La otra Nahui Olin
Javier Aranda Luna
D
ice la leyenda de Nahui Olin que muchos años después de sus días de gloria vendía como una indigente, en el Eje Central, copias de las fotografías de sus desnudos más famosos. Nada más falso.
Aunque vivía con austeridad en el Centro de Ciudad de México se sostenía con su sueldo de maestra de pintura y con una beca que le proporcionaba Bellas Artes. Y más allá de las fotografías lastimeras donde aparece demacrada, la nueva investigación que hizo el curador Mariano Meza Marroquin para preparar una exposición en junio sobre esta artista en el Museo Nacional de Arte, nos muestran a una mujer madura pero muy guapa y hasta radiante.
Según él, Nahui subía y bajaba de peso de manera constante. Por eso existen fotos donde se le la ve desmejorada y otras como una de las últimas, quizá la última, encontrada por el investigador, donde luce estupenda.
Niña porfiriana, educada en París en las artes y el quehacer social, bien casada como correspondía a su origen, Carmen Mondragón abandonó ese mundo cómodo y lleno de afectación al que aspiran muchas, para convertirse en Nahui Olin y vivir de acuerdo con sus pasiones y con la libertad en la que ella creía.
Imposible que la educación europea no le diera una visión más amplia del mundo: vivió en la ebullición artística del París de las vanguardias y más tarde abrazó el feminismo de las sufragistas anglosajonas. Desde entonces, desde adolescente quizá, el decir fue para ella un hacer.
Su fracasado matrimonio con Manuel Rodríguez Lozano a causa probablemente de su homosexualidad no aceptada del todo y que terminó en ruptura al regresar a Ciudad de México, hicieron de su encuentro con el Dr. Atl los cinco años más intensos de su vida.
Sus más de 600 cartas tensadas por el erotismo y cuyo eco resuena en
Gentes profanas en el conventodel Dr. Atl tal vez algún día aparezcan en algún sótano de La Merced.
Los cinco años de su intensa relación con el Dr. Atl permitieron a Nahui Olin dedicarse a escribir cartas, poemas y otros asuntos de su interés en la azotea del Claustro de la Merced, donde hicieron su refugio amoroso, donde la considerada mujer más bella de la primera mitad del siglo XX vivió su época creativa más productiva.
Nahui Olin captada por Antonio GarduñoFoto cortesía de Ava Vargas
Tal vez no hemos sido del todo justos con Nahui Olin. Y tal vez porque no hemos encontrado en su vida de desplantes, instalaciones efímeras, que sólo buscaban provocar. O por que sólo la hemos visto como una modelo de pintores y fotógrafos y nos olvidamos de que ella, si observamos bien las fotografías, busca dar una intención a la imagen más allá de la mirada de Edward Weston, por ejemplo.
Tampoco hemos reconocido quizá que su gusto por la caricatura es el principio de su pintura naïf y no el recurso de alguien que no pudo construir imágenes a la manera tradicional. Ella tenía todo un método para la enseñanza de las artes plásticas que no prosperó porque se impuso el de Adolfo Best Maugard.
Escribió Jose Emilio Pacheco en una de sus crónicas de Inventario que le resultaba
triste repetir el lugar común de que su única gran obra fue su vida.
La exposición del Museo Nacional de Arte permitirá, según el investigador Mariano Meza Marroquin, revalorarla a partir de nuevos documentos. No destruir la leyenda de una mujer adelantada a sus tiempos, sino acercarnos al por qué se ha tatuado en el imaginario.
El poeta Jose Gorostiza es muy revelador al respecto cuando escribe estas líneas sobre el libro de Nahui Olin Óptica cerebral, poemas dinámicos de 1922:
He aquí un caso único de mujer. Mientras publicamos toda suerte de poesía y prosa desesperadamente correctos, casi interesados algunos, Nahui Olin nos ofrece un libro de poemas admirables. Sin duda la prosa es incorrecta, pero cuidada, nerviosísima; pero sin duda de una feminidad evidente que contrasta con lo profundo de sus temas.
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