Lo que el viento se llevó
Vilma Fuentes
U
na nueva censura surge en el horizonte actual de la Historia. Al parecer, los seres humanos, tan pronto acaban de liberarse de una prohibición, se entregan con los ojos cerrados a otra. Casi cabría preguntarse sobre las ventajas de la censura para algunos, la trampa para muchos; preguntarse también si la lucha contra una censura no engendra una nueva censura. En sus interpretaciones del i ching o Libro de las mutaciones, Confucio explica por qué el golpe dado contra el mal se vuelve contra quien lo da: de ahí la sabiduría que significa alejarse sin presentar un frente.
Un principio que acaso debería conducir en la lucha incontestable contra el racismo a evitar ataques que fallen su blanco y se reviertan como búmeran. Sería triste y deplorable acabar con una discriminación para crear otra, a veces peor. Terminar con un tipo de censura para dar nacimiento a una especie nueva.
Las recientes manifestaciones mundiales contra la discriminación racial, originadas en el asesinato de un afroestadunidense por un policía blanco, escena insoportable filmada y vista por millares de personas, ha reanimado ultrajes sufridos durante la esclavitud. Su abolición, ganada con la guerra de Secesión en Estados Unidos, no pudo ni habría podido, a menos de un milagro colectivo, borrar de pronto las costumbres sudistas de blancos y negros. Atavismos y prejuicios subsisten. La memoria de la humillación real no se desvanece como se esfuma una pesadilla. Por desgracia, en la igualdad buscada puede brotar el gusanillo de otra superioridad racial vindicativa, el sentimiento de haber sido víctima y la autovictimización pisan los caminos peligrosos de los intentos de rehacer la Historia. Tabla rasa, borrón y cuenta nueva. ¿Cuántas civilizaciones no han sido exterminadas para fundar otras? ¿Cuántos dictadores no han deseado que la Historia, con mayúscula, comience con ellos; es decir, aniquilar el pasado? Cierto, la Conquista española produjo la sumisión de las civilizaciones prehispánicas, pero no pudo aniquilar su espíritu sobreviviente en múltiples emanaciones de la vida cotidiana, el arte, las representaciones divinas. Querer cambiar ahora nuestra Historia, desaparecer de la memoria el pasado colonial, negar el mestizaje, no sólo sería insensato, es imposible. No se borra el pasado a menos de caer en la amnesia y preferir espejismos habitados por fantasmas, convirtiéndonos en fantasmas.
Lo que el viento se llevó es una de las 10 películas consideradas obras maestras del arte cinematográfico. Es también una novela a la altura de ésas otras que tocan y dejan testimonio de los momentos cruciales de la desaparición de una época y el nacimiento de otra. Fin y comienzo. Acaso, para que nada cambie y todo siga igual, dice el príncipe Salina en El gatopardo, de Lampedusa. O el váyanse a la bola de Pedro Páramo, para conservar su dominio. En La guerra y la paz, Tolstoi pinta el espíritu ruso entre la época que termina y la que se inicia. Lo distinto y lo mismo. Margaret Mitchell, en su inolvidable novela, presenta el final de la civilización sudista y su reconstrucción. ¿Resurrección o epifanía? El espíritu de la raza, blanca o negra, expresa su genio. La actriz Hattie McDaniel, ganadora del primer Óscar a una persona de raza negra, representó el papel de la nana de Scarlett. La discriminación le negó la entrada al estreno del filme. Gente de su raza la acusó de
colaboracionistacon la esclavitud.
Ahora, en nombre del antirracismo, se censura la película. Se trata de borrarla de la Historia. Se pintarrajea la estatua de Churchill y el busto de De Gaulle. La nueva censura está en marcha. Acabar con esclavistas como Aristóteles y machistas como Shakespeare.
Es necesario evitar el pecado de los pecados, el pecado entre todos irremisible: el anacronismo, escribía el historiador Lucien Febvre, fundador con Marc Bloch de l’Ecole des Annales. El camino del infierno ha de estar sembrado de censores.
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