguala -en ese estado operan 22 grupos- es lo que finalmente ha hecho que las actuales calamidades de Tlatlaya y Ayotzinapa se hayan transformado en catalizadores de esa mezcla de depresión y furia que hoy domina a la sociedad mexicana.
La depresión y el enojo colectivos, el hartazgo que se expresa en marchas, paros universitarios, desplegados, artículos, columnas, mensajes en las redes sociales, es energía política pura y disponible. Sin embargo, la gran pregunta y desafío es cómo lograr encauzar tal ánimo antes que se disipe, para que no sea otra oportunidad perdida y sí aliente la regeneración del país.
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