¿Es Rusia una potencia imperialista? (IV)
Miradas benévolas
Algunos pensadores eximen al Kremlin de responsabilidades imperiales por padecer la hostilidad estadounidense (Clarke; Annis, 2016). Pero esa agresión sólo confirma la naturaleza de los acosadores sin escalecer el status de los acosados.
Que Rusia sea un blanco prioritario de la OTAN, no coloca automáticamente a esa potencia fuera de la dinámica imperial.
Tampoco la pertenencia de viejos socios de la URSS a la Alianza Atlántica esclarece el perfil del gigante euroasiático. La exclusión o participación de Rusia en el círculo de los dominadores internacionales debe ser evaluada analizando la política exterior de Moscú.
¿UN PERFIL SEMICOLONIAL?
La caracterización del status internacional de Rusia, exige registrar que la renovada potencia incuba alguna variedad potencial de imperialismo. Ese punto de partida es rechazado en forma categórica por los autores, que observan una gran proximidad del país con la dependencia semicolonial. Consideran que Rusia es una submetrópoli sometida a la dominación foránea (Razin, 2016).
Pero resulta muy difícil encontrar algún dato que avale ese diagnóstico. Salta a la vista que Moscú actúa como un gran jugador internacional, que disputa con Washington el mayor arsenal atómico del planeta. Todas sus acciones ilustran un protagonismo exterior, no sólo en sus fronteras sino también en caldeados escenarios del mundo como Medio Oriente.
Es un irresoluble misterio la forma en que una semicolonía podría desplegar semejante presencia mundial. Tampoco se entiende cuál sería el aparato estatal foráneo que dominaría a Moscú. ¿Washington, Berlín, Paris? No tiene mucho sentido presentar a Putin -que confronta de igual a igual con Biden, Merkel o Macron- como un títere de esas metrópolis.
La calificación de Rusia como semicolonia se basa en algún dato perdido de gran incidencia económica foránea, en ciertas ramas de la producción o los servicios. Pero el concepto de semicolonia involucra la esfera política y presupone la carencia de soberanía. Las grandes decisiones de la administración rusa serían adoptadas por un mandante extranjero, siguiendo la norma que rigió en África, Asia o América Latina en el siglo XIX.
El desatino de esa caracterización deriva de recrear un concepto desactualizado. Las colonias y las semicolonias conformaban un dispositivo de dominación del imperialismo clásico, que perdió gravitación con la descolonización de posguerra. Las modalidades de explícita dependencia fueron sustituidas por otras formas de control foráneo, más amoldadas a los intereses de las nuevas burguesías locales de la periferia.
Rusia no sintoniza con ninguna de las obsoletas situaciones de la última centuria. Tampoco encaja con un razonamiento guiado por la excluyente distinción entre dominadores imperialistas y dominados semicoloniales. No sólo Rusia queda fuera de esa clasificación. La cruda y excluyente divisoria entre esas dos polaridades conduce a numerosos equívocos, como situar a Turquía en el universo semicolonial o a Corea del Sur entre los estados imperialistas. La complejidad del siglo XXI es inabordable con simplificaciones de ese tipo.
ARGUMENTOS INADECUADOS
Otras miradas objetan en forma más razonable las tendencias imperiales de Rusia. Destacan la distancia que separa a Putin de los zares, como un índice de la actual lejanía rusa de las ambiciones territoriales del pasado. Esa brecha histórica es efectivamente sideral, pero sólo confirma que el imperialismo del siglo XXI mantiene pocas similitudes con sus antecesores. Ese divorcio no esclarece el escenario en curso, ni clarifica el status de Rusia en la era contemporánea.
El alcance del poder militar del país es un aspecto más discutido para dirimir el status imperial (Williams, 2014). Algunos enfoques postulan que el enorme arsenal persiste como una simple herencia de la Unión Soviética. Pero omiten que ese aparato no es tratado por Putin como un molesto legado, a erradicar en el menor lapso posible. Esa actitud fue adoptada por Yeltsin y revertida por su sucesor. Desde hace dos décadas Moscú moderniza su estructura bélica y tiende a transformarla en una gran carta de su política exterior.
Algunos analistas igualmente destacan la acotada efectividad práctica del dispositivo atómico de Rusia. También estiman que el poder de las fuerzas convencionales del país es muy limitado frente a los rivales de la OTAN (Clarke: Annis, 2016). Pero esa evaluación soslaya otros planos de la acción bélica. Rusia es el segundo exportador de armas del mundo, está presente en varias zonas calientes y hace valer su enorme capacidad de provisión de instrumentos mortíferos.
