
En Revista Viento Sur nº 169
La campaña electoral en EE UU ante la irrupción del coronavirus
Bernie, Trump y el Covid-19: prueba de estrés
Todd Chretien
El candidato presidencial socialista, el senador Bernie Sanders, tiene un plan para combatir el Covid-19 que salvaría miles de vidas. “Hay millones de personas que temen haberse contagiado con el virus, pero no pueden ir al médico porque no se lo pueden permitir… En beneficio de todas ellas, hemos de asegurarnos de que toda persona en este país que requiera un tratamiento médico pueda ser tratada gratuitamente, cualquiera que sea su nivel de renta. Evidentemente, esto es lo que hemos de hacer ahora, en plena crisis, pero también es lo que hemos de hacer como país en el próximo futuro”.
Cuando Bernie (como le llama todo el mundo) dice “millones”, se refiere a 87 millones de personas que carecen de un seguro de enfermedad o han contratado unas pólizas tan baratas que a efectos prácticos no sirven para nada (cuanto menos pagas al mes, tanto más pagas cuando acudes a una consulta médica). Es un 20% de la población y este porcentaje es mucho mayor, lógicamente, entre la gente trabajadora de bajo nivel de renta.
La demanda de Bernie de Medicare for All (sanidad pública universal) cuenta con el apoyo de la mayoría de la población estadounidense, a pesar de la franca hostilidad de las direcciones del Partido Republicano y del Partido Demócrata, de las grandes empresas y de los medios de comunicación. ¿Por qué? Es sencillo: decenas de millones de trabajadores y trabajadoras pagan un 10, un 20, un 30% o más de sus salarios cada año para recibir atención sanitaria. Una familia se gasta en promedio de 10.000 a 18.000 dólares. Parece imposible, pero es verdad.
Mientras, el presidente Trump ha agitado la xenofobia, calificando el Covid-19 de “virus extranjero” e insistiendo al principio en que “desaparecerá. Un día, como por milagro, desaparecerá”. Después de semanas de negar la evidencia, Trump se ha visto obligado a dar un giro de 180 grados y acaba de declarar la emergencia nacional, pero en vez de dedicar fondos y esfuerzos al sistema público de salud, entrega dinero y poder al sector privado e incluso pide a Walmart que abra centros de diagnóstico en vez de hospitales y clínicas. En combinación con la fuerte caída de las bolsas y el rápido crecimiento del paro, puede que la incompetencia del gobierno finalmente acabe con él (Trump sigue dando la mano para saludar), pero todo depende de la oposición.
Esto nos lleva al exvicepresidente Joe Biden. Visto su programa político en comparación con el de Bernie en este periodo de crisis económica, sanitaria y ecológica, Biden no debería estar en la carrera. Su principal atractivo es que “no es Trump”, mientras que su programa político contiene las típicas promesas de boquilla de un año electoral con respecto al cambio climático (“aprobar los Acuerdos de París”), a la sanidad (“ampliar Obamacare”) y a la desigualdad (“aplicar la legislación laboral”). Todo esto caerá en saco roto por obra de los elementos conservadores del Partido Demócrata en su búsqueda infructuosa de acuerdos bipartidistas con los republicanos en el Congreso.
En realidad, hasta el 2 de marzo la campaña de Biden estaba en crisis, quedando muy por detrás de Bernie en las primarias de los primeros estados y tratando de sobrevivir en la batalla entre un grupo de centristas y el financiero multimillonario Michael Bloomberg. Sin embargo, la victoria decisiva de Bernie (impulsada por sindicalistas y votantes latinos) en Nevada, el 22 de febrero, hizo que la élite del Partido Demócrata tomara cartas en el asunto. Primero, la dirección del partido pidió a varios candidatos centristas que desistieran y se unieran en torno a Biden (mientras que, por otro lado, la candidata de izquierda liberal Elizabeth Warren ha desistido y no ha dado hasta ahora su apoyo a Sanders). Acto seguido, el expresidente Barack Obama dejó claro ante el aparato del partido de Carolina del Sur, predominantemente afroamericano, que era el momento de apoyar a Biden. Estas dos iniciativas calificaron a Biden como el candidato antiBernie y le facilitaron una serie de victorias estatales que han revitalizado su campaña. Desde entonces, con nada más que dos candidatos en liza, Biden ha ganado la mayoría de las elecciones primarias.
Paradójicamente, los y las votantes afroamericanas –la clave de las victorias de Biden– han sufrido desproporcionadamente a manos del Partido Demócrata durante los últimos 30 años. El gobierno de Bill Clinton lanzó un programa de construcción de cárceles e impulsó a rajatabla el libre comercio (lo que acabó con numerosos empleos industriales) y ambos fenómenos golpearon a las comunidades negras. Y aunque la elección de Obama supuso una importante victoria psicológica para el movimiento por la libertad de las comunidades negras y un golpe al racismo, la gente afroamericana fue la última en beneficiarse de sus políticas neoliberales tras la gran recesión de 2008. Hoy, la familia media blanca gana en promedio trece veces más que la familia media negra (sobre todo por el valor de la vivienda propia y de los ahorros para la jubilación). Mientras que el historial del propio Biden inspira poco entusiasmo entre la población negra, su cargo de vicepresidente de Obama, que ejerció durante ocho años, prima sobre otros criterios y puede conseguirle la nominación como candidato del Partido Demócrata frente a Trump en noviembre. Sin embargo, como señala Keeanga-Yamahtta Taylor, el éxito de Biden y las dificultades de Bernie entre los votantes negros tienen raíces complejas:
“La única manera de que la candidatura [de Bernie] fuera viable pasaba por meter en el sistema a quienes pasan de la política… Sin embargo, para muchos de esos votantes marginados, la noción de la revolución política [uno de los principales lemas de Bernie] constituye una abstracción cuando todavía está por ver que algún movimiento social consiga imponer reformas significativas. Las luchas de hoy siguen siendo defensivas… Recordemos que cuando los maestros y maestras de todo el país fueron a la huelga, lo hicieron en su mayor parte para impedir nuevos recortes, privatizaciones y ataques al nivel de vida. El movimiento Black Lives Matter surgió en respuesta al abuso y la violencia policial, pero no logró ponerle fin. Esto no quiere decir que esos esfuerzos fueran fútiles, pero demuestra la magnitud de los obstáculos para cambiar, por no decir transformar, el status quo”.
Taylor afirma que el propio Bernie “también es culpable” por no desarrollar un plan suficientemente concreto que aborde las opresiones interseccionales que asolan a la comunidad afroamericana. Pero demuestra que las carencias de la actuación de Bernie no se reducen a la brillantez de un discurso o siquiera a la formulación de un programa político mejor. Taylor concluye que “no es que [las cuestiones que plantea Bernie] sean impopulares –particularmente entre la juventud afroamericana–, sino que en el momento actual pueden parecer irrealizables. Esta triste realidad se ha aprovechado para calificar a Sanders como un utópico en vez de culpar a la parálisis del partido que mantiene el status quo político. Esta es la carga que arrastra Sanders”.
El análisis de Taylor sobre la incapacidad de Bernie de ganarse a la mayoría de la comunidad negra apunta a la principal carencia general de su campaña, de la que en realidad él no es el principal responsable. Es decir, el nivel general de lucha social y de clases en EE UU no ha adquirido la intensidad necesaria para escapar a la fuerza centrípeta que ejerce el sistema establecido, a pesar de todos sus desastres.
