EL DELFÍN

Este es un espacio para la difusión de conocimientos sobre Ciencia Política que derivan de la Carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Nacional Autónoma de México.

miércoles, 23 de mayo de 2018

El mayo de Monsivais

El mayo de Monsiváis
Elena Poniatowska
Foto
Elena Poniatowska y su amigo, Carlos Monsiváis, en una imagen del archivo personal de la escritora
L
a muerte de Tom Wolfe tiene mucho que ver con nuestro Carlos Monsiváis que el 4 de mayo habría cumplido 80 años. Monsiváis leyó en inglés La hoguera de las vanidades y me hizo comprarlo. Es así como debes escribirCarlos, ¿ya te has fijado que Tom Wolfe se viste como muñequito de aparador? Eso no importa, cambió la forma de hacer periodismo en el mundo entero. Directo, irónico, despiadado, nadie ha retratado a los gringos, su vida y sus miserias, mejor que Tom Wolfe.
El New Journalism en México lo inició Carlos con sus crónicas, su sentido crítico, su humor asesino, sus carcajadas casi hirientes, su conocimiento de la sociedad mexicana, su burla sangrienta de Los Trescientos y algunos más, los nuevos ricos y los políticos corruptos. Así como Tom Wolfe creó un estilo en el que se mezclan el periodismo, la literatura, la crítica social y una capacidad devastadora de juzgar a los demás; así, Monsiváis rompió esquemas y acabó con la vieja escuela cortesana e insulsa de hacer periodismo en los años 30 y 40 de Carlos Denegri y Julio Ernesto Teissier, entre otros. Nos dio crónicas que nos cimbraban por su inteligencia, su capacidad crítica, su ironía que a todos nos ponía a temblar. ¿Qué dirá de mí cuando yo salga? También podía ser totalmente despiadado con los vanidosos, los advenedizos, los cursis, los que hacen trampa, los que mienten, pero su compasión no tenía límites cuando se trataba de hacer justicia o defender a un agraviado. Recuerdo que uno de los últimos actos de su vida fue acompañar en Coyoacán a una madre cuya hija había desaparecido. Pálido, demacrado, visiblemente enfermo, Carlos, quien arrastraba de mala gana su tanque de oxígeno (que odiaba), no dudó en hacerse presente en la plaza pública para defender a la víctima con grandes dificultades respiratorias. Todas las víctimas recibieron su abrazo.
En cambio, tal y como nos recuerda Pablo Espinosa, Tom Wolfe fue un delator. A México llegaron muchos de los reds pinkies perseguidos por Hoover en tiempos del macartismo quienes tuvieron que declarar ante el Comité de Actividades Antiamericanas en octubre de 1947. Varios de los Hollywood Ten (Los Diez de Hollywood) vinieron a México, Albert Maltz, Dalton Trumbo. Norman Mailer habría de decir más tarde: Hoover ha hecho más mal a Estados Unidos que José Stalin. Dalton Trumbo, el extraordinario director de la película anti bélicaJohnny got his gun, filmó en México en 1951 The brave one, acerca de un torito indultado por su casta y su nobleza y su relación con un niño campesino mexicano. Por defender a sus compañeros, Katherine Hepburn, Lauren Bacall, Humphrey Bogart, Gene Kelly y el cómico Danny Kaye fueron también sospechosos.
Marchar en la calle, participar en manifestaciones, leer todos los periódicos, llamar a todos los teléfonos, defender las grandes causas sociales, solidarizarse con los que nada tienen fue el primer objetivo de nuestro Monsiváis a lo largo de los años. Los hechos reales eran su política, la finalidad de su vida. Todos los cronistas de México le debemos lo poco o lo mucho que hemos logrado. En su antología A ustedes les constacaben desde Manuel Payno, Guillermo Prieto y Francisco Zarco hasta Ángel de Campo Micrós. También están presentes Martín Luis Guzmán, Renato Leduc, Mario Gill y, desde luego, Salvador Novo. El entrañable José Alvarado (que quise mucho porque se parecía a mi papá) acompaña a José Revueltas y a José Emilio Pacheco. Carmen Lira figura al lado de dos jóvenes extraordinarios: José Joaquín Blanco y Jaime Avilés, quienes inician una época en la que Juan Villoro habrá de brillar con luz propia, y qué decir de Fabrizio Mejía Madrid, que en Proceso nos da lecciones duraderas parecidas a las de JEP. Cualquier joven que quiera escribir, debería recurrir al bello volumen de Inventarios que publicó Marcelo Uribe en la editorial Era.