Basta observar el contundente retorno del país al continente africano para notar esa influencia. En Mali, la empresa privada de seguridad rusa Wagner sustituyó recientemente a los gendarmes franceses en la custodia del territorio, frente a dos poderosas organizaciones ligadas Al-Qaeda y Dáesh (Calvo, 2021). En la República Centroafricana, la misma firma concretó un reemplazo semejante, luego de haber ensayado ese operativo en Mozambique.
El regreso de Rusia al continente africano tiene poca significación económica, pero la venta de armas presenta una escala impactante. Casi un tercio de los nuevos pertrechos adquiridos por ese continente se negocian con Moscú y la mitad de los gobiernos africanos suscribió acuerdos militares con ese proveedor (Martial, 2021). La intervención en Siria aporta otro dato visible de la gravitación bélica en la política exterior rusa.
TENDENCIAS OPRESIVAS
El protagonismo de Rusia en el mercado mundial de armamento complementa estrategias defensivas (frente a la presión estadounidense) y acciones de control directo en las áreas fronterizas. En esas incursiones Moscú no socorre a los vecinos, sino que refuerza sus propios intereses. La sugerencia de conductas solidarias embellece el sentido real de esos operativos.
De la misma forma que China comercia e invierte en la periferia para beneficiar a sus empresas, Rusia desplaza tropas, provee asesores y vende armas para acrecentar su incidencia geopolítica. La estrategia económica del gigante oriental y la diplomacia militar de la renaciente potencia moscovita, no están guiadas por normas de cooperación.
Los últimos vestigios de esos principios quedaron sepultados con la desaparición de la Unión Soviética. Putin ni siquiera enunció alguna justificación para su reciente envío de gendarmes a Kazajistán. Simplemente aplicó las cláusulas del tratado de Seguridad Recíproca (CSTO) para sostener a un régimen afín.
Los autores que soslayan la crítica a esa política de dominación, suelen resaltar la presencia conspirativa del imperialismo occidental. Pero subrayan esa injerencia, sin mencionar los atropellos de los gobiernos que apuntala Moscú. Presentan, por ejemplo, la reciente rebelión de Kazajistán como un golpe programado por las agencias estadounidenses (USAID, ONGs), que fue sensatamente aplastado por los gendarmes rusos (Ramírez, 2022).
Esa interpretación omite la existencia de protestas masivas contra un gobierno neoliberal, que eliminó todas las redes de seguridad social para enriquecer a la oligarquía de Nazarbáyev. Esa elite se ha repartido los enormes lucros de la renta petrolera con las compañías occidentales (Kurmanov, 2022).
Contra ese despojo han luchado los trabajadores petroleros en una larga sucesión de huelgas (2011, 2016), que fueron respondidas con palos por el oficialismo. La ilegalización del Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda despeja cualquier duda sobre el perfil regresivo de ese gobierno (Karpatsky, 2022).
La intervención militar rusa para sostener a ese régimen es muy ilustrativa de las tendencias opresivas de Moscú. Las miradas que soslayan ese curso suelen reproducir la imagen edulcorada que transmite la propaganda oficial. Presentan las acciones de Rusia fuera de sus fronteras como datos corrientes de la realidad bélica contemporánea. A lo sumo exponen descripciones que no se esclarecen el sentido de esas incursiones.
Es cierto que el status imperial de Rusia no ha quedado zanjado, se encuentra en plena maduración y no se clarifica con definiciones sumarias. El país es hostilizado por Estados Unidos y comparte con China cierta asociación en un bloque no hegemónico. Pero al mismo tiempo incuba crecientes evidencias de una conducta externa opresiva, que son ignoradas por las miradas indulgentes.
Moscú no atravesó hasta ahora la frontera que separa la gestación de la consumación de un status imperial, pero esas tendencias están presentes en numerosos planos. Rusia no actúa a la par de Estados Unidos, pero despliega conductas propias de un dominador. El desconocimiento de ese curso es prisionero de los razonamientos binarios, que reducen la división del mundo a dos campos. Con esa simplificación se idealiza a Rusia, olvidando la naturaleza capitalista del sistema político-social imperante en ese territorio. Ese cimiento otorga una potencialidad imperial significativa, a un país con larga tradición de protagonismo en los asuntos mundiales.
ARBITRAJES Y TENSIONES
El hostigamiento de Occidente contra Rusia ha suscitado cierta simpatía hacia Putin en sectores del progresismo. Hay miradas comprensivas e incluso presentaciones del mandatario ruso como una figura heroica que enfrenta al imperialismo.
Ese enaltecimiento se ha intensificado, al calor de una fuerte confrontación dentro de Rusia con la derecha liberal, que apadrina el Departamento del Estado. Putin choca con los ahijados del grupo que sepultó a la URSS y particularmente con Navalny, el personaje idolatrado por Washington y sostenido por los segmentos medios prooccidentales de Moscú y San Petersburgo.