Tiempos duro s en Estados Unidos
El neoliberalismo ha devastado la vida de la clase obrera en EE UU. Los salarios reales se hallan hoy en el nivel de 1970 y descenderán significativamente con la recesión de este verano. El estudiante universitario medio se licencia con una deuda de 30.000 dólares, triplicando en total la deuda de todas las tarjetas de crédito del país. Hay 2,3 millones de personas en la cárcel, de las que un 40% son afroamericanas, pese a que la comunidad negra no representa más que un 13% de la población total. Esto significa que una quinta parte de la gente encarcelada en todo el mundo se halla en EE UU. Las mujeres solo cobran 82 centavos por el mismo trabajo por el que un hombre percibe un dólar. Después de dos décadas de guerras sin fin, todos los días se suicidan 17 veteranos de guerra. El 41% de las personas transgénero y el 54% de las personas transgénero de color dicen que han intentado suicidarse. Medio millón de personas sin techo duermen en las calles o en cobijos todas las noches. Cerca de 12 millones de trabajadoras y trabajadores carecen de documentos y millones de inmigrantes han sido internados y deportados, tanto por Obama como por Trump, a lo largo de la última década. La escuela pública ha visto reducida radicalmente su financiación en casi 2.000 millones de dólares anuales. Y el salario mínimo federal se ha quedado estancado en 7,25 dólares la hora durante un decenio; ahora es casi un 50% más bajo en términos reales que en 1970. Y la guinda del pastel es que nuestra juventud vive hoy con miedo por las matanzas en las escuelas, el desastre climático y el declive de las perspectivas económicas. Si las y los adolescentes y veinteañeros de hoy son los nietos del neoliberalismo, es que son los hijos de la gran recesión…, y lo saben.
Así que no es extraño que las ideas socialistas estén ganando terreno. De hecho, ya en 2009, Newsweek titulaba “Ahora todos somos socialistas” 1/ tras el rescate de Wall Street pagado por Obama. Y Occupy Wall Street respondió al 10% de desempleo, los desahucios masivos y los brutales recortes en el sistema educativo con la acción en la calle, popularizando el lema de “¡A los bancos los rescatan, a nosotros nos venden a saldo!”.
La gente común no ha recibido todo esto con resignación. A lo largo de los últimos 20 años, una serie de movimientos sociales han lanzado ideas a través de batallas defensivas, a menudo perdidas. Entre 1999 y 2006 –con el 11 de septiembre incluido–, millones de personas se movilizaron por la justicia global, en oposición a las guerras de Bush y en demanda de derechos para la inmigración. En mayo de 2006 se produjo la mayor huelga y movilización de la historia de EE UU, dirigida por trabajadores mexicanos y centroamericanos y sus hijos e hijas. Las personas LGTBQ vencieron la oposición de ambos partidos (Obama incluido) y lograron que se promulgara la reforma más transformadora de las últimas décadas, a saber, la igualdad matrimonial, reavivando de paso la lucha contra la transfobia y la homofobia. Occupy (2011), Black Lives Matter (2014) y Me Too (2017) han sacado a relucir las cuestiones de clase y denunciado las opresiones.
Este telón de fondo explica la creciente popularidad de Bernie Sanders y del nuevo movimiento socialista en EE UU. Y desde 2016, una serie de gigantescas protestas contra Trump han echado arena en los engranajes de su política reaccionaria. Y tal vez haya que destacar sobre todo la renovada ola de huelgas de maestros que comenzó en 2018 y que ha reavivado el espectro de la construcción del movimiento sindical. Sin embargo, por inspiradoras que hayan sido muchas de estas luchas, hemos ido perdiendo la guerra.
Bernie Sanders enseña a una generación a hablar del socialismo
La campaña presidencial de 2016 de Bernie no originó ninguna de las luchas mencionadas, pero congregó a muchos de los elementos más politizados y les proporcionó un lenguaje –un lenguaje que no es nada nuevo–, el lenguaje de la solidaridad y el socialismo. Muchos socialistas convencidos en EE UU (yo incluido) rechazamos inicialmente aquella campaña como otro experimento para reformar el Partido Demócrata condenado al fracaso. Y si Hilary Clinton hubiera derrotado a Trump en 2016, quién sabe lo que habría ocurrido. No obstante, la victoria inesperada de Trump galvanizó a decenas de miles de personas que se apuntaron en tropel a la corriente socialista democrática de Bernie, hallando su expresión organizativa en Democratic Socialists of America (DSA).
Sorprendentemente, pese a que se puede calificar a Bernie de socialdemócrata, no es posible comprender plenamente el fenómeno Bernie a partir de ahí. No es un movimiento o líder de un partido en el sentido tradicional. Aunque cuenta con una sólida base de simpatizantes entre maestras y enfermeros, no mantiene una relación organizativa particular con la dirección ni con la base sindical. Si bien es un cargo político electo desde 1981, viene de uno de los estados más pequeños (y más blancos) del país y por tanto no era ampliamente conocido hasta 2016 y no cuenta con ninguna corriente organizada real dentro del propio partido. Tampoco era, al estilo francés, fruto de una especie de profunda operación entrista planificada en un partido oficial estadounidense. En cambio, la mejor manera de calificar a Bernie es decir que es un socialista democrático que ha seguido una trayectoria personal y que, principalmente, se ha hecho a sí mismo. Una vez acumulada suficiente influencia personal y perfil mediático, decidió poner toda su reputación, su fuerza personal y su buen sentido táctico al servicio de un esfuerzo por rehacer la política de masas en EE UU.
Lejos de contener modestas propuestas de mejora o un simple refrito del reformismo del New Deal, los planes de Bernie son asombrosamente radicales. Y comprender esto es comprender por qué la gente joven le adora. El programa de Bernie 2/ incluye:
- Aumento de los impuestos a las grandes empresas y al 1% más rico por importe de al menos un billón de dólares durante los próximos diez años, así como profundos recortes del gasto del Pentágono.
- Sanidad pública universal para garantizar atención médica a todas las personas que viven en EE UU (sean ciudadanas o no) y nacionalizar efectivamente las empresas privadas de seguros médicos.
- Cancelación de toda deuda médica y estudiantil, gratuidad de las universidades públicas y aumento de los salarios de maestros y maestras de escuela a 60.000 dólares al año como mínimo.
- Un nuevo pacto social verde (Green New Deal) a favor de una energía 100% renovable durante la próxima generación, generando 20 millones de nuevos empleos para realizar la transición.
- Defensa del derecho al aborto y de la igualdad salarial de las mujeres, concesión de la ciudadanía a más de 10 millones de personas inmigrantes indocumentadas, cierre de todas las cárceles privadas y prohibición del control policial en función del color de la piel; defensa de la igualdad para todas las personas LGBTQ, respeto a la soberanía indígena y prohibición de la compra de políticos (mediante donativos) por parte de los ricos y las grandes empresas.
- Legislación que facilite la creación de sindicatos, con el objetivo de triplicar la afiliación sindical.
- Medidas de emergencia para combatir el Covid-19 por encima de las prioridades empresariales y del mercado libre, dando preferencia a las instituciones públicas sobre el beneficio privado.
Estas son, en conjunto, las reformas más radicales que se plantean desde que en 1860 Abraham Lincoln prometiera prohibir la extensión de la esclavitud; reformas que transformarían el país.
Existen puntos débiles que, como señala Taylor, si se abordan no harían más que reforzar esta dinámica, pero Bernie ha dotado al nuevo movimiento socialista de la lógica de su programa, ha articulado sus aspiraciones y le ha enseñado a prever el rechazo sempiterno de los poderes establecidos. Esto todavía no basta para ganar, pero sí para empezar. Bernie no ha creado el movimiento, pero ha contribuido a sacarlo a la luz pública. Aún no somos suficientemente fuertes para conseguir las reformas que necesitamos, pero sí lo somos para atemorizar a quienes se interponen en el camino. No hay mejor indicio de ello que el hecho de que la cotización de las acciones de las compañías de seguros médicos se disparó en Wall Street el día después de los grandes avances de Biden en las primarias del supermartes, el 3 de marzo.
Los Socialistas Democráticos de América (DSA) y más allá
Para quienes no están familiarizados con DSA, vale la pena presentar una descripción preliminar de esta corriente.
Antes de 2016, DSA contaba tal vez con 5.000 afiliados y afiliadas, cuya edad media superaba los 60 años. Hoy, DSA agrupa a más de 55.000 personas, en su mayoría veinteañeras. En cierto sentido, DSA cayó del cielo, pero había un puente de militantes y periodistas de prestigio que se habían afiliado a DSA con anterioridad, durante o después de Occupy Wall Street, aportando a la organización suficiente sangre nueva para llevar a cabo el salto de 2016, por no mencionar a una dirección de más edad que fue suficientemente sabia para entregar las riendas en vez de insistir en la ortodoxia y la tradición. La revista Jacobin y su editor, Bhaskar Sunkara, son la expresión más visible, pero no la única, de este grupo de cuadros anterior a 2016.