El gran legado de Monsiváis se parece al de Tom Wolfe, quien saltó la barrera e hizo de la crónica literatura. En sus últimos años, Monsi dijo en alguna comida en casa de nuestro común amigo y salvavidas Iván Restrepo: Yo ya no leo novelas. Así como toleraba cada día menos a los fariseos, al igual que su contemporáneo Tom Wolfe, así también se inclinó sobre quienes consideraba sus amigos: Omar García, Alejandro Brito, Jesús Ramírez, Alejandra Moreno Toscano, Marta Lamas, Rolando Cordera Campos, Javier Aranda, Bolívar Echeverría, Raquel Serur, Margo Su, Iván Restrepo, Carlos Bonfil, Jenaro Villamil (su gran apoyo), Horacio Franco cuyo talento festejaba y Rafael Barajas El Fisgón, sin quién no existiría El Estanquillo, el museo que perpetua la gran saga monsivaisiana.
A igual que Tom Wolfe (quien era un dandy ególatra), Monsi nunca utilizó la primera persona del singular. No decía yo ni recurrió tampoco al nosotros mayestático de los políticos en sus discursos. Monsiváis, aunque ustedes no lo crean, fue un romántico. Le preocupaban su familia, sus amigos, sus gatos, pero ante todo y sobre todo, México. En muchas ocasiones insistió: Tenemos que documentarlo, Elena. Aunque hizo poesía y cuento, los abandonó y, salvo su“Catecismo para indios remisos,editado por sus amigos de Arvil, Armando y Víctor, ilustrado por su pintor del alma, Francisco Toledo, Monsiváis exploró la vida y la muerte del México más profundo, el de los estudiantes del movimiento de 1968, el de los homosexuales, el de los hombres y las mujeres más desvalidas, el de los outcasts. El mundo exterior, el más lejano, tampoco le fue ajeno. Viajamos juntos a Israel, a Francia, a Inglaterra, a Alemania, a distintas universidades de Estados Unidos, a la America’s Society de la Quinta Avenida y en todas nuestras presentaciones, su convicción hizo mella porque ponía en cada una de sus frases el punto agudo de su inteligencia. Terminaba de escribir sus conferencias, mientras hablaba su compañero de mesa. No creía en el culto a la personalidad, pero sí publicó su Autobiografía precoz, al lado de Juan García Ponce y Salvador Elizondo.
A diferencia de Tom Wolfe, jamás se vistió como dandy ni usó sombreros muy cuquitos, pero sí le interesaron los anillos e hizo su propia colección para usarla en privado, para que no lo tildaran de imitador de su ídolo Salvador Novo. Uno de sus mejores libros es La mirada en el centro, sobre el maestro Novo, quien nunca imaginó que ese muchacho de anteojos que lo escuchaba embelesado nos legaría su mejor imagen, la más inteligente, la más perspicaz y generosa.
Monsiváis no vivió en la Quinta Avenida ni su ciudad fue Nueva York. Nunca lo esperó una limusina, pero sí tomaba un taxi, el chofer no quería cobrarle como tampoco le cobraba al joven José Emilio Pacheco –alto y pálido dentro de su traje negro– a quien el conductor pedía: No me pague, padrecito, mejor deme la bendición.