Esos sectores consideran que Putin gobierna un país habitado por pobladores culturalmente inmaduros y estructuralmente incapaces de actuar en democracia. Con esa mirada despectiva hacia sus propios conciudadanos redoblan las campañas contra el “populismo”, que los grandes medios de comunicación propagan en todo el planeta (Kagarlitsky, 2016).
Putin ha enfrentado con dureza a esa oposición derechista, prohibiendo sus manifestaciones y encarcelando a sus dirigentes. Con esa contundente respuesta neutralizó a los sucesores de Yeltsin y cohesionó el frente interno. Se apoya en los sectores que privilegian la estabilidad y apuntalan un entramado burocrático asentado en la población desfavorecida. El jefe del Kremlin ha demostrado, además, una gran capacidad para asimilar opositores y distribuir cuotas de poder.
El éxito de esa política acrecentó su imagen de líder que desbarata conspiraciones. Pero esa efectividad no lo transforma en exponente del progresismo. Las denuncias de su conducta represiva no son meras invenciones de la CIA. Ha sido acusado de eliminar adversarios con polonio en Londres y de ordenar elderribo del vuelo que causó 300 muertes civiles en 2014. Recientemente ilegalizó a la organización Memorial, que investiga los crímenes del estalinismo (Poch, 2022)
Putin preside un régimen que restauró el capitalismo para beneficiar a los oligarcas en desmedro de la mayoría popular. Su prolongada continuidad al frente del estado asegura los privilegios de los millonarios, que controlan los sectores más rentables de la economía.
El presidente ruso prioriza el mantenimiento de su autoridad entre los distintos segmentos de la elite. Trabaja para sostener el equilibrio entre esas fracciones y renueva periódicamente los acuerdos con los partidos próximos o distanciados del oficialismo ((Rusia Justa, Gente Nueva, Rusia Unida) (Kagarlisky, 2021). Con ese liderazgo sostiene una política exterior de resistencia a la OTAN y recuperación del control del espacio pos-soviético.
Hasta la incursión a Ucrania, Putin se manejaba con mucha astucia en la arena internacional. Afianzó el bloque defensivo con China, pero intensificó las relaciones con los rivales de Beijing. (Corea del Sur, Japón, India, Vietnam), para contrapesar la adversa brecha económica con su socio. Estas jugadas en el plano global permiten sostener la prolongada supremacía interna del mandatario moscovita.
LA IZQUIERDA FRENTE A PUTIN
Putin construyó su liderazgo durante su gestión inicial de 1999-2008. Luego aseguró otro mandato en el 2012 y posteriormente modificó la Constitución para extender su presidencia, con enmiendas que le permitirían gobernar hasta el 2036.
Esa perdurabilidad es reforzada con mecanismos de fraude institucionalizado, que garantizan resultados favorables en todas las votaciones. Algunos analistas, estiman que en las recientes elecciones conservó la mayoría de la Duma, mediante falsificaciones del sistema electrónico de votación (Krieger, 2021).
Esas anomalías no son denunciadas sólo por los sesgados observadores de Occidente. Son expuestas también por las corrientes de izquierda que actúan dentro de Rusia. Remarcan la existencia de incontables trabas para oficializar candidaturas opositoras y mencionan la existencia de sofisticados dispositivos para añadir o sustraer votos.
Pero a diferencia del pasado Putin comienza a enfrentar serios escollos. En los recientes comicios triunfó con el peor resultado desde el 2003 y su gestión de la pandemia fue muy objetada por el reducido apoyo del gobierno a la población. En un escenario de cierres de negocios, pérdidas de puestos de trabajo y penurias entre los migrantes del interior, privilegió los beneficios fiscales a las grandes empresas.
La izquierda dentro de Rusia debe lidiar con un presidente en conflicto con el agresor norteamericano, que consolida al mismo tiempo un régimen capitalista asentado en la desigualdad. La erosión de la cohesión social y la profunda desmoralización política han obstruido hasta ahora la masificación de las protestas. Las negativas consecuencias de la implosión de la URSS continúan pesando, en una sociedad afectada por la frustración y la apatía.
Pero los promisorios resultados de la izquierda en las últimas elecciones introducen una cuota de esperanza para salir de ese túnel. El Partido Comunista (KPRF) logró su mejor resultado desde 1999 y se consolidó como la segunda fuerza en la Cámara de Diputados. Esa organización ha oscilado entre el sostén y la crítica al gobierno, pero introdujo una apertura hacia corrientes radicales insertas en la lucha social. Esas vertientes integradas a sus listas de candidatos modificaron el tono de la última campaña electoral (Budraitskis, 2021).