A diferencia de los partidos de izquierda tradicionales, DSA no tiene raíces en ningún sindicato o movimiento social y su estructura es independiente y abierta. De hecho, ni siquiera es un partido, sino una organización cuyos miembros pueden optar por presentar su candidatura en el Partido Demócrata (o como independientes) o apoyar candidaturas favorables a DSA, como la de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez por Nueva York. En su seno hay tendencias y corrientes, pero estas representan a una pequeña fracción (tal vez el 10% de la militancia activa) de las personas afiliadas. Las tendencias y corrientes mantienen diferencias políticas significativas, pero no han cristalizado en aparatos y a menudo se han formado sobre la base de propuestas tácticas u organizativas. Por ejemplo, mientras que casi toda la militancia de DSA apoya a Bernie para las presidenciales, hubo discrepancias sobre la manera de realizar la votación interna al respecto y sobre la clase de esfuerzos que debería hacer DSA en apoyo a Bernie. En general, hasta ahora las tendencias y corrientes han animado el debate político y hallado maneras constructivas de coexistir en agrupaciones locales y en la dirección y los grupos de trabajo nacionales. El peso real de la organización se halla en los cientos de agrupaciones locales, cuyos miembros pueden formular sus propios planes y ponerlos en práctica. Y la principal divisoria dentro de la organización es la que existe entre la militancia activa (5.000 a 10.000 personas) y el resto.
Así, DSA es la principal alternativa existente en la izquierda, pero no la única. DSA no abarca la totalidad del nuevo movimiento socialista (solo ha reclutado a una pequeña fracción de la juventud que apoya las ideas socialistas democráticas de Bernie), y el nuevo movimiento socialista tampoco abarca la totalidad de la nueva izquierda radical en EE UU.
Mientras que los medios recalcan continuamente el mito de Berniebro [según el cual su base de apoyo está formada sobre todo por hombres jóvenes, ndt], la realidad es que Bernie atrae a grandes mayorías de votantes jóvenes de todos los géneros y lidera las encuestas entre la juventud latina, también de todos los géneros. No obstante, en la base activa de DSA predominan los hombres blancos. En un Estado imperialista construido sobre la base de la esclavitud africana, el genocidio de la población indígena y la conquista internacional, no debería extrañar que la construcción de un movimiento socialista feminista multirracial, internacionalista, igualitario e inclusivo de las personas LGTBQ requiera paciencia y determinación. También implica que muchos movimientos no arrancan identificándose con DSA, o con el socialismo como su identidad primaria. Como escribió el socialista revolucionario C.L.R. James 3/ con respecto al movimiento negro, cabe decir lo mismo de los movimientos, organizaciones y sectores apartidistas de las clases trabajadoras:
“Decimos, en primer lugar, que la lucha de la comunidad negra, su lucha independiente, tiene una vitalidad y una validez propias; que tiene profundas raíces históricas en el pasado de EE UU y en las luchas del presente; tiene una perspectiva política orgánica hacia la que se mueve en mayor o menor grado, y todo indica que en el momento actual avanza a gran velocidad y con fuerza.
Decimos, en segundo lugar, que este movimiento negro independiente es capaz de intervenir con una fuerza terrible en la vida social y política general de la nación, pese al hecho de que se agrupe tras la bandera de los derechos democráticos, y no lo dirige necesariamente el movimiento obrero organizado ni el partido marxista.
Decimos, en tercer lugar, y esto es lo más importante, que es capaz de influir poderosamente en el proletariado revolucionario, que está llamado a contribuir sobremanera al desarrollo del proletariado en EE UU y que es por sí mismo parte integrante de la lucha por el socialismo”.
La composición racial y de género de DSA puede modificarse mediante campañas bien concebidas destinadas a luchar por la gente oprimida y mediante el reclutamiento, la formación y una política de discriminación positiva en la elección de la dirección, pero la estructura del movimiento obrero socialista y anticapitalista de masas vendrá determinada por la escala y la dinámica de las luchas a que se refiere James en el artículo citado.
Y respecto al movimiento sindical, queda mucho por hacer para reconstruir sindicatos combativos. Hay algunos rayos de esperanza, sobre todo las rebeliones de maestros y maestras de 2018 y 2019, pero el nivel general de lucha de clases sigue siendo bastante bajo. Por ejemplo, de 1967 a 1970, más de dos millones de trabajadores y trabajadoras fueron a la huelga todos los años, lo que significa que el volumen de huelgas era 6 o 7 veces mayor en 1970 que en la actualidad. Mientras la clase obrera y los movimientos sociales sigan siendo débiles, ascensos electorales como el de Bernie se enfrentan a importantes vulnerabilidades.
En un ámbito relacionado existe una importante red de publicaciones y organizaciones que no están vinculadas oficialmente a DSA, como por ejemplo Philly Socialists, Socialist Alternative (cuya concejal en Seattle, Kshama Sawant, merece mención especial), Haymarket Books, las conferencias Socialisme Historical Materialism, In These Times, Viewpoint Magazine y una serie de publicaciones y proyectos impulsados o apoyados por exmiembros de la International Socialist Organization, que se disolvió la pasada primavera. Sin embargo, todas estas entidades se verán forzadas ahora a definirse en su actitud ante DSA.
¿Y ahora?
En lo inmediato es improbable que la pandemia del Covid-19 y una fuerte recesión conduzcan a la mayoría de la clase trabajadora estadounidense a emprender luchas sostenidas y mucho menos a lanzar una ofensiva. El golpe del desempleo, la cuarentena y la pérdida de seres queridos, especialmente en unas condiciones en que el propio contacto humano encierra un peligro y complica nuestro trabajo de organización en la base, comportarán grandes obstáculos. Es más, en el plano electoral, pese a que Biden puede sufrir un tropiezo, lo más probable es que el miedo del público redunde en el aumento a gran escala del apoyo a su candidatura, no a quienes ofrecen soluciones revolucionarias. Trotsky describió certeramente la dinámica de la derrota en distintas circunstancias: “El hecho de que nuestra previsión resultara correcta puede atraernos a mil, cinco mil y hasta diez mil nuevos simpatizantes. Pero para los millones, el hecho significativo no fue nuestra previsión, sino el aplastamiento de la revolución china”, de 1925-1927 (Mi vida).
Esto no significa que no debamos luchar por crear redes de solidaridad para combatir el Covid-19, así como el paro en ciernes y los recortes presupuestarios, ni que dejemos de impulsar la candidatura de Bernie en su difícil camino hacia la victoria, pero debemos ser conscientes del terreno en que estamos batallando y aprovechar lo que hacemos ahora para prepararnos de cara al futuro a medio plazo. De acuerdo con esto, y en la medida en que DSA es la organización más relacionada directamente con la campaña de Bernie y que será más capaz de actuar en los próximos meses, conviene tener en cuenta las siguientes cuestiones:
Covid-19
La dirección nacional de DSA ha emitido una declaración 4/ en la que pide a las agrupaciones locales que se protejan y apoyen los esfuerzos solidarios por ayudar a las personas más vulnerables de nuestras comunidades, reclamando al mismo tiempo que el gasto social de emergencia “se financie con impuestos a los ricos. La clase obrera estadounidense ha rescatado repetidamente a las grandes empresas y a los multimillonarios que causan y exacerban las crisis”. En el plano local, enseñantes, madres y padres y estudiantes reclaman el cierre de colegios en todo el país y que los sindicatos y comarcas organicen el abastecimiento de alimentos, el asesoramiento y la atención de urgencia para estudiantes y familias en estado de aguda necesidad. A medida que se desarrollen los acontecimientos, se precisarán nuevos pasos, que se debatirán por medios telemáticos entre los organismos locales y nacionales de DSA. Está por ver cómo aprovechamos esta crisis para lanzar una campaña sostenida a favor de la sanidad universal y de un nuevo pacto social por el medio ambiente.