Como muchos hombres y mujeres que amamos la literatura, Monsiváis supo que un artista tiene que vivir, sufrir, sudar, amar, gozar, conocer la muerte y el dolor, la pobreza y la impiedad de la vida diaria. ¿Cómo se puede escribir? ¿Cuánto y con cuánta frecuencia? ¿Cuánto tiempo frente a la mesa de trabajo? ¿Con qué método? Monsiváis no tenía método salvo un puritito desorden, su tiempo era el de sus gatos, no sabía escribir a máquina; al principio le dictaba a su mamá, luego a su prima Beatriz y a sus amigos. Aunque era impuntual hasta la grosería, todos lo reverenciaban y le profesaron un amor sólido y constante. Consuelo Sáizar y Julia de la Fuente acudían a su menor llamado, y en la Biblioteca México, en la que están reunidas las bibliotecas de José Luis Martínez, Alí Chumacero, Antonio Castro Leal, Jaime García Terrés, la suya es la más visitada.
Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco fueron grandes amigos. Juntos descubrieron al México de los años 50. Juntos hicieron huelgas, sufrieron la masacre de Tlatelolco y juntos denunciaron la espantosa degradación política de nuestro país.
Tom Wolfe, a quien le fascinaban los signos de exclamación causó sensación con su conflagración de vanidades. No sólo lo aplaudió Nueva York: todo Estados Unidos la calificó de soberbia comedia humana. Además de calificar de radical chic a los izquierdistas ricos, se lanzó a investigar a los astronautas en su lanzamiento a la Luna mientras sus esposas esperaban en la Tierra en su novela que vendió un millón de ejemplares: The right stuff. ¿Rusia o Estados Unidos? ¡Qué tremenda la contienda espacial! Carlos Monsiváis cubrió toda la extensión del territorio nacional y creó lo que Juan Villoro llamó en su cátedra en el Instituto Nacional de Antropología e Historia el género Monsiváis. A diferencia de Wolfe, que cultivó toda la egolatría posible de su propio personaje persona; Monsi apenas si le entregó a Emmanuel Carballo para la colección Autobiografía precoz, en el que figura a lado de Salvador Elizondo y Juan García Ponce.
En sus años finales, mejor dicho, en sus meses finales, cuando Monsi supo por el doctor Gustavo Reyes Terán que le quedaba poco tiempo de vida, otro gran amigo suyo, Javier Aranda, le llevó las cámaras de Televisa para que siguiera opinando al final del noticiero de Joaquín López Dóriga, “En la opinión de…”, en la que muchos colaboramos, entre otros Gabriel Guerra, el hijo de Rosario Castellanos. Por un minuto y segundos, Televisa pagaba 15 mil pesos lo cual no es posible recibir ni por un milagro de la Virgen de Guadalupe. Lo sé, porque gracias a Javier Aranda, Carlos y yo fuimos los primeros en ser requeridos. A Carlos le gustaba mucho esa palabra de requerido y solía preguntarme si me habían invitado a tal o cual acto para asegurarme: Yo tampoco fui requerido, palabra también de Tom Wolfe, que era requerido en todas las recepciones neoyorquinas de Nueva York y hacía una entrada sensacional con su traje blanco.
El gran tema de Carlos Monsiváis fue el del 2 de octubre de 1968, que en cierta forma marca el inicio de la corrosión total del priísmo mexicano y el descubrimiento y el arranque de la lucha por los derechos humanos de nuestra juventud. También, Monsiváis salió a la calle, dolido hasta la médula en el terremoto de 1985 y visitó todos los edificios derrumbados como el Monterrey, en Tlatelolco, para dialogar con los colonos y escuchar sus terribles denuncias.
Volviendo a la denuncia de Pablo Espinosa –detonador de este artículo–, quien asevera que Tom Wolfe es el creador del periodismo canalla al servicio del FBI, seguro Monsiváis me recomendó a Tom Wolfe porque admiraba su capacidad para la investigación exhaustiva, su olfato para la verdad oculta y su risa provocativa y demoniaca, como la recuerda Eduardo Lago en su artículo para El País. Si Alfonso Reyes decía que no es lo mismo gritar desde lo alto de la Torre Eiffel que de un campanario en Chalchicomula, Monsiváis derribó nuestra cortinita de nopal y se irguió como una referencia moral única en nuestro país.

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