El baile de calaveras de Ehrenberg
cinco años del fallecimiento de Felipe Ehrenberg, ocurrido el 15 de mayo de 2017, Lourdes Hernández de Ehrenberg tuvo la buena idea de celebrar su memoria con una comida y con un volumen de calaveras pintadas por este gran artista. Sus platillos favoritos formaron el sabroso y variado menú. Guisos cuyos nombres evito para no hacer agua la boca del posible lector. Platillos de la más pura tradición mexicana. Como las calacas dibujadas y pintadas por Felipe. Huesudas que ríen y bailan. Quienquiera que se detenga un momento a mirar algunas de sus dientonas, como a él le gustaba llamar a sus esqueletos vivientes, puede pensar, con razón, que el dibujante lleva el ritmo en los huesos y en el corazón. Sus calaveras invitan a mover los pies, las piernas, las caderas, los hombros y a bailar al ritmo de un danzón, una cumbia o una de las otras músicas favoritas de Ehrenberg, excelente pareja de baile de sus calaveras. Mirarlas en grupo, una tras otra, es darse la impresión de haber penetrado en el Salón Los Ángeles del más allá.
Baile de máscaras, con fondo de ópera de Verdi a ritmo afroantillano, donde una calaca de Felipe se cubre los huesos de la cara con una máscara de huesos. El sentido del humor es constante en la obra de Ehrenberg, sobre todo cuando se trata de la Parca. Reírse de la muerte, principio de la celebración del Día de Muertos, cuando puede verse a las familias cantando y bailando en los cementerios alrededor de la tumba de sus queridos difuntos.
Dibujante excepcional, como decía María Luisa La China Mendoza, el trazo de Ehrenberg, al mismo tiempo firme y ligero, da vuelo a tibias, peronés y fémures, balancea espinas dorsales, levanta húmeros, cúbitos y radios, haciendo girar los esqueletos en una ronda alegremente fúnebre, danza de risas macabras. Los colores de este pintor son fuertes y contrastantes, casi osados, nunca tímidos: rojos sangrientos, azules cerúleos, amarillos sinvergüenzas, estallidos verdes de los umbrales donde terminan la esperanza y la desesperanza. Felipe levantaba, año tras año, sus altares de muertos, sin dejar de abrir las puertas de las criptas para dar paso a las dientudas, las cuales aprovechan para levantarse de sus tumbas bailando el Mambo número 5 a todo dar o Patricia, o como en La dolce vita al lado de Anita Ekberg y Marcello Mastroianni.
Felipe Ehrenberg, al igual que Carlos Fuentes, conoció caifanes y ficheras durante sus excursiones nocturnas a los salones donde danzan los espectros del inframundo. Ciudades subterráneas pobladas de calaveras que, ahora y desde ya hace cinco años, se miran en el espejo que son las cavidades de sus ojos siempre clarividentes.
Apenas unos días antes de su muerte, Felipe pasó por París para regresar a México de un viaje a Burdeos. La primavera alcanzaba sus espléndidos días tibios de sol. Nos vimos en un café del barrio de plaza Maubert. Me platicó algunos de sus muchos proyectos, todos esos caminos por donde se adentraba en busca de nuevos hallazgos. Algo en la entonación de su voz me hizo pensar que no creía en sus palabras. Sin necesidad de formular mi pregunta, Felipe me respondió que los médicos le habían desaconsejado el viaje. La amenaza de la muerte no le impidió tomar el avión para cruzar el Atlántico y aceptar la invitación a un homenaje en Burdeos.
Hoy, mientras miro sus calacas buscando la revelación de su misteriosa danza, toman su sentido las palabras que me dijo al despedirse: Lo bailado nadie me lo quita
.
Desde el fondo de las telas de donde de súbito me sales al encuentro, / resucitada y con tus guantes negros. / Para volar a ti, le dio su vuelo / el Espíritu Santo a mi esqueleto
, las calaveras de Ehrenberg cantan en eco sus palabras sabedoras que ni la muerte podrá arrancarles lo bailado en la ciudad del más muerto de los mares muertos
. Ahí donde su obra lo mantiene más vivo que cuando estaba vivo. Las velas de tu vida centellean siempre. Feliz cumpleaños, querido Felipe.
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