Elecciones nacionales
Mientras Bernie tenga un hilo de esperanza, la militancia y las agrupaciones de DSA deberían seguir haciendo campaña, pese a que se han suspendido todos los actos públicos, de modo que en la práctica esto significa realizar llamadas telefónicas y enviar textos en los estados que van a celebrar primarias próximamente. Sin embargo, no está garantizado que dichas elecciones primarias vayan a celebrarse como es habitual y esto plantea la cuestión de qué hacer si se cancelan o suspenden las primarias del Partido Demócrata. La dirección insistirá en que, dado que Biden está en cabeza, es quien debe ser nombrado candidato, pero en esta situación no está claro qué hay que hacer, especialmente dada la imposibilidad actual de movilizar a grandes grupos de personas. Y esto plantea la cuestión (todavía lejana) de qué hacer si el propio Trump cuestiona que se celebren elecciones presidenciales en otoño. Pero este es un puente por el que podemos transitar dentro de varios meses.
Frente a la recesión
A lo largo de la campaña de Bernie cabe prever que el desempleo se duplique durante el verano y prevemos que el Congreso y el gobierno de Trump ofrecerán una compensación del todo insuficiente para la gente en paro. En la medida en que la pandemia del Covid-19 lo permita, DSA, sindicatos y organizaciones del movimiento social deberían empezar a discutir sobre la manera de prestar ayuda mutua directa en materia de alimentación, falta de ingresos, vivienda, etc., pero también sobre el modo de presionar (nuevamente dentro de las limitaciones derivadas de la cuarentena) a las autoridades locales, estatales y nacionales para que atiendan a las emergencias, defiendan a las comunidades inmigrantes frente a las redadas y deportaciones y combatan los recortes presupuestarios en sanidad y educación.
El partido que necesitamos
En un plazo un poco más largo, es preciso organizar el debate sobre la necesidad de construir un nuevo partido político al amparo de la campaña de Bernie en el contexto de una presidencia de Biden o Trump condicionada por la recesión y el Covid-19. He aquí una relación no exhaustiva, pero sí instructiva, de posiciones y tendencias en liza.
Hay socialistas que sostienen que Bernie no representa una alternativa al sistema, sino que se limita a reproducir un largo historial de captación y desradicalización por el Partido Demócrata. Estos socialistas destacan los peligros inmediatos que encierra la campaña de Bernie y suelen dar pocas posibilidades a cargos electos favorables a DSA, como las diputadas Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, para ayudar a construir un partido socialista independiente. Como ha señalado Ashley Smith, Bernie “reduce la visión del socialismo democrático, con menos ambición incluso que la socialdemocracia, al reformismo del tipo New Deal”. En vez de participar en la campaña de Bernie, o de apoyar a cualquier otra candidatura de DSA que se presenta bajo las siglas del Partido Demócrata, Smith propone “construir un nuevo partido independiente” y “enfrentarnos a ambos partidos del capital no solo en el plano electoral, sino sobre todo en las calles y los lugares de trabajo”. La fuerza de esta posición radica en la insistencia en los peligros de adaptación a largo plazo a las estructuras del Partido Demócrata y en la crítica al hecho de limitar la actividad exclusivamente a la lucha electoral por oposición a la lucha social y de clases. Su debilidad estriba en la equiparación del programa de Bernie al reformismo de vieja escuela, confundiendo la forma con el contenido y el contexto, y tendiendo a despreciar la acción electoral como tal a favor de formas de lucha más directas. Si bien tras las experiencias de Syriza, del Partido de los Trabajadores de Brasil y de Podemos, todo rechazo superficial de la crítica de esta tendencia sería miope.
Otras corrientes socialistas hacen campaña por Bernie, pero creen que, al margen del resultado, debemos empezar a prepararnos para organizar el paso hacia un nuevo partido. Esta postura destaca la contribución singular de Bernie, al tiempo que insiste en que únicamente el ascenso de la lucha de clases conseguirá imponer la sanidad pública universal y otras reformas significativas. Como señalan Meagan Day y Micah Uetricht, “sabemos que EE UU no será capaz de llegar a nada parecido a una gobernanza socialista y unirse a otras naciones en el proyecto de construir el socialismo internacional sin un movimiento masivo de la clase trabajadora y el poder formal para impedir que los capitalistas socaven este movimiento. Entendemos que la participación en procesos electorales es importante para conseguir ambos objetivos y crear finalmente una situación en que la clase obrera pueda vencer realmente”.
La fuerza de esta posición reside en que entiende claramente cómo la campaña de Bernie ha aumentado la confianza de la gente trabajadora en su lucha, por mucho que el nivel general de lucha de clases siga siendo demasiado bajo para imponerse, tanto en el plano sindical como en términos electorales. Está a favor de un partido independiente, pero no cree que esta fase actual haya alcanzado todavía sus límites. Este todavía es la gran cuestión. Y es una cuestión real. En muchos aspectos, esta tendencia es la más dinámica en el momento actual y es la que más ha contribuido a dar cierta coherencia a los debates estratégicos. El reto para las personas que defienden esta posición no pasa por insistir en una declaración inmediata a favor de un nuevo partido (a la que, por cierto, es importante saber que muy probablemente Bernie se opondrá), sino más bien por dar pasos concretos de cara a sentar las bases de este partido en los próximos años. El espacio que media entre lanzar un nuevo partido ahora y nunca, como explica Ken Barrios a la luz de su experiencia en la dirección de la campaña socialista de Rossana Rodríguez al ayuntamiento de Chicago, es una de las cuestiones más importantes a la que se enfrentan hoy DSA y el nuevo movimiento socialista. El peligro está en dejar que las crecientes presiones de los próximos meses y años se conviertan en una tendencia a no priorizar nunca los preparativos prácticos.
Otra posición apoya a Bernie, pero considera prematuro empezar a sentar las bases de un nuevo partido y tiende a destacar hasta tal punto la actual dinámica favorable de la campaña que plantea que la cuestión misma de un partido nuevo es sectaria. Esta posición tiene razón cuando insiste en el rechazo de toda acción aislada y otorga prioridad a ganar el apoyo de miles de trabajadoras y trabajadores para el socialismo. También puede ser sensata con respecto a lo que se ha conseguido en los últimos años, pero también corre el riesgo de convencerse de que solo es posible una sola trayectoria estratégica, a saber, la de acumular fuerzas lentamente hasta que estemos preparados para luchar. Un lujo que es improbable que la clase dominante nos conceda.
A veces también puede insistir en que el camino hacia la influencia de masas pasa por reducir las propuestas socialistas a las cosas del comer. Como ha señalado Dustin Guastella recientemente, tras las derrotas de Bernie el 3 de marzo, “debemos renunciar a las partes más radicales de nuestra plataforma y centrarnos sobre todo, casi exclusivamente, en las cosas del comer”. Esta posición encierra el riesgo de reducir la política socialista a una caricatura economicista y de contraponerse a los planteamientos de C.L.R. James citados más arriba, sometiendo el movimiento a los efectos corrosivos de la existencia prolongada dentro del Partido Demócrata.
Finalmente está la posición que defiende la gran mayoría de nuevos socialistas (de dentro y fuera de DSA). Suponen, contra todo pronóstico, que Bernie todavía puede ganar electorado atemorizado por el Covid-19, no preparado para la recesión en ciernes y que todavía no ha afianzado sus opiniones o acumulado suficiente experiencia para elaborar su propia estrategia y táctica. Es la representación más genuina de su generación y lo que decida ella determinará nuestro futuro colectivo. Quienes defendemos una u otra de las posiciones que acabo de describir, o alguna combinación de varias de ellas, como sucede a menudo, tenemos la responsabilidad de actuar conjuntamente de modo que facilitemos este desarrollo.
En las semanas venideras conoceremos temores y adversidades, así como abundantes ejemplos de solidaridad y humanidad. Nadie sabe qué vendrá después del Covid-19, pero la crisis puede crear muy bien las condiciones políticas y psicológicas para convertir en realidad la sanidad pública universal, esto es, si logramos construir la fuerza política y organizativa de la clase obrera para conseguirlo.
