Don Sergio Méndez Arceo: a 27 años de su fallecimiento
Bernardo Barranco V.
C
ómo hacen falta obispos como don Sergio. La Iglesia sería diferente, cercana a la gente; en especial a los más pobres y marginados. Don Sergio no sólo era valiente, sino un hombre de espiritualidad profunda. Un pastor con humor y gusto por la vida. Conocí a don Sergio Méndez Arceo en 1975, en un seminario del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos, Pax Romana (MIIC). Fue un encuentro latinoamericano efectuado en Agua Viva, hermosa casa de retiros de los dominicos al pie de los emblemáticos volcanes de México: el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Dos horas para llegar ahí desde el oriente de Ciudad de México. Entonces tenía 20 años, pertenecía a los estudiantes de la Acción Católica Mexicana y ayudaba en tareas logísticas del evento, era el chofer. Me sentía privilegiado al escuchar voces tan brillantes como la de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Enrique Dussel, Luiz Alberto Gomes de Souza, Jaime González Graff y muchos otros. Había preocupación en los 70 por la creciente violencia de los regímenes autoritarios militares en la región. La democracia estaba fracturada en el continente y la represión alcanzaba a la Iglesia. A escala de la estructura eclesial, se constataban las regresiones en el Celam encabezadas por su entonces secretario, el colombiano y siniestro Alfonso López Trujillo. La bipolaridad de la guerra fría había penetrado el tejido latinoamericano dentro y fuera de la Iglesia. Don Sergio, hizo acto de presencia bien comenzado el encuentro. De inmediato hizo sentir su presencia. Era poseedor de un carisma recio que impresionaba: un hombre alto, robusto, voz grave, mirada serena y penetrante; un sentido del humor que desarmaba. Un protagonismo involuntariamente escénico, su sola estampa imponía y focalizaba la atención: su brillante calva, túnica blanca impecable y su puro cubano lo confirmaban como un personaje extraído de la literatura, tenía un aire patriarcal. No era histriónico, como el obsipo brasileño Hélder Câmara, ni sencillo y humilde como Leónidas Proaño de Río Bamba, Ecuador. Don Sergio por su porte era un gladiador de la fe.
Sergio Méndez Arceo fue una figura que polarizaba opiniones. Fue el único obispo que abogó por los estudiantes en 1968. A mitad de la década de los 70, sus posturas de apertura socialismo humanista lo colocaron en el centro de polémicas. Un amplio sector de la prensa lo agredía y le reprochaba su proclividad a la izquierda. Otros admiraban su valentía en la denuncia por los derechos humanos y lo defendían. La clase política de la época le temía por su fuerte impacto en la sociedad mexicana. Por otra parte, lo tildaban de comunista, rebelde y guerrillero. Lo apodaban: Obispo rojo, El señor de las tempestades y El obispo Sergio Méndez Ateo.
Mientras académicos, intelectuales y un pequeño sector de la prensa, como el diario Excélsior de Julio Scherer, después Proceso, y la revista Siempre! le eran favorables. Apreciaban su arrojo para denunciar, debatir y encarar el poder absoluto del sistema autoritario presidencialista mexicano. Quizá sus enemigos más temibles estaban dentro de la Iglesia. La mayor parte de los obispos mexicanos reprobaban su comportamiento y le tachaban de protagonista. Los sectores conservadores lo asediaban y mandaban constantemente reportes negativos y quejas a Roma que pintaban a don Sergio como obispo filocomunista.
Méndez Arceo se convirtió en obispo de Cuernavaca en 1952; resultó constituirse en artífice de la renovación de la Iglesia mexicana. Se abre a la reforma litúrgica y la estética religiosa minimalista, aun antes del concilio. Conservador y severo en sus orígenes como obispo, 20 años después, en 1972, asistió al Congreso de los Cristianos por el Socialismo. En ese arco de tiempo están el Concilo Vaticano II y Medellín que cambiaron las coordenadas de muchos actores religiosos. Funda Junto con Iván Illich el Centro de Información y Documentación Católica (Cidoc) y facilita intercambios y debates intelectuales de gran altura sobre el mundo contemporáneo, entre creyentes y no creyentes. Se abre al sicoanálisis en el mundo religioso y el caso Gregorio Lemercier, condenado por Roma, le da la vuelta al mundo. Al final de su largo caminar, promueve la solidaridad secular latinoamericana y se concentra en la defensa de los derechos de los pueblos centroamericanos. Don Sergio fue impulsor importante de la teología de la liberación y del llamado progresismo católico. Polémico por sus ideales sociales de apoyo a grupos marginados y su simpatía por las corrientes renovadoras en el seno de la Iglesia católica, denunció la intervención estadunidense en Vietnam, América Central y Cuba. Muy abierto al diálogo ecuménico.
En México, a 27 años de su muerte, su figura alcanza la estatura de héroe. Hay en grupos y en sectores de la opinión pública una valoración épica de don Sergio, un obispo adelantado a su tiempo. Ahora es reconocido y llamado el Patriarca de la Solidaridad, el pastor de los pobres, el obispo de los derechos humanos. Quedaron atrás los antagonismos, don Sergio tiene estatus de un religioso innovador y vanguardista.
Don Samuel Ruiz García (1924-2011), obispo defensor de los indígenas, otro grande entre los obispos, se refiere a don Sergio como hombre santo. Decía que, sin lograr explicarlo pues sus trayectorias y físicamente eran muy diferentes, en numerosas personas, aun si estuvieran juntos o separados, con bastante frecuencia los confundían. Don Sergio Méndez Arceo el pastor de osadías evangélicas en la primavera eclesial.
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