Guerra de los quesos
Pablo Gómez
Pablo Gómez
Durante la guerra fría, los bloqueos comerciales no pusieron las cosas al borde de la guerra. El más prolongado y aún vigente es el decretado por Estados Unidos contra Cuba, país que antes de su revolución hacía todo su comercio con los estadunidenses al punto de que en el GATT figuraba por vía de excepción la cuota azucarera.
Hoy, Estados Unidos está llevando a cabo una política de sanciones a Rusia como respuesta a la anexión de Crimea y el apoyo a los rusos de Ucrania. Pero la respuesta del Kremlin se ha ido por el camino de la escalada de represalias comerciales, las cuales podrían ser contrarias a las normas de la Organización Mundial de Comercio. Al respecto, Vladímir Putin, algo así como un presidente absoluto, se ha lanzado a la guerra de los quesos al firmar un decreto que prohíbe o limita la importación del lácteo así como de carne (vacas locas) y animales vivos (fiebre catarral) de países como Japón, Rumania, Grecia, Italia, Bulgaria y Noruega, después de haber dejado de comprar manzanas a Polonia y leche a Ucrania.
Una cuarta parte del gas que llega a Alemania desde Rusia atraviesa Ucrania y puede dejar de ser suministrada tan luego como las cosas lleguen a un punto que ya está previsto. Al parecer, Obama quiere ir midiendo las respuestas viscerales de Putin pero sin hacer la menor concesión respecto de la absorción total de Ucrania por parte de la Unión Europea y de la OTAN.
Mas no se trata de un regreso a la confrontación de los grandes bloques político-militares de la segunda posguerra, sino de algo más peligroso. Las guerras entre países siempre se han llevado a cabo como expresiones concretas de relaciones de dominio, es decir, de intereses directamente económicos. Hace 100 años se demostró que la llamada “Gran Guerra” era una disputa sobre Europa y otras regiones, por la cual cayeron 15 millones en las trincheras. La llamada “Segunda Guerra Mundial”, con más de 40 millones de víctimas mortales, también enfrentó a unos capitalistas con otros, con todo y la estupidez de Hitler de unir a occidente con la URSS, la cual fue producto de un triunfalismo muy propio de aquella Alemania. Ya no se quiere recordar al militarismo japonés pero era un instrumento de otro imperialismo en Oriente. Dígase de una forma o de otra, con análisis claro u oscuro, con discurso o sin oratoria, con flores o sin ellas, las luchas entre los poderes económico-políticos han llevado a la guerra. Conste que sólo nos hemos referido a dos grandes monstruosidades del siglo XX, pero se han producido muchas más.
Ahora bien, el conflicto con Rusia no parece ser tan grave pues por lo pronto sólo estriba en Ucrania, pero puede crecer. Con otras palabras, la cuestión puede radicar en los quesos pero bajo la posesión de armas nucleares. Rusia tiene bombas y misiles para transportarlas, las cuales --¿ya lo hemos olvidado?—poseen capacidad para sumir al planeta en un invierno durante miles de años.
Hace ya un tiempo (1983), Deng Xiaoping me respondió al respecto que nadie se iba a atrever a desatar una guerra nuclear. Naturalmente yo no podía demostrar lo contrario, pero le dije que algo parecido se había dicho antes de cada gran guerra internacional por lo que no existía garantía de sensatez humana. Deng ha tenido razón. En realidad las fuerzas militares disuasivas son tales en tanto que no se puede saber quienes podrían resultar victoriosos del uso del armamento, pero si las cosas dejan de ser así y todos los poderosos llegan a pensar que la sola amenaza atómica puede ser suficiente para ganar sin llevar a cabo la guerra, entonces se hará posible que la humanidad sucumba bajo el arma nuclear.
Una guerra de los quesos podría ser posible debido a que la Rusia capitalista no puede actuar como potencia sin serlo. O, en otros términos, Rusia no puede hacer valer su poderío bajo reglas actuales del capitalismo occidental. Pero puede hacer la guerra. Eso sí.
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