Todd Chretien es profesor de lengua castellana, traductor
y escritor residente en Portland, Maine. Es miembro de Democratic Socialists of America y editor de No Borders News
Traducción: viento sur
Notas
1/ https://www.newsweek.com/we-are-all-socialists-now-82577
2/ https://berniesanders.com/issues/how-does-bernie-pay-his-major-plans/
3/ https://www.marxists.org/archive/james-clr/works/1948/07/meyer.htm
4/ https://www.dsausa.org/statements/now-is-the-time-for-solidarity-dsa-national-statement-on-covid-2019/
Cuando Bernie (como le llama todo el mundo) dice “millones”, se refiere a 87 millones de personas que carecen de un seguro de enfermedad o han contratado unas pólizas tan baratas que a efectos prácticos no sirven para nada (cuanto menos pagas al mes, tanto más pagas cuando acudes a una consulta médica). Es un 20% de la población y este porcentaje es mucho mayor, lógicamente, entre la gente trabajadora de bajo nivel de renta.
La demanda de Bernie de Medicare for All (sanidad pública universal) cuenta con el apoyo de la mayoría de la población estadounidense, a pesar de la franca hostilidad de las direcciones del Partido Republicano y del Partido Demócrata, de las grandes empresas y de los medios de comunicación. ¿Por qué? Es sencillo: decenas de millones de trabajadores y trabajadoras pagan un 10, un 20, un 30% o más de sus salarios cada año para recibir atención sanitaria. Una familia se gasta en promedio de 10.000 a 18.000 dólares. Parece imposible, pero es verdad.
Mientras, el presidente Trump ha agitado la xenofobia, calificando el Covid-19 de “virus extranjero” e insistiendo al principio en que “desaparecerá. Un día, como por milagro, desaparecerá”. Después de semanas de negar la evidencia, Trump se ha visto obligado a dar un giro de 180 grados y acaba de declarar la emergencia nacional, pero en vez de dedicar fondos y esfuerzos al sistema público de salud, entrega dinero y poder al sector privado e incluso pide a Walmart que abra centros de diagnóstico en vez de hospitales y clínicas. En combinación con la fuerte caída de las bolsas y el rápido crecimiento del paro, puede que la incompetencia del gobierno finalmente acabe con él (Trump sigue dando la mano para saludar), pero todo depende de la oposición.
Esto nos lleva al exvicepresidente Joe Biden. Visto su programa político en comparación con el de Bernie en este periodo de crisis económica, sanitaria y ecológica, Biden no debería estar en la carrera. Su principal atractivo es que “no es Trump”, mientras que su programa político contiene las típicas promesas de boquilla de un año electoral con respecto al cambio climático (“aprobar los Acuerdos de París”), a la sanidad (“ampliar Obamacare”) y a la desigualdad (“aplicar la legislación laboral”). Todo esto caerá en saco roto por obra de los elementos conservadores del Partido Demócrata en su búsqueda infructuosa de acuerdos bipartidistas con los republicanos en el Congreso.
En realidad, hasta el 2 de marzo la campaña de Biden estaba en crisis, quedando muy por detrás de Bernie en las primarias de los primeros estados y tratando de sobrevivir en la batalla entre un grupo de centristas y el financiero multimillonario Michael Bloomberg. Sin embargo, la victoria decisiva de Bernie (impulsada por sindicalistas y votantes latinos) en Nevada, el 22 de febrero, hizo que la élite del Partido Demócrata tomara cartas en el asunto. Primero, la dirección del partido pidió a varios candidatos centristas que desistieran y se unieran en torno a Biden (mientras que, por otro lado, la candidata de izquierda liberal Elizabeth Warren ha desistido y no ha dado hasta ahora su apoyo a Sanders). Acto seguido, el expresidente Barack Obama dejó claro ante el aparato del partido de Carolina del Sur, predominantemente afroamericano, que era el momento de apoyar a Biden. Estas dos iniciativas calificaron a Biden como el candidato antiBernie y le facilitaron una serie de victorias estatales que han revitalizado su campaña. Desde entonces, con nada más que dos candidatos en liza, Biden ha ganado la mayoría de las elecciones primarias.
Paradójicamente, los y las votantes afroamericanas –la clave de las victorias de Biden– han sufrido desproporcionadamente a manos del Partido Demócrata durante los últimos 30 años. El gobierno de Bill Clinton lanzó un programa de construcción de cárceles e impulsó a rajatabla el libre comercio (lo que acabó con numerosos empleos industriales) y ambos fenómenos golpearon a las comunidades negras. Y aunque la elección de Obama supuso una importante victoria psicológica para el movimiento por la libertad de las comunidades negras y un golpe al racismo, la gente afroamericana fue la última en beneficiarse de sus políticas neoliberales tras la gran recesión de 2008. Hoy, la familia media blanca gana en promedio trece veces más que la familia media negra (sobre todo por el valor de la vivienda propia y de los ahorros para la jubilación). Mientras que el historial del propio Biden inspira poco entusiasmo entre la población negra, su cargo de vicepresidente de Obama, que ejerció durante ocho años, prima sobre otros criterios y puede conseguirle la nominación como candidato del Partido Demócrata frente a Trump en noviembre. Sin embargo, como señala Keeanga-Yamahtta Taylor, el éxito de Biden y las dificultades de Bernie entre los votantes negros tienen raíces complejas:
“La única manera de que la candidatura [de Bernie] fuera viable pasaba por meter en el sistema a quienes pasan de la política… Sin embargo, para muchos de esos votantes marginados, la noción de la revolución política [uno de los principales lemas de Bernie] constituye una abstracción cuando todavía está por ver que algún movimiento social consiga imponer reformas significativas. Las luchas de hoy siguen siendo defensivas… Recordemos que cuando los maestros y maestras de todo el país fueron a la huelga, lo hicieron en su mayor parte para impedir nuevos recortes, privatizaciones y ataques al nivel de vida. El movimiento Black Lives Matter surgió en respuesta al abuso y la violencia policial, pero no logró ponerle fin. Esto no quiere decir que esos esfuerzos fueran fútiles, pero demuestra la magnitud de los obstáculos para cambiar, por no decir transformar, el status quo”.
Taylor afirma que el propio Bernie “también es culpable” por no desarrollar un plan suficientemente concreto que aborde las opresiones interseccionales que asolan a la comunidad afroamericana. Pero demuestra que las carencias de la actuación de Bernie no se reducen a la brillantez de un discurso o siquiera a la formulación de un programa político mejor. Taylor concluye que “no es que [las cuestiones que plantea Bernie] sean impopulares –particularmente entre la juventud afroamericana–, sino que en el momento actual pueden parecer irrealizables. Esta triste realidad se ha aprovechado para calificar a Sanders como un utópico en vez de culpar a la parálisis del partido que mantiene el status quo político. Esta es la carga que arrastra Sanders”.
El análisis de Taylor sobre la incapacidad de Bernie de ganarse a la mayoría de la comunidad negra apunta a la principal carencia general de su campaña, de la que en realidad él no es el principal responsable. Es decir, el nivel general de lucha social y de clases en EE UU no ha adquirido la intensidad necesaria para escapar a la fuerza centrípeta que ejerce el sistema establecido, a pesar de todos sus desastres.
Tiempos duro s en Estados Unidos
El neoliberalismo ha devastado la vida de la clase obrera en EE UU. Los salarios reales se hallan hoy en el nivel de 1970 y descenderán significativamente con la recesión de este verano. El estudiante universitario medio se licencia con una deuda de 30.000 dólares, triplicando en total la deuda de todas las tarjetas de crédito del país. Hay 2,3 millones de personas en la cárcel, de las que un 40% son afroamericanas, pese a que la comunidad negra no representa más que un 13% de la población total. Esto significa que una quinta parte de la gente encarcelada en todo el mundo se halla en EE UU. Las mujeres solo cobran 82 centavos por el mismo trabajo por el que un hombre percibe un dólar. Después de dos décadas de guerras sin fin, todos los días se suicidan 17 veteranos de guerra. El 41% de las personas transgénero y el 54% de las personas transgénero de color dicen que han intentado suicidarse. Medio millón de personas sin techo duermen en las calles o en cobijos todas las noches. Cerca de 12 millones de trabajadoras y trabajadores carecen de documentos y millones de inmigrantes han sido internados y deportados, tanto por Obama como por Trump, a lo largo de la última década. La escuela pública ha visto reducida radicalmente su financiación en casi 2.000 millones de dólares anuales. Y el salario mínimo federal se ha quedado estancado en 7,25 dólares la hora durante un decenio; ahora es casi un 50% más bajo en términos reales que en 1970. Y la guinda del pastel es que nuestra juventud vive hoy con miedo por las matanzas en las escuelas, el desastre climático y el declive de las perspectivas económicas. Si las y los adolescentes y veinteañeros de hoy son los nietos del neoliberalismo, es que son los hijos de la gran recesión…, y lo saben.