ANTIIMPERIALISMO Y SUJETO POPULAR
Putin es también visto con simpatía en sectores del progresismo por su promoción de la multipolaridad, como alternativa geopolítica a la preeminencia norteamericana. Pero existen pocas certezas sobre el contexto que genera esa configuración. Hasta ahora la multipolaridad alberga una heterogénea variedad de regímenes que no comparten un patrón común.
Ese curso facilita un escenario mundial más favorable para los proyectos populares, que el cuadro anterior de dominación unilateral estadounidense. Pero la nueva dispersión del poder (o su ordenamiento en torno a un bloque no hegemónico) está muy lejos de apuntalar la resistencia al imperialismo. La multipolaridad tampoco pavimenta un rumbo alternativo a la dinámica destructiva que desenvuelve el capitalismo. Conviene tener presente este diagnóstico a la hora de evaluar el marco internacional.
Una mirada socialista exige abandonar las caracterizaciones exclusivamente centradas en los acontecimientos geopolíticos, que dirimen la primacía de una u otra potencia. Los enfoques de izquierda deben focalizar su atención en los intereses populares y las batallas contra las clases dominantes de cada país.
El frecuente olvido de las luchas democrático-sociales es un corolario de la sustitución del análisis político por su equivalente geopolítico. El primer abordaje enfatiza el papel de las fuerzas sociales en conflicto y el segundo realza la disputa entre potencias por la dominación global. De la excluyente atención a esos choques surge la expectativa de logros progresistas por el mero avance de la multipolaridad. Esa esperanza está centrada en las pulseadas internacionales favorables de ciertos gobiernos, sin tomar en cuenta los sucesos que impactan sobre las organizaciones populares.
Por ese desinterés en los acontecimientos por abajo, se malinterpretan muchas rebeliones que estallan contra los gobiernos del bloque no hegemónico. Esos levantamientos son automáticamente descalificados o identificados con las conspiraciones externas. Hay una gran sensibilidad para detectar los complots de la CIA y una total indiferencia para registrar la legitimidad de las protestas contra el autoritarismo y la desigualdad.
Esa tónica tiende a prevalecer entre los autores que elogian a Putin, auscultando el escenario global con el exclusivo filtro de su confrontación con Washington. Suponen que el destino de los pueblos se dirime en el Kremlin y no en las calles.
La acción popular no abre por sí misma caminos de emancipación y es instrumentada a veces por el imperialismo o las elites locales. Pero es imposible construir otro futuro sin actuar en ese campo y sin disputar la primacía de un proyecto socialista en el universo de los desposeídos. La clarificación del status imperial de Rusia contribuye a esa construcción alternativa.
RESUMEN
El acoso de Washington y la distancia del zarismo no sitúan a Moscú fuera del universo imperial. Su embrionario lugar en ese espacio desmiente la caracterización del país como una semicolonia. El arsenal bélico es definitorio de una política exterior que incluye tendencias opresivas. La intervención en Kazajistán ilustra esa dinámica de una potencia con larga tradición de protagonismo internacional.
Putin no es un mandatario progresista. Convalida los privilegios de los millonarios, arbitra entre chauvinistas y liberales, manipula los comicios y hostiliza a la izquierda. Los proyectos antiimperialistas se forjan con sujetos populares.
REFERENCIAS
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Karpatsky. Kolya (2022) Los disturbios de Kazajstán, 23-1-2022, https://www.sinpermiso.info/autores/kolya-karpatsky
Krieger, Léonid (2021). Élections: résultats et perspectives, Inprecor n° 689/690, septembre-octobre 2021
Kurmanov, Ainur (2022). Una revolución de color o un levantamiento de la clase trabajadora, 8 ene 2022 https://www.sinpermiso.info/textos/kazajstan-una-revolucion-de-color-o-un-levantamiento-de-la-clase-trabajadora
Martial, Paul (2021). Rusia en África: mercenarios y depredación, 29-1-2021 https://www.sinpermiso.info/textos/rusia-en-africa-mercenarios-y-depredacion
Poch de Feliu, Rafael (2022). La invasión de Ucrania 22/01/2022 https://rebelion.org/la-invasion-de-ucrania/
Ramírez, Marcelo (2022). Rusia aplasta el nuevo Maidán, ¿una guerra biológica se revela? 12 ene 2022 https://kontrainfo.com/rusia-aplasta-el-nuevo-maidan-una-guerra-biologica-se-revela-por-marcelo-ramirez/
Razin, I (2016). Rusia: ¿país imperialista o semi colonia? 14-2-2016 2016 https://litci.org/es/rusia-pais-imperialista-o-semi-colonia/
Williams, Sam (2014). Is Russia Imperialist? jun. 2014 https://critiqueofcrisistheory.wordpress.com/is-russia-imperialist/
Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso
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