Proteccionismo
León Bendesky
E
l presidente de EstadosUnidos, Donald Trump, dice que las guerras comerciales se ganan fácilmente. Para él se trata de reducir el gran déficit comercial que tiene su país respecto de China, y también en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Los flujos transfronterizos de mercancías son correlativos a las corrientes de inversión extranjera, sea ésta directa (en la producción) o financiera. El TLCAN, por ejemplo, es primordialmente un acuerdo para el flujo de inversiones de Estados Unidos a México y de ellas se desprende la corriente de mercancías que se exportan a aquel país.
El tratado acarreó inversiones de lugares como Europa y Japón para aprovechar las cláusulas previstas de exportación con menores aranceles. En el caso de China, el déficit comercial que incomoda a Trump se ha forjado largamente por las ventajas que representa para las empresas en materia de costos.
El déficit se compensa con las enormes corrientes de capital que se invierten en la deuda emitida por el gobierno estadunidense, financian la deuda pública y apoyan al valor de dólar. Este aspecto de las relaciones económicas internacionales no debe perderse de vista.
En términos contables las partidas cuadran entre la balanza comercial y la de capitales. Las cosas no son simples, por supuesto, pues las transacciones económicas entre las naciones involucran siempre muchos otros aspectos.
Abarcan el saqueo de minerales preciosos como ocurrió en las colonias americanas de Europa; la obstrucción de industrias nacionales para beneficiar a los productores de las metrópolis, como sucedió en la India, o bien, la implantación de mecanismos financieros que articulan los procesos de producción y distribución de la riqueza hasta alcanzar dimensiones globales.
Las guerras comerciales se describen usualmente como políticas para
empobrecer al vecino, aumentado la demanda de la producción interna y reduciendo la dependencia de las importaciones.
Para eso se imponen tarifas (sobreprecios) o cuotas (límites cuantitativos). La protección se alcanza también manipulando el tipo de cambio, con devaluaciones competitivas para acrecentar el nivel de la actividad económica interna.
La protección que se impulsa hoy en Estados Unidos pretende recuperar los empleos que se han ido a otras partes, principalmente por ventajas salariales y también en materia de impuestos.
La situación actual es distinta a la promoción de la industria infante que utilizó Alemania en el siglo 19 para crear una industria propia y competitiva alcanzando los niveles requeridos de tamaño y economías de escala.
La defensa de los productores nacionales mediante la protección se aplicó también en América Latina con la sustitución de importaciones después de la Segunda Guerra Mundial. Luego, como se sabe, se pasó al extremo opuesto de la liberalización a ultranza.
En el capitalismo global las fronteras en materia económica se han ido borrando. De manera más general, la globalidad se ha establecido en los procesos de división del trabajo, salarios, abastecimiento, tecnología y cadenas de producción. La formación de los precios en muchas actividades económicas es de índole global.
Todo ello es consistente con las exigencias de la acumulación de los capitales. Los costos para las empresas estadunidenses se forman en ese terreno y de ello depende su competitividad, así como la pugna por la distribución del ingreso y la riqueza.
Con el nuevo proteccionismo, los consumidores de ese país tendrán que pagar precios más altos por los bienes importados y por los producidos internamente con insumos de fuera. No es claro cómo determinar las consecuencias últimas de la guerra abierta ya en materia de ciertos productos, o bien, a escala de un país determinado como China.
En México, el nuevo proteccionismo es un asunto político relevante. Para el nuevo gobierno es un elemento clave para definir la relación bilateral y, más crucial aún, es para plantear el programa económico interno.
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