Así que no es extraño que las ideas socialistas estén ganando terreno. De hecho, ya en 2009, Newsweek titulaba “Ahora todos somos socialistas” 1/ tras el rescate de Wall Street pagado por Obama. Y Occupy Wall Street respondió al 10% de desempleo, los desahucios masivos y los brutales recortes en el sistema educativo con la acción en la calle, popularizando el lema de “¡A los bancos los rescatan, a nosotros nos venden a saldo!”.
La gente común no ha recibido todo esto con resignación. A lo largo de los últimos 20 años, una serie de movimientos sociales han lanzado ideas a través de batallas defensivas, a menudo perdidas. Entre 1999 y 2006 –con el 11 de septiembre incluido–, millones de personas se movilizaron por la justicia global, en oposición a las guerras de Bush y en demanda de derechos para la inmigración. En mayo de 2006 se produjo la mayor huelga y movilización de la historia de EE UU, dirigida por trabajadores mexicanos y centroamericanos y sus hijos e hijas. Las personas LGTBQ vencieron la oposición de ambos partidos (Obama incluido) y lograron que se promulgara la reforma más transformadora de las últimas décadas, a saber, la igualdad matrimonial, reavivando de paso la lucha contra la transfobia y la homofobia. Occupy (2011), Black Lives Matter (2014) y Me Too (2017) han sacado a relucir las cuestiones de clase y denunciado las opresiones.
Este telón de fondo explica la creciente popularidad de Bernie Sanders y del nuevo movimiento socialista en EE UU. Y desde 2016, una serie de gigantescas protestas contra Trump han echado arena en los engranajes de su política reaccionaria. Y tal vez haya que destacar sobre todo la renovada ola de huelgas de maestros que comenzó en 2018 y que ha reavivado el espectro de la construcción del movimiento sindical. Sin embargo, por inspiradoras que hayan sido muchas de estas luchas, hemos ido perdiendo la guerra.
Bernie Sanders enseña a una generación a hablar del socialismo
La campaña presidencial de 2016 de Bernie no originó ninguna de las luchas mencionadas, pero congregó a muchos de los elementos más politizados y les proporcionó un lenguaje –un lenguaje que no es nada nuevo–, el lenguaje de la solidaridad y el socialismo. Muchos socialistas convencidos en EE UU (yo incluido) rechazamos inicialmente aquella campaña como otro experimento para reformar el Partido Demócrata condenado al fracaso. Y si Hilary Clinton hubiera derrotado a Trump en 2016, quién sabe lo que habría ocurrido. No obstante, la victoria inesperada de Trump galvanizó a decenas de miles de personas que se apuntaron en tropel a la corriente socialista democrática de Bernie, hallando su expresión organizativa en Democratic Socialists of America (DSA).
Sorprendentemente, pese a que se puede calificar a Bernie de socialdemócrata, no es posible comprender plenamente el fenómeno Bernie a partir de ahí. No es un movimiento o líder de un partido en el sentido tradicional. Aunque cuenta con una sólida base de simpatizantes entre maestras y enfermeros, no mantiene una relación organizativa particular con la dirección ni con la base sindical. Si bien es un cargo político electo desde 1981, viene de uno de los estados más pequeños (y más blancos) del país y por tanto no era ampliamente conocido hasta 2016 y no cuenta con ninguna corriente organizada real dentro del propio partido. Tampoco era, al estilo francés, fruto de una especie de profunda operación entrista planificada en un partido oficial estadounidense. En cambio, la mejor manera de calificar a Bernie es decir que es un socialista democrático que ha seguido una trayectoria personal y que, principalmente, se ha hecho a sí mismo. Una vez acumulada suficiente influencia personal y perfil mediático, decidió poner toda su reputación, su fuerza personal y su buen sentido táctico al servicio de un esfuerzo por rehacer la política de masas en EE UU.
Lejos de contener modestas propuestas de mejora o un simple refrito del reformismo del New Deal, los planes de Bernie son asombrosamente radicales. Y comprender esto es comprender por qué la gente joven le adora. El programa de Bernie 2/ incluye:
- Aumento de los impuestos a las grandes empresas y al 1% más rico por importe de al menos un billón de dólares durante los próximos diez años, así como profundos recortes del gasto del Pentágono.
- Sanidad pública universal para garantizar atención médica a todas las personas que viven en EE UU (sean ciudadanas o no) y nacionalizar efectivamente las empresas privadas de seguros médicos.
- Cancelación de toda deuda médica y estudiantil, gratuidad de las universidades públicas y aumento de los salarios de maestros y maestras de escuela a 60.000 dólares al año como mínimo.
- Un nuevo pacto social verde (Green New Deal) a favor de una energía 100% renovable durante la próxima generación, generando 20 millones de nuevos empleos para realizar la transición.
- Defensa del derecho al aborto y de la igualdad salarial de las mujeres, concesión de la ciudadanía a más de 10 millones de personas inmigrantes indocumentadas, cierre de todas las cárceles privadas y prohibición del control policial en función del color de la piel; defensa de la igualdad para todas las personas LGBTQ, respeto a la soberanía indígena y prohibición de la compra de políticos (mediante donativos) por parte de los ricos y las grandes empresas.
- Legislación que facilite la creación de sindicatos, con el objetivo de triplicar la afiliación sindical.
- Medidas de emergencia para combatir el Covid-19 por encima de las prioridades empresariales y del mercado libre, dando preferencia a las instituciones públicas sobre el beneficio privado.
Estas son, en conjunto, las reformas más radicales que se plantean desde que en 1860 Abraham Lincoln prometiera prohibir la extensión de la esclavitud; reformas que transformarían el país.
Existen puntos débiles que, como señala Taylor, si se abordan no harían más que reforzar esta dinámica, pero Bernie ha dotado al nuevo movimiento socialista de la lógica de su programa, ha articulado sus aspiraciones y le ha enseñado a prever el rechazo sempiterno de los poderes establecidos. Esto todavía no basta para ganar, pero sí para empezar. Bernie no ha creado el movimiento, pero ha contribuido a sacarlo a la luz pública. Aún no somos suficientemente fuertes para conseguir las reformas que necesitamos, pero sí lo somos para atemorizar a quienes se interponen en el camino. No hay mejor indicio de ello que el hecho de que la cotización de las acciones de las compañías de seguros médicos se disparó en Wall Street el día después de los grandes avances de Biden en las primarias del supermartes, el 3 de marzo.
Los Socialistas Democráticos de América (DSA) y más allá
Para quienes no están familiarizados con DSA, vale la pena presentar una descripción preliminar de esta corriente.
Antes de 2016, DSA contaba tal vez con 5.000 afiliados y afiliadas, cuya edad media superaba los 60 años. Hoy, DSA agrupa a más de 55.000 personas, en su mayoría veinteañeras. En cierto sentido, DSA cayó del cielo, pero había un puente de militantes y periodistas de prestigio que se habían afiliado a DSA con anterioridad, durante o después de Occupy Wall Street, aportando a la organización suficiente sangre nueva para llevar a cabo el salto de 2016, por no mencionar a una dirección de más edad que fue suficientemente sabia para entregar las riendas en vez de insistir en la ortodoxia y la tradición. La revista Jacobin y su editor, Bhaskar Sunkara, son la expresión más visible, pero no la única, de este grupo de cuadros anterior a 2016.
