na de las más audaces
y afortunadas tesis del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
es su confianza en las decisiones colectivas, en una cierta sabiduría popular
que, percibe, existe en el pueblo
;
una idea que deriva de su lectura de la historia de México. Ello lo
ubica como un estadista ilustrado que logra mirar (y mirarse) en los
procesos históricos de largo aliento. Lo anterior traducido a la teoría
de los tres poderes, que hemos venido formulando desde hace una década,
significa poder social. Como hemos expresado, un verdadero gobierno de izquierda
es el que logra acotar y regular la voracidad del poder económico
(empresas, corporaciones, bancos, mercados) y promueve, estimula y
consolida el poder social, es decir, a las comunidades, cooperativas,
sindicatos, gremios, uniones ciudadanas, etcétera. Ello significa que el
poder político (gobiernos y sus partidos) tiene la capacidad de
autorreducirse para trasladar su poder burocrático a los ciudadanos
organizados. Este empoderamiento social, aparece cada vez más en las
discusiones académicas como la fórmula clave para salir de la colosal
crisis (ecológica y social) en que ha caído el mundo moderno e
industrial. Y esto es lo que reclaman las voces de los sectores más
avanzados que se escuchan por todas las calles del mundo.
A la mitad de su camino, la 4T tiene novedosos programas que van en el sentido de apuntalar el poder social (Sembrando Vida o Educación para el Bienestar), pero no aparece aún como un objetivo general, central y estratégico, como una política de estado capaz de orientar todas las acciones del gobierno. Tomando en cuenta lo aprendido de las innumerables experiencias exitosas en el país (véase nuestro libro México: regiones que caminan hacia la sustentabilidad: https://bit.ly/3I4Lxx1), ofrecemos aquí tres ejemplos en energía, economía y gobernanza.
Energía. En días pasados una excelente noticia recorrió el mundo. Por
primera vez en la historia una región entera, el sur de Australia,
llegó a demanda cero de energía fósil. ¿Cómo se logró? Mediante la
instalación de energía solar en 96 por ciento de los tejados de casas y
edificios, más algunos pequeños generadores. Esto se llama democracia energética
.
En vez de buscar la reconversión hacia energías renovables mediante las
gigantescas centrales solares y eólicas de empresas o gobiernos, se
privilegian los diseños de pequeña escala (doméstica y por unidades
habitacionales) que empoderan a ciudadanos y familias. Y esta es justo
la idea del programa pionero Ciudad Solar que lleva a cabo el gobierno
de la Ciudad de México de manera virtuosa, en combinación con bancos,
iniciativas e instituciones nacionales e internacionales. El programa
busca capacitar a mil técnicos para instalar sistemas foltovoltaicos y
de calentamiento solar de agua. Las metas: 154 mil viviendas y comercios
con calentadores solares y 10 mil Mypimes y hogares y 300 edificios
públicos, más otros proyectos de mediana escala (https://bit.ly/3lFIP7N). ¿Qué espera la 4T para reproducir este esquema en todo el país?
Economía. Una cosa es apoyar empresas (con patrones y asalariados) y otra cooperativas (donde todos son socios). El futuro del mundo sólo es factible transformando (súbita o gradualmente) las empresas capitalistas (que son la causa final de todo el desastre actual) por cooperativas ecológicas, sociales y solidarias. A escala global existen 3 millones de cooperativas con mil millones de miembros, y en México 18 mil con 8.87 millones de socios. En plena contradicción el gobierno de la 4T redujo inexplicablemente en 90 por ciento el presupuesto de su única entidad dedicada al fomento cooperativo: el Instituto Nacional de la Economía Social (INAES). El presupuesto pasó de más de 2 mil millones (2014) en plena era neoliberal a sólo 218 millones en 2022. ¿Qué espera la 4T para corregir esta inexplicable pifia?
Gobernanza. Cada vez menos creen en esa ficción llamada democracia
representativa, electoral o institucional (véase la demoledora opinión
de José Saramago en El nombre y la cosa), que no es sino la
fórmula que por siglos ha servido para justificar el contubernio
obsceno entre el poder económico (el capital y sus mercados) y el poder
político (los gobiernos y sus partidos de derecha, centro e izquierda).
Se trata de una estructura obsoleta condenada a ser sustituida por una democracia desde abajo
,
participativa, radical y directa. Aquí la 4T debería estar apuntalando
el modelo indígena, que hace que 80 por ciento de los municipios de
Oaxaca se elijan directamente sin partidos políticos. Pero también las
nuevas iniciativas de autogobierno comunal logrados en las últimas
décadas. Cherán y otra docena de comunidades en Michoacán; Ayutla de los
Libres y otras en Guerrero; los caracoles zapatistas, Oxcub y
más en Chiapas. E incluso las formas autogestivas legitimadas de
policías comunitarias (Guerrero) y de autodefensas (Michoacán). ¡La 4T
tiene la palabra!
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