EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

sábado, 26 de mayo de 2018

Una historia de corrupcion

Una historia de corrupción
José M. Murià
S
ucedió en el H. Ayuntamiento de Guadalajara cuando llegaron los decentes. Este era el calificativo que amparaba a quienes habían agandallado el emblema del PAN y arrasaron en las elecciones estatales de 1995 y se aprestaban a gobernar enarbolando la bandera de la limpieza. El caso es que, a la postre, salieron mucho peor.
Recuerdo la toma de posesión de un tal César Coll como alcalde con unas ínfulas que revelaban su idea de que iba destinado a ser gobernador. Las diatribas que lanzó contra los corruptos que ya se iban, anunciaban una verdadera cacería de brujas. Se revisaría todo y se actuaría con mano dura para dejar la casa de los munícipes rechinando de limpia.
No pasaron muchos días antes de anunciar el descubrimiento de la primera lacra: dos millones de pesos de asfalto de entonces (unos 20 de ahora) que se habían pagado y no se habían puesto. Todo el peso de la ley, se anunció, caería sobre los culpables.
El tesorero se defendió diciendo que él había pagado la factura porque le llegó autorizada por la autoridad correspondiente, misma que argumentó que el Cabildo lo había acordado. Curiosamente la noticia se fue diluyendo sin que aparecieran los resultados y pronto no faltó el chismoso que hizo correr la noticia y la copia fotostática de la factura expedida por una prestigiada constructora propiedad de un probo y destacado panista.
¿Cómo se logro que se olvidara el asunto? no se supo, pero nos lo imaginamos, máxime que fue el último arranque del que tuvimos noticia en aras de la tan cacareada limpieza… Además, tres años después, el sucesor de Coll, también del PAN, pero de filiación mucho más antigua, lo puso, por igual, contra las cuerdas por gastos indebidos de la ex primera dama municipal y de él mismo.
La moraleja podría reducirse a lo siguiente: en aquel entonces y, tal vez ahora, cada funcionario, priísta o no, que recibía mordida era porque un empresario, prominente o no, de vocación panista le pasaba la feria.
No me puedo quitar la idea de la cabeza cuando se arremete con tanta furia contra la corrupción gubernamental, lo cual me parece muy bien, pero nos hacemos como si la virgen nos hablara respecto a los miembros de la iniciativa privada que están involucrados en ella.
Cabe el viejo precepto español: tanto peca el que mata la vaca como el que le detiene la pata.
Más aún: sin que ello los exima de culpa, al tal Anaya que vocifera tanto contra el PRI, podría hacérsele ver que los priístas de tradición corruptos son poquiteros, mientras que quienes piensan como él, en cualquier partido que militen, operan en grande.
No olvido que el Duarte veracruzano, al que parece emular su sucesor, habrá llegado con la bandera del PRI, pero algún día se descaró anunciando que su personaje más admirado era el general Francisco Franco… del que el priísmo verdadero fue enemigo jurado. Tanto al PRI, como al PRD y al PAN, y demás, se le cuelan las ratas, llegando a la sofisticación de morderse entre ellos mismos.
Los llamados moches, de cuya patente forma parte el C. Anaya, suman cantidades estratosféricas extraídas del gasto público destinado a paliar los muchos apremios de salud, educación y alimentación.
Bien se dice que la corrupción llegó a México con los conquistadores, quienes, por cierto, trajeron también el catolicismo y ambos se han desarrollado a la par en nuestro país y en otros de historia similar.

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