A diferencia de los partidos de izquierda tradicionales, DSA no tiene raíces en ningún sindicato o movimiento social y su estructura es independiente y abierta. De hecho, ni siquiera es un partido, sino una organización cuyos miembros pueden optar por presentar su candidatura en el Partido Demócrata (o como independientes) o apoyar candidaturas favorables a DSA, como la de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez por Nueva York. En su seno hay tendencias y corrientes, pero estas representan a una pequeña fracción (tal vez el 10% de la militancia activa) de las personas afiliadas. Las tendencias y corrientes mantienen diferencias políticas significativas, pero no han cristalizado en aparatos y a menudo se han formado sobre la base de propuestas tácticas u organizativas. Por ejemplo, mientras que casi toda la militancia de DSA apoya a Bernie para las presidenciales, hubo discrepancias sobre la manera de realizar la votación interna al respecto y sobre la clase de esfuerzos que debería hacer DSA en apoyo a Bernie. En general, hasta ahora las tendencias y corrientes han animado el debate político y hallado maneras constructivas de coexistir en agrupaciones locales y en la dirección y los grupos de trabajo nacionales. El peso real de la organización se halla en los cientos de agrupaciones locales, cuyos miembros pueden formular sus propios planes y ponerlos en práctica. Y la principal divisoria dentro de la organización es la que existe entre la militancia activa (5.000 a 10.000 personas) y el resto.
Así, DSA es la principal alternativa existente en la izquierda, pero no la única. DSA no abarca la totalidad del nuevo movimiento socialista (solo ha reclutado a una pequeña fracción de la juventud que apoya las ideas socialistas democráticas de Bernie), y el nuevo movimiento socialista tampoco abarca la totalidad de la nueva izquierda radical en EE UU.
Mientras que los medios recalcan continuamente el mito de Berniebro [según el cual su base de apoyo está formada sobre todo por hombres jóvenes, ndt], la realidad es que Bernie atrae a grandes mayorías de votantes jóvenes de todos los géneros y lidera las encuestas entre la juventud latina, también de todos los géneros. No obstante, en la base activa de DSA predominan los hombres blancos. En un Estado imperialista construido sobre la base de la esclavitud africana, el genocidio de la población indígena y la conquista internacional, no debería extrañar que la construcción de un movimiento socialista feminista multirracial, internacionalista, igualitario e inclusivo de las personas LGTBQ requiera paciencia y determinación. También implica que muchos movimientos no arrancan identificándose con DSA, o con el socialismo como su identidad primaria. Como escribió el socialista revolucionario C.L.R. James 3/ con respecto al movimiento negro, cabe decir lo mismo de los movimientos, organizaciones y sectores apartidistas de las clases trabajadoras:
“Decimos, en primer lugar, que la lucha de la comunidad negra, su lucha independiente, tiene una vitalidad y una validez propias; que tiene profundas raíces históricas en el pasado de EE UU y en las luchas del presente; tiene una perspectiva política orgánica hacia la que se mueve en mayor o menor grado, y todo indica que en el momento actual avanza a gran velocidad y con fuerza.
Decimos, en segundo lugar, que este movimiento negro independiente es capaz de intervenir con una fuerza terrible en la vida social y política general de la nación, pese al hecho de que se agrupe tras la bandera de los derechos democráticos, y no lo dirige necesariamente el movimiento obrero organizado ni el partido marxista.
Decimos, en tercer lugar, y esto es lo más importante, que es capaz de influir poderosamente en el proletariado revolucionario, que está llamado a contribuir sobremanera al desarrollo del proletariado en EE UU y que es por sí mismo parte integrante de la lucha por el socialismo”.
La composición racial y de género de DSA puede modificarse mediante campañas bien concebidas destinadas a luchar por la gente oprimida y mediante el reclutamiento, la formación y una política de discriminación positiva en la elección de la dirección, pero la estructura del movimiento obrero socialista y anticapitalista de masas vendrá determinada por la escala y la dinámica de las luchas a que se refiere James en el artículo citado.
Y respecto al movimiento sindical, queda mucho por hacer para reconstruir sindicatos combativos. Hay algunos rayos de esperanza, sobre todo las rebeliones de maestros y maestras de 2018 y 2019, pero el nivel general de lucha de clases sigue siendo bastante bajo. Por ejemplo, de 1967 a 1970, más de dos millones de trabajadores y trabajadoras fueron a la huelga todos los años, lo que significa que el volumen de huelgas era 6 o 7 veces mayor en 1970 que en la actualidad. Mientras la clase obrera y los movimientos sociales sigan siendo débiles, ascensos electorales como el de Bernie se enfrentan a importantes vulnerabilidades.
En un ámbito relacionado existe una importante red de publicaciones y organizaciones que no están vinculadas oficialmente a DSA, como por ejemplo Philly Socialists, Socialist Alternative (cuya concejal en Seattle, Kshama Sawant, merece mención especial), Haymarket Books, las conferencias Socialisme Historical Materialism, In These Times, Viewpoint Magazine y una serie de publicaciones y proyectos impulsados o apoyados por exmiembros de la International Socialist Organization, que se disolvió la pasada primavera. Sin embargo, todas estas entidades se verán forzadas ahora a definirse en su actitud ante DSA.
¿Y ahora?
En lo inmediato es improbable que la pandemia del Covid-19 y una fuerte recesión conduzcan a la mayoría de la clase trabajadora estadounidense a emprender luchas sostenidas y mucho menos a lanzar una ofensiva. El golpe del desempleo, la cuarentena y la pérdida de seres queridos, especialmente en unas condiciones en que el propio contacto humano encierra un peligro y complica nuestro trabajo de organización en la base, comportarán grandes obstáculos. Es más, en el plano electoral, pese a que Biden puede sufrir un tropiezo, lo más probable es que el miedo del público redunde en el aumento a gran escala del apoyo a su candidatura, no a quienes ofrecen soluciones revolucionarias. Trotsky describió certeramente la dinámica de la derrota en distintas circunstancias: “El hecho de que nuestra previsión resultara correcta puede atraernos a mil, cinco mil y hasta diez mil nuevos simpatizantes. Pero para los millones, el hecho significativo no fue nuestra previsión, sino el aplastamiento de la revolución china”, de 1925-1927 (Mi vida).
Esto no significa que no debamos luchar por crear redes de solidaridad para combatir el Covid-19, así como el paro en ciernes y los recortes presupuestarios, ni que dejemos de impulsar la candidatura de Bernie en su difícil camino hacia la victoria, pero debemos ser conscientes del terreno en que estamos batallando y aprovechar lo que hacemos ahora para prepararnos de cara al futuro a medio plazo. De acuerdo con esto, y en la medida en que DSA es la organización más relacionada directamente con la campaña de Bernie y que será más capaz de actuar en los próximos meses, conviene tener en cuenta las siguientes cuestiones:
Covid-19
La dirección nacional de DSA ha emitido una declaración 4/ en la que pide a las agrupaciones locales que se protejan y apoyen los esfuerzos solidarios por ayudar a las personas más vulnerables de nuestras comunidades, reclamando al mismo tiempo que el gasto social de emergencia “se financie con impuestos a los ricos. La clase obrera estadounidense ha rescatado repetidamente a las grandes empresas y a los multimillonarios que causan y exacerban las crisis”. En el plano local, enseñantes, madres y padres y estudiantes reclaman el cierre de colegios en todo el país y que los sindicatos y comarcas organicen el abastecimiento de alimentos, el asesoramiento y la atención de urgencia para estudiantes y familias en estado de aguda necesidad. A medida que se desarrollen los acontecimientos, se precisarán nuevos pasos, que se debatirán por medios telemáticos entre los organismos locales y nacionales de DSA. Está por ver cómo aprovechamos esta crisis para lanzar una campaña sostenida a favor de la sanidad universal y de un nuevo pacto social por el medio ambiente.
Elecciones nacionales
Mientras Bernie tenga un hilo de esperanza, la militancia y las agrupaciones de DSA deberían seguir haciendo campaña, pese a que se han suspendido todos los actos públicos, de modo que en la práctica esto significa realizar llamadas telefónicas y enviar textos en los estados que van a celebrar primarias próximamente. Sin embargo, no está garantizado que dichas elecciones primarias vayan a celebrarse como es habitual y esto plantea la cuestión de qué hacer si se cancelan o suspenden las primarias del Partido Demócrata. La dirección insistirá en que, dado que Biden está en cabeza, es quien debe ser nombrado candidato, pero en esta situación no está claro qué hay que hacer, especialmente dada la imposibilidad actual de movilizar a grandes grupos de personas. Y esto plantea la cuestión (todavía lejana) de qué hacer si el propio Trump cuestiona que se celebren elecciones presidenciales en otoño. Pero este es un puente por el que podemos transitar dentro de varios meses.
Frente a la recesión
A lo largo de la campaña de Bernie cabe prever que el desempleo se duplique durante el verano y prevemos que el Congreso y el gobierno de Trump ofrecerán una compensación del todo insuficiente para la gente en paro. En la medida en que la pandemia del Covid-19 lo permita, DSA, sindicatos y organizaciones del movimiento social deberían empezar a discutir sobre la manera de prestar ayuda mutua directa en materia de alimentación, falta de ingresos, vivienda, etc., pero también sobre el modo de presionar (nuevamente dentro de las limitaciones derivadas de la cuarentena) a las autoridades locales, estatales y nacionales para que atiendan a las emergencias, defiendan a las comunidades inmigrantes frente a las redadas y deportaciones y combatan los recortes presupuestarios en sanidad y educación.
El partido que necesitamos
En un plazo un poco más largo, es preciso organizar el debate sobre la necesidad de construir un nuevo partido político al amparo de la campaña de Bernie en el contexto de una presidencia de Biden o Trump condicionada por la recesión y el Covid-19. He aquí una relación no exhaustiva, pero sí instructiva, de posiciones y tendencias en liza.
Hay socialistas que sostienen que Bernie no representa una alternativa al sistema, sino que se limita a reproducir un largo historial de captación y desradicalización por el Partido Demócrata. Estos socialistas destacan los peligros inmediatos que encierra la campaña de Bernie y suelen dar pocas posibilidades a cargos electos favorables a DSA, como las diputadas Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib e Ilhan Omar, para ayudar a construir un partido socialista independiente. Como ha señalado Ashley Smith, Bernie “reduce la visión del socialismo democrático, con menos ambición incluso que la socialdemocracia, al reformismo del tipo New Deal”. En vez de participar en la campaña de Bernie, o de apoyar a cualquier otra candidatura de DSA que se presenta bajo las siglas del Partido Demócrata, Smith propone “construir un nuevo partido independiente” y “enfrentarnos a ambos partidos del capital no solo en el plano electoral, sino sobre todo en las calles y los lugares de trabajo”. La fuerza de esta posición radica en la insistencia en los peligros de adaptación a largo plazo a las estructuras del Partido Demócrata y en la crítica al hecho de limitar la actividad exclusivamente a la lucha electoral por oposición a la lucha social y de clases. Su debilidad estriba en la equiparación del programa de Bernie al reformismo de vieja escuela, confundiendo la forma con el contenido y el contexto, y tendiendo a despreciar la acción electoral como tal a favor de formas de lucha más directas. Si bien tras las experiencias de Syriza, del Partido de los Trabajadores de Brasil y de Podemos, todo rechazo superficial de la crítica de esta tendencia sería miope.
Otras corrientes socialistas hacen campaña por Bernie, pero creen que, al margen del resultado, debemos empezar a prepararnos para organizar el paso hacia un nuevo partido. Esta postura destaca la contribución singular de Bernie, al tiempo que insiste en que únicamente el ascenso de la lucha de clases conseguirá imponer la sanidad pública universal y otras reformas significativas. Como señalan Meagan Day y Micah Uetricht, “sabemos que EE UU no será capaz de llegar a nada parecido a una gobernanza socialista y unirse a otras naciones en el proyecto de construir el socialismo internacional sin un movimiento masivo de la clase trabajadora y el poder formal para impedir que los capitalistas socaven este movimiento. Entendemos que la participación en procesos electorales es importante para conseguir ambos objetivos y crear finalmente una situación en que la clase obrera pueda vencer realmente”.
La fuerza de esta posición reside en que entiende claramente cómo la campaña de Bernie ha aumentado la confianza de la gente trabajadora en su lucha, por mucho que el nivel general de lucha de clases siga siendo demasiado bajo para imponerse, tanto en el plano sindical como en términos electorales. Está a favor de un partido independiente, pero no cree que esta fase actual haya alcanzado todavía sus límites. Este todavía es la gran cuestión. Y es una cuestión real. En muchos aspectos, esta tendencia es la más dinámica en el momento actual y es la que más ha contribuido a dar cierta coherencia a los debates estratégicos. El reto para las personas que defienden esta posición no pasa por insistir en una declaración inmediata a favor de un nuevo partido (a la que, por cierto, es importante saber que muy probablemente Bernie se opondrá), sino más bien por dar pasos concretos de cara a sentar las bases de este partido en los próximos años. El espacio que media entre lanzar un nuevo partido ahora y nunca, como explica Ken Barrios a la luz de su experiencia en la dirección de la campaña socialista de Rossana Rodríguez al ayuntamiento de Chicago, es una de las cuestiones más importantes a la que se enfrentan hoy DSA y el nuevo movimiento socialista. El peligro está en dejar que las crecientes presiones de los próximos meses y años se conviertan en una tendencia a no priorizar nunca los preparativos prácticos.
Otra posición apoya a Bernie, pero considera prematuro empezar a sentar las bases de un nuevo partido y tiende a destacar hasta tal punto la actual dinámica favorable de la campaña que plantea que la cuestión misma de un partido nuevo es sectaria. Esta posición tiene razón cuando insiste en el rechazo de toda acción aislada y otorga prioridad a ganar el apoyo de miles de trabajadoras y trabajadores para el socialismo. También puede ser sensata con respecto a lo que se ha conseguido en los últimos años, pero también corre el riesgo de convencerse de que solo es posible una sola trayectoria estratégica, a saber, la de acumular fuerzas lentamente hasta que estemos preparados para luchar. Un lujo que es improbable que la clase dominante nos conceda.
A veces también puede insistir en que el camino hacia la influencia de masas pasa por reducir las propuestas socialistas a las cosas del comer. Como ha señalado Dustin Guastella recientemente, tras las derrotas de Bernie el 3 de marzo, “debemos renunciar a las partes más radicales de nuestra plataforma y centrarnos sobre todo, casi exclusivamente, en las cosas del comer”. Esta posición encierra el riesgo de reducir la política socialista a una caricatura economicista y de contraponerse a los planteamientos de C.L.R. James citados más arriba, sometiendo el movimiento a los efectos corrosivos de la existencia prolongada dentro del Partido Demócrata.
Finalmente está la posición que defiende la gran mayoría de nuevos socialistas (de dentro y fuera de DSA). Suponen, contra todo pronóstico, que Bernie todavía puede ganar electorado atemorizado por el Covid-19, no preparado para la recesión en ciernes y que todavía no ha afianzado sus opiniones o acumulado suficiente experiencia para elaborar su propia estrategia y táctica. Es la representación más genuina de su generación y lo que decida ella determinará nuestro futuro colectivo. Quienes defendemos una u otra de las posiciones que acabo de describir, o alguna combinación de varias de ellas, como sucede a menudo, tenemos la responsabilidad de actuar conjuntamente de modo que facilitemos este desarrollo.
En las semanas venideras conoceremos temores y adversidades, así como abundantes ejemplos de solidaridad y humanidad. Nadie sabe qué vendrá después del Covid-19, pero la crisis puede crear muy bien las condiciones políticas y psicológicas para convertir en realidad la sanidad pública universal, esto es, si logramos construir la fuerza política y organizativa de la clase obrera para conseguirlo.
Todd Chretien es profesor de lengua castellana, traductor
y escritor residente en Portland, Maine. Es miembro de Democratic Socialists of America y editor de No Borders News
Traducción: viento sur
Notas
1/ https://www.newsweek.com/we-are-all-socialists-now-82577
2/ https://berniesanders.com/issues/how-does-bernie-pay-his-major-plans/
3/ https://www.marxists.org/archive/james-clr/works/1948/07/meyer.htm
4/ https://www.dsausa.org/statements/now-is-the-time-for-solidarity-dsa-national-statement-on-covid-2019/
No hay comentarios:
Publicar un comentario